Me paré. Por un extraño
sortilegio, me encontraba de pie y un tanto aturdido, frente al que debía de
ser mi coche; aunque en mi memoria, no lo recordaba con ese aspecto.
Hice ademán de abrir la puerta y
en mi cerebro sonaron unas palabras , con sabor a metálico, dándome la
bienvenida.
Me sacudí entero ¡Alguien me
había hablado! ¡Y, sin embargo, estaba sólo! Me costó un buen rato salir de mi
asombro. Quizá me sacó de él otra frase que me transfirió mi cerebro: ¡Buenos
días! ¿Dónde siempre?
Ahora sí que me cercioré,
plenamente, de que aquél vehículo, mi coche, se comunicaba conmigo
telepáticamente. Me aposenté en el asiento del copiloto. Era el único que se
podía ocupar. El del piloto, simplemente, no existía.
Sudaba; no era para menos. Creía
haberme levantado como cualquier mañana de mi ordenada y un tanto rutinaria
vida y me encontraba subido a mi supuesto coche y conducido por alguien o algo
a quien no lograba divisar, por mucho que me esforzaba ¡Qué menos que sudar!
La conducción era impecable
dentro de aquella organizada marea de clones de mi "utilitario". Una
conducción suave y que podría haber sido placentera, si mis nervios lo hubieran
permitido.
A lo largo del trayecto reconocí
prácticamente, a la mayor parte de los edificios situados a ambos lados de las
calles por las que transitábamos; pero algo los hacía parecer distintos; algo
con sabor a nuevo que, mis sentidos también rutinarios, no habían percibido
hasta esa mañana. Aunque los edificios fueran los mismos.
Noté cierta escasez de árboles
alineados, como en los paseos de los bulevares; aquí, se presentaban en
pequeñas porciones rectangulares diseminadas a determinados intervalos
exactos. Era, sin duda, como si se
hubiera estudiado la necesidad de tener un área ajardinada o de pequeño bosque
por cada metro cuadrado de "ciudad". Observé que, cada una de estas
áreas, se auto regulaba la cantidad de agua o sol según su propia necesidad. En
un área llovía profusamente y en la siguiente, a dos o tres centenares de
metros de distancia, lucía el sol más espléndido.
A mi cabeza la costaba digerir y
procesar la mayor parte de las imágenes que mi vista percibía y, sin embargo,
notaba que, dentro de mí, se extendía cierta calma y placidez, al unísono; algo
de todo aquello, parecía estar encastrado en el diario de mi monótono día a
día.
La cita, a la que me transportaba
mi "locuaz" automóvil, no era un, más o menos, suntuoso y moderno
despacho.
Paró despacio, controladamente,
en un pequeño aparcamiento y, me despidió con un lacónico "llegamos".
Miré por mi ventanilla y distinguí un local que se asemejaba a una
"cafetería" al uso y juego de los locales y edificios que la
rodeaban. Me bajé ante la invitación de mi interlocutor rodante y recorrí la
veintena de pasos que me separaban de su automática puerta de entrada.
La estancia, un tanto anodina, se
asemejaba al tipo de decoración de la que gozaban muchos locales de los años
sesenta y setenta; a base de aceros inoxidables de diferentes texturas; era la
vanguardia de "lo moderno"; o más bien de "lo futuro".
Pero había algo que marcaba la
diferencia con aquellos otros bares y cafeterías de la época; la ausencia, en
ésta, de camareros o camareras que atendieran al ,por otra parte, escaso
público, que se disponía, a esas horas, a desayunar.
En una "máquina"
situada sobre el lado derecho del lugar, lejanamente, pariente del tradicional
mostrador, se leía, en una retahíla de botones alargados, la infinidad de
variantes de infusiones que se ofrecían para su degustación; y, compaginadas,
por otra máquina adjunta, con otro buen número de alimentos sólidos con los que
acompañar a la bebida escogida.
Era difícil, por la poca
afluencia de gente que había en el local; pero al darme la vuelta para
acercarme con mi café cortado hacia una de las mesas apartadas junto
a unas grandes cristaleras con mirada al exterior, mi cuerpo, chocó con
cierta violencia, contra otro, claramente femenino, que no sólo no derramó mi
café por todas partes, sino que, la improvisación del momento, dio con los
cuerpos de ambos en el suelo.
¡Qué golpe! Instintivamente, me
llevé la mano a la frente, que dolía con rabia, y, enseguida, descubrí un
fenomenal bulto que pugnaba por salir en medio de ella.
Me di cuenta, también, de la
oscuridad, tenebrosa y negra azabache, en la que estaba sumido.
A mi lado yacía un cuerpo... en
el suelo. En camisón; yo, medio desnudo. Alargué mi brazo, en plena confusión.
Distinguí unos números color
rojo: las cuatro y diez... ¡Me había caído de la cama!
El cuerpo femenino, estaba allí...
lo agarré con fuerza y la abracé, despertándola poco a poco... otra vez volvía
a estar en los años sesenta...
Presentado al Certamen Literariode La Ciudad Soñada, 2014. INNOVAL Clúster y la Editorial Babylon.