Me
dormía cada noche con aquél libro que me mecía tiernamente entre sus páginas
con palabras dulces, que hacían que mi entrada en el reino de los sueños se
enriqueciera de la historia recién leída y me autorizaba adentrar en sus historias
y perderme en ellas, durante horas, en las penumbras de la noche.
Y
así cada día, cada semana, cada mes, entraba y salía en el mágico laberinto
urdido por un autor desconocido que, sin saberlo, conseguía que sus relatos
hicieran en mí efectos de sedante que me permitía templar la ansiedad causada
por un bicho maldito interno; y, a
través del embeleso de sus narraciones, lograr transitar hacia el mundo del
descanso onírico. Conciliar un sueño, más que nunca, reparador.
La
magia estaba en los propios libros; pues descubrí que leída la palabra fin de
aquél primer libro y tomado otro, el trasvase no fue cruento; es como si se
hubieran puesto de acuerdo para que no tuviera el menor problema para seguir
inmerso en otras historias que me volvieran a conducir cual Barca Solar por
esos mundos del Más Allá; pero sabedores de ser mis guardianes nocturnos y
estar prestos a devolverme a mi mundo cada amanecer.
Para el I Concurso de Relatos
Breves FILBO - BUENSALVAJE- "El Libro". (Colombia).
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