Había
nacido de una puesta que, antinaturalmente, tuvo lugar en aguas muy frías,
próximas a un torrente en las montañas leonesas.
Fue
la casualidad de que en esa primavera se diera un deshielo temprano lo que
produjo que esas aguas bajaran más frías y animaran a la carpita a abandonar su
pequeño meandro y se pusiera en camino.
Tuvo
que nadar entre pedruscos y fuertes desniveles de agua que la zarandeaban con
violencia y ponían a prueba su diminuta, aún, capacidad de nadar; pero la sola
idea de permanecer aterida en las aguas de esas cimas, la daban la suficiente
energía para seguir adelante.
Debía
además cuidarse y mucho de los tritones y salamandras que patrullaban, sin
descanso y ávidos de alimento, aquellas aguas claras y cristalinas.
Tras
días de incansable esfuerzo sorteando las rápidas corrientes de agua, poco a
poco comprobó que la fisonomía del medio se había ido tranquilizando; ya no era
tan veloz, la vegetación que crecía en las orillas era más abundante; habían desaparecido
los monstruos con cabeza y patas que, a veces, la perseguían; aunque la
situación, lejos de mejorar, se complicaba más pues sus depredadores eran más
en número y en tamaño.
La
carpita procuraba alimentarse a hurtadillas, con sigilo, comiendo los brotes
tiernos de algas y plantas del lecho fluvial. Prácticamente, pasaba
desapercibida.
Era
un día soleado y las aguas, aún demasiado frías, cuando se remansaban formaban
lagunas en las que la temperatura resultaba muy agradable; esto permitía gozar
de cierto calor a la carpita quien disfrutaba comiendo y, al sol, recuperar las
energías gastadas durante la jornada.
Se
encontraba ensimismada saboreando un brote tierno de una junquera, cuando, de
pronto, se encontró , de frente, a otro pececito que no conocía. Se sobresaltó
y nadó rápido para esconderse detrás de una piedra del fondo..
Creyendo
haber despistado a tal aparición, se asomó con cuidado, oteando el panorama
cercano. Fue, entonces, cuando escuchó detrás suyo:
-
"No te asuste, carpita, solo quiero ser tu amiga".
Al
darse la vuelta, comprobó que la que la hablaba era, más o menos, de su misma
edad y que sus grandes ojos saltones traslucían, al menos, la misma capacidad
de sorpresa y curiosidad que sentía ella..
No
habían pasado un par de minutos cuando se perseguían, la una a la otra, entre
las retorcidas raíces de la vegetación y los troncos y piedras del fondo del
cauce.
Exhaustas
por los juegos, se acercaron a la orilla y , jadeando aún, la carpita preguntó
a su nueva compañera:
-
"¿Por qué nadas tan deprisa? ¿Quién eres?"
La
amiguita, contestó:
-
" Soy una trucha. Soy muy rápida y mi vida transcurre entre estas piedras
y cañaverales de este tramo del río, alimentándome y jugando".
Ambas
amigas, bajo el calor del sol, dormitaron un buen rato. Cuando la carpita
despertó, pudo comprobar que su compañera había desaparecido; la llamó.... pero
no obtuvo respuesta.
Con
tristeza se puso otra vez en marcha; la velocidad de la vía de agua por la que
circulaba, se reducía progresivamente a medida que nadaba y nadaba y a la vez,
se daba cuenta de que , a intervalos irregulares, el agua recibía más caudal
mezclado de tintes ocres, marrones e incluso negruzcos, dependiendo de la
procedencia de esas aguas.
Llegó
un momento en el que un torbellino la llevó hasta un río más ancho y profundo,
a la vez que más lento.. Las orillas no se divisaban por el denso color marrón
de la corriente. Para buscar comida
tenía, forzosamente, que nadar, casi a ciegas, hasta la orilla; lugar poco
recomendado, pues allí se solían apostar las cigüeñas, dispuestas a comerse lo
que se moviera a su alrededor.
Todo
el periplo viajero venía por la creencia generalizada en su diminuta colonia de
hermanas, de que existía, muy lejos, un
lugar llamado Mar, en el que las carpitas, como ella, se convertían en pequeños
luceros dorados que se podían contemplar en lo alto del firmamento.
Estaba
ensimismada evocando estas habladurías de sus hermanas, cuando una gran tromba
de agua, proveniente de una importante acequia de riego, se abalanzó sobre ella
llevándola, dando tumbos, durante un rato, que a la carpita, la pareció una
eternidad.
Cuando,
al fin, se repuso del susto y de la paliza recibida por tanto zarandeo, intentó
buscar una salida al lugar en el que se encontraba... el pánico se apoderó de
ella... había ido a parar a una charca que se había formado, en la ribera del
río, tras aquella súbita corriente de
agua.
Se
encontraba llena de gran cantidad de ramas y hojarasca que, además, la impedían
nadar con facilidad. Corría el riesgo de que, si el sol calentaba demasiado su
diminuta laguna, podría morir por axfisia.
No
sabía cuánto tiempo había pasado, cuando un gran terremoto producido en su
balsa, la proyectó fuera del agua...ahora no había remedio... la pobre carpita,
sin duda, moriría.
Se
sintió, primero apresada... no se podía mover; para después encontrarse
encerrada en un minúsculo habitáculo con escasa cantidad de agua. Pasado un
buen rato, "algo" la soltó en un recipiente con abundante agua y
mucha luz.... tanta que tuvo que tuvo que pasar un tiempo acostumbrando a sus
pequeños ojos.
Cuando,
por fin, se acomodó a tal claridad, se quedó paralizada; había diez grandes
ojos, sin duda pertenecientes a enormes monstruos no conocibles para ella,
observándola. No podía esconderse, no sabía qué hacer. Al final, los monstruos
se fueron...
De
pronto, otros dos ojos , rasgados, asomaron por la bocana de su prisión;
estaban rodeados de pelo y grandes bigotes, parecidos a los de los grandes
barbos por su largura y tuvo miedo, mucho miedo.
Sin
embargo, aquél engendro, la dijo:
-
"Hola, soy una gatita, pero no temas, no te voy a comer".
Poco
a poco se la fue pasando el pavor a la carpita, y, balbuciendo, contestó:
-
"Dónde...dónde...estoy?
La
gatita la contó lo sucedido:
-
"Esta mañana, uno de los chicos, metió un palo en una de las charcas de la
ribera del río y al tirar de él, entre ramajes, saltaste tú; te recogió en una
lata y te trajo a esta casa; por cierto, me llamo Pizca.
-
"Y, además, ya te han puesto nombre... te llamas Pirillo".
Y
así es como una gata y una carpa fueron entablando amistad día a día. Todas las
mañana, la gatita se asomaba a dar los buenos días a su amiga; con una pata y
bebía un sorbito de aquella agua... la carpita se la acercaba hasta casi
rozarla los labios...
Así
es como se enteró, por boca de la gatita, que una carpa nunca podría llegar al
Mar, pues moriría en sus aguas; y que los luceros que se veían en el cielo ,
las noches despejadas, no eran carpitas, sino... estrellas...algo de humanos...
La
carpita y la gata fueron felices durante años; compartiendo esa felicidad, a su
vez, con los miembros de aquella
familia.
Y
colorín, colorado...cuento o realidad...
Presentado al 6º Concurso de Cuentos Asociación Unión Cultural Zona Sur UDCSur, 2014. Valladolid.