lunes, 25 de mayo de 2015

Azules son mentireiros


Hace unas cuantas décadas lo decía una canción, como si el color añil que tizna algunos ojos fuese un tinte indecoroso, como de falsa moneda, no la que mano en mano va si no la que alguien se queda para proclamar al mundo una verdad sibilina que a unos pocos sólo afina para seguir dirigiendo el cotarro de un negocio que es grande para un antojo pues lo que están es moviendo con un olor nauseabundo, nuestro propio mundo.
Y no es por su color, por lo que los ojos mienten; pues eso es independiente, sirven para mucho más; sirven para crear ilusiones en algunos corazones, desde genta adulta a niños, a mayores o a chiquillos, que les hagan recrear situaciones y por momentos olvidar todas las mil y una acciones que en nuestro diario vagar por la vida nos hacen perder la brida de nuestro propio trotar por ella como un cosaco por su estepa amplia, extensa sin barreras ni actitudes que le impongan un horario.

No es el que miente el color sino el corazón del agente portador.


Para el I Concurso de Microrrelatos, Ojos de cuentista azul. Editorial Playa de Ákaba. 

Qué es lo que a un artículo le hace que sea de opinión


Es simple, en su concepto primigenio; aquél cuyo autor manifiesta una reflexión sobre algún acontecimiento  actual con el fin de "formar" la opinión de los lectores.
Y en ese "formar", radica, bajo mi punto de vista, la corrupción del propio artículo. Las aulas forman. Las  escuelas, colegios, formaciones profesionales, universidades....y cualquier centro académico, siempre habrá excepciones,  forman.
Escribir, dictando dogmas, sobre todo en el terreno periodístico, cuya propia existencia es para informar llana y escuetamente del hecho sucedido;  sin dar opiniones que no se atengan a las de la propia investigación que , por otra parte, todo trabajo debería de conllevar, es "crear opinión"; y esto, aunque objetivamente no se pretenda, lleva adosado cierto tufillo de manipulación; innata al propio sujeto que da la información, inevitablemente, desde su plano de ver las cosas y, por muy imparcial que se quiera ser, el bagaje cultural, de cuna, de enseñanzas mamadas, incluso en las propias aulas, se encuentra, de antemano, un tanto prostituido.
Esto nos lleva a un pozo sin fondo. "Tenemos" que creer lo que cada periódico  o medio de comunicación, nos quiera contar; aunque sólo sea porque no nos podemos pasar el día cotejando miles de artículos para extraer, en el mejor de los casos, una información más objetiva.
Resulta imposible, no ya sólo por los días en los que vivimos; sino por una pura falta física de tiempo material para leer todo.
Además, no nos olvidemos, que nos movemos en un mundo regido por grandes empresas "Editoriales", con unos intrincados hilos, de todo tipo, que las mueven como marionetas de un guiñol del que, querámoslo o no, todos en alguna medida, formamos parte..


Con lo que se añade un poco más de "información interesada", al contexto explícito del tema de análisis.
Y, en muy pocos casos se puede salir uno, del pueblo llano, de esa espiral gordiana con su nudo que no deja de apretar, sobre todo, para que no pienses... por si acaso...
Sé que he caído en el error contra el que me quería pronunciar; es un hecho irrefutable, que siempre que se intenta demostrar algo, por el propio debate, se termina de caer en las redes, contra las que querías combatir.
A mi favor juega, el que al dar mi opinión, estoy jugando a ser periodista; de los de opinión. No de los que cuentan la noticia tal cual; si no de los que se explayan con deformaciones que dejan caer, por si cuelan, de parte de qué postura haya tomado ante el hecho, la otra cadena o aquél periódico de otro grupo de...presión.

No aspiro, ni mucho menos, a eso; aunque , es posible que, a pequeña escala, haya cometido el mismo error. La diferencia estriba, que este modesto artículo, lo leerá poca gente y, si hago daño a alguien, al que pido perdón, no es a una gran masa que, diariamente, se la dirige desde los grandes "centros de poder".


Para el III Certamen Literario Enrique Segovia Rocaberti. Asociación de Amigos de la Biblioteca y del Archivo Histórico de Chinchón (ABACH). (Madrid).

¡Mira que si es verdad!


Vagabundeaba; no era consciente de por dónde caminaba, ensimismado en los problemas económicos que debía de afrontar.
La cabeza, da un respiro al organismo ante la angustia; afloja el nudo para que, aunque te acabes ahogando, lo hagas con serenidad.
A su deambular físico sin rumbo, se le unieron las ganas que tenía su imaginación por liberarse, ella también, del nudo agobiante y opresor.
Y divagó, al pasar cerca de una administración de lotería y pensar qué haría si le tocaba alguna cantidad de dinero. Soñó.

Leyó un cartel de un gran edificio: "Elevamos sueños". Y  subió al ascensor.



Para el I Premio dee MIcrorrelato IASA Ascensores.

Me gusta que los planes salgan bien


Hablaban un grupo de amigos, en el término exacto, en lo último de la informática; si es que en este campo, se puede utilizar tan determinante vocablo.
El caso es que, viejos amigos, no tanto en el sentido exacto de la palabra, pues en el grupo había varias mujeres, quedaban por el medio de moda en pasar una velada juntos en una ciudad castellana.
Cuatro partían de Logroño; una quinta de Zaragoza; un sexto de Castellón y el séptimo, cual descanso de la Creación, descansaba en su ciudad, lugar de la cita, a buen recaudo.
La cosa estaba bien diseñada. Venir, llegar, darse los parabienes de rigor, hablar hasta por los codos, recordar viejas, éstas sí que ejercían de ello historias, comer, ¡cómo se iba a celebrar un acontecimiento de ese calibre sin algo tan español como eso!, sobremesa, eterna, volviendo a charlar, despedida... y ¡hasta la próxima!

Surgieron problemas desde Logroño. Nada que no se pudiera reparar. El trabajo de uno de ellos le obligaba a salir a otra hora. Está relativamente cerca y en coche, no se tarda nada. Otra de las que salían de la ciudad riojana, también tendría que cambiar su horario; ciertos asuntos familiares la obligaban a ello; nada importantes, pero que requerían su presencia. Cogería el siguiente tren, ya que tampoco podía enlazar con el que venía en su coche.
El de Castellón, que ya tiene mérito, se pegó el madrugón de su vida, para por mil vericuetos, poder llegar a Madrid, a tiempo de enlazar con un Ave que le traería a la ciudad de reunión. Se había levantado a las cuatro de la mañana, con el afán de pasar "una", como suena, velada con el resto de la pandilla.
De Zaragoza venía una docta profesora vía Logroño, pero imposible de compaginar su viaje con cualquiera de los que zarpaban desde allí, hacia acá.
Al fin y al cabo...todos, en un margen más o menos de una hora de diferencia, estarían en el punto de destino.
De Logroño partieron por tren, vía Miranda d Ebro dos de las amigas de allí. Y en el mismo instante que subían al vagón reservado comenzaron a darle a la húmeda cosa fina; nada raro a primera vista entre dos mujeres, pero la verdad, es que se veían con cierta regularidad como para coger con tanto ahínco el arte de la oratoria.
Llegaron a su destino, inmediato destino, pronto. Está muy cerca de Logroño. Allí tenían que esperar una horita larga para enlazar con el tren que les traería al punto de reunión. Y, cómo no, aprovecharon para seguir charlando de...todo.
La que salió más tarde por los asuntos familiares, iba por la misma vía que las dos amigas precedentes; pero con una hora más de retraso; tiempo más que pequeño, para que nuestra querida Renfe cumpliera con su horario y que las tres amigas reunidas en Miranda, prosiguieran juntas el viaje.
Dándole a la cháchara las dos amigas riojanas, se enteraron vía información "megafónica" de la estación, que "su" tren partiría con retraso. Para buscar soluciones, en ventanilla les propusieron seguir hasta León y cogiendo un transbordo procedente de Galicia, podrían llegar a la ciudad castellana habiendo perdido, tan sólo, media hora; claro, media hora más. Lo intentaron y en el convoy se embarcaron, rumbo a León...
Pili, nuestra Torres  viajera desde Zaragoza, viajó sin problema hasta el nudo gordiano llamado, en este caso, Miranda de Ebro; encontrándose con el problema con el que una hora antes, se habían topados sus otras dos compañeras Tomó la misma solución ofrecida a éstas, pero con una hora más de diferencia.
La tercera cuya procedencia era de Logroño y con una hora más de demora que las anteriores, quedó atrapada en la misma tela de araña que las dos anteriores así como la que provenía de Zaragoza. Y tras enfrentarse a todo el mundo que pudiera parecer que trabajaba en aquella estación, menos con unos de verde y uniforme, por si acaso, decidió esperar al siguiente enlace....dos horas después.
Desde Castellón, molido, intentaba conciliar  el sueño el aguerrido y un tanto temerario amigo que se había pegado un madrugón de órdago; las dos señoras que venían frente a él, no estaban por la labor de dejar al no tan chaval , cerrar aunque fuera un ratito los párpados y se encargaban, con voz potente, de interesar a los dormidos viajeros en que se enteraran de su pormenorizada  charla, exenta de cualquier fondo interesante, salvo el de jorobar al prójimo; en este caso muy próximo.
Llegó a Madrid, a la Estación donde moría aquél convoy.... tenía que recorrer , por trayecto suburbano un buen trecho hasta la segunda estación, casi de Vía - Crucis, que es desde donde salía el último tren a... Pucela. Y así lo hizo; una hora después de haber aterrizado, valga la expresión, y que una atenta señora de la limpieza le advirtiera de que se había quedado dormido como un bebé y que debía de abandonar su asiento para poder proseguir ella con su laborioso trabajo. Se informó de lo que debía de hacer y le comentaron que llegar hasta la siguiente estación le supondría poco tiempo, no más allá de tres cuartos de hora, medida que para un Madrid, es realmente poco; pero el problema lo tendría en la Estación; ya que el siguiente Ave, no guardaba la cadencia de salida con los anteriores de una hora, sino que tardaría en salir tres... ¡La madre que le parió!. Le salió escopetada; no lo pudo reprimir. Con más paciencia que el Santo Job, se dispuso a seguir las instrucciones que una muy educada y sonriente azafata de Renfe le había dado.
El afanado trabajador riojano que tuvo que venirse en su coche por una última e inoportuna reunión puesta, seguro, por alguien que no tenía que hacer nada importante, decidió venir por la ruta turística en la que pudiera saborear mejor el paisaje bucólico que le rodeaba; en lugar de escoger la autopista, mucho más rápida y segura, pero más aburrida. Y cierto es que venía disfrutando del paisaje por los preciosos Montes de Oña, paraje digno de ser visitado "ex profeso"  pero no cuando tienes que llegar a determinado punto de encuentro.
Y disfrutaba del paisaje y de las aves y de las mariposas del campo, y ¡chof!...¡pinchazo!. Juramento. Estaba claro, había que cambiar la rueda por la de repuesto. Sudoroso terminó el trabajo y comprobó, con auténtica desolación de que no debía haber escuchado un segundo ¡chof!; pues eran dos las ruedas pinchadas. Llamó a su compañía de seguros y una voz tirando a femenina pero con sabor metálico a ordenador, tras varias consultas, le confirmó que tendría una grúa en el punto kilométrico reseñado, cerca de la nada, en cuarenta y cinco minutos; pues estaba terminando un servicio, la más cercana. Lo del servicio a mi amigo no le quedó muy claro si era un aviso de avería o si realmente estaba terminando de almorzar, dadas las horas de la tardía mañana.
A León llegaron a tiempo. A tiempo justo de que un despiste les hacía perder el tren que debía de coger. Un intercambio rápido e ininteligible con un gesto raro, rarito, de un mozo de estación les pareció indicarles el tren adecuado y, rápidamente, pues el tiempo apremiaba, se zambulleron en él; un minuto después estaban en marcha ¡por fin!, hacia donde debían.
La que se quedó en Miranda, de "miranda", nunca mejor acoplada esa palabra tardó un buen rato en comprender que se la echaba el tiempo encima y no llegaría al sitio de reunión; pero decidió esperar un poco más.
La que llegó a León una hora después que las que la precedían se arriesgó y cogió el siguiente tren que la acercaba hasta Burgos; a tiro de piedra, una hora más o menos , de donde habían quedado el grupo de amigos.
El que estaba de viaje campestre, se encontraba en ese momento, harto de ver asquerositas mariposas multicolores danzando alrededor de su figura y deseando ver a un alma; porque, encima, nadie había decidido ir por esa vereda bucólica y poética ese día. Por fin apareció un simulacro de grúa que, tras veinte minutos, le puso el coche a punto de poder reemprender el viajecito.
Se miraron. No podían dar crédito a lo que hablaban dos chicos de mediana edad; y sus ojos se les salieron , al unísono, de sus cuencas...¡Iban camino  de La Coruña!...¡Cómo es posible, si el muchacho de la Estación, les había indicado....!...¿qué era lo que les había dicho además de un ademán nada conciso?....¡Horror... que no es para allá donde tenemos que ir!..
Se bajaron en Villafranca del Bierzo, ciudad eminentemente Templaria; aunque no ,  por ello,  las dos amigas, lograran dominar el suyo.  ¡Cómo podían haber terminado allí!, se lamentaban.
El tiempo cada vez corría más velozmente; la hora de cita, cerca de la comida, se acercaba a pasos de gigante; y ella seguía anclada en la Estación de la villa burgalesa; nudo, repito, ferroviario. Se desvencijó en el incómodo asiento en el que estaba dándose por vencida. Definitivamente, ella, no comería junto al resto de sus amigos ese día. Llamó a su casa y puso en camino a su marido para que la fuera a buscar y la llevara de vuelta.
El automóvil, por fin, cumplía con uno de los propósitos con los que fue diseñado; hacer que el recorrido entre dos puntos fuera un poco más rápido que el de un caracol; y ya no tenía tiempo de contemplar el paisaje; tan poco tiempo que casi a unos veinte kilómetros de Burgos, paró y renunció a poder continuar el viaje pues no podría llegar estar en aquella "quedada".
A Burgos, pero por vía férrea, llegaba, casi milimétricamente acompasada, la que salió de Zaragoza, llegó a León, y en una jugada de dados, se lanzó a la aventura de llegar a Burgos con la sana idea de acortar tiempo. Y allí, a ciento veinte kilómetros de destino se quedó, cual sirena, varada. El siguiente tren partía a las cuatro de la tarde... Se resignó a no seguir su camino; a comer sola, no ver a sus amigos, y retornar su vuelta, como pudiera a Zaragoza.
Las turistas de Villafranca, la del Bierzo, comprendieron que era inútil intentar llegar al lugar de la cita. Ni por combinaciones de trenes o autocares, llegarían , no ya a comer, sino a poder estar un par de horas con el resto de la panda. Y efectivamente, con un cabreo de los de no te meneo cada vez que se acordaban del gesto del tipo de la Estación, se dedicaron , lo mejor que pudieron, a admirar la bonita ciudad leonesa.
Y nuestro atrevido viajante de La Plana, llegó, vio y venció; es decir llego al punto de cita aquél que lo tenía mucho más difícil que los demás....¡si Señor!...¡con un par!.
Pero allí no había nadie. Ni por no estar , no estaba el del lugar; el que no tenía que haber dado más que dos pasos para llegar  a donde se había quedado.
¿Y dónde estaba?.Pues cual complot judeo-masónico de otros tiempos, y, seguramente, por los túneles y "retúneles" que todos en sus respectivos periplos había tenido que atravesar, algo tan  a la orden del día como es un móvil, no habían funcionado en toda esa catastrófica mañana; era como si alguien hubiera estado moviendo los hilos necesarios para que ningún móvil estuviera operativo. Por ésta razón, el residente en la ciudad de encuentro, decidió, por pura e innecesaria iniciativa, subir a recibir a los que él creía que llegaban en grupo desde Logroño a un pequeño nudo, nudito, ferroviario llamado Venta de Baños para darles una pequeña sorpresa. Y el sorprendido fue él, que no logró contactar con ninguno de ellos, estaba fuera de su Ciudad, no tenía medio de retornar rápidamente a la misma y presuponía que todos le estarían esperando.
La "quedada" nefasta, sirvió, una vez puestas todas las personas en contacto vía móvil, que volvían a funcionar unas horas después,  para corroborar que cuanto más se planean las citas....suelen acabar peor; y que quien más fácil tiene, por proximidad, acudir a la misma, suele ser el que no llega a tiempo o nunca.

En esta vida mundana
conviene quedar con amigos
no de brevas a higos
sí,  cuando tengamos ganas
mas, no programéis al milímetro
que todo sea perfecto
que aunque sea lo correcto,

funciona mejor a ojímetro.



Para el VII Certamen de Relatos Cortos. María Teresa Rodríguez. Lar Gallego de Sevilla.


Cultura


La Cultura es un fondo de pensiones
con un cheque al portador
sin nombre escrito
y sin fecha, no prescrito
de un inmenso valor
a nuevas generaciones.

Invertir, por tanto en ella,
no es resultado inmediato
y un personaje político
que aquí suele ser raquítico,
se queda con ese dato
y a la cultura embotella.

Sin duda alguna, el problema,
reside en nuestros valores
que a lo peor olvidamos,
cuando a un "carguete" llegamos
y nos dicen los censores
que era electoral el tema.

Y no tiene solo un ciclo
el saber, la educación
es de duración eterna,
viene desde una caverna,
y pasará éste follón,
a pesar del hemiciclo.

No quiero, aquí, tocar cuerdas
sectarias u oportunas,
aprovechando el momento
de algún cierto movimiento;
saber,  tiene muchas cunas
es de derechas e izquierdas.

No levantemos banderas
que confundan a las masas;
arrimemos nuestros hombros,
sin desidias ni asombros,
avivemos pues, las brasas,
sin proclamas "mitineras".


Para el I Premio de Poesía Miguel Baón. Fundación Cultural ORMEÑA de Villacañas (Toledo).

domingo, 24 de mayo de 2015

Diálogo imposible


Intentaba hablar Colón,
desde su atalaya esférica
que incluía nuestra Ibérica,
así como esa América,
al que le llevó un timón
de forma no muy académica,
ya que las Indias buscaba
y así, pues, de sopetón,
una tierra reclamaba
para una reina que aireaba
tan insigne fortunón.
Y lo intentaba a gritos,
para que Zorrilla oyera
lo que Cristóbal quisiera,
mas lo evitaban los pitos.

Don José, en sitio opuesto
del Parque, tan bien aseado,
intentaba hacerse a un lado,
teniendo mucho cuidado
por su pedestal, modesto,
de no terminar chafado
en las losas de su plaza,
lo que sería funesto;
y así ponía la oreja
ante la gente, perpleja
de que hiciera ese gesto.
Y un diálogo imposible
dio al traste con la esperanza
a dos estatuas en danza:
que el hablar, fuera factible.


Para el II Certamen Internacional Umbral de la Poesía en Valladolid. Asociación Cultural Habla. Colabora: Excmo. Ayuntamiento de Valladolid.

María


María deambulaba
como un robot por la vida
rota, desde hacía tiempo,
traspasaba la barrera del momento,
atiborrada a bebida
que, al menos, le alejaba,
de una vida mundana,
en  cierta manera,  de huida
de un entorno que la ahogaba,
y su corazón partía
sin encontrar la salida
de su apatía.


Para el Concurso + Poesía. Ediciones De Letras.
 

Pinares


Un sinuoso camino te llevaba entre campos de patatas y de remolachas y picando poco a poco lo suficiente para que tus gemelos notaran el esfuerzo de la pequeña inclinación del terreno por el que caminaban.
Y en Castilla, y con un sol de mayo tardío, lo natural es que se sude. Y sudaba. Y el camino, polvoriento por el trasiego de la maquinaria agrícola asidua paseante del lugar; resecado por el sol y la ausencia de lluvia en muchos meses, otras de las características del lugar, levantaba remolinos de polvo con la apenas incipiente  brisa de la tarde que se mostraba de cuando en cuando.
Y terminaban las tierras y empezaban las casas; y seguía subiendo, como queriendo alcanzar el cielo, entre calles que, al menos, servían de refugio contra un sol implacable, viejo, ancestral; a la altura  y  en consonancia con ese rincón de la Castilla vieja, eterna.
Y allí había vida; en la calle. En los portales arremolinadas varias sillas con sus moradoras animosas hablando de lo divino y de lo humano; bueno más de lo último porque de los primero, ya se encargaba el señor cura todos los días a la menor ocasión que se le presentaba.
La terraza del bar estaba llena. Ignoro si de clientes o de meros espectadores de los diferentes tipos de partidas que allí se jugaban: cartas o dominó. Pero estaba concurrido. Parecía que, algún mirón de más de la cuenta, había; lo que me trajo a la memoria el dicho popular de que "los mirones, callan y dan tabaco". Ahora en desuso, sobre todo porque cada vez se fuma menos.
Y en la cima de aquel circuito ascensional, cual Gólgota... la inmensidad...
Un espectacular océano verde formado por las copas de pinos centenarios, se extendía hasta mucho más allá de donde la vista, al menos la de este caminante, podía alcanzar. Se perdía en los confines de la distancia, entremezclándose con las faldas borrosas de la cordillera que allá, en el infinito, se intuía entre las brumas.
Y descendí, animado por el cambio del paisaje, adentrándome en ese mundo arbóreo donde flotaba, en el aire, la fragancia de su resina. Y comprendí lo pequeño que se vuelve uno cuando intenta explorar el verdadero mundo salvaje, o pseudo salvaje, de la naturaleza.
A medida que penetraba en el vientre de aquél impresionante bosque, los sonidos cambiaban. El camino lo atravesaba de parte a parte, con sigilo, esmeradamente, como no queriendo importunar la quietud de aquellos pinos. De vez en cuando, un sonido animal, salvaje, se escuchaba a cierta distancia; unos para advertir de mi intrusismo; los otros, espantados por lo que yo pensaba que eran andares sigilosos.
Y así recorrí una decena de kilómetros, que me parecieron, pocos. Enfrascado en el ruido, totalmente novedoso para mí; del pequeño ulular de la brisa al acariciar las jóvenes pinochas de las ramas más altas de los árboles.
Comprendí, poco a poco, la sutil estabilidad de la naturaleza; un simple grito que yo hubiera lanzado, habría servido para que multitud de animalillos que, de seguro me observaban aunque yo no los viese, hubieran alterado sus comportamientos al ritmo de un corazón, endiabladamente acelerado, por aquello que sus agudos y diminutos oídos, jamás habían  escuchado.
Me ruboricé ante la osadía de mi pensamiento. Y miré en derredor con la muda intención de pedir, con mi mirada, perdón a los posibles ojillos expectantes.
Me senté en un tocón ancho, rotundo, de los que no hacía mucho, había sido el soporte de un impresionante pino, quizá abatido por los años  y ayudado por alguna de las ciclópeas tormentas que se pueden llegar a presentar por esos parajes.
Bebí un largo y lento trago de agua de mi cantimplora; saboreando la paz que acompañaba al gorgoteo que producía su paso por mi garganta.
Un par de gazapos, aún demasiado inexpertos, atravesaron el camino jugueteando a una cincuentena de pasos de mi. En lo alto, allá arriba, el  cielo azul de aquél, ya casi atardecer, la silueta majestuosa del águila imperial vigilaba desde su isoterma cualquier bicho que le pudiera proporcionar la cena de aquél día. Los conejillos tuvieron suerte; no fueron descubiertos por aquél par de ojos penetrantes desde las alturas.
Seguí caminando; el sol caía. Nuevos sones se incorporaban a la sinfonía que me acompañaba, mientras otros, poco a poco, desaparecían como con sordina de aquella melodía veraniega; como si se tratara de reflejar en la naturaleza las diferentes partes que componen las verdaderas y humanas obras sinfónicas. Con la caída del sol, los trinos asemejaban un largo y lento movimiento musical como un susurro de arrullo para los moradores de las incipientes tinieblas de la noche.
Las piernas, menos poéticas que el pensamiento, se empezaban a quejar de la distancia que habían recorrido aunque, animadas por la sensación placentera de mi interior, siguieron contestando, con presteza, a las órdenes que recibían de mi cerebro.
Y tras el recodo, una luz. No natural. Era un farol que denotaba la anunciaba de otro pueblecito pinariego.
Llegué, bajo mi punto de vista, demasiado pronto. Me hubiera gustado disfrutar aún más de "los sonidos del silencio" que abarrotaban mis oídos.
Me senté en un pequeño montículo que había en el límite justo donde terminaba lo divino y empezaba lo humano. Allí cené mi humilde bocadillo, haciendo tiempo, remolonamente, para gozar aún más de aquella estampa.

Tomé un café en el bar de la planta baja del Motel de la plaza; y en la cama, soñé que quizás el torbellino de sensaciones que bullían en mis cabeza, tal vez, hubieran podido ser realidad.


Para el VIII Certamen Literario de Relato Corto Cuéntame Portillo. Excmo. Ayuntamiento de Portillo, en colaboración con el Instituto de Enseñanza Secundaria, I.E.S. Pío del Río Hortega. Portillo (Valladolid).

Agosto


Volvía con los libros bajo el brazo de un tórrido día de agosto de los de antaño, de botijo  de barro  y albañiles a la intemperie con su pañuelo blanco a modo de casquete por todo cobijo del astro sol.
Había sido una mañana agotadora de estudio; no sólo por la aridez de los temas en los que había estado trabajando, sino, sobre todo, por los nervios que, desde hacía días, notaba que recorrían como culebrillas por todo mi ser; preámbulo de lo que mi cabeza dictaba a mi conciencia y era que no me iba a dar tiempo no sólo a repasar la signatura; sino que ni tan siquiera iba a poder  "ver" una buena cantidad de los capítulos del examen.
Y el sol, implacable, caía a plomo sobre mi deshidratado cuerpo. Eran las cinco de la tarde, hora taurina por excelencia y volvía al Colegio Mayor, pasado de hora. Me refiero a la hora de todavía poder tomar algún alimento en la cocina; ya cerrada a esas horas. Se me había hecho tardísimo.
Las gotas de sudor se escapaban de mi cuerpo, abandonando un barco semi hundido por la barruntada derrota académica y, cómo no, por el hambre acumulado tras tantas horas de ayuno.
Recorría una larga calle que separa el lugar en el que solía estudiar con la Plaza donde se encuentra  el Colegio Mayor y me costaba distinguir , desde lejos, el fondo arbóreo y frondoso de la citada plaza. Los rayos de calor de aquél sol tiránico reverberaban con tanta virulencia desde el  suelo que formaban una fantasmagórica y danzarina neblina deformando el contorno del paisaje.
Y casi al final de lo que para mí  en ese momento más se acercaba al camino de El Calvario, es decir de aquella calle estrecha y angosta, se abrió , a mi izquierda , un salvador porche que recorría unos cuantos metros de una acera cuya brea, pegajosa, ablandada por el sol,  se adosaba con inquina en mis sandalias veraniegas, casi derritiéndolas.
Y en él me refugié; con avaricia. Como el que tiene sed y se bebe de un trago el agua del botijo sin importarle un pito el que viene detrás.
Di unos pasos cerciorándome de que, al fin, mi cabeza no servía de diana de aquellos lengüetazos solares abrasadores y cuando mi cuerpo se empezaba a acostumbrar a cierta sensación de desahogo, una puerta de un local  con un amplio ventanal a su izquierda recordó a mi cerebro que tenía sed.
¡Sed! ¡Mucha, con ambición malsana!¡Mezquina!¡Insolidaria!. Casi pecaminosa. Y caí en la tentación de mirar al interior del local...y me perdí.
Allí estaba, esbelta, arrogante, sabiendo de su elegancia cristalina; bañado su cuerpo en un vapor gélido, cual velo de una hurí sedoso y trasparente; sugerente de los más libidinosos pensamientos. Plantada en medio del mostrador; desafiante y me pareció que me ofrecía el mejor de sus guiños provocadores.
¡Sucumbí! Entré como una exhalación; me senté frente a ella, acaricié su frío y esbelto talle y todas mis pasiones reprimidas saltaron por el aire haciendo añicos años de austeridad y de buena educación recibida de mis padres. La tomé al asalto, pasionalmente. Sin decoro.

Me la llevé a los labios y me derretí ante el deleite de aquél agua recorriendo mi abrasada garganta ávida de líquido reparador. Fue de un sorbo. Dejé el dinero en el mostrador y me alejé de él abochornado y sin querer volver la vista atrás; huyendo de las miradas de los clientes y, de paso, de mi propia vergüenza.  Llevaba en mi alma la sensación de haber violado a una indefensa, o no tanto, valquiria del Valhalla.


Para el XVIII Certamen Literario de Relatos Cortos Café Compás. Asociación Literaria y Cultural "Café Compás" de Valladolid. 

Un capricho de La Creación


Se puso manos a la obra; aquella figura que fue divina; reconocida por todos  menos por la Ciencia que, explica, toda una evolución seguida, pues hay que justificar con hechos, lo espontáneo allí surgido ¡Naturalmente!
Y cuando había hecho las aguas, aquél Ingeniero Físico, comenzó a repartirlas como quiso; sin querer caer en privilegios; según a tal o cual región le venía mejor o un mar ancho, profundo, extenso; o un simple riachuelo en el que poder calmar la sed, el viajero.
Y así estuvo repartiendo sus creaciones por todo el Orbe, es decir; para los mundanos, la Tierra; pues aún hoy desconocemos si hay otros "despistados" morando en otros planetas.
Más "la tentación, vive arriba", como el celuloide diría muchos más años después y, un golpe de brisa, casi, casi maliciosa, le acarició suavemente su barba espesa y ya cana, posiblemente un eufemismo de algún pintor que nunca le vio la cara.
El caso es, que se paró al llegar a Andalucía y recordar cómo, siglos después, a esta región la llamarían las gentes que en ella vivirían: "la tierra de María Santísima", y, sin querer, pero con cierta sonrisa pícara, extrajo de su saca un río; un río resplandeciente que llamó Guadalquivir, o "Río Grande", que llamaron otras gentes que pasaron por allí.

Y el río Guadalquivir asentó su extenso cauce en una tierra bendita porque así quiso su Madre.

Para el III Concurso de Microrrelatos Manuel J. Peláez. Colectivo Manuel J. Peláez

Elephantes belli carthaginensis


El mastodonte hercúleo avanzaba, pesadamente, bajo la experta mano de su guía hacia la batalla, convenientemente estimulado por una pica que, de vez en cuando, se desplomaba sobre su nuca ensangrentada por las sucesivas acometidas del aguijón.
Sobre su lomo, cual alcazaba ambulante, se erguía, anclado por cadenas a sus lomos, una gran cesta de mimbres, urdida densamente, con paciencia, para hacerla lo más inexpugnable a las flechas y lanzas del enemigo.
Allí, en esa torre moviente, acompañaban al mahout o conductor dos soldados; un arquero, tirador de larga distancia; atacante, minador de las defensas enemigas a vista de pájaro y un lancero a la usanza de la infantería pesada equipado con un largo venablo que podía actuar de dos maneras; como arma a distancia, o como defensa para rechazar los posibles, aunque poco probables, asaltos al paquidermo. En otros, se distinguía una cuarta figura dando órdenes y voces a bestias y hombres; era un oficial.
Y así, avanzaba recto, agitando vivamente su cabezota de lado a lado, entrenando lo que sería cientos de metros más adelante, su manera habitual de entrar en combate; barriendo las tropas enemigos que se encontrara en su recorrido.
Para el enemigo, ver venir a esas bestias hacia su posición, les suponía derrochar, en el mejor de los casos, la mayor parte de dosis del arrojo, individual y colectivo, reservado en el espíritu de cada soldado; provocando en muchas ocasiones, una desbandada más o menos generalizada, ante tal avalancha de terror.
Los más valientes o los atenazados por tal pánico que ni tan siquiera les dejaba huir, combatirán intentando librarse de las acometidas de aquellos ancestrales carros de combate demoledores.
La batalla está lanzada. Las vanguardias de cada contendiente entrechocan con estruendo;  como si dos grandes machos cabríos percutieran con sus cornamentas para disputarse una hembra; y ésta hembra se llama Gloria.

Esto es lo que ven mis ojos y lo que pasa por mi cabeza cuando contemplo la diminuta figura de mi colección que representa a estos magníficos colosos que utilizó Anibal en sus batallas. Sus ojos me miran demandándome misericordia y como si de un dios me tratara, piden ese soplo divino que no les puedo dar, para reanudar sus contiendas; son elephantes belli carthaginensis  plumbi...


Para el VIº Concurso Literario. Museo L'Iber de Relato Corto Histórico. Fundación Libertas 7

Sí, era así


Era ya muy tarde. En mi afán por llegar, cuanto antes, a mi destino, había estado conduciendo muchas horas con un ligerísimo alto en el camino para engullir, más que cenar, un bocadillo de calamares que me supo a gloria con su correspondiente botellín de agua para que pasara lo mejor que pudiera.
La gente iba y venía en un viernes que ya presagiaba el progresivo alto en los trabajos de cara al fin de semana; así como, a medida que me acercaba a mi destino un mayor bullicio, antesala de las jornadas festivas que los días siguientes iban a producirse.
No había nada  pues, fuera de lo normal.
Llamé al timbre del Hotel que había escogido; lo más céntrico posible para gozar de las fiestas sin necesitar desplazarme a grandes distancias.
Tardó mucho rato en aparecer una figura encorvada que, muy lentamente cruzó el amplio hall hasta llegar a la puerta en la que me encontraba. Giró con calma la cerradura y entreabrió la hoja para preguntarme si era el huésped Fulanito de Tal, al que estaba esperando.  Cotejó, al amparo de una linterna mi documento de identidad y dio el visto buen para que me adentrara en el Hotel.
Cubrí la hoja de ingreso y con la misma calma extendió una tarjeta con el número 66; sus manos temblequeaban con cierta armonía.
Estaba realmente cansado tras el viaje y me deshice de él, que pugnaba por acompañarme, diciéndole que no se molestara que ya había estado años atrás alojado en aquél hotel y, por tanto , que lo conocía. Mentí.
Dormí plácidamente. La habitación, a pesar de estar ubicado el hotel en una de las grandes vías de la ciudad, no dejaba traspasar por sus ventanas ni el más ligero ajetreo urbano. Decidí desayunar en la habitación. Lo encargué y no habían pasado cinco minutos cuando un "toc-toc" característico, seguido del consabido "servicio de habitaciones" resonaba al otro lado de la puerta.
Abrí y un vetusto camarero, con una amplia sonrisa y un ¡buenos días! jovial, se dispuso a entrar con el carrito del desayuno. Era inmenso...¿dónde pensaban que me iba yo a meter todo aquél arsenal?.
Le di las gracias y calmosamente fue hacia la  puerta de la habitación cerrándola tras de sí. Me dispuse, ávidamente, a dar mi primer trago de aquél aromático café que me estaba pidiendo a gritos que lo saboreara cuando, a medio trago, un fugaz pensamiento cruzó mi mente... éste camarero era muy mayor... o me lo parecía a mí. Y no era el que me había recibido la noche anterior, no.
Desayuné lo que el cuerpo quiso y una ducha confortable me terminó por recuperar las energías que , el día anterior, había maltratado mucho.
Bajé en el ascensor sin encontrarme con ninguna persona y una puerta más pequeña, opuesta a la principal y mucho más cercana, me ofreció la posibilidad de salir por ella y así lo hice.
No noté nada. Enfrascado en recorrer con la mirada las grandes y lujosas tiendas de aquella avenida de tronío, con sabor a "siempre", de observar sus primorosas fachadas del siglo diecinueve muchas de ellas; ensimismado a la vez por el trajín continuo del tráfico; en fin, saboreando el paisaje tardé mucho tiempo hasta darme cuenta de una circunstancia.
Iba a cruzar la calle por una esquina que tenía su correspondiente paso de peatones, cuando, la natural aglomeración que se forma al estar "cerrado" para los peatones, uno que quiso pasar entre el pequeño hueco que había entre la pared y yo, sin querer, me dio un pequeño empujón. Yo, intentando ser correcto desde pequeño, me adelanté a pedirle perón por algo que no había provocado; pero así me han educado. Tengo que decir que él se apresuró a pedir perdón, lo que le honra, y fue en ese cruce rápido de miradas, cuando caí en la cuenta. ¡Otro anciano!. Reparé que los que estaban en aquél grupo a la espera del semáforo todos eran ancianos de diferentes edades posiblemente, pero ancianos.
Crucé el semáforo mirando a casa individuo que tenía al lado o con el que me cruzaba y el resultado siempre era el mismo: ancianos.
Observé a los conductores de los vehículos que circulaban; los de los taxis; los conductores de los autobuses; los del servicio de limpieza; los guardias urbanos....¡todos!...¡todos eran ancianos!.
Estaba empezando a sentirme mal; no porque realmente tuviera mal cuerpo sino porque comenzaba a creerme que aquello era una pesadilla; aunque la sangre que vi en mi pañuelo, fruto de un mordisco que me di disimuladamente en mis labios, me hizo comprender que si aquello era una pesadilla, lo que no cabía duda era que la estaba viviendo.
Una charanga que ser aproximaba con los típicos ritmos de Semana Grande, me hizo concebir la esperanza de que de un momento a otro vería aparecer a los muchachos y muchachas con sus coloridos blusones danzar al ritmo de lo que marcaba la fanfarria  de su peña; y esperé con anhelo verlos aparecer tras el blindaje que les proporcionaban la concurrida asistencia de gente , ya a media mañana, por la calle.
Tres minutos y medio después me percaté, aún con más asombro, que los danzarines que bailaban al son juvenil de la charanga, sobrepasaban con creces mi edad ya madurita. Y se movían primorosamente, pero...eran viejos.
No lo pude soportar más; llegué, incluso, a pensar que se habían puesto máscaras, primorosamente confeccionadas, con algún motivo; en mi desazón pensé incluso que todo aquello estaba orquestado en contra mía.
Un ligero apretón a nivel de tripas, me obligó de inmediato a volver hacia el hotel; para solventar el tema y, sobre todo, porque algo me obligaba a buscar refugio en algún sitio; y el más reconocido por mí en ese momento, era la habitación 66 del hotel.

Llegué en menos que canta un gallo; o así me lo pareció. La urgencia era la urgencia y subí rápidamente hasta la habitación. Entré en el servicio y  más relajado, miré a la persona que se reflejaba en el espejo de enfrente. No di un salto, sin duda por las circunstancias en las que me encontraba; pero allí, en aquél espejo, no estaba yo...había...había un anciano. Con mi cara, mis facciones...pero con cincuenta años más...No era un sueño, no.


Para el V Premio TERBI de Relato Temático Fantástico Mundo Envejecido. Tertulia de Bilbao.