martes, 31 de marzo de 2015

Cornetas



Sonidos de agonía se escuchan por las calles,
de cualquier ciudad, pueblo o aldea
no es preciso estar en Galilea
para captar por montes o por valles
que la música emitida con sordina
presagia el dolor de un Nazareno
camino de un Gólgota obsceno
en injusticia, humana y divina.

Se acercan esos sones destemplados
de ritmo y de amor hacia un reo,
al que el mismo Pilatos tras aseo
de sus manos, regala a sus soldados
en partida de ajedrez de una cantina
jugada en la tierra; más Divina,
que una simple disputa sibilina
ofrecida entre rabinos judíos y romanos.

Ya han llegado, se detienen
Jesús recae bajo un peso  inhumano
y Dios también le deja de su mano
como todos; parecen que se abstienen
de ayudar en su lenta agonía
al rey de reyes, horas antes aclamado,
después herido y maltratado
camino de "su cruz" junto a María.

Abandonan los clarines y timbales
sus místicas melodías triunfalistas
queriendo con ello sus artistas
agrandar sin sus tonos los bozales
del gentío, antes fiero, ahora mudo
cuando Cristo expira ¡ay, mortales!
tras el velo tenebroso, frío y rudo.




Presentado al  I Certamen Literario de Poesía y Relato Corto de la Cofradía del Nazareno.  Real Cofradía y Hermandad Franciscana de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de los Dolores.

Primeros pasos



Nací en Castilla, la Vieja, la mesetaria, cuyo raso eleva al cielo por igual bendiciones y exabruptos por su clima. Y eso marca; no por encima de nadie, sino distinto de los demás; ni mejores ni peores; pero con nuestras propias particularidades. Dicen que somos sobrios, serios, como nuestros campos... y fieles. A todo cuyo valor comprendamos que es intrínseco a nuestra forma y manera de ser.
Y mi familia, por entero, pertenecía y los que vamos quedando seguimos, a una cofradía de la singular Semana Santa de esta tierra, Valladolid. Sin comparaciones. Cada cual lleva en su alma, la que siente y nadie es más o menos por el tipo de "celebración procesional" que le guste. Lo natural y siempre respetando lo de los demás, es que a mí me guste lo mío más; o, dicho de otra manera, que lo del resto también me gusta...pero lo que siento al oír las marchas de cornetas y tambores, tan específicas de esta Semana Santa y escuchar el silencio del entorno es lo que más me emociona.
Y di mis primeros pasos procesionales con cinco años y la firme promesa a mi tío, Hermano Mayor de la Cofradía, de que no pediría que me cogieran en brazos; pues estaba totalmente prohibido.
Como mandaban los cánones de la época, fui de monaguillo; en esta tierra lo de llevar hábito sin capirote estaba reservado para los muchachos mayores; era un signo de pre pubertad que te hacía grande ante los más pequeños. No me dieron ni el consabido cirio para socorrer a los cofrades a los que se les apagaban sus velas; frecuente en zona fría y ventisquera sobre todo cuando la Semana de Pasión caía en marzo.
El hilo hace un ovillo, indefectiblemente. No me rendí, en el sentido postural de la palabra; no pedí socorro; aunque según me contaron después debí de dormir muy "a gustito" esa noche de Jueves a Viernes Santo.
Y fue el comienzo de una eterna amistad; me "hizo" cofrade de facto la propia Procesión. Me enganchó, como te enganchaban entonces, por amor a una Cofradía, tiempos posteriores tremendos, nos hicieron vivir la época del figurón, al menos por estas tierras; el que se pasaba media procesión sin capirote dando órdenes a diestro y siniestro para que se viera quien era el que mandaba... cuando los que realmente trabajaban , todo el año, por y para la Cofradía, salían ya de la iglesia mimetizados bajo un capuchón igualitario, para todo el mundo.

Ya hace años que no salgo. Lo dejé un poco por desidia; más tarde mis facultades físicas me lo ponen casi imposible. Mis hijos sí lo hacen. Y, cada Jueves Santo a las seis de la tarde arrían el Cristo de la Preciosa Sangre para que pueda pasar por el portalón de la iglesia, semi tumbado, bajo los acordes del Himno Nacional, es inevitable, que una lágrima no se escurra  queriendo reivindicar y recordar a los que ya no están y veía en esas fechas a mi alrededor; y, cómo no, con la nostalgia de aquél inexperto monaguillo que desde aquellos torpes primeros pasos comenzó a amar, sin tapujos a su querida Cofradía.



Presentado al I Certamen Literario de Poesía y Relato Corto de la Cofradía del Nazareno.  Real Cofradía y Hermandad Franciscana de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de los Dolores.

lunes, 30 de marzo de 2015

¿Ingenuidad?



No sabía lo que había pasado. No lograba recordar absolutamente nada. Era consciente de que se encontraba atado sobre una especie de camilla tumbado y bajo un molesto y sofocante haz de luz que le impedía abrir los ojos para intentar ver lo que sucedía a su alrededor.
Bajaron, quien fuera, un poco la fuerza de aquel faro; lo suficiente como para que una vez que su vista se pudo adecuar un poco a la nueva situación, lograra atisbar un par de bultos movientes que no parecían humanos, observándole.
Uno de ellos, le hablaba; mejor dicho, sentía que le hablaba, pero en su cara no se notaba ningún rasgo de ella en movimiento que la delatara. Y sin embargo, el oía voces, inteligibles, dentro de su cabeza. Al cabo de unos instantes de incertidumbre se dio cuenta de que se ponía en contacto con él telepáticamente.
No había castigo físico, salvo naturalmente, el descomunal foco que había tenido hasta hacía unos momentos sobre sus ojos. Pero notaba una presión, muy intensa, en el interior de su cabeza, en las sienes.
Poco a poco, fue serenándose; con una tranquilidad falsa, fingida, ésa que nuestro organismo derrama sobre todo nuestro cuerpo y que resulta ser una protección que nos impide sufrir mucho más de un límite..
Una batería de preguntas eran recibidas, constantemente, en el centro neurálgico informativo de su cerebro; en el tálamo; y, éste, contestaba automáticamente; casi saltándose las órdenes previas que debería de recibir para acometer tal acción; era como si, el tálamo, hubiera recibido un chute de pentotal; como si no tuviera reacción de resistencia.
Mientras tomaba consciencia de estas "conversaciones", se percató de que se había quedado a solas, en aquella especie de habitación, con su interlocutor; la segunda figura había desaparecido.
Con el paso de los minutos se había ido relajando. La situación estaba lejos de poder ser controlada; pero a la vez que se entrevistaba con aquella sombra, la luz estaba dispuesta tras ella, notaba como si un analgésico actuara , a la par, en su organismo. Como si estuviera sedado.
¿Estaba prisionero? En ese preciso instante, tuvo la certeza de que no lo estaba. En algún momento, había sido liberado de sus ligaduras y...levantado de aquella camilla... ¿Pero cuándo? No tenía consciencia de haber vivido esa circunstancia.
La realidad, del momento, le decía que se encontraba sentado frente a una silueta con cierta similitud a la humana y que le hacía preguntas al más puro estilo de un interrogatorios, aunque sin violencia.
¿Realmente le hacía preguntas?  Le costó un rato comprender que él no contestaba; lo que hacía aquél ser era extraer las respuestas desde su propio intelecto.
No pudo decir el tiempo que dedicó su "interlocutor" a sonsacarle la información que él consideró oportuna. Tampoco recordó ninguno de los temas sobre los que se le  interrogó; pero sí que hubo un punto de inflexión en su investigación y es en el momento que empezó a ser consciente de lo que él le pregunta y, vía telepática, le contestaba o, para ser más exactos, le extraía.
El tiempo esa etapa transcurrida por nuestra sensibilidad externa, según Kant, se le había convertido en algo inmensurable; se le había escapado de las manos y de la consciencia durante el rato que mantuvo aquella "entrevista" con aquellos seres...quienes fueran.
Y en esa diatriba interna se encontraba enfrascado, cuando se percató de que se había quedado, en aquella inhóspita habitación, completamente sólo. Notaba la ausencia total de cualquier ser ajeno a sí mismo.
Permaneció sentado; aunque percibió que muy cerca de su espalda tenía una pared. Alargo, a tientas, su mano buscando la posibilidad, no sin mucha convicción, de encontrar un interruptor que pudiera aportarle algo de luz en el más amplio sentido de la palabra.
Y lo encontró. Lo pulsó y, con gran asombro, descubrió que la angosta y rara habitación que  hacía unos momentos, no sabía cuántos, así se le había presentado, no era más que la del Hotel que , la noche anterior, había reservado para la Convención Anual de Ufología.
Sudoroso se acercó a la ventana de aquél amanecer , ya cálido de junio. Miró al cielo que tantas veces había observado y vio como un objeto describía una órbita rápida dejando un atisbo de estela tras de sí.

Se le heló la sangre. La razón, rápida para explicar lo no explicable, le comunicó que, simplemente, acababa de presenciar un avistamiento de una estrella fugaz.


Presentado al I Certamen de Relato Corto de Ciencia Ficción Literatron. Editorial “elelectrobardo.com”.

Había luna


Y era llena; lo que me permitía escribirte a escondidas en pleno campo, a la salida del pueblo, fuera de las miradas de los curiosos o especuladores que alertaran a tu padre de nuestra relación.
Me sentía un ladrón de poca monta, intentando robarte el corazón con mi escrito, a sabiendas de que ese pedazo de ti, ya le tenía en mi poder desde hacía tiempo. Con todo, la situación, la luna, la oscuridad, el silencio de la noche veraniega, el riesgo, aportaban su generosa cantidad de romanticismo que hacía que lo que te expresaba, resultaran llamaradas abrasadoras al escribirte un sentido "te quiero".

Siempre supe que no te llegaría aquella carta. Aún la guardo, arrugada, vieja como mi vida, en un recoveco de mi desgastada cartera.


Presentado al I Concurso de Microrrelatos titulado A la luz de la luna. Carpa de Sueños.

Ciclo


La tierra en sus entrañas, creó el fuego, fuente de vida  para que la superficie se llenara de plantas que sirvieran de sustento natural  a una cadena alimentaria de vida.
El aire avivó la avidez del dominio del fuego propagándole por la tierra.
Cuándo éste,  indómito,  atravesó el umbral de la superficie el agua tuvo que aplacar su ardor apagando las brasa que había ido desperdigando en su afán de dominio exterminador.

La Tierra, en su cordura,  retornó el equilibrio natural establecido.



Presentado al IV Concurso de Microrrelatos Fuego, Aire, Agua y Tierra. Letrasconarte. Editado en la Antología: "Fuego, Aire, Agua y Tierra"


viernes, 27 de marzo de 2015

Diálogo




Me miras y me preguntas,
te miro y te  respondo,
no hablamos,
dialogamos
con el brillar de pupilas,
sibilinas,
desde lo hondo,
de nuestras almas conjuntas.



Presentado al I Certamen de Poesía Poetas de habla Hispana. Creatividad Literaria.   (Letras con espada). Editado en Antología.






Acasos del Destino



Todo depende de nosotros mismos en nuestras vidas, salvo los acasos del destino que pueden hacer variar nuestras expectativas.


Presentado al  Concurso Aforismos. Talento Comunicación. Recogido en el libro "Tus Letras"


Bohemio vagabundo


Era un otoño  de cualquier año tirando a cálido; todo lo cálido que puede ser el de la Meseta Castellana. Anochecía. Anselmo, caminaba entre matojos de pequeña altura  intentando acomodar sus ojos a aquél atardecer cobrizo buscando una pequeña arboleda o, simplemente, un conjunto de arbustos que le ofrecieran cierta protección para asentar su "campamento" y poder pasar la noche al abrigos.
Tuvo que caminar un rato largo más, hasta divisar el comienzo de un declive, pequeño, pero suficiente para albergar un buen número de arbustos medianamente altos y entrelazados; y no tardó mucho en descubrir un pequeño calvero que le permitió asentarse en él. No era muy grande, pero le permitía estar perfectamente echado sin dejar los pies fuera del "recinto".
Llevaba una deteriorada mochila, recogida, hacía tiempo, de un contenedor de basura en una ciudad. Era grande. Cuando la diosa Fortuna le sonreía y podía cargarla a tope, maldecía permanentemente su éxito, pues llegaba a pesar mucho la condenada. Anselmo, no era viejo; aunque él ya dudaba de su propia edad y las fuerzas ya no eran las que había disfrutado en su juventud. Pero era una persona de buen talante y sobrellevaba su situación incluso alegremente.
Sacó unas pinzas para la ropa que guardaba como oro en paño y con él "sobre techo" de una tienda de campaña que en cierta ocasión le regalaron, comenzó a construir su madriguera para esa noche; o las que fueran; porque el tiempo era una unidad relativa para Anselmo. Generalmente no planificaba nada y dejaba, en cierto modo, las cosas a su libre albedrío.
Conservaba, además,  la varilla metálica del techo de la tienda; cómoda por que se plegaba y siempre preparaba sus refugios al través del espacio donde acampaba; de tal suerte que uno de los lados del viento de su techo, era la entrada. El motivo era simplemente adecuar su cobijo al medio natural y, de esta manera, conseguía atar la varilla entre los dos laterales de arbustos con lo que remataba la caída de aguas  con pinzas a la altura que le apetecía; más o menos alto, dependiendo del sitio elegido. Completaba, la caída lateral de su alojamiento, con tiras de plástico de más un metro de anchura que disponía sobre la ramas de aquél interior y a las que conseguía, a fuerza de chascar sus puntas, dar cierta homogeneidad y así, "envolverlas", con lo que lograba, con la ayuda inestimable de sus pinzas, dar confortabilidad a su espacio y que los fríos no entraran a terreno conquistado.
Llevaba unas latas de la última inspección a las traseras de un supermercado, que le ocasionaron gran sorpresa al encontrarlas, pues no es un producto de los llamados perecederos; por lo que él, en sus elucubraciones, tenía todo el tiempo del mundo para hacerlas, llegó a la conclusión de que algún amigo de lo ajeno había sido sorprendido en plena fechoría y en su precipitación las había abandonado en una papelera junto a los contenedores.  Había "pillado" dos de sardinas y otras dos de calamares; todo un botín que le serviría para momentos como en el que se encontraba. En el raso mesetario de Castilla.
Anselmo era hombre de recursos. Sabía y disfrutaba pensando cómo aprovecharlos mejor. Todos los conocimientos adquiridos en su "anterior vida", como le gustaba nombrar a la época en la que había trabajado y bien, los usaba, ahora, en cualquier situación. Guardaba lo básico; pero lo que él consideraba necesario para su acometer diario.
Y le gustaba comer caliente; sobre todo cuando el frío ya se empezaba a manifestar, aunque fuera de manera tímida, por lo que dispuso un pequeño fuego fuera de su campamento, pero a metro y medio; lo suficientemente cerca para poder ser controlado, sin gran esfuerzo, desde el portal de su alojamiento. Le bastó colocar una piedra con cierta altura para que, metida en el interior de la fogata, sirviera para calentar aquella latilla de calamares en su tinta..
¡Le supieron buenísimos! Conservaba un mendrugo de pan del día anterior, éste comprado "cristianamente", que le sirvió para convertir casi en un ágape aquella sencilla cena. Pero era feliz.
Terminó de cenar con un buen sorbo de agua de su cantimplora y comenzó el ritual de su lavado peculiar de boca que consistía en elegir un palito lo más fino posible y utilizarlo, concienzudamente,  a modo de mondadientes. Una vez completado su aseo, extraía su vieja armónica, única compañera de viaje a lo largo de sus "dos vidas" y dedicaba un buen rato a deleitar a la noche con las canciones, más o menos modernas, que se le ocurrieran y que sus pulmones, lengua y boca, consiguieran arrebatar a aquél instrumento; casi siempre acordes al estado de ánimo del momento, como es natural.
No tenía grandes altibajos de forma de ser con lo que sus melodías, generalmente, se intercalaban dentro de los más variados estilos musicales, pudiendo hacer sonar una polka inmediatamente después de una canción melódica de los setenta o una más atrevida de John Mayall. Daba igual; y a sus escondidos oyentes, que los había, parecía que les daba igualmente lo mismo; al menos hasta ahora, nunca se han quejado.
Al rato, se embozaba en sus dos mantas, elevaba sus ojos al cielo y por toda oración le lanzaba un guiño al infinito. Se dormía rápidamente. Roncaba desde su juventud y, el presumía, de que sus ronquidos eran los ahuyentadores más ecológico para mantener lejos a las alimañas.
Despertaba al alba. Era madrugador. Si no disponía de un arroyo cercano, se contentaba con lavarse la cara y los dientes; éstos frotándoles copiosamente, con sus dedos; había veces que hacía sangrar las encías. Y desayunaba. Tenía por costumbre de tomar café con leche o sin ella si la provisión se había terminado. Conservaba una pequeña cafetera italiana de dos tazas de su "otra vida" y del café procuraba abastecerse en el primer supermercado que encontraba, si el bolsillo, en ese instante,  se lo permitía; si estaba en las inmediaciones de un pueblo y si pertenecía a la planicie de la Meseta que él mas recorría, no había quien no le invitara a café o a cualquier otra comida, según la hora del día que fuera.
Se dispuso a tomar su café matutino mientras pensaba qué dirección era la más adecuada para acercarse a la población más próxima, con el fin de avituallarse de algunos elementos que necesitaba. Había estado en ese pueblo un buen número de veces y sus gentes eran muy hospitalarias y no veían mal a un extraño deambular por sus calles. Tomó un segundo sorbo y oyó el sonido reconocible del motor de un cuatro por cuatro que se aceraba a lo lejos; sonrió y se dispuso a volver a rellenar la cafetera para otras dos tazas. Casi estaba terminando de salir el café, cuando el vehículo se paró a quince metros. Bajaron dos personas, que Anselmo inmediatamente reconoció y les sonrió. Eran un cabo y un número de la Guardia Civil, con los que había compartido más de un desayuno, e, incluso, comidas y cenas.
Tenían por costumbre, cuando sabían por las gentes que estaba Anselmo por los alrededores ir a hacerle una visita y saber si necesitaba algún tipo de asistencia. Y de paso, tomarse un café muy bien mezclado y hecho y oír las innumerables historias que aquél vagabundo conocía. Les hacía pasar un rato muy agradable.
Se despedían pero para poco tiempo; pues lo primero que hacía cuando llegaba a una localidad era presentarse en el cuartel de la Guardia Civil o en el Ayuntamiento y enseñar su carnet de identidad; ¿era una reminiscencia de su vida anterior?. Seguramente formaba parte de la filosofía de vida de Anselmo; una forma de presentarse en sociedad a esa población; él pensaba que presentaba sus cartas credenciales como un embajador de la paz.
Al cabo de diez  o doce minutos de camino, comenzó a ver las primeras casas del pueblo. De adobe; del adobe de Castilla. Algunas tenían medio derruidos sus corralones; necesitaban un buen remozado urgente; pero eso mismo les daba carácter de más auténticas. Nada más sobrepasar las casas, se dio de bruces con la coqueta plaza, hogar de toda la pequeña comunidad que formaba aquél municipio. Y era inevitable que las miradas, aunque sólo fuera por un instante, se depositaran en él. A continuación, una vez reconocida la figura del "extraño", cada uno de los moradores de la plaza seguían, tras algún ligero saludo, con la conversación  que mantuvieran instantes antes.
Correspondió a su rutina visitando el Cuartel y, "una vez en regla", se dirigió hacia la tienda que hacía las veces de supermercado. Se pertrechó de café, una bolsita pequeña  de sal, jabón, otra bolsita con media docena de cuchillas de afeitar de las desechables, que el exprimía al máximo, y unas tomates frescos, una cebolla, una hogaza de pan y varios sobres de sopas de diferentes sabores. Pagó, religiosamente, y se encaminó en dirección al bar.
No estaba lejos; en treinta pasos le había alcanzado. Naturalmente se encontraba ubicado, como no podía ser menos, en aquella misma plaza.
En el momento de coger el pomo manoseado de la puerta, el pequeño carrillón del reloj del ayuntamiento, comenzó a dar las doce. Mediodía. ¡Se le había pasado casi la mañana en un santiamén! Terminó de abrir la puerta y entro en el establecimiento. Había media docena de vecinos. Le miraron y le saludaron con un ¡Buenos días! coral, al que él les correspondió con otro; aunque, en su fuero, interno le hubiera gustado contestar , "buenas tardes"; pero ya se sabe que en esta España, cuesta dar las  buenas tardes hasta que uno no está convencido de tener la barriga llena. Se acomodó en un banquetín de la barra y pidió un cortado; después contestó a dos o tres frases "de las hechas" al camarero.
Tres de los tertulianos discutían sobre caza; unos defendían la posibilidad de salir aquél sábado y el tercero era partidario de dejarlo para el siguiente; poco a poco le fueron metiendo en la conversación, y, aunque Anselmo no era cazador, de tanto frecuentar pueblos y sus bares y haber escuchado miles de conversaciones sobre el tema, había llegado a adquirir ciertos conocimientos, y sobre todo, porque en su permanente exposición a la intemperie, le había dado la oportunidad de observar a muchos animales de campo. Al principio sólo intuía una sombra, un movimiento, un ligero chasquido, un aleteo; pero con la experiencia y la cautela con la que solía caminar, le gustaba escuchar el silencio no mudo de la naturaleza, le hizo casi invisible para muchos animalillos y él gozaba viéndolos en sus camas, nidos o escondrijos.
Se echó encima la hora de comer, hacia las dos hizo intención de despedirse del grupo de cazadores; pero lejos de dejarlo marchar,  los tres insistieron en que les acompañara a comer pues tenían una perola de caldereta de patatas con liebre que había sobrado de la cena de la "Cofradía" de la noche anterior y que había que ir para "rematarla". Y con ellos se fue. Comió copiosamente, en contra de su norma, y bebió, con cierta generosidad, el buen vino de la zona que le ofrecieron. La conversación discurrió, en armonía,  por todos los temas posibles, menos dos  que, la "Peña", prohibía taxativamente; no se podía hablar ni de mujeres ni de política. "Sabia decisión", pensó Anselmo para sus adentros.
Se hizo casi de noche. Anselmo era consciente de que en una hora, más o menos, no tendría luz suficiente para montar sus campamento; por mucho que ya tuviera claro en su cabeza, pues conocía el lugar, dónde iba a pasar la noche.
Se despidió pero uno de ellos le atajó y bajo ningún concepto permitió que se marchara.
Le ofreció una habitación en una casa que tenía a las afueras del pueblo; esto es a unos cuarenta o cincuenta metros de donde estaban, dadas las dimensiones de la  localidad  y tras varios tiras y aflojas, con la ayuda inestimable de los otros dos paisanos, le terminaron de convencer  y los cuatro se encaminaron hasta el que iba a ser su hogar aquella noche.
La casa era molinera. No estaba, ni mucho menos, en ruinas , sino en desuso, por lo que había algo de polvo y nada más.  Se entraba, prácticamente, a la cocina directamente, aunque parte de ella podía hacer las veces de distribuidor, en cuyo otro extremo había una puerta que daba a una sola habitación. Dormitorio pertrechado para cualquier eventualidad.
Se despidieron los tres vecinos deseándole buenas noches y ante la observación que les hizo Anselmo de dónde dejar, al día siguiente, la llave de la casa o dónde llevarla, el dueño, le respondió que tan fácil como dejarla puesta en el ojo de la cerradura. La cara de Anselmo debió de hablar por su boca, pues el interlocutor le dijo: "tranquilo, aquí nos fiamos de todos. Somos vecinos y nunca ha faltado nada a nadie". Y apostilló. "llévate un par de longanizas de las que están colgadas al fondo de la cocina; de las de la derecha que están curadas, para el camino. Ve con Dios y hasta la próxima"
Se marcharon y quedó sólo. Descubrió un lujo. El dormitorio, modesto, escondía una puerta que al abrirla exhibió un sucinto aseo, con ducha; lo que a Anselmo le hizo dar un respingo de gusto, pues empezaban los fríos y había que aprovechar cualquier oportunidad de un aseo más profundo; es decir, el que hubiera sido normal en su "anterior vida".
Decidió hacer una ensalada de tomate y cebolla para la cena, era una de sus platos favoritos y ése  mediodía se había alimentado bien; pero un recuerdo evocador de una humeante sopa, casi lujurioso, seductor, le convenció para prepararla en ese mismo instante. Abrió una de las porciones y la preparó. Se tomó una  ración considerable y el sobrante lo reservó en una taza. Sería el "primer plato" de su desayuno, antes del irremplazable café. Luego se terminó la ensalada y comenzó un concienzudo aseo. Se lavó bien y dejó la ducha para la mañana siguiente.
La cama era bastante antigua, niquelada y daba la impresión de tener sobre sus somieres muchas noches de trabajo; pero era cómoda. Se estaba confortable. Por primera vez en bastante tiempo, degustaba las sensaciones de dormir bajo un techo...de teja, no de lona.
Recordó en el peregrinar por su cuenta, de su memoria, la jornada que estaba a punto de terminar. La hospitalidad, casi ya perdida en todos los sitios, de las gentes de ese pueblo. La naturalidad con la que había sido tratado; el vivir, nada complicado, de aquellas gentes de aquél paraje enclavado en una Meseta esteparia, árida, de hombres rudos en consonancia con su clima y, no por ello, dejar de ser hospitalarios, nobles, generosos...
¡Cuánto tenían que aprender en las grandes ciudades de estas gentes!
Se quedó dormido.
Amaneció el día diez minutos más tarde que Anselmo. Estaba dándose una inacabable ducha purificadora; como si con ella quisiera arrastrar los últimos vestigios que le quedaran del hombre que fue en la vida anterior.

Terminó la sopa; bebió un café sólo recién hecho, recogió sus bártulos y echó una última ojeada rápida para comprobar que la casa quedaba como se la habían dejado. Satisfecho con la inspección, salió a las tibias luces de un nuevo día de aquél otoño cálido. Puso la llave en la cerradura y cerró la puerta tras de sí. Caminó sin volverse. Primero despacio y poco a poco fue cogiendo el ritmo normal de su marcha, Se alejó. ¿Volvería alguna vez?


Presentado al V Certamen de Relatos La Plaza del Bar. Asociación cultural ABADES 

Lo que nadie ve ¿no existe?


Resulta que ya hace años que aparecieron programas de cierto corte novedoso y sobre todo atrevido que herían los sentimientos de la inmensa mayoría de los entonces entrevistados; y sobre todo, de cada perro pichichi que te encontrabas por la calle, trabajo. etc.
Nadie los veía. Ante la pregunta tonta, pero oportuna, de: ¿y cómo lo sabes? la respuesta sonaba al ra-ta-ta  de una metralleta y te replicaban con la ya famosa y socorrida de: "...haciendo zapping una noche, lo vi un momento..."
Es sabido que "La 2" de TVE la ven cuatro; media docena en los ratos que emite documentales de la fauna salvaje.
Existe una doble moral en muchos casos de la vida. Y en esta cuestión es, quizá, donde más se dé y se note.
Los sondeos demoscópicos y de "share", castellanizándolo cuota de pantalla, englobándolos como zarandajas y creyendo más o menos en ellas; pues soy de los que pienso que se puede y se hace manipular, al final dan resultados; y éstos nos dicen, con claridad meridiana, que en ésta España, no sé si en otra, los ven  "... desde la princesa altiva, a la que pesca en ruin barca..."; frase, evidentemente, que no es mía. Está escrita por  José Zorrilla en su famoso Don Juan Tenorio.
Puestas así las cosas, nos escandalizamos con esa moral de puertas para afuera; con la moral "oficial"; la de la foto; la "inmoral", por falsa. Pero no solemos faltar a la cita de tal o cual programa , o todos, de éste índole.
Las televisión que, como proyección del propio ser humano que la construye y difunde, usa, y abusa,  exactamente igual de esa doble moral; y, en función de los grupos editoriales de los que se nutre, se rasga las vestiduras ante los hechos de tal o cual político o personaje público, haciendo la vista gorda de éste o aquél tertuliano "amigo de la casa" por ese poco y mal llamado sentido ético de la honradez profesional.
Los programas o, globalizándolo, este tipo de hacer televisión en sí no es ni bueno ni malo. Depende sólo del hecho de que estén bien o mal realizados..
Independientemente, respeto a quien no quiera verlos por principios; los que sean; pero que no los vean de verdad.
Y como cualquier cosa en la vida, tiene su lado bueno y su lado malo. Siempre dual. Puede que, algunos de ellos, de los programas, nos muestren esa cruda realidad de nuestros propios actos humanos y prefiramos no saberlo; o, simplemente,  que no nos gusta que nos retuerzan nuestras conciencias.
Programas "basura"; pues depende. Desde luego que "haberlos, haylos"; pero no por eso hay que etiquetarlos a todos bajo ese paraguas.

En cualquier caso, recomiendo ser leales, dentro de nuestra imperfección, a nosotros mismos y, cuando digamos "ese programa no lo veo", sea de verdad.



Presentado a la Convocatoria Antología Relatos Teleirrealidad facebook.com/teleirrealidades.

viernes, 20 de marzo de 2015

¿Inteligencia, virtual?


No sabía lo que había pasado. No lograba recordar absolutamente nada. Era consciente de que se encontraba atado sobre una especie de camilla tumbado y bajo un molesto y sofocante haz de luz, tipo quirófano, que me impedía abrir los ojos para intentar ver lo que sucedía a su alrededor.
Bajaron, quienes fueran, un poco la fuerza de aquél poderoso faro; lo suficiente como para que una vez que su vista se pudo adecuar  u poco a la nueva situación, lograra atisbar un par de bultos semovientes, que no parecían humanos, observándolo.
Uno de ellos le hablaba; mejor dicho, sentía que le hablaba; pero en su rostro no se notaba ningún rasgo de movimiento que delatara tal acción. Y, sin embargo, él oía voces; inteligibles, dentro de su cabeza.  Al cabo de unos instantes de incertidumbre y un total abatimiento, se dio cuenta de que se ponía en contacto con él, telepáticamente.
Por un momento, la escena le recordó aquellas tantas veces vistas en las películas policíacas, en blanco y negro, de su juventud.
No había castigo físico a diferencia de los celuloides, salvo naturalmente, el descomunal foco que había tenido hasta hacía escasos momentos sobre sus ojos. Pero notaba una presión, muy intensa, en el interior de su cabeza; en la sienes.
Poco a poco fue serenándose; con una tranquilidad falsa, fingida; ésa que nuestro organismo expande sobre todo nuestra cuerpo y que resulta ser una protección que nos impide sufrir más allá de un punto antes de sobrepasar un límite.
Una batería de preguntas eran recibidas, constantemente, en el centro neurálgico informativo de su cerebro, en el tálamo; y , éste, contestaba automáticamente; casi saltándose las órdenes previas que debería de recibir para acometer tal acción...la de contestar; era como si, el tálamo, hubiera recibido un chute de pentotal; como si no tuviera poder de reacción, de resistencia; como si hubiera sido abandonado a su suerte...
Mientras tomaba consciencia de estas "conversaciones" exprimidas de su cerebro, se percató de que de que le había dejado a solas. En ese momento era el único morador humano de aquella especie de habitación frente a una sola figura fantasmagórica. La otra, había desaparecido...pero ¿por dónde?. Daba la impresión de haberse volatilizado en un instante.
Con el paso de lo que para él parecieron minutos, se fue tranquilizando; la situación estaba lejos de poder ser controlada, pero mientras que se "entrevistaba" con aquella sombra, la luz estaba dispuesta tras ella, notaba como si un analgésico actuara, a la par, en su organismo. Una especie de sedante.
¿Estaría prisionero?. No acababa de de terminar de preguntarse su situación, cuando en ese mismo instante tuvo la certeza de que no lo estaba. En algún momento, había sido liberado de sus ligaduras y...levantado de aquella camilla... ¿pero cuándo?.  No tenía ningún tipo de consciencia de haber vivido esa circunstancia
La realidad del momento, le decía que se encontraba sentado frente a una silueta con cierta similitud a la humana y que le hacía preguntas como si fuera un interrogatorio.
Pero ¿le hacía las preguntas, realmente? Le costó un rato comprender que no necesitaba contestar verbalmente; lo que realmente hacía aquél ser era extraer sus respuestas del interior de su intelecto.
No pudo decir el tiempo que dedicó su interlocutor a sonsacarle la información que consideró oportuna. Tampoco logró recordar ninguno de los temas sobre los que le preguntó. Una ficticia esponja borraba de su memoria tras cada respuesta extraída. Pero sí que hubo un punto de inflexión durante su interrogatorio y es el momento en el que él empezó a ser consciente de que lo que se le preguntaba y él, vía telepática, le contestaba, en realidad era información absorbida por aquél ente. No era una información intercambiada, sino robada.
Y "su mundo", por un momento, se vino abajo; ¿qué podía hacer él frente a unas mente tan desarrolladas, capaces de entrar en el interior de su cabeza y extraerle, sin dolor, como si de un "picho" informático se tratara, la información que desearan de él? Era como hacer una copia de aquél disco duro humano y borrar los ficheros que los interesaran; quedándose con la información que realmente les resultara útil.
Y él, o lo que hasta, al menos, el momento, que no recordaba, que había sido secuestrado por aquellos dos seres extraños, paranormales, resultaba ser el Jefe de Información de los Asuntos Extraterrestres de la Agencia Europea Espacial.
¿Hasta dónde habría "contado"?. No lo podía precisar. No recordaba nada de los "hablado".
Poco a poco, como neblina norteña, se fue disipando la oscuridad reinante del lugar en el que se encontraba, dando paso a una semi penumbra que le permitió ir tomando conciencia de dónde podía estar y más al empezar a distinguir esbozos e bultos y de muebles que iban apareciendo, poco a poco, ante él.
De pronto, supo que estaba en la habitación del hotel que unos días atrás su secretaria le había reservado para asistir a la Conferencia Intercontinental de la Agencias Espaciales de los distintos continentes.

Un sudor denso y frío recorrió todo su cuerpo...


Presentado a la I Edición de  de Concurso de Relatos Cortos H.P. LOVECRAFT. Festival La Mano, a través de la Asociación Cultural Cine Invisible en colaboración con las Mediatecas de Alcobendas. (Madrid).

El General Invierno



Triunfante en muchos hitos de La Historia
cada año batalla unos meses
y, sometido al hemisferio fronterizo
su reinado  más o menos huidizo
llega a cumplir los vitales intereses
que el Destino le reserva a su gloria.

Y henchido de arrojo y de hidalguía
comienza sus briosos escarceos
derrotando al otoño, ya cansado,
de ulular con el viento cercenado
de arrastrar hojas muertas, en flirteos
de amor con disfonía.

Y vence en la batalla, estaba escrito,
en el libro de bitácora ancestral,
y unos meses, coronado zar,
abre sus fríos de par en par
con intenciones dobles sin igual
y calmar a la tierra su apetito.

Es un ciclo denostado
y sin embargo crucial
regenerando la tierra
ésta, la que nos aferra
de una manera brutal,
por mucho que hayamos bregado.

Más La Historia, se repite
sin perdón, sin compasión,
el combatiente, allá altivo,
pronto será ya un cautivo
de otro dueño, otra estación,
que cada año, repite.



Presentado al VIII Concurso de Poemas Temáticos Red Social de Poesía. "EL INVIERNO". Soypoeta.com