jueves, 7 de abril de 2016

Paseo



Salió de su chalé a dar su paseo matutino diario. Acostumbraba a recorrer el par de cientos de metros que separaban su vivienda de las estribaciones del cercano e inmenso pinar que casi llegaba a envolver en su regazo su pueblo. Pueblo que estaba a punto de dejar atrás ésa condición; pues había crecido vorazmente.

Caminaba ensimismada en sus pensamientos; esos que cada madre tiene y que forman parte de un corporativismo que nosotros, los hombres, no podemos llegar a entender porque, simple y llanamente, no somos madres.

Y a la par rezaba; o cómo solía decir, hablaba con Dios, que parece ser una manera menos protocolaria, más de “andar por casa”, con Él.

Y a ratos, se entretenía en canturrear, entre dientes, algún estribillo de alguna de las zarzuelas que la gustaban tanto; o repasaba, calladamente y para su propio deleite, los innumerables libretos que tenía almacenados en su memoria, de los Álvarez Quintero, tantas veces representados, sus personajes,  por ella.

En esas estaba cuando un débil sonido le devolvió al mundo real. Acababa de rebasar unas matas bajas y densas que brotaban al pie de un esquelético arbolito, cuando un tímido quejido requirió su atención.

Le costó tiempo descubrir, entre el follaje, el montoncito de pelo blanco que, a duras penas, delimitaba el contorno de un cachorrito de algo que todavía resultaba prematuro llamarlo perro.

Le dio igual. Se agachó, apartando la maleza y recogió, con sumo cuidado,  el cuerpo, macilento, del infortunado y débil animal.

Le habían abandonado a su suerte; su mala suerte, sin duda. Pero alguien quiso que aquél proyecto de chucho, en su más literal expresión, tuviera aún la fuerza necesaria para lanzar, quizá en un último “aye”; un lamento lastimero demandando ayuda. Ocurrió en el momento oportuno.

Fue recogido, el ya a partir de ese instante afortunado animal, por la persona, sin duda, elegida por alguien que dirige la Orquesta de la Vida, para cambiar la suerte de aquella perrita; porque sí, era perrita; casi patito feo tan cuajada de garrapatas que la hacían incompatible con la propia vida.Pero salió adelante gracias a los mimos y desvelos de aquella  “madre amantísima” protectora, por naturaleza, de animales de dos y más patas.

La perrita pasó a formar parte de la familia, complementada por dos especímenes de su misma rama biológica. Se convirtió, en poco tiempo, en una fina, delicada y ligera galguita blanca con graciosas motas diseminadas  y medio escondidas, por su esbelto cuerpo y con unos ojazos envidia de las mismísimas estrellas de cine. Finamente maquillados, parecían tener dibujados a su alrededor los trazos perfectamente definidos del Rímel y que a uno, modesto admirador del Antiguo Egipto, le parecía como entresacada de algún papiro de aquella época. La llamaron Gina…

Fue feliz e hizo feliz a una dueña, familia y amigos…


Para el Concurso Literario Biblioteca Popular del Paraná, 2015. (Argentina)

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