miércoles, 24 de junio de 2015

Diecinueve pulgadas


Suficientes para que un ser humano tenga una ventana al  mundo exterior desde su habitación sea o no hospitalaria; diecinueve pulgadas, medida que sirve a un individuo a no perder el ritmo de la vida, por un artilugio demoníaco, según nuestros antepasados, que le permite conocer el mismo suceso a la vez que otro sujeto, con más salud,  y que lo esté viviendo "in situ".

Marcan la diferencia entre vivir o vegetar al compás de la bondad del amigo que te venga a referir las últimas novedades; siempre después de lo que te han contado ya esas valiosísimas, diecinueve pulgadas...


Para el I Concurso de Micro-relatos Una Ventana al Mundo. Roto-Frank.

Taberna medieval


El guantelete permanecía sobre la mesa de la cantina de una aldea medieval atiborrada de malintencionados, pendientes de un gesto del matón local para apropiarse de la bolsa del viajante que hubiera venido a dar con sus huesos  a aquél antro de pulgas para apaciguar su sed física o la otra; esa que se lleva en el interior y que no tiene colma por mucho mal vino del que te hinches.
Los ojos del viajero controlaban el movimiento del local; intentando prevenir, algún "mal trago".
Esto lo llevó a entrecruzar su mirada con otra, inquisitoria, que le preguntaba en silencio, si estaría dispuesto a arriesgarse por su bolsa.

El brabucón buscó el pomo de su espada; un gesto de reto estudiado. Tuvo réplica inmediata; dejó pausadamente su jarra avinagrada sobre el tablón de madera pegajosa, mientras El Cid, mantenía firme la mirada de aquellos ojos huraños. Fue suficiente.


Para la II Edición del Concurso de Micro-relatos de Tema Histórico. Biblioteca Plaça d’Europa de L’Hospitalet de Llobregat, con la colaboración de Viena Edicions, Nórdica Libros, la asociación Rvbicon y el Servei de Biblioteques-CePSE. L’Hospitalet de Llobregat. (Barcelona).

El tiempo


Sentado en una desapacible tarde de mayo, en el pequeño jardín que rodea mi casa, escribo, con la obligación de matar el tiempo, en un afán de cubrir unas horas, o un rato, que me sirva, a la vez para tal fin y, de paso, que la historia que plasme en este folio agradecido que me presta desinteresadamente su blancura virginal, para que este aprendiz de todo y especialista emborronador de hojas, pueda al menos inmiscuirse de tal forma en lo que narra, o lo intenta, y que sirva para haber pasado un rato un poco más entretenido de su existencia.
Y a la postre es eso; intentar escribir cada segundo en la vida de una manera caligráfica o no, lo suficientemente como para que el tiempo, ese que tanto añoramos cuando no lo tenemos, sea algo baladí que no ha ocupado lugar en esos instantes llenos por las historias que surgen de nuestras cabezas; en un único propósito de disfrutar tanto de él que, cuando ha pasado, resulta que lo echamos de menos.
Incongruencias del ser humano. Cuando podemos contabilizar el tiempo y realmente darnos cuenta de que lo "vivimos", suele ser porque lo que hacemos, ciertamente, es aburrirnos.
Entonces inventamos historias. Todos, sin excepción, que nos llevan, con más o menos arte, a conseguir haber vivido ese lapsus que dura, sin haberlo saboreado realmente, el momento; pues, mientras concebíamos y planeábamos la idea en el trozo de papel inmaculado, el tiempo se esfumaba a la par.
¿Qué hacer ante tal desafío? Se trata de saborear el tiempo que empleamos en realizar unos trazos en una hoja intentando, con mayor o menor acierto, y eso lo solemos conocer como talento, que pase el tiempo rápido y productivo; y resulta que cuando llegas al final de lo que has querido plasmar, tienes la sensación de que ese tiempo invertido en no aburrirte... se ha desaprovechado; pues ha pasado ya...

¡Ay, Kant! La que liaste al intentar explicar lo que era el tiempo; cuando, en realidad, el tiempo para cada cual, es lo que es; es una cosa distinta...


Para el I Certamen de Micro-relatos Javier Tomeo. Asociación Literaria Poiesis y Compromiso y Cultura. Alcañiz. (Teruel).

Cuestión de respirar


Y es que el aparatito es conocido. Es un respirador que insufla aire a las personas que, por algún motivo, y  estando vivos, necesitan ayuda, de forma muda, a que el aire penetre sin soniquete por donde debe.
Y ahí está la Ciencia, con su paciencia; la de los muchachotes con nuevos brotes, de investigar. Son savia nueva que al cielo eleva, aspiraciones , sus ilusiones y con estudios y muchas pruebas, con electrones y mediciones, hacen que el aparatito que se le pone al impaciente que es un paciente, mediante estudios, no sea toda la noche, a troche y moche, ¡cuánto derroche!; sino que se sea un rato o un ratito y en su casita, cómodamente, en su camita, donde el pobre paciente, nada indolente, reciba el aire de la montaña, o brisa marina, ¡qué fino hila!, el de la bata blanca que se apaña con un cuartito, o sala grande, laboratorio o auditorio, en el que hacer sus prácticas con gran tesón, logrando, poco a poco con sus estudios, no sólo mejorar las condiciones, que son razones, de un pobre hombre; sino que a la vez, mejora el rendimiento, y esto es un portento en cuanto al peculio y más si es de todos como es lo público.
Conviene pues, por tanto, medir con mucho tiento, no sólo el "alimento" de la persona que necesita ese "aroma" que le mete en el cuerpo toda esa goma; sino que hay otra parte, con su importancia, y es que no sea caro, si es posible, la circunstancia; y así, estudian modos,  como sabelotodo, esos científicos casi siempre proscritos, por unas leyes casi siempre dictadas para ser recortadas en caso de desdichas inversionistas; y, como siempre, la pagan los de abajo, en este caso lo más posible es que sean pensionistas y los colegas que investigan el aparato y que están fritos por el delito de que les gusta el microscopio, lo toman como suyo, lo hacen propio, e investigan que además de ser bueno para el paciente, salga lo más barata, la maquinita, a todo el Ente.
Pues no está nada mal, que la gente cabal, arrime el hombro de esta manera, pero me asombro de la manera artera que se utilizan estos estudios cuando la fiebre austera recorre el claustro universitario y recortan gastos en algo primordial, pero que luce poco de cara al mandatario ministerial. Y engordan más el paro con personas baratas en su jornal sin mirar adelante, el muy tunante, como si no le importara más que su paso por ese mundo politiquero, sin dejar asentadas unas bases en las que la investigación sea el entronque más importante de esta nación.

A pesar de esta gente, nuestros expertos, consiguen ser maestros y...por no estar despiertos los gobernantes, emigran a otros páramos donde hay vacantes.


Para el Concurso Inspiraciencia. Barcelona.

martes, 23 de junio de 2015

Otra ciudad

Llueve, la gran ciudad
pequeña en estos fines,
resguarda a los sujetos en sus cines,
cual cobijo de mera caridad;
y es que es casualidad
que unas lluvias ruines
nos den estos trajines
haciéndonos "vaciad"
nuestros jardines
por cuatro gotas de verdad,
que, lejos de pasear por los confines
de foresta mollar, contaminad
nuestros botines,
haciendo a un lado, pensad,
aquellos meros festines
consistentes en brincad
por los charcos saltarines

de una escasa vecindad.


Para el IX Concurso de Poemas Temáticos Red Social de Poesía: "Lueve". Red Social de Poesía. Soypoeta.com.

De cartón


Acurrucados en sí mismos, aplastados, viajaban los libretos y partituras de aquél ánima en pena que, por los pueblos y aldeas y por poco más de una ración de puchero del día, cambiaba su cascada voz, cuando podía, por algo que llevar, a ser posible caliente, a su estómago.
De pueblo en pueblo y al amparo de festejos, ya fueran estivales o de invierno, caminaba la mayor parte del tiempo sopesando de mano en mano una maleta de cartón permeable por el paso de los años ; y encinchada para que resguardara en sus entrañas las escasas pertenencias de su portador y dueño.
Con cada vez menos sitio para la ropa, hacía que los manuscritos de los folletos y viejos recortes de periódicos de aquello que fue y que no volvería a ser, le sirvieran aún como pequeños reclamos ante las concejalías de cultura de turno; que, más bien por caridad que por caché, aceptaban una velada de otro tiempo a cambio de una sopa caliente; siempre caliente aún en el propio estío. Es como si quisiera mantener intactas las fuerzas defensoras de su organismo en un alerta permanente ante los futuros fríos invernales.
Y en el interior de la maleta, con el recalcitrante traqueteo de su andar ya cansino, los papeles y bocetos de canciones terminaban por mezclarse cual si de una bacanal romana Flavia se tratara.
De tal guisa que, llegado a una población o simple albergue en el que se le permitiera al resguardo de una noche, lo primero que hacía erra intentar ordenar aquellos escritos. Algunos inacabados; la mayoría. Otros faltos de música; los más cuatro líneas rimadas al borroso compás de una botella de mal vino.
Y en el maltrecho útero de aquella maleta deslucida por los fracasos de su dueño, parecía de noche, traspasar como susurros, melodías entremezcladas de vivarachas milongas queriendo sacar a bailar al retozado y pausado tango, lánguido y serio, en una disputa amigable y sublime de quienes han compartido muchas horas de fracaso y frustración. Melodía sólo audible para quien tuviera la sensibilidad suficiente para oírla con el corazón.
Y si la milonga, rápida, provocaba al tango a medio escribir en la cuartilla de al lado, éste, lamigoso y sosegado con cierto aire perezoso, se dejaba llevar por aquellos pasos alegres y joviales que lo hacían, sin duda, rememorar los tiempos en los que las luces de las bambalinas lo hacía brillar con luz propia; pero la voz que antaño lo cantara, ahora rota por los años y por una vida que nada lo ayudó, solamente era capaz de arrancar aquellos sonidos como solía en el ascético retiro de un recodo de un camino o de un monte olvidado; sólo audible para aun auditorio alado que, maravillados por lo que escuchaban, intentaban en vano adivinar qué nuevo pariente canoro había llegado a sus parajes, capaz de conseguir aquella concatenación de bellos trinos.
Concluida la improvisada  gala, más enfocada  a sus maltrechos y tristes recuerdos que a sus excepcionales espectadores, reemprendería su marcha con un andar más quedo; temeroso de tener que volver a intercambiar otros registros pasados por la criba del alcohol, por un bíblico plato de lentejas.

Aquella mañana de otoño, un viento suave  diseminó unas partituras por las estrechas callejuelas del lugar, anunciando un libreto que decía "¡Aquí suena la milonga!", adosado a otro, quizá premonitorio, que recordaba " el farolito de la calle en que nací..." y que en aquella noche, se había apagado para siempre...

Para el V Concurso de Relato Corto "La maleta del tío Paco".

Laureles


Estabais unidos
 por cordón umbilical
oculto al mundo aéreo,
entroncados, uncidos
en un hilo de palo, casi estéreo,
en el que el hado os quiso ver nacidos.
 Y una mano, grosera,
cirujana profana, ordinaria,
separó vuestras vidas eternamente
de manera impertinente,
como una reacción primaria,
como una hazaña artera.

Despegó vuestras savias
que una ley natural quiso, variable,
revolver en matraz de un gineceo,
fluidos transportados por correo
de abejas, en aljibe plegable
pegado en sus gavias.
Y tiernamente, con mimo,
se empeño el cirujano inexperto,
en sacar adelante su esbozo,
con gran gozo,
al llevar su propósito a buen puerto
y yo a la vez, pues este verso rimo.

Y poco a poco, luchando,
amamantando sus troncos
contra la adversidad
y una pizca de ansiedad
vencen los momentos broncos
del tiempo que llega helando.
Más todo llega al final
y el  ciclo que se empezó
en un vivero perdido
es hoy, que ha devenido
por la fuerza que actuó,
en dos gemelos de armonía coral.

Y estiran ambos sus ramas
con ánimo de acariciarse
y volver  a ser sólo  uno
que un novato, inoportuno,
los obligó a criarse
succionando de otras mamas.
Los exhorto, los animo,
a que mis tiernos cuidados
conseguirán arrimarlos,
curvándolos, casi forzándolos
a exhibirse entoldados,
como dispuso el Destino.


Para el XXXIV Certamen de Poesía Federico García Lorca. Centro Cultural García Lorca Asociación Andaluza.  Barcelona.

Lapsus mental


Cuando me desperté, tardé en centrar mi cabeza y me costó. El escaso haz que penetraba por el amplio ventanal cubierto de espesas cortinas, no era suficiente para descubrir a mi cerebro el lugar en el que me encontraba.
Pasaron unos largos segundos en el que mis razonamientos intentaron casar el rompecabezas que mi sesera negaba, rotundamente todo; es decir, el hecho de que estando en mi ciudad de residencia, estuviera alojado en una habitación de un hotel.
Y era evidente. Poco a poco fui aclarando mi situación. Recobré parte de la memoria en la que reconocía objetos nebulosos que me siseaban con dulzura que la noche anterior habían sido utilizados por mi; y así pude entrever una lámpara, un secreter, mis llaves sobre el mismo... una puerta entreabierta que dejaba adivinar un lujoso servicio.
Sonaron unos tímidos golpecitos en la puerta de la habitación y una voz grave, con la templanza de quien lleva diciendo esa frase mucho tiempo anunció: ¡Servicio de habitaciones, su desayuno, señor!
Me tiré de la cama con la sensación de que alguien me estaba gastando  una inocente broma; pero la sonrisa del camarero sin medias tintas a la par que decía: ¿Le he despertado, señor?  Si quiere puedo llevarme el servicio y volver más tarde...ayer me dijo que le sirviera el desayuno a las nueve en punto... me convencieron de que lo que pasaba allí no sólo era real sino que tenía toda la pinta de ser "legal".
Una ligera queja de mis estómago al llegar el aroma del café recién hecho a mi pituitaria, terminó de convencer a mi quebradiza voluntad de "laisser fait"...y di buena cuenta de aquél gentil desayuno, rozando lo pantagruélico.
Con el estómago bien pertrechado, volví al por qué de encontrarme en esa situación, de la que yo no tenía ni la más remota idea, por la que estaba en aquella lujosa habitación de hotel.

Un llamada al teléfono de la habitación, descubrió el meollo de la cuestión. Mi grupo de amigos me habían registrado y pagado una noche en ese hotel con la intención de que me despidiera de la inminente vida de un soltero; y todo salía a pedir de boca hasta que, en plena cogorza noctámbula, echaba, displicentemente a las dos muchachitas que me acompañaban hasta mi habitación ; más preocupadas en que mis lastimeros cantos, no molestaran a los vecinos de las habitaciones colindantes a la mía que en pasar una velada de sexo y orgía con aquella piltrafa humana que, a duras penas, lograban mantener de pie. Sensatamente, optaron por dejarme medio tumbado a la puerta  de mi habitación y hacer mutis por el foro en lo que resultaba ser una retirada, pero inteligentemente a tiempo.


Para el I Concurso de Micro-relatos CVB. www.clubvidabuena.es

Niñas vírgenes


En un mundo occidental
como es el nuestro,
rechazamos el secuestro
de manera visceral.
                                                            Y es normal       
pues todo hecho siniestro,
además de un padrenuestro,
hay que repudiar global.

Y eso es lo correcto,
lo bien hecho,
lo que nos causa provecho
en este mundo imperfecto.
Hay que acabar con lo infecto,
utilizando el derecho,
por esta gente maltrecho
que daña nuestro intelecto.

Duro castigo exigible
el que dar a esa miseria
que rifa en una feria
el candor de un ser sensible.
Venzamos, pues, al terrible
terror, bacteria,
que estando en  la periferia
no nos parece visible.


Para el 2º Certamen Literario de Relatos Breves y Poesía. Integra2. Fundación Integración y Solidaridad (FINSOL). Tres Cantos. (Madrid).

Hijas de una guerra. Hijas del olvido

Está ocurriendo. Es noticia que salpica nuestros telediarios. casi ya ni volvemos la vista a la pantalla cuando la oímos, como con desgana, pues a nuestros oídos ávidos de noticias bomba, les empieza a sonar a viejo y usado el hecho de que unas niñas, muchas, estén en manos de un sanguinario grupo que, supuestamente, lucha por el bien de sus compatriotas. O lo que es aún peor, por una fe, teóricamente a favor de que unas almas consigan, un día, vivir eternamente en el más allá.
Un "más allá", manoseado por "Tirios y Troyanos"; ajustado a cada necesidad socio -político-religiosa.
Y el resto del mundo, sobre todo el llamado "Occidental", se está jugando a "tres con la que saques" si bajo el amparo azul de un casco entran o no entran a por unos sanguinarios justicieros de la fe, de la suya, por no "tocar las narices" a un mundo, el islámico, que ampara, aunque sea de una manera subrepticia, todo tipo de manifestación redentora en aras de un Valhalla rico en dulces e insinuantes huríes.
Y esto es lo que nos toca. Cuando la diplomacia es imposible porque la cerrazón de unas ideas evitan toda "entente cordiale" ¿qué nos queda?
Habrá muchos que la intervención armada no la aprueben. Están en su perfecto derecho; y, desde un punto cristiano, resulta de muy difícil justificación un derramamiento de sangre.
Lo entendería si fuera un derramamiento gratuito, si se me permite la expresión. Pero al toro hay que cogerlo por los cuernos justo cuando lo tenemos delante; de nada sirve intentarlo hacer cuando no está al alcance.
Y es el momento. ¿Cuántas vidas, no sólo en el sentido literal de la palabra, hay que dejar que sacrifiquen estos cafres, para que los países "civilizados" reacciones?
Quizá el quid de la cuestión esté en la pobre renta per cápita de estos Estados. Otro gallo nos cantaría si se diera esta situación en un país gran productor de petróleo, por ejemplo.
Si con la anuencia de la mayor parte de las naciones de los cuatro puntos cardinales del planeta, se ha llegado a crear una fuerza multinacional para enfrentarse como en Fuenteovejuna o  los Tres Mosqueteros, "todos para uno"; no existe un motivo más justificado que esta carnicería no sólo física, sino por las secuelas psicológicas que en esas niñas pueden quedar de por vida, la intervención armada.
La sofisticación en este terreno, como en todos de la vida, ha llegado al punto de meter una bala en la punta de un alfiler; pues cojamos la moraleja y, sin daños colaterales que se puede lograr, derribar para siempre a quien no tiene cabida en un mundo del siglo XXI.
Y, de paso, sirve de "Aviso a navegantes". Si un Estado es soberano por no dejarse avasallar, es perfectamente extrapolable, que una conjunción de los mismos tengan las mismas prerrogativas y sirva para que ningún país, o banda armada que se auto arrogue ese título, se lo piense unas cuantas veces antes de lanzarse a cometer felonías de estos calibres.
Pero el problema sigue estando sobre un tapete manoseado por haberse jugado en él infinidad de partidas de más o menos legitimidad.
Santo Tomás, nada dudoso, explicó las tres causas que se debía de dar para que una guerra sea justa; y las enumeró: Primero la autoridad del príncipe bajo cuyo mandato se hace la guerra; segunda que sea una causa justa y, finalmente se requiere que sea recta la intención de los contendientes; es decir una intención encaminada a promover el bien y/o evitar el mal.
Si damos por más o menos acertados estos tres postulados que son los que inspiran al mundo nuestro, el occidental, no hay impedimento jurídico que pueda evitar ese tipo de conflicto armado. Existe, por supuesto, un problema de conciencia, individual, personal; pero se da por sentado el derecho universal a que el "bien común" está por encima de los intereses particulares.
Pues al tajo. Dejémonos de zarandajas. Esto es serio; está costando muchas vidas las indecisiones de las grandes potencias por no "molestar" a los que ostentan las armas e inspiran "terror". Esta vida es de los valientes, no de los insensatos, sino de los que sientes miedo y lo vencen.

¿A qué estamos esperando?¿Estaríamos de brazos cruzados si fueran nuestras hijas las que se encuentran en esa situación?


Para el 2º Certamen Literario de Relatos Breves y Poesía. Integra2. Fundación Integración y Solidaridad (FINSOL). Tres Cantos. (Madrid).



Rojo en la noche


Su mirada, fija en un punto imposible de arrancarla de él. Su cuerpo, parapléjicamente quieto, erecto, entumido, como si hubiese sufrido, repentinamente, un colapso general cual estatua de Lot.
Spencer intuía a su alrededor  pero lejanos, murmullos apagados de sonidos irreconocibles a sus oídos que, zumbonamente, revolvían su cabeza atolondrada ya por lo que acababa de pasar.
Y no supo nunca el tiempo que pudo transcurrir en ese estado. Las imágenes se le agolpaban como los antiguos celuloides en blanco y negro; grandes manchas blancas salpicaban los recuerdos de su episodio anterior como queriendo quemarlo y fundirlo para siempre en lo más recóndito de su mente.
A medida que su organismo salía de aquél estado rayando la catalepsia, iba reconociendo sensaciones que le demostraban que estaba vivo; que volvía desde algún punto que, unos pocos segundos antes aún sin ser totalmente consciente, pareciera que no iba a tener retorno.
Y la primera sensación que notó fue un fuerte sudor frío que le recorría toda la espalda. Una impresión muy desagradable que le hizo sobresaltarse en un espeluznante escalofrío, antesala de la consciencia que en los minutos siguientes iba a recobrar totalmente.
Seguía de pie, azorado, mientras recobraba, a duras penas, el vigor que antes le había abandonado.
Notó que su organismo empezaba a responder y sobre todo a comprender lo que su cabeza le dictaba y, poco a poco, logró mover brazos y piernas en lo que resultó devenir en una sensación placentera y sentir que retomaba el control de sus actos; aunque, de momento, sólo fueran los de pura mecánica.
A medida que el tiempo pasaba, eterno para lo que él hubiera querido, su estado general se entonaba. En un acto casi reflejo pasó su mano derecha por su rostro;  más queriendo eliminar visiones que le acechaban que por quitarse el pegajoso sudor que recorría su cara.
Fue entonces cuando cayó en la cuenta que su mano estaba más mojada que la cara que intentaba secar. Y cuando posó sus ojos en su extremidad la vio de un color rojo quemado, oscuro, que le volvió a sacudir su cuerpo con estrépito.
Acababa de comprender lo que había pasado aunque no sabía cuándo. Entre las tinieblas que le rodeaban, buscó con la mirada el objeto del que sus ojos no se habían podido apartar durante el rato que hubiera sido...y lo encontró. Sobre una mesa , frente a él, desafiante y tremendamente tiznado con el mismo color del de su mano.
Un cuchillo cuyo brillo de su hoja no lucía enfundado por una vaina sanguinolenta que impedía su fulgor.
Y de un sopapo no físico, recobró de golpe la razón. Rebuscó con una mirada nerviosa por los rincones nebulosos de aquél cuarto sin encontrar el bulto que recordaba que, tras una refriega, había acuchillado. Pero allí no estaba. Su cerebro no dejaba de enviarle la imagen del cuerpo muerto que había quedado tendido en el suelo de la habitación; pero había desaparecido.
Sabía, ya estaba lúcido, que alguien había entrado, por algún motivo, a matarle y que había peleado y que en un momento del lance, había notado el espasmo mortal que la hoja de su puñal provocaba al hundirse entre las costillas de aquél tipo. Luego su cuerpo salió de sí mismo y contempló la escena como si de un espectador de anfiteatro la estuviera viendo en un cine de barrio; en un plano casi cenital.
Y ahora, cuando la realidad había vencido por fin a la ficción, descubría que el cuerpo del infortunado asesino, había desaparecido del lugar de los hechos.
Algo no cuadraba en todo aquello. El sudor a borbotones, le recorría de manera descarada todo su cuerpo y esa oleada mojada con sabor a noche  de hampa de un barrio marginal neoyorquino, le agitó;  y lo hizo de tal manera que percibió un sonido zumbón que a lo lejos parecía de sirena policial que se acercaba y que devino cuando lo tubo al lado, en el chirriar monótono y estridente del despertador de su mesilla de noche.
Acababa de darse cuenta de que todo había sido una desagradable y molesta pesadilla.


Para el I Concurso de Relatos Policíacos Granada Noir. Festival Granada Noir y la editorial Palabaristas.


El Tío Leto


Jubilado hacía ya unos meses, pasaba los días revisando lo que antes eran sus tierras; ahora en manos de sus hijos que, criados a sus pechos, sabían cómo trabajarlas con la misma pericia que lo había hecho él durante sesenta años.
Las tardes, se las pasaba en la consabida partida de dominó que, alternaba, entre seis doble y blanca pito, con lecciones magistrales a los tertulianos del café sobre meteorología, siembra, cosecha y cualquier tema que atañera al campo; del que era considerado un catedrático en toda regla.
Pero el Tío Leto, conocido así en toda la comarca terra campiña  de la provincia palentina, no era un abuelo trasnochado que sólo tenía un tema como acorde de sus conversaciones; siempre había querido estar a la altura de la tecnología de cada momento en su vida; fue el primero que disfrutó de televisión en su pueblo; su padre también se interesaba por los avances científicos de las telecomunicaciones; y suyo, del tío Leto, fue el primer móvil, tipo ladrillo, que se vio por aquellos lugares.
También fue el primero en tener ordenador; y le costó Dios y ayuda, que el alcalde de turno hiciera las gestiones oportunas para llevar internet a su pueblo.
Antes de que las modernas cosechadoras provistas de GPS, recolectaran sus campos, él ya tenía a través de la red, un programa que le permitía saber qué proporción de simiente era recomendado de tal o cual cereal por hectárea de terreno.
Y no queda ahí su afición, casi juvenil, por la informática; era fácil verle picado con sus nietos en alguno de los juegos de estrategia, de "mamporros", como los llamaba él, o de deportes...
El tío Leto era un monumento andante de quien no se quiere parar en la vida; de quien acoge las nuevas corrientes tecnológicas y las absorbe en su interior formando, desde ese mismo momento, parte de su propia existencia.
Ahora, jubilado por orden de la Paca, su mujer, mataba el tiempo como he relatado en los párrafos anteriores; con una sonrisa que sólo la serenidad de los años es capaz de dibujar en un rostro; un palillo danzarín entre la comisura de los labios, donde, sin duda, no hacía muchos que lo había ocupado una colilla de "caldo" y que ahora, inconscientemente, de vez en cuando, exhalaba una chupada exigiéndole, al pobre  palillo, un humo que no le podía ofrecer.
Recordaba su vida con una mente clara y trataba de transmitir a sus descendientes más pequeños, los usos y costumbres que se llevaban cuando él era un crío; decía que si conocían su historia, siempre sabrían por qué se producen los hechos venideros y tendrían más fácil poderlos solucionar.
Había mucho de verdad en su reflexión, y...mucho de abuelo que lo que quería era mantener en sus nietos la sensación de patriarca de la familia.
Y hoy en día, cargado de más años, sigue subiendo todas las mañanas la cuestecita que le lleva hasta el comienzo de sus tierras y que le permite otear desde allí las actividades que se desarrollan en ellas.
De igual manera, tras la comida, vuelve todas las tardes a sumergirse en su partida de dominó y a seguir envolviendo con sus historias a los mirones y contertulios que no se sabe bien si van a presenciar las partidas del café o a las charlas del tío Leto.

Hasta que un ¡Tararí! de su móvil, recuerdo de su paso por los Regulares en su mili, de la Paca, le arranca de la silla del café y le anuncia que ya es hora de retirarse a sus cuarteles.


Para el IV Certamen de Relatos Cortos "Entorno a San Isidro".  Grupo de Pastoral Rural de Palencia y el Ayuntamiento de Saldaña. (Palencia).

Té, verde


Venía de frente. La descubrí a más de un centenar de pasos. No fue por su estatura, bastante normal, sino por las propias miradas de los viandantes con los que se cruzaba, que me hicieron fijarme en ella.
El mundo le resultaba pequeño. Simplemente se le comía, poco a poco, a medida que se acercaba; no en un afán altivo de ¡aquí estoy yo! sino, en uno de pleitesía agradecida que, el mundo, recitaba: ¡aquí está ella! Sin exageración de vasallaje ni falta de humildad. Simplemente reconociendo su talento.
Con su inmaculada gabardina de entretiempo a la moda, deambulaba con el caminar de quien sabe lo que quiere en cada momento; aunque lo que deseara en ese instante fuera tomar una taza de su querido té verde.
Se acercaba más. La línea imaginaria entre nosotros era la misma. Si no cambiábamos de dirección, inevitablemente nos llevaría a chocar el uno con el otro.
Varié yo la trayectoria convencido de que ella no se había percatado de la situación, pensando que caminaba distraídamente.
Y nos cruzamos. Fue entonces cuando se giró levemente hacía mí y en ese mismo instante, tarareé la letra de un bolero inmortal: "aquellos ojos... verdes..."


Para el I Concurso de Micro-relatos Ojos Verdes Ediciones.


Viejo barrio


Como canta melosamente el tango: "Barrio, plateado por la luna",  evocaba a mi me memoria la estampa que mis ojos a esas horas de la madrugada contemplaban desde el cercano altozano.
Materialmente en tinieblas, se distinguían, como por un delineante trazadas, las hileras de farolas, escasas, que cual luminarias en aceite, rutilaban nerviosamente, en  una coreografía armónica que me recordaban los  "Nacimientos" que, en Navidad, se ponían en casa de mis padres.
Y esa era toda la similitud con algo amable y dulce. Mi querido barrio, por la noche, ocultaba las mediocridades de nuestra estirpe en callejones marginales con jeringuillas multiuso que diezmaban la ya escasa generación juvenil.
Y luchas. Un minino bufaba desde lo alto de una maltrecha tapia mientras un esquelético pellejo de huesos que daba nombre a un perro, ladraba encolerizado al tratar, en vano, de alcanzarlo.
Dos callejas más abajo, un ¡ay! quedo y lastimero, salía, por última vez, de una garganta casi púber, antes de caer al suelo para siempre...

Era así, noche tras noche. Cada ocaso subía hasta el otero para contemplar ese suburbio tan querido y, a la vez, huir un poco de los sonidos mortuorios del silencio. Era terapia.

Para el II Certamen de Micro-cuentos Vallecas calle del Libro. Vallecas Todo Cultura. (Edición 2015). Madrid.

Las noches del Parnaso


Ya anochecido, Miguel tomaba la vereda, milenaria, hecha por el andar ancestral de miles de pies humanos, hacia "su" acantilado. Su refugio, vigía de una diáspora de estrellas y luceros cuando el firmamento, generoso, decidía mostrar al mundo terrestre  su amplio contenido celestial.
Y calmadamente, atemperado por el transcurrir de los años recorría a diario aquellos cuantos metros hasta su atalaya, en la que no sólo contemplaba brillantes luceros, sino que le servía para pergeñar, a base de estrujarse la cabeza, desde las más rocambolescas historias, a las más de las sublimes y tiernas poesías, competidoras sin duda, en lo que se refiere a sentimientos, a los más grandes poetas de la Historia.
Fallaba en la construcción de esas estrofas; no era capaz, y eso le frustraba, transmitir en un papel, con una pluma, lo que en el corazón le abrasaba y, le pedía misericordia y buen tino para que esos sentimientos tremendamente intensos, no perdieran empuje al recorrer el camino desde su cerebro a través de su brazo y pluma, convertidos en tinta que, en lugar de quedar impresos como algo que pudo ser y no que se quedaran en un mero proyecto.
Miguel, cada crepúsculo, casi a ciegas, se sentaba en los riscos frente al mar, buscando una simbiosis: cielo, tierra y océano, con la que encontrar la magia que le permitiera dar rienda suelta, sin censuras propiciadas por su falta de expresión, y que los dioses, de ese Parnaso particular  al que él accedía, una noche le permitieran plasmar en su cuaderno un poema que, por una sola vez, le hiciera llorar al acabarlo.
Volvía, horas después, caminando dubitativo por la senda, otra vez a ciegas, intentando descubrirla a través de una mirada emborronada por los restos pegajosos de unas lágrimas; y en su boca, esbozada una sonrisa medio de de satisfacción y otro medio de desencanto al haber profanado su anhelo.
Y a mitad del camino, una niña rubita de expresivos ojos verdes, correrá hacia las piernas temblorosas de un anciano y con su mano, lo ayudará a caminar ese último tramo del trayecto, que no es otro, que el de su propia existencia.


Para el II Premio de Micro-relatos RNE. Radio Nacional de España y La Caixa, con la colaboración de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros. Madrid.


De tournée


Sin más, entré en sus dependencias. En sí mismo ya se puede dar por buena la visita contemplando el patio hipóstilo arabizado, cual claustro cisterciense encalado, blanco, níveo, típico de la cultura árabe; entremezclado en nuestra península con manifestaciones artísticas de mil y una civilizaciones que, si bien se puede poner pegas desde el punto de vista más purista del crítico, no es menos cierto que se pueden contemplar miles de detalles revueltos que nos hacen, quizá, comprender mejor nuestra propia historia.
Y aquél cenobio se quedará para siempre en mi memoria, coqueto, fuera de los esplendores de sus hermanos mayores de otras arquitecturas, pero bello y delicado.
Y me encontré con una coreografía de detalles sobre una sinagoga. Cordobesa. Edificio, como el atrio referido anteriormente, ni mucho menos tan ponderado como otros de su entorno. Parecía, históricamente, el hermano pobre ante tanta profusión de construcciones de afamado renombre por su belleza.
Pero allí estaba él. Levantado, a pie firme, desde los umbrales de los otros mastodontes, aguantando a la intemperie con el mismo arrojo que sus hermanos más agraciados por el ojo humano; pero no por ello, la sinagoga, se doblega ante la edad.
Y no resulta vana tu hidalguía con la que te muestras al mundo; sin tí, sin tus tesoros, hubiera sido más difícil reconstruir, esa "memoria histórica" cordobesa de siglos y siglos; pues en tu vientre, cual mater amantísima, conservabas documentos  primigenios del patrimonio histórico y cultural de la ciudad.
Sobreviviste, tras tu esplendor, a la expulsión de los que en tí rezaban; triste varapalo a toda una comunidad, quizá estigmatizada, sobre la que parece pender la eterna teoría de pueblo errante.

Y como si tu destino fuera amparar al hombre en lo espiritual desde tu nacimiento como templo, viniste a dar, en tu segunda etapa, a ser un hospital; pasaste de cuidar almas a cuerpos; si bien, todo sanatorio que se precie, debe de cumplir, en una segunda faceta, con la de cuidar esas cabezas danzarinas y con vida propia, que suelen darse en los que en tí tienen que protegerse de enfermedades o intervenciones quirúrgicas. Cumpliste, a pesar de los avatares de tu destino, con el propósito con el que te construyeron; seguir amparando a necesitados, fueran de tipo espiritual o carnal.
Hace casi dos siglos que te ensalzaron a la más alta magistratura artística española, nombrándote Monumento Nacional. Ya lo eras. Simplemente el reconocimiento, sirvió para que te dedicaran el trabajo, la dedicación que te mereces; y así lucir tu humilde brillantez con la ayuda de quienes están consagrados a cuidarte.

Descubrimiento, a los ojos de un profano en la materia, has sido. A tu ciudad fui a ver otros monumentos y te revelaste a mí sin remisión. No he sido el único. Me consta, que hay un buen número de visitantes que, sin desprecio a tus hermanos mayores, dedican un buen rato de su estancia a contemplarte solamente a ti.

Para el XII Concurso de Relato Breve Museo Arqueológico de Córdoba.