Hablaban
un grupo de amigos, en el término exacto, en lo último de la informática; si es
que en este campo, se puede utilizar tan determinante vocablo.
El
caso es que, viejos amigos, no tanto en el sentido exacto de la palabra, pues
en el grupo había varias mujeres, quedaban por el medio de moda en pasar una
velada juntos en una ciudad castellana.
Cuatro
partían de Logroño; una quinta de Zaragoza; un sexto de Castellón y el séptimo,
cual descanso de la Creación, descansaba en su ciudad, lugar de la cita, a buen
recaudo.
La
cosa estaba bien diseñada. Venir, llegar, darse los parabienes de rigor, hablar
hasta por los codos, recordar viejas, éstas sí que ejercían de ello historias,
comer, ¡cómo se iba a celebrar un acontecimiento de ese calibre sin algo tan
español como eso!, sobremesa, eterna, volviendo a charlar, despedida... y
¡hasta la próxima!
Surgieron
problemas desde Logroño. Nada que no se pudiera reparar. El trabajo de uno de
ellos le obligaba a salir a otra hora. Está relativamente cerca y en coche, no
se tarda nada. Otra de las que salían de la ciudad riojana, también tendría que
cambiar su horario; ciertos asuntos familiares la obligaban a ello; nada
importantes, pero que requerían su presencia. Cogería el siguiente tren, ya que
tampoco podía enlazar con el que venía en su coche.
El
de Castellón, que ya tiene mérito, se pegó el madrugón de su vida, para por mil
vericuetos, poder llegar a Madrid, a tiempo de enlazar con un Ave que le
traería a la ciudad de reunión. Se había levantado a las cuatro de la mañana,
con el afán de pasar "una", como suena, velada con el resto de la
pandilla.
De
Zaragoza venía una docta profesora vía Logroño, pero imposible de compaginar su
viaje con cualquiera de los que zarpaban desde allí, hacia acá.
Al
fin y al cabo...todos, en un margen más o menos de una hora de diferencia,
estarían en el punto de destino.
De
Logroño partieron por tren, vía Miranda d Ebro dos de las amigas de allí. Y en
el mismo instante que subían al vagón reservado comenzaron a darle a la húmeda
cosa fina; nada raro a primera vista entre dos mujeres, pero la verdad, es que
se veían con cierta regularidad como para coger con tanto ahínco el arte de la
oratoria.
Llegaron
a su destino, inmediato destino, pronto. Está muy cerca de Logroño. Allí tenían
que esperar una horita larga para enlazar con el tren que les traería al punto
de reunión. Y, cómo no, aprovecharon para seguir charlando de...todo.
La
que salió más tarde por los asuntos familiares, iba por la misma vía que las
dos amigas precedentes; pero con una hora más de retraso; tiempo más que
pequeño, para que nuestra querida Renfe cumpliera con su horario y que las tres
amigas reunidas en Miranda, prosiguieran juntas el viaje.
Dándole
a la cháchara las dos amigas riojanas, se enteraron vía información "megafónica"
de la estación, que "su" tren partiría con retraso. Para buscar
soluciones, en ventanilla les propusieron seguir hasta León y cogiendo un
transbordo procedente de Galicia, podrían llegar a la ciudad castellana
habiendo perdido, tan sólo, media hora; claro, media hora más. Lo intentaron y
en el convoy se embarcaron, rumbo a León...
Pili,
nuestra Torres viajera desde Zaragoza,
viajó sin problema hasta el nudo gordiano llamado, en este caso, Miranda de
Ebro; encontrándose con el problema con el que una hora antes, se habían
topados sus otras dos compañeras Tomó la misma solución ofrecida a éstas, pero
con una hora más de diferencia.
La
tercera cuya procedencia era de Logroño y con una hora más de demora que las
anteriores, quedó atrapada en la misma tela de araña que las dos anteriores así
como la que provenía de Zaragoza. Y tras enfrentarse a todo el mundo que
pudiera parecer que trabajaba en aquella estación, menos con unos de verde y
uniforme, por si acaso, decidió esperar al siguiente enlace....dos horas
después.
Desde
Castellón, molido, intentaba conciliar
el sueño el aguerrido y un tanto temerario amigo que se había pegado un
madrugón de órdago; las dos señoras que venían frente a él, no estaban por la
labor de dejar al no tan chaval , cerrar aunque fuera un ratito los párpados y
se encargaban, con voz potente, de interesar a los dormidos viajeros en que se
enteraran de su pormenorizada charla,
exenta de cualquier fondo interesante, salvo el de jorobar al prójimo; en este
caso muy próximo.
Llegó
a Madrid, a la Estación donde moría aquél convoy.... tenía que recorrer , por
trayecto suburbano un buen trecho hasta la segunda estación, casi de Vía -
Crucis, que es desde donde salía el último tren a... Pucela. Y así lo hizo; una
hora después de haber aterrizado, valga la expresión, y que una atenta señora
de la limpieza le advirtiera de que se había quedado dormido como un bebé y que
debía de abandonar su asiento para poder proseguir ella con su laborioso trabajo.
Se informó de lo que debía de hacer y le comentaron que llegar hasta la
siguiente estación le supondría poco tiempo, no más allá de tres cuartos de
hora, medida que para un Madrid, es realmente poco; pero el problema lo tendría
en la Estación; ya que el siguiente Ave, no guardaba la cadencia de salida con
los anteriores de una hora, sino que tardaría en salir tres... ¡La madre que le
parió!. Le salió escopetada; no lo pudo reprimir. Con más paciencia que el
Santo Job, se dispuso a seguir las instrucciones que una muy educada y
sonriente azafata de Renfe le había dado.
El
afanado trabajador riojano que tuvo que venirse en su coche por una última e
inoportuna reunión puesta, seguro, por alguien que no tenía que hacer nada
importante, decidió venir por la ruta turística en la que pudiera saborear
mejor el paisaje bucólico que le rodeaba; en lugar de escoger la autopista,
mucho más rápida y segura, pero más aburrida. Y cierto es que venía disfrutando
del paisaje por los preciosos Montes de Oña, paraje digno de ser visitado
"ex profeso" pero no cuando
tienes que llegar a determinado punto de encuentro.
Y
disfrutaba del paisaje y de las aves y de las mariposas del campo, y
¡chof!...¡pinchazo!. Juramento. Estaba claro, había que cambiar la rueda por la
de repuesto. Sudoroso terminó el trabajo y comprobó, con auténtica desolación
de que no debía haber escuchado un segundo ¡chof!; pues eran dos las ruedas
pinchadas. Llamó a su compañía de seguros y una voz tirando a femenina pero con
sabor metálico a ordenador, tras varias consultas, le confirmó que tendría una
grúa en el punto kilométrico reseñado, cerca de la nada, en cuarenta y cinco
minutos; pues estaba terminando un servicio, la más cercana. Lo del servicio a
mi amigo no le quedó muy claro si era un aviso de avería o si realmente estaba
terminando de almorzar, dadas las horas de la tardía mañana.
A
León llegaron a tiempo. A tiempo justo de que un despiste les hacía perder el
tren que debía de coger. Un intercambio rápido e ininteligible con un gesto
raro, rarito, de un mozo de estación les pareció indicarles el tren adecuado y,
rápidamente, pues el tiempo apremiaba, se zambulleron en él; un minuto después
estaban en marcha ¡por fin!, hacia donde debían.
La
que se quedó en Miranda, de "miranda", nunca mejor acoplada esa
palabra tardó un buen rato en comprender que se la echaba el tiempo encima y no
llegaría al sitio de reunión; pero decidió esperar un poco más.
La
que llegó a León una hora después que las que la precedían se arriesgó y cogió
el siguiente tren que la acercaba hasta Burgos; a tiro de piedra, una hora más
o menos , de donde habían quedado el grupo de amigos.
El
que estaba de viaje campestre, se encontraba en ese momento, harto de ver
asquerositas mariposas multicolores danzando alrededor de su figura y deseando
ver a un alma; porque, encima, nadie había decidido ir por esa vereda bucólica
y poética ese día. Por fin apareció un simulacro de grúa que, tras veinte
minutos, le puso el coche a punto de poder reemprender el viajecito.
Se
miraron. No podían dar crédito a lo que hablaban dos chicos de mediana edad; y
sus ojos se les salieron , al unísono, de sus cuencas...¡Iban camino de La Coruña!...¡Cómo es posible, si el
muchacho de la Estación, les había indicado....!...¿qué era lo que les había
dicho además de un ademán nada conciso?....¡Horror... que no es para allá donde
tenemos que ir!..
Se
bajaron en Villafranca del Bierzo, ciudad eminentemente Templaria; aunque no
, por ello, las dos amigas, lograran dominar el
suyo. ¡Cómo podían haber terminado allí!,
se lamentaban.
El
tiempo cada vez corría más velozmente; la hora de cita, cerca de la comida, se
acercaba a pasos de gigante; y ella seguía anclada en la Estación de la villa
burgalesa; nudo, repito, ferroviario. Se desvencijó en el incómodo asiento en
el que estaba dándose por vencida. Definitivamente, ella, no comería junto al
resto de sus amigos ese día. Llamó a su casa y puso en camino a su marido para
que la fuera a buscar y la llevara de vuelta.
El
automóvil, por fin, cumplía con uno de los propósitos con los que fue diseñado;
hacer que el recorrido entre dos puntos fuera un poco más rápido que el de un
caracol; y ya no tenía tiempo de contemplar el paisaje; tan poco tiempo que
casi a unos veinte kilómetros de Burgos, paró y renunció a poder continuar el
viaje pues no podría llegar estar en aquella "quedada".
A
Burgos, pero por vía férrea, llegaba, casi milimétricamente acompasada, la que
salió de Zaragoza, llegó a León, y en una jugada de dados, se lanzó a la
aventura de llegar a Burgos con la sana idea de acortar tiempo. Y allí, a
ciento veinte kilómetros de destino se quedó, cual sirena, varada. El siguiente
tren partía a las cuatro de la tarde... Se resignó a no seguir su camino; a
comer sola, no ver a sus amigos, y retornar su vuelta, como pudiera a Zaragoza.
Las
turistas de Villafranca, la del Bierzo, comprendieron que era inútil intentar
llegar al lugar de la cita. Ni por combinaciones de trenes o autocares,
llegarían , no ya a comer, sino a poder estar un par de horas con el resto de
la panda. Y efectivamente, con un cabreo de los de no te meneo cada vez que se
acordaban del gesto del tipo de la Estación, se dedicaron , lo mejor que
pudieron, a admirar la bonita ciudad leonesa.
Y
nuestro atrevido viajante de La Plana, llegó, vio y venció; es decir llego al
punto de cita aquél que lo tenía mucho más difícil que los demás....¡si
Señor!...¡con un par!.
Pero
allí no había nadie. Ni por no estar , no estaba el del lugar; el que no tenía
que haber dado más que dos pasos para llegar
a donde se había quedado.
¿Y
dónde estaba?.Pues cual complot judeo-masónico de otros tiempos, y,
seguramente, por los túneles y "retúneles" que todos en sus
respectivos periplos había tenido que atravesar, algo tan a la orden del día como es un móvil, no
habían funcionado en toda esa catastrófica mañana; era como si alguien hubiera
estado moviendo los hilos necesarios para que ningún móvil estuviera operativo.
Por ésta razón, el residente en la ciudad de encuentro, decidió, por pura e
innecesaria iniciativa, subir a recibir a los que él creía que llegaban en
grupo desde Logroño a un pequeño nudo, nudito, ferroviario llamado Venta de
Baños para darles una pequeña sorpresa. Y el sorprendido fue él, que no logró
contactar con ninguno de ellos, estaba fuera de su Ciudad, no tenía medio de
retornar rápidamente a la misma y presuponía que todos le estarían esperando.
La
"quedada" nefasta, sirvió, una vez puestas todas las personas en
contacto vía móvil, que volvían a funcionar unas horas después, para corroborar que cuanto más se planean las
citas....suelen acabar peor; y que quien más fácil tiene, por proximidad,
acudir a la misma, suele ser el que no llega a tiempo o nunca.
En esta vida mundana
conviene quedar con amigos
no de brevas a higos
sí, cuando tengamos ganas
mas, no programéis al milímetro
que todo sea perfecto
que aunque sea lo correcto,
funciona mejor a ojímetro.
Para el VII Certamen de Relatos Cortos. María Teresa Rodríguez. Lar
Gallego de Sevilla.