viernes, 24 de octubre de 2014

¿Estuve?



Parte de mi juventud transcurrió en La Rioja, provincias entonces castellana, que así me lo tuve que aprender en los libros de geografía de entonces.
Concretamente en Logroño, cinco años disfruté, en esos años fatales, queridos, tan ideales , cuando despiertas al mundo, a la vida, te rodeas de chavales que dan o quitan la vida, simplemente por estar cerca ya que, aunque no lo parezca, a todos nos la facturan, la vida que cae de madura que es un primor... que lapida.
Tengo conciencia segura de lo escrito hace un renglón; que me lo pasé "fetén", que aunque  vaguear vagueé, de vez en cuando estudié ¡cómo no! en el San José.
Conviví con los internos, venidos de mil lugares, de aquí, de allá, de acullá; de La Rioja, Castilla, de Aragón, de Navarra y alguno nacido en Mendavia ¡claro está! aunque mi torpe cabeza no recuerde ya sus nombres ni los nobles apellidos que acarrean esos hombres.
Quisiera rememorar, por quedar un poco bien, las cara de algún alumno del colegio logroñés, más no sería cortés si los ojos, o la boca, o los pelos, cualquier cosa, pareciérame a Pepito a Andrés o Raulito, con tal de llevarme bien con los chicos mendavieses y no tener los reveses que la edad ya no  perdona.
Recuerdo,  con gran cariño,  a un profesor, un seglar, bajito, más bien locuaz y ¡por cierto!, muy culpable de que aquí esté, dale que dale, a un boli color metal. No quisiera desvelar su nombre ni su apellido, no por nada, sino por saborear, el mayor tiempo posible, el anonimato pleno que al escribir placentero, me proporciona asequible, no ponerle al hombre en brete, si el escrito no merece, guardarlo ni en un archivo.
De esta forma no habrá duda que, el profe, puso lo suyo para educar a esta mula.
No recuerdo, soy honesto, haber ido a ver Mendavia; si probé ¡y más de un cesto! tus espárragos hermosos, enormes, ricos, jugosos que a mi madre y a éste mendas, les hacían la boca agua y les saltaban los ojos.
Sería justo decir que, dando un gran salto al Ebro, separador de ambas tierras, en la granja de otra acera, la riojana, se daban unos espárragos de también quitar el hipo, en una base española, de Aviación, en la ribera derecha, de ese cauce de vida que reparte en sus orillas tantas bondades con arte.
Quizás un mil quinientos gris me llevara algunas tardes de las de verano, largas; en el coche de los Vargas y algún amigo me informa, es posible, mi memoria, me deja otra vez de nalgas.
Hoy podría informarme, a través de internet, hasta del padrón completo, de un pueblo abierto, coqueto, pero no sería cierto, a falso me sonaría y no quisiera este maqueto ir de chulín por la vida, sobre todo cuando estira los años como un cachorro y, aunque me llamen ¡pedorro!, pues en Logroño se estila, mi cabeza no cabila si la verdad voy... y escoño.
Seguro que en regresión a mi pubertad hipnótica, descubriría ¡idiota!, quienes fueron esos niños que en colegio al que fuimos conociste, conocimos y, por juegos del destino, dejé de ser vuestro amigo.
La vida ha cambiado mucho y a estos años, ya pachucho, me río cuando me ducho, recordando aquellas duchas tras la gimnasia diaria a las que no sometían profesores de uniforme, que vaya ganas ponían.
Seguro que en nuestras testas cual hilos umbilicales recordamos ¡qué cabales! a aquellos maestros duros, que nos metieron los puros cuando en la mente, dispersa, no había oblicua ni recta, pues se nos dibujaba presta, la cara de una mocita que nos parecía bonita ¡mucho más que la clase ésta!
Hubo quien, con una caña, cual Ecce - Homo terreno, sacudía con esmero, un golpecillo severo si no seguías la clase o al menos a aquél puntero.
Disfrutábamos jugando con un balón en los pies, creyéndonos el mismo ser de un portento futbolero, más nos compuso la vida un bolero, viendo que nadie viene sabiendo; que con tesón y esfuerzo, dejar de ser un mastuerzo en el juego más complejo de este mundo, un poco viejo.
Ignoro si alguno de ellos que el balón manoseaban, habrá logrado llegar a hacer lo que deseaba, como profesión y, llegara a divertirse en su cotidiana vida, con un balón, pierna en ristre, para no quedarse triste.
Me fastidia, me incomoda, teniendo buena memoria, no acordarme de una historia con gentes de esta villa; me encorajina no poderos devolver, con modestia sin doblez, alguna cosa concreta que nuestras vidas uniera, con recuerdos de Glorieta, lugar muy bien elegido cuando, dándonos el piro, alguna clase fallábamos, por estar ya hasta el higo.
No sé, no sé, no recuerdo, por más y más que lo intento, fallo saber si en aquél cuento, que para mí fue esa etapa,  en algún u otro momento mi memoria se desata y saliendo de una chistera mi mollera ¡Dios lo quiera! resucite alguna imagen, postal o diapositiva de que sí que conocí, paseé, tal vez bebí, algún refresco al uso pues la edad, no me excuso, dificultaba ¡y mucho! tomarse uno un vinito de la tierra que bien merece estar en la panacea, de esa uva que crece cerca de la esparraguera.
¡Malditos años! o benditos si han llegado, que en esta vida añoramos, todo lo que se termina; después lloramos, lloramos cuando no hay quien lo repita.
Pudiera ser, no tardando, hiciera el petate un día y presentárame en Mendavia, de tapado, no de espía, pero sin decir mi nombre, aunque nadie me recuerde ¡qué pretencioso! ¡qué hombre!, no sería fiel a mí, si me anunciara el clarín, cuando visite ¿al fin?, esas tierras de Navarra, por el Ebro separadas o unidas, que es mejor ser parecidas al resto de la manada.
Emplazo, pues, a mi vida venidera, haciendo un huequito en mi ajetreada vida dominguera, de jubilado prematuro, reflejo de un chaval del que poco queda.
Si alguno, acaso, me reconociera, hiciera bien en no manifestarse y con una seña postinera, me dijera adiós  sincero al alejarse. Guardaría ese hecho en la memoria,  el resto de mis días en la tierra y descubriría así que fue un amigo de antaño, de hace un siglo, un mendaviés de mi historia.


Presentado al XV CERTAMEN LITERARIO "VILLA DE MENDAVIA", 2014. Mendavia (Navarra)

Espera




Y pasa el tiempo veraniego de julio, como el soldado que se acantona en la trinchera a la espera de la embestida enemiga... con tensión... No sabe, el momento exacto, en el que, el toque de corneta, dará paso al vocerío que conlleva toda carga en combate; cuando, en éstos, si se me permite, existía cierta forma de romanticismo añadido.
Hoy, en el siglo veintiuno, un dedo, incluso grasiento sin la ética del llamado Arte de la Guerra, vale para apretar un botón de plástico que sirve para llevar la muerte a cientos de miles de personas que están a cientos de miles kilómetros de distancia... asépticamente, como el cirujano que corta lo que, indebidamente,  no debe estar en nuestro cuerpo. Casi como Pilatos, lavándose las manos para no mancharse...
Y, valiendo el símil, así pasa "mi" mes de julio: "a la espera de..."
Llevo ya casi seis "julios" con esa sensación de espera, interior y exterior, permanente. llevo ese tiempo, con intervalos mejores y peores, esperando... siempre en situación de "prevengan armas", como en el Ejército, a que a los médicos se les ocurra algún tipo de "prueba" nueva.
La verdad es que ingenio tienen. Sus conocimientos sobre el desarrollo de la enfermedad que ha decidido tomar posesión de mí, van a la par de mi propia sintomatología o, por concederles su experiencia como un don, un par de segundos por delante de mis quejas... nada más.
A fuerza de soportarlas, terminan por ser llevaderas y casi de la familia. Cuando me preguntan por cómo estoy y contesto que bien, debería de hacer un cálculo aproximado, manual en ristre, de que el "bien" es un mal para la mayoría de los mortales... por aquello de "el clavo ardiendo", que es un dicho muy bien pensado.
Y así me paso los días, como el buen pescador esperando las marea de mayor arrastre, para cobrar las mejores piezas; aunque, eso sí, casi siempre, las piezas vengan acompañadas de pequeñas o grandes "judiadas", cuando las deciden llevar a cabo en mi cuerpo serrano... "por mi bien".
Y por mi bien, cual inocente cordero, me dejo llevar al matadero de turno, dicho sin ningún ánimo de rencor al referirme al hospital, a meterme agujitas "del quince" para quemarme tal o cual ganglio que, por mor de su vida propia, ha decidido crecer más de la cuenta y, por tanto, hay que castigarlo. Y, de paso, a mí, a quien, por cierto, ningún bicho me ha pedido permiso para instalarse dentro de mí y mucho menos, yo se lo haya concedido. Pero la vida es así de caprichosa.
Existe, además, ese otro refrán popular que dice "Virgencita, que me quede como estaba", que sirve de bálsamo cuando se avecinan nuevas "fechorías terapéuticas".
Y sin fumar. Toda esta espera, sin fumar. Que no lo echo de menos, pero que agrega cierta construcción lingüística más novelesca a la situación. ¡Claro! que, a estas alturas ya habría dejado en ridículo al típico novio de las viñetas de nuestros "tebeos" infantiles esperando a su chica y rodeado por un mar de colillas. Creo que, esa situación, además la he llegado a vivir...
Esperar es bueno según para qué. En mi caso, el mero hecho de esperar, es vivir; con lo que ya se da por buena la espera; pero sin "malos rollos"; escribiendo cuando apetece y aburriéndome cuando toca; es decir, como cualquier ser humano corriente y moliente que es lo que es uno. Sin más.
¡Todo sea por la Ciencia! si esa "pinchadita", un tanto molesta, sirve para que el que viene detrás de mí, se la pueda ahorrar por lo aprendido con ella los doctores al uso. Bien es verdad que, cuando me proponen este tipo de pruebas, , me cuesta imaginarme la cara de estos doctores sin que les sobresalgan de sus dentaduras, sendos colmillos manchados ligeramente de sangre...
¡Qué lo vamos a hacer!

Presentado al XII Concurso de Relatos “Víctor Chamorro” 2014. Hervás (Cáceres).

Sofá amigo




Sofá de sobremesa,
abrigo de mis sueños,
al fin y al cabo, dueños
de mi cabeza espesa.

Recibes, sin sorpresa,
mi cuerpo dolorido
y pones colorido,
a mi memoria impresa.

En tus brazos, procesa
mi sueño taciturno,
aunque no sea nocturno,
mi alma se confiesa.

Relajado, me besa,
me arrulla, me musita,
ronroneos concita,
como al fuego, la pavesa.

Despierto. Me embelesa
lo bien que estoy contigo
sofá, querido amigo,
mañana... sobremesa.




Presentado al CERTAMEN LITERARIO DE GENTE MAYOR 2014. Casa de la Cultura de Castellón.  Editado en la Antología del X Certamen Literario Gente Mayor.

Hijos




Esos dulces pequeños,
de casi un metro,
gobiernan nuestra vida,
son como un cetro

nos acompañan siempre
con sus sonrisas
o implicándonos a todos,
con sus desdichas.

En sus caritas blancas,
hospitalarias,
advierten, sin pudor,
con sus plegarias

cabecitas pelonas
¿con pensamiento?
nos dejan aturdidos,
en el momento.

Producen tales cambios,
en un instante
que nos hacen quererlos,
allí... delante

encorsetadas prendas,
lindas camisas,
las monjitas les ponen,
sin muchas prisas

por el orden preciso,
es necesario
tenerlo abotonado,
aún sea un calvario.

Los nenes enrojecen
¡tantos botones!
¡desabrochadlos, pronto!
esos blusones

Los individuos miran,
con gran alivio,
la mano salvadora
de su martirio

y, bostezando, giran
sus cabecitas
al tic-tac del cristal
que tú suscitas

fijan, en ti, su vista
¡qué subidón!
"el nene te conoce",
dice un guasón

Hay siete u ocho cabezas
tras los cristales,
haciendo al unísono,
mil ademanes

las caras, un poema,
dignas de retratar,
nadie reconocemos,
la forma de mirar
si alguna foto vemos
de tal momento,
sutiles, avisamos,
de otro careto.

Pero no engañemos,
las babas gustan;
decir que son tus hijos,
nos reajusta

más allá de los puros
y los convites,
están esas risitas
¡y te derrites!

a papá se parece,
si es un niño,
te lo dicen confiados
y añaden guiño.

Tú, convicto completo
a tal lisonja,
te crees, a pies puntillas,
lo de la monja
si miradas impías
se entretejen,
"esos ojos azules",
a ti asemejen.

A medida que crecen
son exigentes;
que mandan sobre ti,
son muy conscientes

Los educas con mimo,
con mucho tiento,
quieres que sean la envidia
de ese "convento"

y cuando mucho crecen,
del metro pasan,
a pantalones largos
se les reemplazan

ya visten todos juntos,
van al colegio,
se han hecho mayores,
por sortilegio.
Las chicas que antes eran
sus más amigas,
pasan, de pronto, a ser
casi enemigas

y es que la pubertad
atrae los granos
que acumulan su rojez
por todos lados

cuando las miras, sientes
con gran deseo,
derretirte allí mismo,
en un goteo.

Es la vida, es así
y coquetea
con chicos y chicas de
igual manera

nos encontramos varados
por doce años
y un día, de repente,
son como extraños
no nos consultan nada,
ya son mayores,
el tímido bigote,
les da razones.

Siempre estaremos juntos,
queridos hijos,
sabed que estamos prestos,
¡que somos fijos!


Presentado al XXIX Concurso de Poesía "Poeta Pastor Aicart" 2014. M.I. Ajuntament de Beneixama.(Alicante) 

El ferrobús




Era un trayecto corto de unos años largos, bastante largos en el tiempo... en las carnes.
Podrían ser doce kilómetros por carretera; ignoro los que sería por vía férrea. La creencia popular, o al menos la que me llegó a mí, era que los recorridos del ferrocarril convenían en ser más largos. En cualquier caso, en el que nos ocupa, no podría ser mucho más, por mucho que se empeñara Renfe.
Las jornadas festivas de primavera y de gran parte del otoño, así como todos los días del verano, se pasaban, casi asiduamente, en una base militar. La mayoría de la pandilla, con honrosas excepciones, éramos "hijos del Arma"; del Arma de Aviación, se entiende.
Llevarnos hasta Recajo, la base, nos llevaban, pero el disfrute de la misma se nos hacía excesivamente corto, con lo que decidíamos esperar al Ferrobús de la nueve o nueve  y diez, de la tarde-noche, según el calendario, para volver a nuestro Logroño.
Partamos de algo común a todo español de la época, que se precie. Apurábamos tanto el tiempo, que, casi todos los día, nos jugábamos llegar tarde para coger a tiempo el tren; a pesar de los entonces generalizados y casi "institucionalizados" retrasos de nuestros trenes. Eso, nos salvaba... aunque no siempre. Recuerdo cierta caminata, por esos raíles, de noche cerrada....pero eso es otra historia.
La excursión hasta la estación de Recajo, por ruta oficial, no pasaba de los diez o doce minutos. Aquello era mucho.  Optamos por la "vía", que bien me viene esa palabra, rápida. No era otra que aprovechar cuando el centinela de la puerta principal miraba hacia otro lado, ir saltado la valla, de uno en uno, por una garita que sólo hacía función de tal, durante las "imaginarias" de la noche.
A veces, parecía que nos habría tenido mejor  cuenta, dar el "rodeo oficial" y no esperar a que el soldadito de turno, mirara para otro lado. También es cierto, que les había que sabían hacerse el "Tancredo", divinamente.
La "toma" de la garita ya nos creaba cierto aire de héroes. Habíamos alcanzado un hito importante. Como la toma de La Bastilla, pero sin Bastilla. Una simple garita.... pero sin ser vistos.
El ataque a ese "puesto", terminología militar, por la zona noble, es decir, por dentro del recinto del Aeródromo,  resultaba ser un "paseo militar"; se encontraba enclavada en el extremo de un espléndido jardín con una espectacular y cuidada rosaleda. Por ende, las escaleras de acceso, casi, casi, rozaban el tratamiento de escalinatas. Muy fácil, mientras no te vieran desde el Cuerpo de Guardia. Aún así, siempre se podía aducir: "que estábamos contemplando "las vistas"...
Lo realmente importante era saltar. Había como dos metros desde lo alto de la valla al "foso externo del castillo", lo que viene a ser, sin tanta retórica, el vulgar suelo; eso sí provisto de alguna zarza y cardos.
No es machismo. ¡Dios me libre!, pero el salto lo ejecutábamos, por lo general, bastante mejor los chicos. De entre las chicas, había quien pasaba el trago con bastante dignidad; pero también las había que, llegadas al tejadillo que adornaba la cimera de la valla, , decidían ponerse "a caballito" y... nos daban las uvas... No había forma humana que la bajara por la otra parte, la externa; con lo cual o éramos descubiertos o teníamos que desistir y hacer todos, solidariamente, el tortuoso camino oficial. Alguna sonrisita se le dibujaba al soldadito de la puerta, al vernos fracasar en nuestro intento.
Llegar a la estación, llegábamos. Era pequeña.  Casi siempre estábamos solos. La Oficina de despacho de billetes a mano izquierda de la Sala de Espera; y ésta con sus bancos de madera, pintados en un verde universal de aquellos años.
Si nuestra escaramuza había sido rápida y llegábamos con tiempo a la hora que tenía previsto llegar el tren; es decir, diez o quince minutos de la llegada real, una buena, buenísima amiga, siempre preocupada en hacer la vida más agradable a nosotros, sus amigos, desenfundaba rápida y con gran maestría su guitarra y  amenizaba ese tiempo de espera con la que ha pasado a ser una canción mítica; no sé si en los Anales de la Historia de la Música, pero sí, desde luego en los recuerdos auditivos de una pandilla que, hoy en día, sigue recordando su famoso: ¡Oh Susana!.
Ganas las ponía; esfuerzo también; letra lo mismo, se la sabía al dedillo, y voz... voz...también; aunque esto sería mejor preguntárselo al Factor de billetes de la susodicha estación; pues la miraba con cara, rara...muy rara... Nosotros era y somos sus amigos. Silencio administrativo.
Subir al Ferrobús suponía cierto alivio musical. Se volvía a enfundar el arma, la guitarra, y se gozaba de cierto descanso.
Pero no duraba. En Recajo no se subía, prácticamente, nadie, salvo nosotros; pero venía de más lejos y, por lo general, rebosante de género humano e inhumano.
Había que hacer sitio a bolsas, mochilas y guitarra en un marco en el que no cabía un alfiler. Cuando nos veían subir, ciertas miradas torvas se desparramaban por nuestras caras que hacían sentirnos culpables de ocupar unos sitios que, realmente, no existían. Pero nos quedábamos.
Aquello se ponía en marcha. Más valía estar agarrado o te encontrabas, de golpe, empotrado dentro de la señora, metida en carnes, que te lanzaba una mirada de no se sabía qué, ante tu cortado balbuceo que venía a ser un pedir perdón pero sin llegar a salir de los labios; o el no menos bochornoso balanceo entre las amigas que, al menos para uno que yo sé,  le hacía ponerse como un tomate de la huerta riojana.
Si era verano, el carmín del rostro, no desentonaba, pues hacía realmente calor en ese Ferrobús.
Solían viajar, frecuentemente, personas que venía de pasar el día en el pueblo y , por lo tanto, bien aprovisionados de artículos de huerta y, en algunos casos, de granja, con pico. No sentaba nada bien, en pleno vaivén ferroviario, sentir un picotazo en salva sea la parte, por un roce de más o de menos, al bicho alado.
Sudábamos a mares...Chicos y chicas...El desembarco en la estación de Logroño, era lo más parecido al de los primeros colonizadores de América. Aunque fuera agosto, daba igual, casi sentíamos frío al descender del tren. Respirábamos, por fin.
Era un trayecto corto, pero nos daba para mucho. Esa hermandad de entonces, con nuestro Ferrobús, idas, venidas, saltos, caídas, achuchones, roces.. y otras cosas, nos han traído, sin hollín, sin expresos, sin "Ferrobuses", en cierto modo, sin aquél romanticismo, a cuarenta años después, con Ave y trenes que desplazaron, definitivamente a aquellos.
Una cosa ha permanecido, junto al recuerdo de "nuestro" Ferrobús... seguimos siendo amigos quienes disfrutamos de él.


Presentado a los Premios del Tren "Antonio Machado" de Poesía y Cuento 2014. Fundación de los Ferrocarriles Españoles. Madrid  

El meandro




Y el río llegaba despacio, sintiéndose orgulloso de su majestuosidad, al remanso en el que yo me encontraba. El murmullo de sus aguas al pasar, me decían:  "ya estoy aquí", ¿No me ves?. Lo recitaba pavoneándose de su plenitud; casi con arrogancia. Tal era la distancia de orilla a orilla, que , al río, le parecía que no existía otro más grande que él en todo el mundo.
Efectivamente, ante los ojos de quien le contemplaba en aquél punto, se asemejaba más bien a un pequeño mar, por su anchura y porque las aguas, aunque remansadas, desplazaban cierto oleaje hacia sus orillas.
Realmente podía pasar por un río grande. Se veían saltar peces de considerables dimensiones en el centro de su cauce y cerca, también, de las riberas cuajadas de carrizos y cañaverales; lo que , sin duda, aportaba, para los habitantes del río, un buen acumulo de alimentos, entre insectos , pececillos o renacuajos.
Sus orillas, al amparo de su densa vegetación, confortaban a muchos tipos de aves para construir sus nidos fuera del alcance de la mayoría de sus depredadores naturales.
Vivían desde pequeños pájaros a zancudas, grandes y elegantes, que se movían con verdadera destreza entre los juncales en busca de ranas o culebrillas.
El amanecer en el remanso, comenzaba con una coral compuesta por la diferente  polifonía de tonos de cada especie, de cada pájaro, de cada anfibio;  quienes croaban como si fueran ellos los que marcaran el compás, cual timbales, de la Sinfonía Matutina.
A mediodía, con el calor, sólo ellas, las ranas, eran capaces de seguir marcando el ritmo como si el río necesitara  de remeros para lograr sacarlo de aquél remanso.
A media mañana y debido a la cercanía de la ciudad, el cauce se llenaba de barcas cuyos pasajeros buscaban lugares apartados, en las espesuras de las riberas, para comer al fresco o para tener un rato de intimidad las parejas de jóvenes inexpertos, al abrigo de los grandes sauces llorones y de las zarzamoras.
En esas horas, todo era bullicio. No se oían más que las risas de los ocupantes de las barquitas y el incesante chapoteo de los remos,  en su mayoría en manos de inexpertos, al chocar con el agua.
A medida que entraba la tarde, la quietud dominaba durante un par de horas. Se había terminado de comer y a la sombra, al fresco  protegidos por la arboleda, muchas personas aprovechaban para dar una cabezadita.
En algunos claros a lo largo de ambas orillas, de vez en cuando, se distinguía a algún pecador, con sus cañas y aparejos, probando suerte. Poca, pues no es el mejor momento del día para que los peces piquen.
Remolonamente se despiertan de sus siestas, dedicándose la mayoría de los visitantes, a dar paseos por las orillas, saboreando la lentitud con la que pasa el río ante sus ojos. Un papá, ha confeccionado un barquito de papel a su hijo y tras haberlo depositado en el agua, contemplan ambos, como la corriente, con pereza, aleja de ellos la nave. Tras unos troncos en el cauce del río, el barquito de papel, desaparece.
Los más tranquilos deciden hacer merienda cena en esos campamentos improvisados. Los últimos trozos de tortilla de patatas son engullidos, mientras el sol, va escondiéndose tras la silueta de la ciudad cercana. Hora de recoger. Sólo los que realmente han ido de pesca con plena intención, saben que ha llegado el momento de extender y montar sus cañas y prepararse para el festín que, en breve, los peces comenzarán a darse con los insectos que, al ocaso, pulularán por millares, cerca de la superficie del río. Ese era el momento que los avezados pescadores, estaban esperando.
Mientras tanto, las familias comienzan a remar con tristeza, como contagiados por la holgazanería de la corriente, de vuelta a sus hogares. El silencio, lo envuelve todo. Un canto seco, lejano de alguna rana, lo rompe de vez en cuando.
Unas horas después el río, que ha seguido durante toda la jornada su curso, vanagloriándose de su inmensidad, dobla un gran recodo y nota, cómo sus aguas, sin saber aún la razón, se vuelven más revueltas.
Es tarde ya. Nuestro río, el de nuestro meandro, compungido, se acaba de dar cuenta que, en su trayecto, ha sido materialmente tragado, por otro caudal mucho más grande, más fuerte y más ancho que él.
Ya no tiene tiempo de volver a su meandro, a nuestro meandro  y poder seguir pavoneándose, orgullosamente, de su majestuosidad.

Presentado al IX Concurso Literario de Relato Breve "El Laurel" 2014. Barcelona (España)

miércoles, 1 de octubre de 2014

Soñar



Un sueño, es seguir viviendo mientras duermes. Un sueño, es revivir los mejores momentos vividos, engalanándolos.  Un sueño, es rememorar los que  no han sido tan afortunados, endulzándolos. Un sueño, es crear historias donde no las ha habido. Un sueño, es apaciguar el alma para, al día siguiente, retomar los quehaceres con frescura.

Un sueño, es hablar de amor a quien no puedes. Un sueño, es poder realizar ese viaje  que no harás nunca. Un sueño, es ver crecer a tus hijos con proyección, más allá, de tu propia muerte. Un sueño, es repoblar tu morada con pequeños que aún no han nacido.

Un sueño, es ver a tu país en lo más alto. Un sueño, es luchar por la justicia. Un sueño, es poder dar una limosna a quien lo necesita. Un sueño, es no ver telediarios que atosigan. Un sueño, es hacer de esta España, Jauja. Un sueño, es quizás, no despertarse.

Un sueño, es construir esperanzas. Un sueño, es transmitir ilusiones. Un sueño, es compartir las alegrías. Un sueño, es tener día tras día, un trabajo. Un sueño, es cantar a cada instante. Un sueño, es cobijar al emigrante. Un sueño, es que todo el mundo pueda hacerlo.

Un sueño, es coger a tu hijo en los brazos y saber qué futuro le depara. Un sueño, es mirar hacia el futuro, con la paz del que sabe lo que ha hecho. Un sueño, es el bebé que toma el pecho maternal, plácidamente. Un sueño, es el chaval que balbucea palabras que tendrán mucha importancia.

Un sueño, es soñar que los políticos, acceden a sus cargos por vocación de luchar por sus conciudadanos. Un sueño es, que, como Cristo, tratarnos como hermanos. Un sueño, es valorar las cosas simples de este mundo. Un sueño, es dormir; dormir lo más profundo.

Un sueño, es sonreír al que te ofende. Un sueño, es perdonar a intransigentes. Un sueño, es. Un sueño, es vivir entre las gentes. Un sueño es ayudar al indigente. Un sueño, es ponerte en la otra parte. Un sueño, es querer que todo esto acabe.

Lo contrario sería pesadilla. Que ocurre, justo, cuando empieza el día; despertamos de sueños conciliadores y abrimos los ojos, día a día, con una expectación, bastante obscena, de la etapa diaria que en la puerta, nos espera.

¡Qué lujo es poder dormir tranquilo, conscientemente! Me refiero a soñar. A construir , castillos en el aire, al son de tú felicidad.

Lo otro hay que apartarlo. Hay que negarlo. Pensar que, por el día, una realidad virtual nos envuelve. Despiertos, abrir los ojos a otras fuentes que nos indiquen, claramente, que la vida que nos ha tocado vivir...puede y debe ser...muy diferente.

Pero eso para mí es una quimera. Una nube, puñetera, hace años que me tiene sin dormir, como quisiera. Las pastillas, profetizan, dulces sueños ¡Qué mentira! Lo único que logras es no soñar... ¡maldita estampa! para el descubridor de esa tisana...

Presentado al II Concurso de Relatos Cortos. Asociación Española de Síndrome de Piernas Inquietas  (AESPI), 2014. Madrid.

Usadas







Giró la cabeza, lentamente, barriendo con sus ojos la habitación hasta depositar su mirada en aquella cama que, tan sólo hacía un momento,  le había servido para creerse feliz.

Sus chillonas sábanas naranjas, daban un toque de esteticismo modernista, totalmente fuera de lugar en ese entorno.

Entre ellas, algún solitario, buscaba ternura por decreto en los brazos de alguna mujer de la vida, mientras soñaba con situaciones de amor real.

Pues al cerrar los ojos, en su cabeza se podía imaginar que se encontraba en el escenario que a él le apeteciera y eso le bastaba. No aspiraba a más.


Presentado al DESAFÍO XTRart, 2014. Microrrelato a partir de una fotografía: Palabra e Imagen.

Espíritu de reinserción



Corrían los años setenta. Estábamos, mi familia y yo, en una ciudad española, cualquiera, ¡qué importa el nombre!.

Mi padre era militar. Piloto. Tenía un suboficial, mecánico de plena confianza. Un gran mecánico. Como decía mi padre, de los de "oído". Por el sonido del motor, sabía de qué pie cojeaba el aeroplano.

Era una persona que unía su buen quehacer, innato, como mecánico, con un claro sentido de profesionalidad en el ejército. A esta rectitud, se le unía, en lo personal, su afabilidad y buena disposición para hacerte siempre un favor.

Un día de noviembre de no sé qué año, este militar salía de guardia. Había estado de suboficial de semana y regresaba a su casa cuando, decidió ir a visitar unas pequeñas tierras que poseía, cerca de del acuartelamiento, heredadas de sus padres.

Arrastraba algunos problemas con este tema con uno de sus hermanos; que si el lindero de la tierra debía de estar marcado allí, o aquí; un metro más hacia allí, o uno más hacia acá; que el mojón más a la derecha o más a la izquierda...problemas que han sido bastante frecuentes en nuestra España rural.

Estaba dando, como digo, una vuelta por su "terruño", cuando un sobrino suyo le empezó a faltar e insultar con el tema de la linde y que si había o no desplazado los citados mojones.

La discusión fue en aumento y, en un instante, se pasó de las palabras al forcejeo y a las manos; el sobrino, armado con un azadón de labranza, intentó agredir a su tío; éste, como ya he mencionado, salía de guardia y llevaba su pistola reglamentaria al cinto. Le pegó un tiro; cayendo, el sobrino, herido al suelo.

El padre de la criatura y hermano del suboficial, presente en el altercado, cuando vio a su hijo herido en la tierra se abalanzó contra su hermano; quién, no dudó, de nuevo, en disparar para protegerse de esta nueva agresión. Otra vez fue un acto reflejo en defensa de su vida.

No lo fue, en cambio, el segundo tiro que recibió el sobrino, ya tumbado sobre la tierra. En unos segundos había quitado la vida a su hermano y a su sobrino.
Desconozco por el trance personal por el que tuvo que pasar durante esos minutos posteriores a los homicidios. Supongo, conociéndole un poco, que serían terribles.

Oímos un timbre en casa y salió la chica. Habló con una persona. A mi madre le dijo que una persona preguntaba por mi padre, quien no estaba en casa. El hombre no quiso esperar.

Al rato sonó, de nuevo, el timbre. Era el vecino de abajo, compañero y amigo de mi padre, quién, comentó a mi madre la necesidad de localizar a mi padre urgentemente, porque, el suboficial, con toda la calma y la firmeza de quien, desde el primer momento, se da cuenta de lo que ha hecho; y siguiendo el estricto canon militar,  se había ido a entregar a sus oficiales, jefes directos. Entregó su pistola y se puso bajo la custodia de la Policía Militar Aérea.

Se nombró Juez Instructor, que recayó sobre mi padre y, como entonces, todo lo relativo a la milicia se resolvía dentro de ella, en este caso, mediante un Consejo de Guerra, tras varias vistas, realizadas en el propio acuartelamiento, creo recordar, porque no soy jurista, que le cayeron treinta años.

Debió de ser, el segundo disparo sobre su sobrino, lo que más pena le acarreó; desconozco la figura jurídica que describe esa acción; no sé si es ensañamiento, premeditación , alevosía o ninguna de ellas. El rumor que nos llegó, a los profanos, fue lo que acabo de describir.

Ingresó en un prisión militar y, posteriormente, supongo que cuando hubiera sentencia firme, no lo sé, fue trasladado a una cárcel "civil".

Mi padre mantuvo, bastantes años, correspondencia con él y con su familia; e, incluso se interesó, a través de las autoridades carcelarias, por su estado de ánimo y comportamiento penitenciario. Siempre recibió los mejores informes de él.

Oí comentar que, debido a su conducta intachable, pasó, relativamente pronto a trabajar en unos módulos que le permitían, tengo entendido, sólo ir a dormir bajo régimen carcelario.

No sé lo que fue de él. Mi padre falleció hace ya unos años y desde varios antes ya no tenía noticias.

Si sé que el espíritu de reinserción estaba dentro de él, desde el mismo instante, inmediatamente posterior, al de haber apretado, por última vez, el gatillo de su arma. El hecho de presentarse, como mandaba el reglamento, a sus superiores, suponía aceptar una nueva situación con todas sus consecuencias.

Era, bajo mi modesto punto de vista,  un reinsertado convencido.


Presentado al V Certamen de Relatos Cortos Carcelarios Conrada Muñoz. Albolote (Granada)