viernes, 11 de marzo de 2016

Almendro


Enrevesado leño, mástil torcido,
arrugada madera, policromada,
estructura fibrosa, en frío castrada,
desvestido de hojas; en el olvido.

Tu canto afónico, miserere fluido,
llora, desconsolado, tras la nevada
y no haber dado cobijo a la pollada
que entre tus ralas ramas, tenía nido.

Pero el derroche, en pos del crecimiento,
de un Hombre equivocado y un tanto idiota
provoca en ti deseos de nacimiento.

Y exasperada, tu savia riega y brota,
con aires de victoria, y de lamento,
una hermosa flor que, al suave aire, flota.  


Para el LI Concurso Literario, La Flor del Almendro, 2016. Excmo. Ayuntamiento de la Frejeneda. (Salamanca)

La puerta del desencanto


Lo que le hizo tomar la decisión de no volver fue que, al mirarle a los ojos, compulsó con amargura que todo lo que aquella figura que espectralmente se erguía a duras penas ante ella, había representado en su vida durante los últimos veinte años, se acababa de derrumbar, hacía  apenas unos minutos, de sopetón; como una bofetada que aunque no se había llegado a producir, un simple gesto la había atravesado, como si de un fino estilete se tratara, el alma; que es, sin duda, la parte más vulnerable e íntima del ser humano.

Y sin más utilería, se envolvió en un impermeable que la salió al paso  colgado de un viejo perchero del hall y carente de  aspavientos externos, el extremado abandono que sentía no la permitía ni el menor atisbo de rebeldía física, cerró tras de sí una puerta que jamás volvería a abrir; una porción generosa de un corazón que sangraba emocionalmente, quedaba junto a aquella triste figura; encerrado para siempre en aquél piso; tras aquella puerta.

Su marcha era casi fúnebre,  desconsolada... pero digna. Habría un mañana, seguro.


Para el Segundo Concurso de Relatos Breves, Asun Casasola. Librería Oskarbi.

Palíndromos



De William a Miguel:

Ojo, amigo, nada Roma morada no gima, ojo.



De Cervantes a Shakespeare

Natas  ososas,  Aya; ¡ay!  asa;  soso Satán.



Para el VI Premio Internacional de Literatura Palindrómica Rever, 2016. Movimiento Literario Palindrómico REVER.

Un domingo


Aquella tarde de domingo bajaba a misa, bien pertrechado en mi forrado abrigo, combatiendo, en lo posible, el frío intenso que taladraba ropa y carnes como una afilada guadaña.

Un viento pavorosamente gélido se levantó, como si de galerna cantábrica se tratara. Mantener el equilibrio era un principio irreal. Misteriosamente, una esotérica bruma se deslizaba a mi alrededor enfundándome en una sensación espacial desagradable por la desorientación que me producía.

El tiempo, subjetivo, pareció pasar holgazanamente y  un denso taponamiento de oídos me sumió en un estado como anestesiado, aunque consciente de cierta realidad.

Poco a poco la avenida por la que yo transitaba y que lindaba a mi derecha con un amplio y hermoso jardín, fue redibujándose de nuevo y los contornos aparecieron con la cautela que les permitía la neblina en retirada.

Las siluetas dejaban de ser espectros y se transfiguraban en otras sobradamente reconocidas por mi cerebro; eran las de siempre; las que desde mi infancia había visto a diario durante todos los días de mi vida...

Reconocí, la amplia avenida primorosamente trazada; sus edificios, el deambular de los entonces aún  limitados vehículos; calles con el sabor de... ¡No! ¡De infancia, no!

¿Dónde había ido a parar aquél majestuoso parque? ¿Por qué lucía el sol con su más radiante resplandor? ¿Qué hacía allí la Estatua del Labrador?

¡Dios mío! Aquella ciudad ¡desde luego que la conocía! ¡Sin duda! Siete caras, las de mis amigos, me miraban atónitas.

Pero había salido de allí tres años antes...


Para el III Concurso de Micro-relatos. Ciencia Ficción. Novum. Ojos Verdes Ediciones.

Tintineo final



Le acompañaba desde la madrugada. Era un murmullo que roía sus entrañas cual martillazos golpeando su cerebro. Sensación que agravaba su trance; dramático.

Había caminado durante horas, deambulando por una ciudad que se despertaba ajena a su problema.

El mundo que le rodeaba, había huido unas horas atrás.

Transitaba por las despobladas calles con la cadencia de la persona derrotada, remarcando las campanadas  que a modo de tambor de galera romana, tozudamente horadaban su cabeza.

Sus indecisos pasos le condujeron hasta un portal desconocido. Una llamada interior le pedía que traspasara aquél umbral.

Aferró el objeto causante de su dolor de cabeza e intentó abrir aquella puerta. Los sonidos, esta vez, se asemejaron a los de una suave campanilla, casi pija, de las de pedir el té. Besó la cabecita de su hija, dormida en su regazo.

Desde el otro lado, una voz acogedora le decía ¡Buenos días!.

Lloró.


Para el I Certamen Micro-relatos, Red Mariposa. Málaga.

Será casualidad


Salí del angosto portalón de mi vivienda con un crujido de  la vieja madera no sé si como saludo al verme por primera vez esa mañana, o de esperanzadora despedida de quien está molesto con el único inquilino que inoportuna, con sus salidas y entradas, a los ya resecados tablones de su esqueleto.

Como si estuviera confabulada con el exterior, recibí de sopetón un guantazo directo no a mi mentón; sino a la mismísima boca del estómago que intentaba, desesperado, introducir la más mínima cantidad vital de aire en mis pulmones.

La dureza del espacio que me rodeaba era tal que se negaba a penetrar en mis vías respiratorias. Descubrí, por todas partes, ingentes fumarolas de las más heterogéneas procedencias, en un intento vano de ascender al espacio; derrumbándose sobre los edificios que, como sombras dantescas, se vislumbraban entre la falsa neblina.

Mi organismo se adecuó, con reticencia,  a su nuevo hábitat. Los pulmones, con recelo, se acostumbraron a ingerir menor cantidad de aire de la que requerían.

Fui a coger un autobús urbano huyendo del lugar y justo junto a él descubrí un oasis donde respirar no era una lucha. Era sencillo; aquél transporte no contaminaba.


Para el Concurso de Micro-relatos, Feliz Aire Nuevo. Empresa Municipal de Transportes de Madrid.

Buenos días, querido:


Apenas ha empezado el choque por el dominio entre la noche y el día, cuando a tientas, entre las tinieblas de la oscuridad para no despertarte me acerco hasta ti y te miro, cada amanecer, a los ojos; esos que, aún somnolientos, son tan puros que en ese despertar aletargado me devuelves la mirada pitañosa en un acto reflejo, a veces con ternura, otras con la mayor crueldad, que destapa la imagen más real de mi ser; de mi figura.

Acudo a ti, a ellos, con la esperanza de ser acogido por tu bondad y poder lamerme mis heridas en tu regazo; al resguardo de tu mirada; en la intimad; en ese espacio, seductor y misterioso, creado por nosotros y que es sólo tuyo y mío. Nuestro.

Es por tanto, querido, que esta epístola, grandilocuente término para un fulano que no aspira más que a despertar un nuevo albor, sabiendo que tú, querido amigo,  sigues estando ahí, en mi entorno, un día más; con la modesta y sencilla ilusión de volver a ver reflejada mi figura en tus hermosos ojos.

Y yo te prometo que no ha de pasar una jornada de mi vida, de nuestras vidas, en la que no acuda a ti implorando clemencia ante tu severo reflejo de mi imagen o con mi más tierna gratitud según sea la evaluación de esa copia que me reenvían tus pupilas.

Te lavaré la cara, cada día, con esmero. Lo haré con agua tibia como te gusta. Secaré las gotas tras tu baño con toallas de algodón que no laceren esa piel delicada. Conservaré tu cristal sexagenario con cremas hidratantes que hagan relucir de alegría tu cara.

Te prometo que allí estaré cada mañana, a solas contigo; en un monólogo en el que me dirás, con tu  mirada, lo rápida que la vida llega y prosigue; y me sobrevivirás, es ley de vida, y ahí permanecerás  colgado esperando a otro rostro, seguro que más joven, al que poder mirar cada día y decirle, la juventud siempre tiene ventaja, cuán hermoso está cuando te mira...

Recuerda, por favor, a esos otros ojos que te acompañaron siempre, durante décadas, frente a ti; frente al espejo.


Para el I Certamen Literario de Cartas de Amor, Ciudad de San Roque. Red de Bibliotecas de San Roque. (Cádiz).

Partícula de vida



Una condensación de agua en la atmósfera forma una nube compuesta por millones de gotas. Diferentes circunstancias provocan que éstas se precipiten hacia la tierra ¡Llueve!

Esa partícula circula, presurosa, por el suelo y, en su camino, se encuentra a otras que se aúnan y dan paso a un  manantial, arroyo, riachuelo, río; a veces se estanca y forma lagunas o lagos; pero sigue adelante camino del mar, su meta transitoria. Allí se evaporará por los efectos de los rayos de sol y volverá a los cielos, cumpliendo un ciclo interminable. Parece aburrido ¿verdad?

Ha regado el camino de vida.


Para el II Concurso de Micro-relatos Fundación Aquae.

Adela



La había conocido años atrás, durante un veraneo en la costa Cántabra. Junto a su marido e hijos pronto se entabló amistad entre ambas familias.

Era una mujer sencilla, agradable, típica de un pueblo de Castilla, noble y...habladora; muy habladora. Lo que no la restaba ni un ápice de una extremada bondad que, al menos en mi familia, prendió hasta el tuétano de nuestros huesos.

Pasaron los años; muchos y sin embargo, resultaron ser pocos; siempre lo resultan así cuando nuestros mayores ejercen de eso: de mayores. Por mucho que disfrutemos largamente de su presencia, invariablemente nos parecerá que ha sido poca cuando se nos van.
Y, Adela, se nos fue en vida; que si se me permite, es la manera más cruel de irse. Está pero como si no está. Era ella, pero sin poder oír sus continuas y divertidas historias de pueblo y de niñez; que ella mantenía frescas en una prodigiosa cabeza.

Vivía muy cerca de mi trabajo; y una de sus hijas, además, trabajaba en la misma empresa que yo.  Me contaba la desdicha que suponía tener a una persona que sabía quién eras, pero no te ubicaba. Sonreía al verte porque, seguramente en su interior, entendía que tenía que hacerlo. Parecía una sonrisa exenta de espíritu; aunque a mí siempre me pareció que llena de la misma bondad que  permanentemente me había proyectado.

Una noche de un postrer invierno, volvía a casa después de trabajar y me encontré a madre e hija, dando un paseo. Una seña me hizo comprender que sería inútil que la saludara como lo había hecho durante muchos años, pues no reconocía a casi nadie.

La conversación se circunscribió a los términos del trabajo con ciertas alusiones sobre el estado de salud de Adela. Esta no me quitaba la vista de encima.

Una referencia a no sé qué tema, hizo que su hija le preguntara si sabía quién era yo.

Con la naturalidad de quien había estado oyendo toda la conversación, aunque sin participar en ella, y con un tono de extrañeza por la pregunta, respondió vehementemente: ¡Cómo no lo voy a saber, César!

Y una chispa se encendió, unos instantes, en sus ojos antes del siguiente mutismo; y otras saltaron a los ojos de dulce mirada de su hija...y a los míos que reconocieron a la Adela de un verano de unos cuantos años atrás, en la playa con su pamela en ristre, poniéndonos al día de los acontecimientos sociales de la villa.


Para el II Certamen Literario de AFAM.  Ayuntamiento de Mijas. (Málaga)

Huír inútil



Corrí a ciegas horadando las tinieblas de la noche con el único afán de escabullirme de aquella sombra que me acosaba sin desmayo. Me daba la sensación que cada vez se hacía más pequeño el camino que nos separaba.

Unos instantes antes, acaba de presenciar unas masacre. Y me habían pillado observando la escena. En un santiamén  una de aquellas figuras salió en mi persecución. No podían consentir que viviera algún testigo de lo acontecido.

La fatiga, ya insoportable, me hizo abandonarme a mi suerte y volverme hacia mi perseguidor; no con el ánimo de enfrentarme a él, sino aceptando un destino fatal. La sombra debía estar envuelta en la oscuridad de la noche absoluta, presta a asestar su golpe de gracia. La oscuridad era completa. Esperé, tenso, mi final.

La luna, por un instante, salió de su escondrijo algodonoso y proyectó su haz plateado sobre mi entorno. La sombra no estaba allí o, al menos, no se la divisaba. Hice un ligero movimiento mientras forzaba a mis ojos intentando percibir en la velada oscuridad de la noche. Entonces, un movimiento acompasado al mío surgió de entre mis piernas intentando placarme; di un salto y seguí corriendo...aquella sombra no me cogería.


Para el Concurso de Micro-relatos de Terror. Librerío de la Plata. Sabadell. (Barcelona)

Noche de Paz




Amanecía. Las tinieblas desaparecían lentamente, con pereza; dispuestas a fatigar desde el principio a los albores de la mañana.  Presagiaba calor. Un calor que se agradecía pues las noches eran frías.

Sentado apoyado en un agujero en la tierra yerma, bebía un sorbo generoso de su cantimplora y carraspeaba para quitarse de la garganta el sabor del último pitillo y la sequedad producida por el polvo y el humo.

Las últimas dos horas habían sido tranquilas. Abrió una lata y engulló el jamón cocido de la  misma con la urgencia de quien sabe que comer es algo indispensable pero en lo que no se puede perder tiempo saboreándolo. Otro sorbo de agua. Encendió otro pitillo, no sabía cuántos habían caído esa noche de vela y en el vaso de la cantimplora derramó una buena cantidad de café sólo que, con imaginación, aún podía pasar por estar templado.

Una estrella fugaz salió del cercano horizonte hacia él. La contempló con la ilusión del niño que mira la estrella del Belén. Sólo que aquella cometa de cola roja no danzaba a merced de los vientos, ni pertenecía a la especie de las que, por las noches veraniegas, acostumbraba a ver tumbado en los prados de su pueblo costero, mientras de fondo las olas rompían contra la arena...

Su cabeza tardó unos segundos en volver a una realidad de la que unos pocos segundos se había ausentado. Siguió la estela y comprobó, unos instantes después, los regalos de los que iba cargada. Una fuerte explosión sacudió, incluso en la distancia, todo lo que le rodeaba y comprobó que a lo lejos, unos Reyes Magos misteriosos habían dejado carbón a la gente que tenían como objetivo.

Horror, otra vez, en una retaguardia que no merecía ese nombre. Ellos eran los que, casi siempre, caían primero; y, ni tan siquiera, se les dejaba la posibilidad de defenderse. Eran los manoseados "daños colaterales" en las estadísticas. Eran, en realidad, los verdaderos objetivos del odio y la sinrazón.

Unos pasos, le pusieron alerta. La pisada firme y unas palabras predeterminadas, le tranquilizaron inmediatamente. Se acurrucó a su lado y le ofreció el enésimo cigarrillo. Estuvieron un rato en silencio. Después charlaron, casi en una monotonía diaria, de dejar de fumar. Los dos no lo eran hasta que llegaron allí.

El teniente charló animadamente y le acompañó durante una hora.  Al final, cuando se despedía, recordó el otro motivo de su visita además de supervisar los puestos de guardia. Y le tendió un pequeño paquete que le habían enviado desde casa. Una casa en el confín del mundo. Lo cogió entre sus manos y se emocionó tanto que ni contestó al saludo de su superior. Ni se enteró de su ida. No oyó las últimas palabras que le dedicaba: ¡Feliz Navidad, soldado!
Acariciaba el paquete, sin desenvolver, como un tesoro. No sólo es que no se atreviera a abrirlo, sino que, además no era el momento apropiado para hacerlo. Sin duda al teniente le había servido de escusa para charlar un rato.

Una voz desde un puesto de otro vigía cercano, le alertó de movimiento. Clareaba, pero la luz se mantenía en el límite con las sombras. Tensó su cuerpo y se puso a la escucha. Estaba en lo cierto su colega. Algo se movía; dada la ausencia casi total de animales por la zona, lo natural es que fueran personas. Y venían de frente, hacía su zona.

Unas ráfagas y deflagraciones corroboraron la sospecha y en unos segundos se encontraba disparando hacia sombras imaginarias  entre las matas bajas del desierto.

Los disparos de los atacantes, seguramente tan alocados como los suyos por mor de la suave oscuridad, tuvieron éxito. Un punzante dolor le atravesó el muslo que ardía de una manera insoportable. Le habían herido. Sudoroso, por la tensa situación y por su propio orgullo, preparó un torniquete y, camuflando la luz de su linterna de campaña, inspeccionó someramente la herida. Parecía que la bala había pasado sesgada; no revestía, salvo que se tardara mucho tiempo en evacuarle, peligro.

No le dio tiempo a coger su arma. Una luz potente frente a sus ojos le impedía ver algo que no fuera sólo el foco cegador. En un inglés entendible, una voz le daba el ¡Alto! y le decía que le estaba apuntando.

Dada la fama de aquellos supuestos soldados, comprendió que nunca vería el contenido de aquél paquete y una rabia le sacudió sus adentros al pensar la posibilidad de que el contenido del mismo pasara a ser propiedad de aquel tipo.

El hombre se acercó, poco a poco, siempre apuntándole con arma y linterna a los ojos. Mentalmente adivinaba la silueta del punto del infrarrojo dibujado en su arrugada frente. El enemigo se agachó y comprobó la gravedad de la herida.

En inglés ayudado por señas, le ofreció tabaco. Aceptó. Aspiró la primera bocanada de aquél postrer pitillo y se dio cuenta de que aquello no era tabaco. Al menos, pensó, cuando llegue será más dulce el momento.

Pero un ¡adiós! en un castellano perezoso, le sacó de sus pensamientos; y unas palabras que parecían fuera de contexto dichas por aquella persona, terminaron por dejarle totalmente confundido mientras su boca, automáticamente, le contestaba con el mismo saludo: ¡Feliz Navidad, también!

Una sombra se desvaneció tras un montículo cercano. El firmamento estaba cada vez más azul. Era Navidad. Otra estela anaranjada recorría un trazado de muerte... Él había tenido suerte. 


Para el IV Concurso de Relatos Navideños, El Búscolu, Navidad. (Asturias)

Idilio Otoñal


Vienes cuando quieres y te vas cuando decides. Acaricias mi rostro con ternura, con la fuerza que, poco a poco, pierdes en tu lucha contra la distancia. Pero no te dejas vencer fácilmente; combates con firmeza sabiendo que perderás la pelea, pero me prestas parte de tu escaso tiempo, para darme el tibio soplo de calor que mi cuerpo, en el otoño de su vida, necesita con urgencia.

Te despides, cada día, con un ¡hasta mañana! que no sabes si podrás cumplir y yo te miro y te contesto con un ¡hasta luego! pensando si podré acudir a la cita.



Para el I Concurso de Micro-Relatos, Sol de Otoño. Mar&Sol.

Aprendiz de trovador



1.- "Te miro porque eres mía"


Te miro porque eres mía
y aquél o aquella
que te ven bella,
me hacen mella
y te espía
para quedar en la vía,
a espaldas de mi huella.

Así empieza la vía
dolorosa,
vergonzosa,
de tanta etapa celosa:
"porque eres mía"
y mía, no es ni la fosa
en la que mi alma se hundía.

No sirve la cobardía
posterior, lerda, andrajosa,
de librarse de la losa,
quitándose y... a otra cosa;
hecha ya la villanía
afronta la deshonrosa,
felonía.

Pero hay que  evitar la avería;
hay que decir al mocoso o mocosa
que es cuestión ignominiosa
mandar sobre alguna cosa
que tiene su propia valía
y que habla la misma prosa
que la mía.

Acabar con cosa impía
suena a una frase famosa;
cavemos pues una fosa
que sepulte esta agonía.



2 - "Trovar"

 Entumecida, la mano
emborrona un pliego
al que, mi ego,
intenta, en vano,
cubrir un expediente
que está pendiente;
pues, lector hermano,
ya seas abad o lego,
rimar es difícil juego;
es como un nudo gordiano,
para este mortal humano.


3 - “Sosiego Dos

Tranquilo pasa el tiempo
ralentizado,
omiso a la prestancia,
sin relevancia,
de algo matizado,
sin cuento.

Así es la vida lenta,
la de la Patria interna,
despensa majestuosa
y esplendorosa,
de una nación eterna
que se fragmenta.


4 - "Pequeña rosa"

Pequeña, humilde y color salmón,
así quiso el Destino que salieras
de una mata espinosa
¡qué suerte la de la rosa!
si no tuviera espinas,
haría que las tuvieras
para envidia de las mimbreras
que cuelgan de ese balcón.


5 - "Caminito"

Zapatillas pintadas,
de danzarina,
quizá de funambulista,
posáis aferradas
de forma idealista
a unos pies seguros
que. aunque sin red,
pisan fuerte, con ley,
a merced
de un estrecho paso
sobre el vacío
que es un desafío
en el espacio
como es: el Caminito del Rey.



6 - "Amanecida"

Desde la ventana
se espera a que el astro sol
olvide su timidez,
para alegrar la vejez,
con notas en si bemol
a quien desea un mañana.


7 - "Rosa vecina"

Altiva te elevas
con afán de enseñar,
de anunciar a todo el mundo,
ese color rotundo
que luces al desplegar
tus libreas,
azafranadas,
pajizas por mor de un gen
que se esconde en tu interior;
es pues, un falso pudor
pues al desdoblarte, ven
esas ávidas miradas
lo que guardabas profundo
creyendo que sólo tú
tendrías la inmensa suerte
de, en la luna, abstraerte
y hacerte un rendibú
narcisista  y nauseabundo.

Por suerte, consideraste
tu posición primigenia
y dejaste a la hermosura
posar en esa postura
que muestras, sin pedir venia,
lo que al madurar, lograste.



8 - "Bocanada"

De humo, bocanada
al cielo
que una isobara graciosa
dibujó en el lienzo azul
como de gasa o de tul
con maestría jocosa,
o simple velo.
Pictórica balada.


9 - "Tanka"

Suena y repica,
borbotea contenta
o anda lenta
la serpiente acuosa
pasa, majestuosa.



10 - "Cinco Haiku de Otoño"

Manto tintado,
estera de otoño,
cuadro acabado.

Hojas dispersas
coloreadas de ocre,
bañan el campo.

Troncos desnudos
sin pudor en sus almas
que yerguen juntos.

Anhelos idos,
bañados por los vientos,
urdís caminos.

Y, peregrinos,
venís a meta fría:
el invierno.



Para el Premio de Literatura, Creatividad Internacional. (EE.UU.)