viernes, 24 de octubre de 2014

Espera




Y pasa el tiempo veraniego de julio, como el soldado que se acantona en la trinchera a la espera de la embestida enemiga... con tensión... No sabe, el momento exacto, en el que, el toque de corneta, dará paso al vocerío que conlleva toda carga en combate; cuando, en éstos, si se me permite, existía cierta forma de romanticismo añadido.
Hoy, en el siglo veintiuno, un dedo, incluso grasiento sin la ética del llamado Arte de la Guerra, vale para apretar un botón de plástico que sirve para llevar la muerte a cientos de miles de personas que están a cientos de miles kilómetros de distancia... asépticamente, como el cirujano que corta lo que, indebidamente,  no debe estar en nuestro cuerpo. Casi como Pilatos, lavándose las manos para no mancharse...
Y, valiendo el símil, así pasa "mi" mes de julio: "a la espera de..."
Llevo ya casi seis "julios" con esa sensación de espera, interior y exterior, permanente. llevo ese tiempo, con intervalos mejores y peores, esperando... siempre en situación de "prevengan armas", como en el Ejército, a que a los médicos se les ocurra algún tipo de "prueba" nueva.
La verdad es que ingenio tienen. Sus conocimientos sobre el desarrollo de la enfermedad que ha decidido tomar posesión de mí, van a la par de mi propia sintomatología o, por concederles su experiencia como un don, un par de segundos por delante de mis quejas... nada más.
A fuerza de soportarlas, terminan por ser llevaderas y casi de la familia. Cuando me preguntan por cómo estoy y contesto que bien, debería de hacer un cálculo aproximado, manual en ristre, de que el "bien" es un mal para la mayoría de los mortales... por aquello de "el clavo ardiendo", que es un dicho muy bien pensado.
Y así me paso los días, como el buen pescador esperando las marea de mayor arrastre, para cobrar las mejores piezas; aunque, eso sí, casi siempre, las piezas vengan acompañadas de pequeñas o grandes "judiadas", cuando las deciden llevar a cabo en mi cuerpo serrano... "por mi bien".
Y por mi bien, cual inocente cordero, me dejo llevar al matadero de turno, dicho sin ningún ánimo de rencor al referirme al hospital, a meterme agujitas "del quince" para quemarme tal o cual ganglio que, por mor de su vida propia, ha decidido crecer más de la cuenta y, por tanto, hay que castigarlo. Y, de paso, a mí, a quien, por cierto, ningún bicho me ha pedido permiso para instalarse dentro de mí y mucho menos, yo se lo haya concedido. Pero la vida es así de caprichosa.
Existe, además, ese otro refrán popular que dice "Virgencita, que me quede como estaba", que sirve de bálsamo cuando se avecinan nuevas "fechorías terapéuticas".
Y sin fumar. Toda esta espera, sin fumar. Que no lo echo de menos, pero que agrega cierta construcción lingüística más novelesca a la situación. ¡Claro! que, a estas alturas ya habría dejado en ridículo al típico novio de las viñetas de nuestros "tebeos" infantiles esperando a su chica y rodeado por un mar de colillas. Creo que, esa situación, además la he llegado a vivir...
Esperar es bueno según para qué. En mi caso, el mero hecho de esperar, es vivir; con lo que ya se da por buena la espera; pero sin "malos rollos"; escribiendo cuando apetece y aburriéndome cuando toca; es decir, como cualquier ser humano corriente y moliente que es lo que es uno. Sin más.
¡Todo sea por la Ciencia! si esa "pinchadita", un tanto molesta, sirve para que el que viene detrás de mí, se la pueda ahorrar por lo aprendido con ella los doctores al uso. Bien es verdad que, cuando me proponen este tipo de pruebas, , me cuesta imaginarme la cara de estos doctores sin que les sobresalgan de sus dentaduras, sendos colmillos manchados ligeramente de sangre...
¡Qué lo vamos a hacer!

Presentado al XII Concurso de Relatos “Víctor Chamorro” 2014. Hervás (Cáceres).

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