Parte de mi juventud transcurrió en La Rioja, provincias
entonces castellana, que así me lo tuve que aprender en los libros de geografía
de entonces.
Concretamente en Logroño, cinco años disfruté, en esos años
fatales, queridos, tan ideales , cuando despiertas al mundo, a la vida, te
rodeas de chavales que dan o quitan la vida, simplemente por estar cerca ya
que, aunque no lo parezca, a todos nos la facturan, la vida que cae de madura
que es un primor... que lapida.
Tengo conciencia segura de lo escrito hace un renglón; que me
lo pasé "fetén", que aunque
vaguear vagueé, de vez en cuando estudié ¡cómo no! en el San José.
Conviví con los internos, venidos de mil lugares, de aquí, de
allá, de acullá; de La Rioja, Castilla, de Aragón, de Navarra y alguno nacido
en Mendavia ¡claro está! aunque mi torpe cabeza no recuerde ya sus nombres ni
los nobles apellidos que acarrean esos hombres.
Quisiera rememorar, por quedar un poco bien, las cara de
algún alumno del colegio logroñés, más no sería cortés si los ojos, o la boca,
o los pelos, cualquier cosa, pareciérame a Pepito a Andrés o Raulito, con tal
de llevarme bien con los chicos mendavieses y no tener los reveses que la edad
ya no perdona.
Recuerdo, con gran
cariño, a un profesor, un seglar,
bajito, más bien locuaz y ¡por cierto!, muy culpable de que aquí esté, dale que
dale, a un boli color metal. No quisiera desvelar su nombre ni su apellido, no
por nada, sino por saborear, el mayor tiempo posible, el anonimato pleno que al
escribir placentero, me proporciona asequible, no ponerle al hombre en brete,
si el escrito no merece, guardarlo ni en un archivo.
De esta forma no habrá duda que, el profe, puso lo suyo para
educar a esta mula.
No recuerdo, soy honesto, haber ido a ver Mendavia; si probé
¡y más de un cesto! tus espárragos hermosos, enormes, ricos, jugosos que a mi
madre y a éste mendas, les hacían la boca agua y les saltaban los ojos.
Sería justo decir que, dando un gran salto al Ebro, separador
de ambas tierras, en la granja de otra acera, la riojana, se daban unos
espárragos de también quitar el hipo, en una base española, de Aviación, en la
ribera derecha, de ese cauce de vida que reparte en sus orillas tantas bondades
con arte.
Quizás un mil quinientos gris me llevara algunas tardes de
las de verano, largas; en el coche de los Vargas y algún amigo me informa, es
posible, mi memoria, me deja otra vez de nalgas.
Hoy podría informarme, a través de internet, hasta del padrón
completo, de un pueblo abierto, coqueto, pero no sería cierto, a falso me sonaría
y no quisiera este maqueto ir de chulín por la vida, sobre todo cuando estira
los años como un cachorro y, aunque me llamen ¡pedorro!, pues en Logroño se
estila, mi cabeza no cabila si la verdad voy... y escoño.
Seguro que en regresión a mi pubertad hipnótica, descubriría
¡idiota!, quienes fueron esos niños que en colegio al que fuimos conociste,
conocimos y, por juegos del destino, dejé de ser vuestro amigo.
La vida ha cambiado mucho y a estos años, ya pachucho, me río
cuando me ducho, recordando aquellas duchas tras la gimnasia diaria a las que
no sometían profesores de uniforme, que vaya ganas ponían.
Seguro que en nuestras testas cual hilos umbilicales
recordamos ¡qué cabales! a aquellos maestros duros, que nos metieron los puros
cuando en la mente, dispersa, no había oblicua ni recta, pues se nos dibujaba
presta, la cara de una mocita que nos parecía bonita ¡mucho más que la clase
ésta!
Hubo quien, con una caña, cual Ecce - Homo terreno, sacudía
con esmero, un golpecillo severo si no seguías la clase o al menos a aquél
puntero.
Disfrutábamos jugando con un balón en los pies, creyéndonos
el mismo ser de un portento futbolero, más nos compuso la vida un bolero,
viendo que nadie viene sabiendo; que con tesón y esfuerzo, dejar de ser un
mastuerzo en el juego más complejo de este mundo, un poco viejo.
Ignoro si alguno de ellos que el balón manoseaban, habrá
logrado llegar a hacer lo que deseaba, como profesión y, llegara a divertirse
en su cotidiana vida, con un balón, pierna en ristre, para no quedarse triste.
Me fastidia, me incomoda, teniendo buena memoria, no
acordarme de una historia con gentes de esta villa; me encorajina no poderos
devolver, con modestia sin doblez, alguna cosa concreta que nuestras vidas
uniera, con recuerdos de Glorieta, lugar muy bien elegido cuando, dándonos el
piro, alguna clase fallábamos, por estar ya hasta el higo.
No sé, no sé, no recuerdo, por más y más que lo intento,
fallo saber si en aquél cuento, que para mí fue esa etapa, en algún u otro momento mi memoria se desata y
saliendo de una chistera mi mollera ¡Dios lo quiera! resucite alguna imagen,
postal o diapositiva de que sí que conocí, paseé, tal vez bebí, algún refresco
al uso pues la edad, no me excuso, dificultaba ¡y mucho! tomarse uno un vinito
de la tierra que bien merece estar en la panacea, de esa uva que crece cerca de
la esparraguera.
¡Malditos años! o benditos si han llegado, que en esta vida
añoramos, todo lo que se termina; después lloramos, lloramos cuando no hay
quien lo repita.
Pudiera ser, no tardando, hiciera el petate un día y
presentárame en Mendavia, de tapado, no de espía, pero sin decir mi nombre,
aunque nadie me recuerde ¡qué pretencioso! ¡qué hombre!, no sería fiel a mí, si
me anunciara el clarín, cuando visite ¿al fin?, esas tierras de Navarra, por el
Ebro separadas o unidas, que es mejor ser parecidas al resto de la manada.
Emplazo, pues, a mi vida venidera, haciendo un huequito en mi
ajetreada vida dominguera, de jubilado prematuro, reflejo de un chaval del que
poco queda.
Si alguno, acaso, me reconociera, hiciera bien en no
manifestarse y con una seña postinera, me dijera adiós sincero al alejarse. Guardaría ese hecho en
la memoria, el resto de mis días en la
tierra y descubriría así que fue un amigo de antaño, de hace un siglo, un
mendaviés de mi historia.
Presentado al XV CERTAMEN LITERARIO "VILLA DE
MENDAVIA", 2014. Mendavia (Navarra)