domingo, 29 de junio de 2014

Fe, la zapatera



La recuerdo siempre con la misma edad. Esa edad indeterminada, no joven pero no mayor, entre dos aguas. Ese era su aspecto; como parado en el tiempo. El color del pelo no desvelaba nada en absoluto; pues, desde muy pequeño le evoco de un tono negro entre cano; hacia atrás y relativamente corto o media melena a veces;  las cejas muy pobladas, ojos grisáceos, cara redondeada y un lunar en su mejilla derecha.

Ésta era Fe; Fe la de "La Casa de la Goma", como rezaba el cartel de su zapatería. Adornaba sus estropeados ojos, cansados de trabajar y de hacerlo durante muchas horas, bajo luz artificial, unas gafas, en cuyos cristales se advertían infinidad de cicatrices fruto de las salpicaduras de los pegamentos utilizados, altamente corrosivos, y de las virutas  que rebotaban en ellos, cuando pulía los diferentes tipos de materiales.
Reunía, además de una gran destreza y honestidad profesional,  otra faceta más intrínseca a la esencia del ser humano: la bondad.

Seguramente por eso, su local,  venía a ser un centro social en el pueblo. En él había gente permanentemente, algunos comprando y casi todos al olor el último cotilleo o chisme que circulara, por el pueblo, sobre tal o cual "veraneante", o de cómo iba Fulanita en la fiesta de la noche anterior dada por la "Paparda"; que era  como llamaban allí a la gente adinerada de las grandes ciudades.

Si querías enterarte de quién se había muerto, cinco minutos antes de que lo anunciaran con su lúgubre tañido las campanas de la iglesia de San Cristóbal, alguien que había pasado por la tienda lo había soltado como queriéndolo dejar "pinchado" en los corchos que vendrían muchos años después. Eran las formas de la época.

No sólo se reunían mujeres, no; he visto y oído a muchos hombres pasar y dejar recados para terceros; o comentar que, como estaba la mar, esa mañana iba a ser imposible salir de pesca; o que la vaca del "Marcialuco", había parido un "chotu" que era un primor...o...o...
Resultaba que venía a ser, al cambio y guardando las distancias, el Hogar del Jubilado de nuestro días, salvo que,  en "La Goma", se daba mucho más intercambio generacional.

Y Fe se sabía de memoria los nombres de todos los niños de los veraneantes "tradicionales", y era raro que no tuviera una bola de chicle, con sabor a anís que no te pudieras llevar a la boca en cada visita.

A primera hora de la tarde, la tienda se llenaba de mujeres y algún chaval, para escuchar por la novela de turno. Más valía que no se te ocurriera hacer algún comentario. El silencio era sepulcral. Creo que la gente no entraban a comprar a esa hora, por no molestar.

Era la zapatera prodigiosa de Lorca  pero con el carácter afable  del marido. Fe no se casó. Vivía pendiente de una hermana y sobre todo de su anciana madre. Además de la zapatería, cuando terminaba y después de cenar, aún la quedaban arrestos para administrar un pequeño huerto, con jardín, frente a la casa dónde vivía.

Su único uniforme era una bata gris en verano, con una Rebequita azul oscura para los días que refrescaba, sobre la que se ponía el eterno delantal azul marino, para los momentos que estaba atendiendo a los clientes. Para trabajar en el "burro" sobreponía, por encima un , ya viejo, mandilón de cuero que la sirviera de cierta protección, ante los posibles deslizamientos  de la escofina o de las cuchillas. Sus manos las recubría con manoplas que dejaban los dedos al aire para un mayor tacto a la hora de manejar los diferentes útiles. Sus dedos, solían anunciar, frecuentemente, lo fácil que era cortarse con aquellas herramientas...

Era un auténtico lujo verla trabajar. Comenzaba por cortar, con un patrón previo correspondiente al número de del zapato al que había que "echar suelas", de un pliego de cuero. Le daba la forma del contorno deseado y lo moldeaba en la horma a golpes del martillo remendón; era un moldeado provisional; no el definitivo. La piel se sujetaba a la horma con gomas un tiempo; desconozco si horas o días; pero era sólo para que se acostumbrara a coger cierta forma.

Para las suelas se destinaban unas cuchillas de corte, afiladísimas, con las que iba rebajando las orillas. La piel la había pegado, previamente en el zapato a reparar; que, puesto sobre el "burro",  la recortaba, poco a poco, hasta adquirir la silueta definitiva de lo que necesitaba. Anteriormente, lo había encolado con un pegamento en lata que aplicaba con una maderita, a modo de brocha; porque decía que con ese útil tenía más tacto a la hora de esparcir el pegamento por la suela que con los pinceles y brochas tradicionales; aparte de que los componentes corrosivos del ungüento, pronto dejaban inservibles los pinceles.

Recordaré, siempre, el olor de aquél pegamento. El color y la viscosidad me traían a la memoria los botes de leche condensada hervidos al baño maría ¡Qué le iba a evocar a un chavalillo!. A la vista, desde luego.

Cuando llevaba cierto tiempo de secado, la suela, la daba suaves martillazos para que se fuera asentando en su lugar óptimo; Y, por último, recortaba, ya con más atención y detalle, las sobras dejadas en un primer corte mucho más grosero; destinado sólo a quitar un poco de superficie de la suela para trabajarla mejor.

Con la suela seca, venía en momento de coserla. Punteaba, a cierta distancia de los márgenes de la misma, unos pequeños orificios a ligeros golpes con un marcador. Sobre esta primera señal después, con un punzón terminaba de taladrar la suela, para, a continuación, con aguja y cordel, que enceraba previamente, terminaba de fijarla al zapato con un fuerte cosido. Casi resultaba permanente.

Y así, hora y hora y día tras día. Siempre parecía estar en su tienda. Si tenía que comprar alguna cosa y cerraba, aunque fueran cinco minutos, no faltaba quien se preocupara por encontrarse cerrada la zapatería.

Pero en el cartel del establecimiento, rezaba: "Casa la Goma". Y era por algo. Estamos en un pueblo del norte de España. La pluviosidad es, era por desgracia, muy grande; y lo que Fe vendía copiosamente eran botas de agua. En los pueblos del norte, los pescadores, horticultores y ganaderos, entre otros, usaban cotidianamente dichas prendas; y era un  goteo diario  ver cómo, las gentes del lugar, se abastecían de aquellas largas botas negras de goma.

Luego, la ley de la oferta y de la demanda, fruto de la moda puesta e impuesta en las ciudades, hizo que los "veraneantes" se avituallaran, para el invierno,  de botas de agua o "katiuskas", que era como realmente se las conocía entonces, ya fueran de colores  o con dibujos, para sus hijos; pues  encima, eran baratas.

Fe vivió bastantes años más. Antes se había jubilado y, tanto el pueblo como los veraneantes tradicionales, perdimos algo que considerábamos nuestro. Era un centro de reunión, de conocernos mejor unos a otros, de "estar al día"; y, sobre todo, perdimos a Fe; esa persona afable, siempre de buen humor y dispuesta a escuchar las alegrías y las tristezas de los vecinos y forasteros que, durante los meses del estío, tomábamos al asalto su local.


Nadie ha ocupado su sitio. No me refiero a la vertiente de "confesionario" que, tan importante era en Fe.  Aludo al no menos importante oficio que desempeñaba en las ciudades, en los pueblos, el zapatero remendón.










Para el III Concurso de Relatos Cortos Andrés Gutiérrez de Cerezo . Asociación Cultural Cerasio, 2014. Cerezo de Río Turón (Burgos)


No hay comentarios:

Publicar un comentario