miércoles, 1 de julio de 2015

Un último servicio


Tocón viejo, esculpido
por un cincel anónimo
quizá,  fuera un homónimo
divino, parecido
a quien, en otro instante,
tallara las figuras
de exquisitas texturas
y llenas de dolor punzante.

Acaso , el discreto  escultor
en un pinar castellano,
intentó modelar con su mano
lo que hizo El Creador,
y en ese tronco carcomido
talló  una garza o una grulla
algo que dice, murmulla,
que el arte no hace ruido.



Para el I Certamen de Poesía Siempre Poesía. www.siemprepoesia.es.

Vocales


Cinco raras, te parecen,
si abres la boca y dices:
a, e, i, o... u,
y es como si Mambrú,
hubiera comido perdices
o chuches que te enloquecen.

Letras claves, capitales
para componer palabras,
esas que te suenan "guays",
cuando en el "cole" jugáis
a juntarlas como cabras
saltarinas y cabales.

Se unen, mezclan,
se revuelven
y componen
sinfonías de fonemas
que son preciosos poemas
que nos ponen
y nos absuelven
y, al oírlos, nos besan.


Para la 2ª Convocatoria del Concurso de Literatura Infantil Breve San José. Biblioteca de las Asociaciones de Vecinos y Jubilados San José. Logroño. (La Rioja).

Estado de él



Recojo el guante desde el otro lado
en trueque  no escrito en nuestras vidas
más, me quedan, tus huellas doloridas
como pago agradecido de mi amado.

El ardor , un recuerdo censurado,
sujeto a etiquetas por las bridas
de una moral que lame las heridas
al resguardo de una alcoba, agazapado.

Y esperanza y desespero arriban
al libar tus recuerdos que no criban
a  una mente, que fluye, incandescente

Arrancarlos sería un sacrilegio
y prefiero vivir el sortilegio
de evocarlo, otra vez, frente por frente.


Para la 1ª Convocatoria de Imaginante Editorial a Poetas Latinoamericanos. (Argentina).

Me elegiste

Desde que lo creaste,
el Universo,
un plan preconcebido,
 estaba escrito
en ese manuscrito
de Ti nacido
con sutil verso,
me destinaste.

En el genial diseño
del planetario
que nos legaste
ya dispusiste
que en la vida quisiste
como contraste
pasar por un Calvario
nada risueño.

Y así, a generaciones
les propusiste
la idea de ser libres
de tomas sus decisiones,
de obrar con sus acciones,
con sus propios calibres
que te pusieron triste
por ser bribones.

Y desde un Paraíso
 en un lugar perdido
casi sin estrenar
de aspecto terrenal
el hombre hizo el mal
al saborear
aquél fruto prohibido
tras Tú aviso.

Los echaste
a un mundo exterior
hostil, salvaje,
a luchar por su existencia,
manual de supervivencia
que llevaron de equipaje
ganado con el sudor
de su desgaste.

Y llegaron las envidias
fraternales
nacidos bajo el mismo techo
y en medio, unas lentejas
humildes, viejas
cuyo papel en el hecho,
tan sólo coyunturales
hacen crecer las insidias.

Hermanos
que dividen su linaje
en hombres buenos y malos
casi por Real Decreto
y no ha sido un secreto
dar siempre los varapalos
a un sector, como un chantaje,
tratados como villanos.

Más Tú, desde el infinito
escribías tus renglones
dando libertad al Hombre,
máxima expresión
del Rey de la Creación,
ése que a  Tí, incluso asombre,
por sur torcidos guiones
de panfleto manuscrito.

Y advertiste
a esos,  tus hijos,
ovejas desperdigadas,
por prebendas  atraídas
por unos falsos druidas
a ídolos, becerradas
de canijos,
que te pusieron muy triste.

Y manó agua del Cielo,
quizás fueran madreperlas
salvajes, tempestuosas,
para castigar pecados
de unos hombres cegados
por pasiones cuantiosas
que no querían perderlas
por no descorrer el velo.

Lo revelaste a un Justo,
Noé fue el elegido
y él te imploró perdón
para salvar a su gente
pidiéndote ser indulgente
si entre el pueblo había aflicción
por el daño infringido
y rebajar Tu disgusto.

Mas no hubo más personas
que de Noé son sus hijos
que acreditaran la vida
que les habías dictado;
y el Cielo, ya muy nublado,
consintió que, en su partida,
se llevara como alijos
fieras junto a palomas.

Y el pobre Noé lloró
por todos aquellos hombres
que en su tenaz cerrazón
de adorar a ídolos falsos
se ahogaron, en sus cadalsos,
por tan miserable acción
de creerse superhombres
y a su propio Dios retó.

Las aguas volvieron cautas
a sus cauces ancestrales
cuando Tú te convenciste
que la Historia seguiría
con orden o anarquía,
pero al pueblo, otra vez diste
posibilidades reales
de retomar nuevas pautas.

Y proseguías,
al Hombre dando salidas
y poniéndole  a prueba
a Abraham le exigiste
que su vida fuese triste
para siempre en su gleba
si esas manos fornidas
no hubieran detenido, las sangrías.

Doce Bíblicos Patriarcas
enviaste a la Tierra
de un tal José fluidos
al que vendieron, otra vez hermanos,
¿por qué se manchan las manos?
¿por qué hay, tan mal nacidos?
que comienzan una guerra
por atiborrar sus arcas.

Y a Egipto lo alejas,
a tierra extraña lo envías,
le exiges, más que a ninguno,
estás forjando un jefe,
que pase de un mequetrefe,
por muy faraón moruno
que haga cosas impías,
Tú, le dejas.

Más, le envías,
a través de la palabra
por José retransmitida,
doce plagas terroríficas;
son todas tan específicas
que el Monarca dilucida
y ofrece a Israel que abra
sus puertas y celosías.

Les deja marchar
sin recelos
al menos lo que es su parte
mas, consejeros  celosos
de favores tan honrosos,
le convencen de culparte
y parten, cual sanguiñuelos,
a matarles frente al mar.

Pero  guardabas un as
en la manga o en la chistera
para tu pueblo errante
y fue darle a Moisés
el poder ir a través
del mar como caminante
y una vez en la otra hilera
cerrar tras él esas aguas.

A Josué purificaste
poniendo tu Arca delante,
 y cruza el Jordán tu gente
acercándolo aún más
a la tierra en que podrás
que tu pueblo se asiente
y que sus tiendas allí plante
y una generación encaste.

Pero un contratiempo quedaba
a la Tierra Prometida
de ser el refugio amado:
ante ellos cual pantallas
surge Jericó  y murallas
que habrá que dejar domado
para dar por concluida
ésa Hégira que duraba.

Se nombran reyes
el estado se asienta
y el pueblo así  reconoce
que tiene un suelo en sus venas
formado por mil arenas
que un azadón no desbroce
o que un ganado de cuenta
y que los hombres den leyes.

Siguieron grandes monarcas,
como David
el Gran Rey
no exento de cosas impuras,
enviando a sepulturas,
por su ley
a un general en lid
para desposar matriarcas.

El gran Salomón;
quizás el máximo exponente
de la equidad regia
rozando casi divina
y tanto la ley afina,
que pasa a la Historia egregia
por su saber inteligente
¡qué madre tenía razón!

Y después, periodos vanos,
como ociosos, relajados,
caóticos, combativos;
Jerusalén tambalea
El Templo cae como oblea
y quedan como cautivos
de algún modo, esclavizados,
en manos de los romanos.

Pactan, parecer amigos;
Herodes negocia el trato
para seguir en su Corte
pasando por ser Alteza
 de una mísera realeza
que tributa a un pasaporte
que le hará bailar al plato
más o menos, de mendigos.

El pueblo se amotina
¡no quiere yugo de Roma!
las fuerzas vivas rechinan
sus dentaduras de oro
¡no despertar al gran ogro!
que sus cohortes nos miran
y no es para tomar a broma
si nos dejan en la ruina.

Harto estás Tú, mi Señor
de tanta vana porfía
en pos de guardar prebendas
 a costa de lo que sea,
y vas, y enciendes la tea,
y lo enmiendas
dando a Tu Hijo a María,
en un gran acto de amor.

Y nací Yo,
en una ruina en Belén,
como Tú lo decidiste,
entre una mula y un bey,
según predijo tu Ley;
más, no sería un hecho triste,
ya que, unos Magos también,
allí mismo convocó.

Junto a pastores
curiosos, revelado por los ángeles,
vienen a ver al Mesías,
el que les redimirá
o al menos, combatirá;
y al romano echarás
con tus seguidores fieles
a soldados y a pretores.

Craso error
de interpretación mundana,
auspiciada por un clero
saturado de arrogancia,
terca, hierática, rancia
y a quien sirve de criadero
y pudrir más la manzana,
contra el romano invasor.

Y, Herodes, muy colérico,
decide, cobardemente,
matar a los Inocentes
primogénitos, herederos
de linajes duraderos
y, así, cortar esas fuentes
que le mantengan al frente
de un trono sólo quimérico.

Jesús es feliz en su casa;
Tú Hijo, soy Yo, recuerda
que me diste una familia
y la elegiste humilde,
quizás, poniendo una tilde
en posterior homilía:
por el ojo de una aguja pierda
más el rico, que un camello que pasa.

Y la niñez atesora
las enseñanzas divinas,
sin dejar de ser un niño,
más con capacidad de ejemplo
con los doctores de El Templo
y, algunos, con gran cariño,
ven en sus labio bocinas
de lo que  el mundo implora.

Comienzo mi pública vida,
así llamada en la Historia,
y allí, en un cauce de un río,
de nuevo nuestro Jordán,
muchos fieles a él van
como a un gran desafío,
a que El Bautista renazca su memoria
con una Nueva construida.

Me retiro al desierto
a meditar si prosigo
en esta lucha que me ofertas;
que pugne por dar razones
nuevas, a los corazones;
y ayuno y tentaciones abiertas
de Lucifer yo recibo
que casi me dejan yerto.

Las gentes se arremolinan
en torno de mi figura
a oír Tu Palabra, ansiosos,
discípulos codiciosos,
ávidos, briosos
que me siguen fervorosos
en esta nueva andadura
que los Cielos sobre mí destinan.

En Caná, Tú Palabra divulgando,
me invitaron a unas bodas
donde el vino se terminó
por falta de previsión,
causando gran preocupación;
alertado me sonrió,
y llenaron de agua todas
las cubas, a vino fueron tornando.

Y la multitud acudía
a mis sermones
con intenciones variadas;
unos porque me seguían,
otros porque no querían
creer palabras fiables
que los dejara temblores,
ante una vida baldía.

Y en esas congregaciones
de multitudes inmensas,
la comida escaseaba;
la gente estaba hambrienta;
no sólo de Ti sedienta,
de modo que se pescaba
poco, para una despensa
para esas aglomeraciones.

Insuficiente comida,
de tal manera,
que la gente protestaba
por la carencia de los panes y los peces;
elevé al Cielo mis preces
y multipliqué lo que necesitaba
de perentoria manera
y en su más justa medida.

Una exclusiva cuadrilla
se formó en torno a Mí,
que pretendía protegerme
y seleccionar la afluencia,
una pequeña inocencia,
pero sana, por quererme;
y a doce de ellos uncí
como a una sola gavilla.

Simón Pedro, Juan, Felipe,
Santiago Mayor y Menor,
Bartolomé con Tomás,
Judas Tadeo,
Simón, llamado el cananeo,
Andrés, Mateo, alguno más
y el que fuera el gran traidor:
Judas Iscariote; pero no me anticipe.

Como un séquito moderno
en electoral campaña
diseñaste un recorrido
como quien traza discursos
para ganar los concursos
que suponen, un sentido
sermón en una montaña,
con sabor a amor fraterno.

Bienaventuranzas diste,
ocho; primarias, rotundas,
que engloban tu doctrina;
pilares básicos, matrices,
 a fin de cuentas, directrices
que a nuestra vida defina;
son, enseñanzas fecundas
que a todo el mundo cediste.

Y el Sermón fue mucho más,
explicaste, a través Mío,
cual era Tú teoría
sobre la moral cristiana,
fresco toque de diana
a un pueblo, que creía
que el Mesías sería bravío,
pero en otro compás.

Mil Principios designaste:
no mirar el ojo ajeno,
no ir por camino fácil,
pedir y recibirás,
buscar y encontrarás,
así, de manera grácil
a la vida pones freno
y a alguna gente apiñaste

A los que querían oír
renovadas esperanzas,
abiertas de corazón,
nuevas palabras, distintas
a las de las viejas tintas
que sonaban a visión
de ambiguas alabanzas
a punto de destruir.

Y a un pueblo, pobre, ignorante,
se lo podías decir
como si fuera una historia,
parábola, cuento sencillo,
que le dejara un gustillo
para siempre en su memoria
que le pudiera servir
de ahí hacia adelante.

Les narraste muchas
que Me obligaste a pensar
cual Maestro a sus muchachos;
a preparar la lección
para toda aquella legión
de chavales, vivarachos,
que se iban a empapar
de ésas escuchas.

Aquella del Sembrador
cuya pequeña semilla
parte, cayó a un camino
y sirvió de alimento
a las aves, un momento;
otra en pedregal mezquino
y brotó, más no consiguió gavilla,
sólo la de tierra fértil consiguió tener vigor.

Y el trigo y la cizaña;
cuando un vecino indecente
resembró con esa paja
la tierra ya amamantada de buen trigo
para que saliera "ortigo",
y a tus mozos, en voz baja,
les dijiste que creciera la simiente
y ya maduras, separaran la espiga de la caña.

Las gentes se arremolinan
en torno a mi figura;
Tú Palabra, ansiosos,
discípulos codiciosos,
ávidos y briosos
que me siguen fervorosos
en esta nueva andadura
que los Cielos sobre mí destinan.

Otras más en mis labios pusiste:
la de la oveja perdida;
aquella de los talentos,
parábolas de los lirios, de las aves,
algunas de ellas duras, otras más suaves;
estableciendo cimientos
para esa otra vida
que prometiste.

Y a mi Lázaro querido
lo perfilaste
diana de mis censores,
al llamarme sus hermanas,
desde tierras cercanas
con mil clamores
de que a mi amigo enviaste
a su muerte, como dormido.

Y en tu nombre y el Mío
le dije con cariño,
pero tajante:
¡Levántate y anda!
y, ante tal demanda,
su cara fue cambiante
y con buen aliño,
se abrazó a Mí, con fuerte brío.

Mi entrada en Jerusalén,
ampliamente aplaudida
por sacerdotes, gentiles,
personas humildes, almas
que algunas vienen con palmas,
con regocijos sutiles
o enmascarada y torcida
moral, cargadita de desdén.

Buscando un punto exánime
en el que cargar sus iras,
sin darse cuenta que todo
acontecimiento postrero,
es la obra de un obrero
que no es un sabelotodo
de enclenques miras;
no  es ningún Dios pusilánime.

Y en un borrico,
elegido a conciencia,
entro en la ciudad bendita
tantos años construida,
con una humilde partida
y un gentío que me grita:
¡Hosanna al Señor!, indulgencia
que Yo a ellos, dosifico.

Reuniste, a través Mío, a nuestros doce
fieles seguidores, mensajeros,
en torno a una mesa de hermandad
con pan y vino, alimentos cardinales,
representando elementos vertebrales
de una fe ciega y plena de verdad,
convertidos en mi cuerpo y mi sangre, postreros
suministros de los que el ama goce.

Durante esa Última Cena,
en la que sientas las bases
de una religión distinta;
en la que Cristo lavase
los pies del humilde y, fijase
otra columna sucinta
que forjases
en Tú estela nazarena.

Y preguntas dócilmente,
pero afirmando, pues sabes
lo que acontecerá después;
que allí, entre ellos hay uno
de espíritu ruin, bajuno,
que te dará un  revés
y que, por treinta monedas, acabes

de una amarga cruz pendiente.

Pero no adelantemos acontecimientos;
sigamos el orden lógico,
el histórico, el ocurrido,
según lo propio narrado
por algún santo, marcado
por lo que allí fue vivido:
desgarrador, necrológico,
ante hechos tan cruentos.

Y lo pregunta, altivo,
si será él el traidor
de una forma que acoquina
ante el desplante altanero
de ése, su tesorero,
lleno de odio, de inquina
que causará gran dolor
al Hijo de Dios, Divino.

"Tú lo sabes", le responde;
dejando claro el dominio
del futuro que se acerca
sigiloso, hacia su vida,
en una clara partida
que hará de manera terca,
como un brutal condominio
que por el Hombre, ahonde.

Subí al Huerto otra vez,
al Monte de los Olivos,
por mis discípulos seguido,
a orar, como es costumbre
y me aparté en la cumbre,
unos pasos, afligido,
mientras los noté aprensivos
y les pedí para Ti una prez.

Rezad y evitad
esa tentación maldita
que acecha como una fiera
agazapada, esperando la flaqueza
entre la espesa maleza,
a hacer lo que más nos hiera
aquello que nos transmita
falta de seguridad.

Y te rogué, varias veces,
que apartaras este Cáliz de Amargura
pero siempre y cuando, fuera
Tú voluntad, no la Mía
que por mi rostro fluía
grueso sudor; sangre era
dibujando en mi figura
varios tonos de rojeces.

Concluidos ya mis rezos
volví hacia mis amigos
que, lejos de estar ya afligidos,
dormían como pequeños
y, quizás, con grandes sueños
de libertad, ya blandidos;
y así, poder ser testigos
de otras luchas como atrezos.

Los exhorté a despertar,
a la vez que reprobé
su poca lucha ante el culto
 y que elevaran los ojos,
desde aquellos rastrojos,
a un Cielo casi oculto
por nubarrones perlé,
dispuestos a desaguar.

Y después se oyeron voces
y pasos que se aproximan;
eran un par de decenas
de gentes y de soldados
que llegaban, enviados
por sacerdotes mecenas
de vientos que les llevaban
por una vida sin roces.

Judas viene entre ellos;
se adelanta y me da un beso,
un ósculo que sabe a engaño,
no sólo a Mí, a todo el mundo;
es, un perjurio rotundo
y no sabe hasta qué daño,
producirá tal suceso;
demasiados atropellos.

Y Pedro tira de daga
y a Malco le envía un tajo
llevándole una oreja
con un corte entero y seco,
dejándolo un amplio hueco;
y, Jesús, le aconseja
que eche su arma al refajo
mientras pega la oreja aciaga.

¡Me han prendido!
atado y amordazado
como a un vulgar bandido,
como a un ladrón ordinario,
tal vez soy un visionario
al que le temen ungido
por un Dios, mucho más dado
a lo humilde que al bruñido.

Y me llevan, arrastrado,
ante sumos sacerdotes:
Anás y Caifás, mandatarios
del poder de aquella iglesia
que demandaba amnesia,
y seguir siendo corsarios
de verdades como brotes
que al pueblo hayan calado.

De uno a otro me enviaron
y Caifás, una pregunta me vierte:
si Yo era el Hijo de Dios;
"Yo soy", contesté sin dudar
y rasgó su vestidura talar
con aspavientos de asedios
y gritó: ¡Reo es de muerte!
y encadenado, ante Pilatos me llevaron.

Y mientras me trasladaban,
Pedro, a cierta distancia,
seguía la comitiva
y tres veces lo interrogaron,
tres veces lo conminaron,
si su escolta, era misiva
de cierta concomitancia
con el reo que llevaban.

¡No, por Dios! ¡Qué ocurrencia!
¡Jamás lo he visto! ¡Lo juro!
Era la frase lapidaria
que Pedro, de carrerilla
decía, agachando su barbilla;
y ésas tres, tras el abjuro,
cantó el gallo su secuencia.

Entretanto, en otra parte,
Judas sufre; se arrepiente
y vuelve ante los pontífices
a devolver los talentos,
pues ya, en esos momentos,
no sigue a esos artífices
hechos de piel de serpiente
que sólo quieren matarte.

Y niegan la redención;
ya está hecha la tarea,
que era delatar al reo
y no quieren las monedas
¡vete por esas veredas!
y puedes, como trofeo,
subir a un árbol, gatea
y colgarte sin perdón.

Estoy ante el Gobernador,
representante de Roma,
el que manda en la región
y consiente, que se crea
Herodes que él es el que batea
al pueblo; llevando él el  timón,
más sólo lleva carcoma;
el que manda es el Pretor.

Pregunta a los sacerdotes
de qué es la acusación;
y le contestan, a coro:
que si no fuera malhechor
no estaría ante el Pretor;
en un acto de indecoro
que no les da ni sensación,
pues van como los coyotes.

Pilatos no quiere juzgarle;
no encuentra razón alguna;
les dice que sean ellos
quienes, de acuerdo a su Ley,
lo lleven ante su rey;
más le dicen, sin resuellos
que no pueden matar a una
persona, por edicto inquebrantable.

Decide, como escarmiento
y dejar así satisfechos
a esa chusma que le grita,
que le exige, que demanda,
para calmar a esa banda
que a su persona la irrita
no dejarlos insatisfechos
y dar a Jesús, azotamiento.

Los verdugos se afanan
en su trabajo, celosamente,
dejando una figura lacerada,
frágil, brutalmente masacrada,
y tener así, callada
a una gente instigada,
casual y curiosamente,
por quien la Ley más profanan.

Y, a modo de colofón,
como rey, burlonamente, le tratan,
y lo coronan, como a una real alteza
mientras de Él se chancean
y, de espinas, clavetean,
en una brutal simpleza, su cabeza,
y le maltratan y atan
en un acto teatral, desde un balcón.

Lo envía a Herodes, su rey,
para quitarse de encima
un problema que él no encuentra,
pues no considera a ése hombre
culpable de algún delito,
si no ser , como un proscrito;
quizás que su propio nombre
descentra
a quien tiene que hacer cumplir la ley.

Y Herodes, perverso oponente,
pendenciero, envidioso,
tiene a Jesús en sus mano
y es la hora de vengarse
y de mofarse,
poniéndole una túnica de aldeanos
púrpura y una caña que le da el poso
de un Ecce - Homo, diferente.

Y proclama, ante el gentío
en un tono exultante:
"He aquí a vuestro rey"
riendo, viendo un final feliz
para él, ante el cariz
que, no pudiendo la Ley,
tomará un pueblo aullante
siguiendo su albedrío.

Jesús retorna a Pilatos;
Herodes también se aparta,
cobardemente,
de dictar justicia,
lo que desquicia,
al romano Pretor, enormemente,
pues no ve en ninguna carta,
de esgrimir tal alegato.

Y una gran algarabía
se junta, pidiendo al gobernante
un favor por ese tiempo:
la Pascua judía, quiere
que a un preso se le libere
en señal de pasatiempo;
Pilatos pide entre Barrabás y Jesús, que se decante
creyendo que, al nazareno, beneficiaría.

Más ¡hete aquí! que fracasa,
que el pueblo entero reclama
a Barrabás tal favor;
haciendo un guiño al destino
quien, jugando a ser adivino,
cometió un grave error;
haciendo de una proclama
cual llama forma la brasa.

Siguiendo, pues, el consejo
de su esposa y mantenerse a resguardo,
Pilatos hace un gesto ambiguo
y las manos se lava,
consciente de que esto agrava,
el odio ya desde antiguo
que se tiene a este gallardo
hombre, hecho ahora ya un viejo.

Y, una vez más, lo azotan
y es entregado a la masa
que vocifera cargante:
¡matar al reo enjuiciado!
¡matarlo crucificado!
y ante ese desplante
se quita, de manera lasa,
a los que en el patio explotan.

Salió de Jerusalén la comitiva,
camino del Calvario;
Jesús, severamente castigado,
mantenía el paso a duras penas,
pues su sangre se le iba de sus venas,
y cayó bajo el peso, ya cansado,
del madero atravesado y contrario
a que Él , el Mesías, viva.

Y le exigen al Cirineo
que recoja esa cruz y él la porte
hasta el sitio reservado
para acabar con la vida del Maestro,
cual secuestro,
perfectamente diseñado,
para que recupere el norte,
una sociedad de creo y no creo.

Y dos ladrones, condenados,
acompañan a Jesús en su tragedia;
uno es Dimas, el otro Gestas
y ambos dan una distinta respuesta
ante esta última apuesta;
Gestas blasfema, lanza protestas,
Dimas, en cambio, con su vista asedia
un perdón de unos ojos ya vidriados.

Y se revuelve a mirarlos;
a implorarles perdón
por los años de una vida
transcurrida, en el pillaje
y, ahora, sin ningún bagaje,
su alma está abatida;
más, nota en su corazón,
ánimos con qué brotarlos.

¡Siete Palabras! ¡Siete!
emergerán de Mi boca,
poniendo el punto y final
a Tú designio divino,
ante el que, ahora, me inclino,
pues, no resulta trivial
el remate que me toca
cuando el desfallecer apriete.

Primera, de compasión:
"Perdónalos, Padre,
porque no saben lo que hacen".
Pronuncia esta oración
con verbo de emoción
por los que en la cruz desguacen
sus huesos y le taladre
sujeto a ése tablón.

Hacia el buen ladrón se vuelve
y le sentencia:
"Hoy estarás conmigo
en el Paraíso".
En respuesta y claro aviso
al arrepentido amigo
que, antes, le pidió clemencia;
y Cristo, en esto, lo absuelve.

"He aquí a tu hijo:
he aquí a tu madre";
dualidad de amores
filiales y maternales,
cardinales,
que mitigarán dolores,
en este general desmadre
que alguien, antes, bendijo.

"Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
Se queja el hombre que muere
escarnecido en la cruz,
cual, inmenso tragaluz
que quiere
ser agrandado,
para que entre el sol más bravío.

"Sed tengo".
Necesito agua beber,
pues los labios tumefactos,
resecos, lacios, hinchados,
no ablandan a los soldados
que, con chanzas y con actos,
me ofrecen vinagre y hiel, por placer;
y sin quejar me mantengo.

"Todo está consumado".
Miro sin ver el paisaje;
el hilo de vida escapa
por las heridas abiertas
que hacen las veces de puertas
por las que la muerte atrapa
el final de mi viaje,
después del camino andado.

"Padre, en tus manos
mi espíritu encomiendo".
Es lo último que digo,
no tengo fuerzas demás;
nunca volveré, jamás,
a poder hablar, me fatigo
como hombre, seguir siendo
uno de aquellos ancianos.

Y expiré, en lo mundano;
llegó la noche de día;
la tempestad hizo mella
en la plebe allí presente,
haciendo dudar a la gente
si, acaso, mi huella,
fuera verdadera guía
de un Dios bondadoso y cano.


Para el I Concurso Internacional de Libro de Poesía. Fernando Charry Lara, 2015. (Colombia).