jueves, 7 de abril de 2016

¡Qué tiempos!



Con la perspectiva larga de estar a más de quince días de las blancas Navidades, Javier, exhalaba unos raquíticos hilos de humo por la bocana de su cachimba, con la esperanza, vana ilusión pues nacía muerta, de que por fin aquél maldito instrumento que pendía entre sus dientes, arrancara y le proporcionara esos mínimos segundos de placer, llamados por otros de sumisión, a algo que un señor que descubrió "las Américas", además,  sin querer, había instaurado al mismo tiempo, el uso en el mundo universal conocido, de las mismas costumbres o ¿por qué no decirlo?...moda.

La pipa no tiraba. Era muy evidente por  los continuos chupetones que se veía forzado a hacer a modo de un tiro natural. Se empezaba a congestionar de tanto chupeteo innecesario y un molesto dolor y escozor le ocupaba toda su garganta por los esfuerzos; pero no la abandonó a su suerte, pues sin ese objeto entre sus labios, su imagen de sibarita se hubiera resquebrajado abismalmente.

Sus ojos escrutaban desde el ventanal intentando atisbar, entre la neblina que el espeso manto de nieve que caía, algún indicio de vida exterior, más allá de las pesadas puertas de bronce que delimitaban, a unas decenas de metros, lo que su voluntad controlaba...o lo intentaba.

Una densa humareda, proveniente de la chimenea que proveía una salida natural al humo de los cuatro troncos de encina dispuestos en el vientre de la misma y que desprendía un calos más que generoso sobre la amplia sala, se desmayaba desde las alturas ayudando, con ello, a envolver el ambiente en una burbuja que pareciera sacado de nuestros infantiles cuentos.

Supuso el hilo conductor para que Javier, nostálgico de sus años juveniles en su tierra natal, aunque feliz por su desarrollo profesional cotidiano y enamorado de su familia, elevara los ojos a un cielo que se le suponía que estaría donde cada mañana, despejada, se exteriorizaba en todo su esplendor. Y en un bucle, mitad evocado por el entorno, mitad promovido por ese deseo interior, Javier no pudo, por menos, que echar la vista atrás hacia otro sitio, con otra nieve... y con unos cuantos años menos...

Y oía las voces a su alrededor de hermanas histéricas con los preparativos de la cena de Nochebuena, azuzando a los "chicos" para que cooperaran en unos trances que, en aquellos tiempos, eran difícil que sucedieran; y arreciaban las riñas de esas hermanas mayores sabiamente espoleadas por la madre, atrincherada, espumadera en ristre, en una cocina cuyos aromas casi eran suficientes para pasar de la cena.

Y su padre y hermanos, entretanto, capeaban el vendaval como podían argumentando un último retoque de esta o aquella figurita del Belén que no estaba puesta en el lugar adecuado... o cualquier otro invento que se terciara y que les sirviera para pasar lo más inadvertidos posible. Estéril intento ante la capacidad de control que, de una manera natural, se desarrollaba especialmente en las madres en tales fechas.

Pasado el Rubicón; Javier ya sabía lo que significaba aquella frase pues hacía unos pocos día que se lo habían contado en clase de Historia, llegaba el momento de cierto relax un rato antes de la cena; ese en el  que la anfitriona, líder innegable de esa noche, se sentía dominadora de la situación; y era la coyuntura propicia para que cada cual se relajara del estrés, palabra que entonces ni se conocía, entreteniéndose en sus propios menesteres; los chicos más pequeños y rebeldes a lo Zipi y Zape de la época, no obstante, merodeaban la cocina con las insanas intenciones de catar alguno de los manjares antes del momento propicio; lo que les valía, además de algún grito subido de tono, alguna caricia de refilón y despistada de un diestramente blandido cucharón...

Y turrones, capón, sopa de almendras; mil manjares rebosaban una mesa incapaz de engullir el gran repertorio expuesto. Ni los más afamados chefs eran capaces de mantener una carta tan variada como la que su madre; y las de todos independientemente de sus "posibles", conseguían presentar para esa cena.

Y mazapanes, guirnaldas, confetis, copita de champán para los "mayores", sidra a los niños y risas ingenuas, blancas, que recorrían la mesa de extremo a extremo.

Y siempre alguno más nostálgico o una madre que sin aquello parecía que la cena simplemente era una de cumpleaños venida arriba, al final, entonaba con una dulce voz, pues las madres siempre cantaban bien, unas notas de un "Noche de Paz" que, no por muy escuchadas, nos dejan de seguir evocando recuerdos de nuestros ancestros... de aquellos que hoy, muchos años después, siguen con nosotros de una manera espiritual en el tuétano de nuestros huesos.

¡Ah, estás aquí! La voz, conocida, había sonado a sus espaldas y Javier, con la mirada aún perdida entre la brumosa nieve que formaba una tupida cortina ante sus ojos, tuvo que carraspear un par de veces y maldecir, a modo de excusa, a una asquerosa cachimba que aquella mañana no quería "tirar" de ninguna de las maneras posibles...sería la humedad.


Para el III Concurso La Agenda Compacta FM, Historias de Navidad. La Agenda Compacta FM y Cuadernos del Laberinto.

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