Desde
que lo creaste,
el
Universo,
un
plan preconcebido,
estaba escrito
en
ese manuscrito
de
Ti nacido
con
sutil verso,
me
destinaste.
En
el genial diseño
del
planetario
que
nos legaste
ya
dispusiste
que
en la vida quisiste
como
contraste
pasar
por un Calvario
nada
risueño.
Y
así, a generaciones
les
propusiste
la
idea de ser libres
de
tomas sus decisiones,
de
obrar con sus acciones,
con
sus propios calibres
que
te pusieron triste
por
ser bribones.
Y
desde un Paraíso
en un lugar perdido
casi
sin estrenar
de
aspecto terrenal
el
hombre hizo el mal
al
saborear
aquél
fruto prohibido
tras
Tú aviso.
Los
echaste
a
un mundo exterior
hostil,
salvaje,
a
luchar por su existencia,
manual
de supervivencia
que
llevaron de equipaje
ganado
con el sudor
de
su desgaste.
Y
llegaron las envidias
fraternales
nacidos
bajo el mismo techo
y
en medio, unas lentejas
humildes,
viejas
cuyo
papel en el hecho,
tan
sólo coyunturales
hacen
crecer las insidias.
Hermanos
que
dividen su linaje
en
hombres buenos y malos
casi
por Real Decreto
y
no ha sido un secreto
dar
siempre los varapalos
a
un sector, como un chantaje,
tratados
como villanos.
Más
Tú, desde el infinito
escribías
tus renglones
dando
libertad al Hombre,
máxima
expresión
del
Rey de la Creación,
ése
que a Tí, incluso asombre,
por
sur torcidos guiones
de
panfleto manuscrito.
Y
advertiste
a
esos, tus hijos,
ovejas
desperdigadas,
por
prebendas atraídas
por
unos falsos druidas
a
ídolos, becerradas
de
canijos,
que
te pusieron muy triste.
Y
manó agua del Cielo,
quizás
fueran madreperlas
salvajes,
tempestuosas,
para
castigar pecados
de
unos hombres cegados
por
pasiones cuantiosas
que
no querían perderlas
por
no descorrer el velo.
Lo
revelaste a un Justo,
Noé
fue el elegido
y
él te imploró perdón
para
salvar a su gente
pidiéndote
ser indulgente
si
entre el pueblo había aflicción
por
el daño infringido
y
rebajar Tu disgusto.
Mas
no hubo más personas
que
de Noé son sus hijos
que
acreditaran la vida
que
les habías dictado;
y
el Cielo, ya muy nublado,
consintió
que, en su partida,
se
llevara como alijos
fieras
junto a palomas.
Y
el pobre Noé lloró
por
todos aquellos hombres
que
en su tenaz cerrazón
de
adorar a ídolos falsos
se
ahogaron, en sus cadalsos,
por
tan miserable acción
de
creerse superhombres
y
a su propio Dios retó.
Las
aguas volvieron cautas
a
sus cauces ancestrales
cuando
Tú te convenciste
que
la Historia seguiría
con
orden o anarquía,
pero
al pueblo, otra vez diste
posibilidades
reales
de
retomar nuevas pautas.
Y
proseguías,
al
Hombre dando salidas
y
poniéndole a prueba
a
Abraham le exigiste
que
su vida fuese triste
para
siempre en su gleba
si
esas manos fornidas
no
hubieran detenido, las sangrías.
Doce
Bíblicos Patriarcas
enviaste
a la Tierra
de
un tal José fluidos
al
que vendieron, otra vez hermanos,
¿por
qué se manchan las manos?
¿por
qué hay, tan mal nacidos?
que
comienzan una guerra
por
atiborrar sus arcas.
Y
a Egipto lo alejas,
a
tierra extraña lo envías,
le
exiges, más que a ninguno,
estás
forjando un jefe,
que
pase de un mequetrefe,
por
muy faraón moruno
que
haga cosas impías,
Tú,
le dejas.
Más,
le envías,
a
través de la palabra
por
José retransmitida,
doce
plagas terroríficas;
son
todas tan específicas
que
el Monarca dilucida
y
ofrece a Israel que abra
sus
puertas y celosías.
Les
deja marchar
sin
recelos
al
menos lo que es su parte
mas,
consejeros celosos
de
favores tan honrosos,
le
convencen de culparte
y
parten, cual sanguiñuelos,
a
matarles frente al mar.
Pero guardabas un as
en
la manga o en la chistera
para
tu pueblo errante
y
fue darle a Moisés
el
poder ir a través
del
mar como caminante
y
una vez en la otra hilera
cerrar
tras él esas aguas.
A
Josué purificaste
poniendo
tu Arca delante,
y cruza el Jordán tu gente
acercándolo
aún más
a
la tierra en que podrás
que
tu pueblo se asiente
y
que sus tiendas allí plante
y
una generación encaste.
Pero
un contratiempo quedaba
a
la Tierra Prometida
de
ser el refugio amado:
ante
ellos cual pantallas
surge
Jericó y murallas
que
habrá que dejar domado
para
dar por concluida
ésa Hégira que duraba.
Se
nombran reyes
el
estado se asienta
y
el pueblo así reconoce
que
tiene un suelo en sus venas
formado
por mil arenas
que
un azadón no desbroce
o
que un ganado de cuenta
y
que los hombres den leyes.
Siguieron
grandes monarcas,
como
David
el
Gran Rey
no
exento de cosas impuras,
enviando
a sepulturas,
por
su ley
a
un general en lid
para
desposar matriarcas.
El
gran Salomón;
quizás
el máximo exponente
de
la equidad regia
rozando
casi divina
y
tanto la ley afina,
que
pasa a la Historia egregia
por
su saber inteligente
¡qué
madre tenía razón!
Y
después, periodos vanos,
como
ociosos, relajados,
caóticos,
combativos;
Jerusalén
tambalea
El
Templo cae como oblea
y
quedan como cautivos
de
algún modo, esclavizados,
en
manos de los romanos.
Pactan,
parecer amigos;
Herodes
negocia el trato
para
seguir en su Corte
pasando
por ser Alteza
de una mísera realeza
que
tributa a un pasaporte
que
le hará bailar al plato
más
o menos, de mendigos.
El
pueblo se amotina
¡no
quiere yugo de Roma!
las
fuerzas vivas rechinan
sus
dentaduras de oro
¡no
despertar al gran ogro!
que
sus cohortes nos miran
y
no es para tomar a broma
si
nos dejan en la ruina.
Harto
estás Tú, mi Señor
de
tanta vana porfía
en
pos de guardar prebendas
a costa de lo que sea,
y
vas, y enciendes la tea,
y
lo enmiendas
dando
a Tu Hijo a María,
en
un gran acto de amor.
Y
nací Yo,
en
una ruina en Belén,
como
Tú lo decidiste,
entre
una mula y un bey,
según
predijo tu Ley;
más,
no sería un hecho triste,
ya
que, unos Magos también,
allí
mismo convocó.
Junto
a pastores
curiosos,
revelado por los ángeles,
vienen
a ver al Mesías,
el
que les redimirá
o
al menos, combatirá;
y
al romano echarás
con
tus seguidores fieles
a
soldados y a pretores.
Craso
error
de
interpretación mundana,
auspiciada
por un clero
saturado
de arrogancia,
terca,
hierática, rancia
y
a quien sirve de criadero
y
pudrir más la manzana,
contra
el romano invasor.
Y,
Herodes, muy colérico,
decide,
cobardemente,
matar
a los Inocentes
primogénitos,
herederos
de
linajes duraderos
y,
así, cortar esas fuentes
que
le mantengan al frente
de
un trono sólo quimérico.
Jesús
es feliz en su casa;
Tú
Hijo, soy Yo, recuerda
que
me diste una familia
y
la elegiste humilde,
quizás,
poniendo una tilde
en
posterior homilía:
por
el ojo de una aguja pierda
más
el rico, que un camello que pasa.
Y
la niñez atesora
las
enseñanzas divinas,
sin
dejar de ser un niño,
más
con capacidad de ejemplo
con
los doctores de El Templo
y,
algunos, con gran cariño,
ven
en sus labio bocinas
de
lo que el mundo implora.
Comienzo
mi pública vida,
así
llamada en la Historia,
y
allí, en un cauce de un río,
de
nuevo nuestro Jordán,
muchos
fieles a él van
como
a un gran desafío,
a
que El Bautista renazca su memoria
con
una Nueva construida.
Me
retiro al desierto
a
meditar si prosigo
en
esta lucha que me ofertas;
que
pugne por dar razones
nuevas,
a los corazones;
y
ayuno y tentaciones abiertas
de
Lucifer yo recibo
que
casi me dejan yerto.
Las
gentes se arremolinan
en
torno de mi figura
a
oír Tu Palabra, ansiosos,
discípulos
codiciosos,
ávidos,
briosos
que
me siguen fervorosos
en
esta nueva andadura
que
los Cielos sobre mí destinan.
En
Caná, Tú Palabra divulgando,
me
invitaron a unas bodas
donde
el vino se terminó
por
falta de previsión,
causando
gran preocupación;
alertado
me sonrió,
y
llenaron de agua todas
las
cubas, a vino fueron tornando.
Y
la multitud acudía
a
mis sermones
con
intenciones variadas;
unos
porque me seguían,
otros
porque no querían
creer
palabras fiables
que
los dejara temblores,
ante
una vida baldía.
Y
en esas congregaciones
de
multitudes inmensas,
la
comida escaseaba;
la
gente estaba hambrienta;
no
sólo de Ti sedienta,
de
modo que se pescaba
poco,
para una despensa
para
esas aglomeraciones.
Insuficiente
comida,
de
tal manera,
que
la gente protestaba
por
la carencia de los panes y los peces;
elevé
al Cielo mis preces
y
multipliqué lo que necesitaba
de
perentoria manera
y
en su más justa medida.
Una
exclusiva cuadrilla
se
formó en torno a Mí,
que
pretendía protegerme
y
seleccionar la afluencia,
una
pequeña inocencia,
pero
sana, por quererme;
y
a doce de ellos uncí
como
a una sola gavilla.
Simón
Pedro, Juan, Felipe,
Santiago
Mayor y Menor,
Bartolomé
con Tomás,
Judas
Tadeo,
Simón,
llamado el cananeo,
Andrés,
Mateo, alguno más
y
el que fuera el gran traidor:
Judas
Iscariote; pero no me anticipe.
Como
un séquito moderno
en
electoral campaña
diseñaste
un recorrido
como
quien traza discursos
para
ganar los concursos
que
suponen, un sentido
sermón
en una montaña,
con
sabor a amor fraterno.
Bienaventuranzas
diste,
ocho;
primarias, rotundas,
que
engloban tu doctrina;
pilares
básicos, matrices,
a fin de cuentas, directrices
que
a nuestra vida defina;
son,
enseñanzas fecundas
que
a todo el mundo cediste.
Y
el Sermón fue mucho más,
explicaste,
a través Mío,
cual
era Tú teoría
sobre
la moral cristiana,
fresco
toque de diana
a
un pueblo, que creía
que
el Mesías sería bravío,
pero
en otro compás.
Mil
Principios designaste:
no
mirar el ojo ajeno,
no
ir por camino fácil,
pedir
y recibirás,
buscar
y encontrarás,
así,
de manera grácil
a
la vida pones freno
y
a alguna gente apiñaste
A
los que querían oír
renovadas
esperanzas,
abiertas
de corazón,
nuevas
palabras, distintas
a
las de las viejas tintas
que
sonaban a visión
de
ambiguas alabanzas
a
punto de destruir.
Y
a un pueblo, pobre, ignorante,
se
lo podías decir
como
si fuera una historia,
parábola,
cuento sencillo,
que
le dejara un gustillo
para
siempre en su memoria
que
le pudiera servir
de
ahí hacia adelante.
Les
narraste muchas
que
Me obligaste a pensar
cual
Maestro a sus muchachos;
a
preparar la lección
para
toda aquella legión
de
chavales, vivarachos,
que
se iban a empapar
de
ésas escuchas.
Aquella
del Sembrador
cuya
pequeña semilla
parte,
cayó a un camino
y
sirvió de alimento
a
las aves, un momento;
otra
en pedregal mezquino
y
brotó, más no consiguió gavilla,
sólo
la de tierra fértil consiguió tener vigor.
Y
el trigo y la cizaña;
cuando
un vecino indecente
resembró
con esa paja
la
tierra ya amamantada de buen trigo
para
que saliera "ortigo",
y
a tus mozos, en voz baja,
les
dijiste que creciera la simiente
y
ya maduras, separaran la espiga de la caña.
Las
gentes se arremolinan
en
torno a mi figura;
Tú
Palabra, ansiosos,
discípulos
codiciosos,
ávidos
y briosos
que
me siguen fervorosos
en
esta nueva andadura
que
los Cielos sobre mí destinan.
Otras
más en mis labios pusiste:
la
de la oveja perdida;
aquella
de los talentos,
parábolas
de los lirios, de las aves,
algunas
de ellas duras, otras más suaves;
estableciendo
cimientos
para
esa otra vida
que
prometiste.
Y
a mi Lázaro querido
lo
perfilaste
diana
de mis censores,
al
llamarme sus hermanas,
desde
tierras cercanas
con
mil clamores
de
que a mi amigo enviaste
a
su muerte, como dormido.
Y
en tu nombre y el Mío
le
dije con cariño,
pero
tajante:
¡Levántate
y anda!
y,
ante tal demanda,
su
cara fue cambiante
y
con buen aliño,
se
abrazó a Mí, con fuerte brío.
Mi
entrada en Jerusalén,
ampliamente
aplaudida
por
sacerdotes, gentiles,
personas
humildes, almas
que
algunas vienen con palmas,
con
regocijos sutiles
o
enmascarada y torcida
moral,
cargadita de desdén.
Buscando
un punto exánime
en
el que cargar sus iras,
sin
darse cuenta que todo
acontecimiento
postrero,
es
la obra de un obrero
que
no es un sabelotodo
de
enclenques miras;
no es ningún Dios pusilánime.
Y
en un borrico,
elegido
a conciencia,
entro
en la ciudad bendita
tantos
años construida,
con
una humilde partida
y
un gentío que me grita:
¡Hosanna
al Señor!, indulgencia
que
Yo a ellos, dosifico.
Reuniste,
a través Mío, a nuestros doce
fieles
seguidores, mensajeros,
en
torno a una mesa de hermandad
con
pan y vino, alimentos cardinales,
representando
elementos vertebrales
de
una fe ciega y plena de verdad,
convertidos
en mi cuerpo y mi sangre, postreros
suministros
de los que el ama goce.
Durante
esa Última Cena,
en
la que sientas las bases
de
una religión distinta;
en
la que Cristo lavase
los
pies del humilde y, fijase
otra
columna sucinta
que
forjases
en
Tú estela nazarena.
Y
preguntas dócilmente,
pero
afirmando, pues sabes
lo
que acontecerá después;
que
allí, entre ellos hay uno
de
espíritu ruin, bajuno,
que
te dará un revés
y
que, por treinta monedas, acabes
de
una amarga cruz pendiente.
Pero
no adelantemos acontecimientos;
sigamos
el orden lógico,
el
histórico, el ocurrido,
según
lo propio narrado
por
algún santo, marcado
por
lo que allí fue vivido:
desgarrador,
necrológico,
ante
hechos tan cruentos.
Y
lo pregunta, altivo,
si
será él el traidor
de
una forma que acoquina
ante
el desplante altanero
de
ése, su tesorero,
lleno
de odio, de inquina
que
causará gran dolor
al
Hijo de Dios, Divino.
"Tú
lo sabes", le responde;
dejando
claro el dominio
del
futuro que se acerca
sigiloso,
hacia su vida,
en
una clara partida
que
hará de manera terca,
como
un brutal condominio
que
por el Hombre, ahonde.
Subí
al Huerto otra vez,
al
Monte de los Olivos,
por
mis discípulos seguido,
a
orar, como es costumbre
y
me aparté en la cumbre,
unos
pasos, afligido,
mientras
los noté aprensivos
y
les pedí para Ti una prez.
Rezad
y evitad
esa
tentación maldita
que
acecha como una fiera
agazapada,
esperando la flaqueza
entre
la espesa maleza,
a
hacer lo que más nos hiera
aquello
que nos transmita
falta
de seguridad.
Y
te rogué, varias veces,
que
apartaras este Cáliz de Amargura
pero
siempre y cuando, fuera
Tú
voluntad, no la Mía
que
por mi rostro fluía
grueso
sudor; sangre era
dibujando
en mi figura
varios
tonos de rojeces.
Concluidos
ya mis rezos
volví
hacia mis amigos
que,
lejos de estar ya afligidos,
dormían
como pequeños
y,
quizás, con grandes sueños
de
libertad, ya blandidos;
y
así, poder ser testigos
de
otras luchas como atrezos.
Los
exhorté a despertar,
a
la vez que reprobé
su
poca lucha ante el culto
y que elevaran los ojos,
desde
aquellos rastrojos,
a
un Cielo casi oculto
por
nubarrones perlé,
dispuestos
a desaguar.
Y
después se oyeron voces
y
pasos que se aproximan;
eran
un par de decenas
de
gentes y de soldados
que
llegaban, enviados
por
sacerdotes mecenas
de
vientos que les llevaban
por
una vida sin roces.
Judas
viene entre ellos;
se
adelanta y me da un beso,
un
ósculo que sabe a engaño,
no
sólo a Mí, a todo el mundo;
es,
un perjurio rotundo
y
no sabe hasta qué daño,
producirá
tal suceso;
demasiados
atropellos.
Y
Pedro tira de daga
y
a Malco le envía un tajo
llevándole
una oreja
con
un corte entero y seco,
dejándolo un amplio hueco;
y,
Jesús, le aconseja
que
eche su arma al refajo
mientras
pega la oreja aciaga.
¡Me
han prendido!
atado
y amordazado
como
a un vulgar bandido,
como
a un ladrón ordinario,
tal
vez soy un visionario
al
que le temen ungido
por
un Dios, mucho más dado
a
lo humilde que al bruñido.
Y
me llevan, arrastrado,
ante
sumos sacerdotes:
Anás
y Caifás, mandatarios
del
poder de aquella iglesia
que
demandaba amnesia,
y
seguir siendo corsarios
de
verdades como brotes
que
al pueblo hayan calado.
De
uno a otro me enviaron
y
Caifás, una pregunta me vierte:
si
Yo era el Hijo de Dios;
"Yo
soy", contesté sin dudar
y
rasgó su vestidura talar
con
aspavientos de asedios
y
gritó: ¡Reo es de muerte!
y
encadenado, ante Pilatos me llevaron.
Y
mientras me trasladaban,
Pedro,
a cierta distancia,
seguía
la comitiva
y
tres veces lo interrogaron,
tres
veces lo conminaron,
si
su escolta, era misiva
de
cierta concomitancia
con
el reo que llevaban.
¡No,
por Dios! ¡Qué ocurrencia!
¡Jamás
lo he visto! ¡Lo juro!
Era
la frase lapidaria
que
Pedro, de carrerilla
decía,
agachando su barbilla;
y
ésas tres, tras el abjuro,
cantó
el gallo su secuencia.
Entretanto,
en otra parte,
Judas
sufre; se arrepiente
y
vuelve ante los pontífices
a
devolver los talentos,
pues
ya, en esos momentos,
no
sigue a esos artífices
hechos
de piel de serpiente
que
sólo quieren matarte.
Y
niegan la redención;
ya
está hecha la tarea,
que
era delatar al reo
y
no quieren las monedas
¡vete
por esas veredas!
y
puedes, como trofeo,
subir
a un árbol, gatea
y
colgarte sin perdón.
Estoy
ante el Gobernador,
representante
de Roma,
el
que manda en la región
y
consiente, que se crea
Herodes
que él es el que batea
al
pueblo; llevando él el timón,
más
sólo lleva carcoma;
el
que manda es el Pretor.
Pregunta
a los sacerdotes
de
qué es la acusación;
y
le contestan, a coro:
que
si no fuera malhechor
no
estaría ante el Pretor;
en
un acto de indecoro
que
no les da ni sensación,
pues
van como los coyotes.
Pilatos
no quiere juzgarle;
no
encuentra razón alguna;
les
dice que sean ellos
quienes,
de acuerdo a su Ley,
lo
lleven ante su rey;
más
le dicen, sin resuellos
que
no pueden matar a una
persona,
por edicto inquebrantable.
Decide,
como escarmiento
y
dejar así satisfechos
a
esa chusma que le grita,
que
le exige, que demanda,
para
calmar a esa banda
que
a su persona la irrita
no
dejarlos insatisfechos
y
dar a Jesús, azotamiento.
Los
verdugos se afanan
en
su trabajo, celosamente,
dejando
una figura lacerada,
frágil,
brutalmente masacrada,
y
tener así, callada
a
una gente instigada,
casual
y curiosamente,
por
quien la Ley más profanan.
Y,
a modo de colofón,
como
rey, burlonamente, le tratan,
y
lo coronan, como a una real alteza
mientras
de Él se chancean
y,
de espinas, clavetean,
en
una brutal simpleza, su cabeza,
y
le maltratan y atan
en
un acto teatral, desde un balcón.
Lo
envía a Herodes, su rey,
para
quitarse de encima
un
problema que él no encuentra,
pues
no considera a ése hombre
culpable
de algún delito,
si
no ser , como un proscrito;
quizás
que su propio nombre
descentra
a
quien tiene que hacer cumplir la ley.
Y
Herodes, perverso oponente,
pendenciero,
envidioso,
tiene
a Jesús en sus mano
y
es la hora de vengarse
y
de mofarse,
poniéndole
una túnica de aldeanos
púrpura
y una caña que le da el poso
de
un Ecce - Homo, diferente.
Y
proclama, ante el gentío
en
un tono exultante:
"He
aquí a vuestro rey"
riendo,
viendo un final feliz
para
él, ante el cariz
que,
no pudiendo la Ley,
tomará
un pueblo aullante
siguiendo
su albedrío.
Jesús
retorna a Pilatos;
Herodes
también se aparta,
cobardemente,
de
dictar justicia,
lo
que desquicia,
al
romano Pretor, enormemente,
pues
no ve en ninguna carta,
de
esgrimir tal alegato.
Y
una gran algarabía
se
junta, pidiendo al gobernante
un
favor por ese tiempo:
la
Pascua judía, quiere
que
a un preso se le libere
en
señal de pasatiempo;
Pilatos
pide entre Barrabás y Jesús, que se decante
creyendo
que, al nazareno, beneficiaría.
Más
¡hete aquí! que fracasa,
que
el pueblo entero reclama
a
Barrabás tal favor;
haciendo
un guiño al destino
quien,
jugando a ser adivino,
cometió
un grave error;
haciendo
de una proclama
cual
llama forma la brasa.
Siguiendo,
pues, el consejo
de
su esposa y mantenerse a resguardo,
Pilatos
hace un gesto ambiguo
y
las manos se lava,
consciente
de que esto agrava,
el
odio ya desde antiguo
que
se tiene a este gallardo
hombre,
hecho ahora ya un viejo.
Y,
una vez más, lo azotan
y
es entregado a la masa
que
vocifera cargante:
¡matar
al reo enjuiciado!
¡matarlo
crucificado!
y
ante ese desplante
se
quita, de manera lasa,
a
los que en el patio explotan.
Salió
de Jerusalén la comitiva,
camino
del Calvario;
Jesús,
severamente castigado,
mantenía
el paso a duras penas,
pues
su sangre se le iba de sus venas,
y
cayó bajo el peso, ya cansado,
del
madero atravesado y contrario
a
que Él , el Mesías, viva.
Y
le exigen al Cirineo
que
recoja esa cruz y él la porte
hasta
el sitio reservado
para
acabar con la vida del Maestro,
cual
secuestro,
perfectamente
diseñado,
para
que recupere el norte,
una
sociedad de creo y no creo.
Y
dos ladrones, condenados,
acompañan
a Jesús en su tragedia;
uno
es Dimas, el otro Gestas
y
ambos dan una distinta respuesta
ante
esta última apuesta;
Gestas
blasfema, lanza protestas,
Dimas,
en cambio, con su vista asedia
un
perdón de unos ojos ya vidriados.
Y
se revuelve a mirarlos;
a
implorarles perdón
por
los años de una vida
transcurrida,
en el pillaje
y,
ahora, sin ningún bagaje,
su
alma está abatida;
más,
nota en su corazón,
ánimos
con qué brotarlos.
¡Siete
Palabras! ¡Siete!
emergerán
de Mi boca,
poniendo
el punto y final
a
Tú designio divino,
ante
el que, ahora, me inclino,
pues,
no resulta trivial
el
remate que me toca
cuando
el desfallecer apriete.
Primera,
de compasión:
"Perdónalos,
Padre,
porque
no saben lo que hacen".
Pronuncia
esta oración
con
verbo de emoción
por
los que en la cruz desguacen
sus
huesos y le taladre
sujeto
a ése tablón.
Hacia
el buen ladrón se vuelve
y
le sentencia:
"Hoy
estarás conmigo
en
el Paraíso".
En
respuesta y claro aviso
al
arrepentido amigo
que,
antes, le pidió clemencia;
y
Cristo, en esto, lo absuelve.
"He
aquí a tu hijo:
he
aquí a tu madre";
dualidad
de amores
filiales
y maternales,
cardinales,
que
mitigarán dolores,
en
este general desmadre
que
alguien, antes, bendijo.
"Dios
mío, Dios mío,
¿por
qué me has abandonado?
Se
queja el hombre que muere
escarnecido
en la cruz,
cual,
inmenso tragaluz
que
quiere
ser
agrandado,
para
que entre el sol más bravío.
"Sed
tengo".
Necesito
agua beber,
pues
los labios tumefactos,
resecos,
lacios, hinchados,
no
ablandan a los soldados
que,
con chanzas y con actos,
me
ofrecen vinagre y hiel, por placer;
y
sin quejar me mantengo.
"Todo
está consumado".
Miro
sin ver el paisaje;
el
hilo de vida escapa
por
las heridas abiertas
que
hacen las veces de puertas
por
las que la muerte atrapa
el
final de mi viaje,
después
del camino andado.
"Padre,
en tus manos
mi
espíritu encomiendo".
Es
lo último que digo,
no
tengo fuerzas demás;
nunca
volveré, jamás,
a
poder hablar, me fatigo
como
hombre, seguir siendo
uno
de aquellos ancianos.
Y
expiré, en lo mundano;
llegó
la noche de día;
la
tempestad hizo mella
en
la plebe allí presente,
haciendo
dudar a la gente
si,
acaso, mi huella,
fuera
verdadera guía
de
un Dios bondadoso y cano.
Para el I Concurso Internacional de Libro de Poesía. Fernando Charry Lara, 2015. (Colombia).