Y pasa el tiempo veraniego de julio, como el
soldado que se acantona en la trinchera a la espera de la embestida enemiga...
con tensión... No sabe, el momento exacto, en el que, el toque de corneta, dará
paso al vocerío que conlleva toda carga en combate; cuando, en éstos, si se me
permite, existía cierta forma de romanticismo añadido.
Hoy, en el siglo veintiuno, un dedo, incluso
grasiento sin la ética del llamado Arte de la Guerra, vale para apretar un
botón de plástico que sirve para llevar la muerte a cientos de miles de
personas que están a cientos de miles kilómetros de distancia... asépticamente,
como el cirujano que corta lo que, indebidamente, no debe estar en nuestro cuerpo. Casi como
Pilatos, lavándose las manos para no mancharse...
Y, valiendo el símil, así pasa "mi"
mes de julio: "a la espera de..."
Llevo ya casi seis "julios" con esa
sensación de espera, interior y exterior, permanente. llevo ese tiempo, con
intervalos mejores y peores, esperando... siempre en situación de
"prevengan armas", como en el Ejército, a que a los médicos se les
ocurra algún tipo de "prueba" nueva.
La verdad es que ingenio tienen. Sus
conocimientos sobre el desarrollo de la enfermedad que ha decidido tomar
posesión de mí, van a la par de mi propia sintomatología o, por concederles su
experiencia como un don, un par de segundos por delante de mis quejas... nada
más.
A fuerza de soportarlas, terminan por ser
llevaderas y casi de la familia. Cuando me preguntan por cómo estoy y contesto
que bien, debería de hacer un cálculo aproximado, manual en ristre, de que el
"bien" es un mal para la mayoría de los mortales... por aquello de
"el clavo ardiendo", que es un dicho muy bien pensado.
Y así me paso los días, como el buen pescador
esperando las marea de mayor arrastre, para cobrar las mejores piezas; aunque,
eso sí, casi siempre, las piezas vengan acompañadas de pequeñas o grandes
"judiadas", cuando las deciden llevar a cabo en mi cuerpo serrano...
"por mi bien".
Y por mi bien, cual inocente cordero, me dejo
llevar al matadero de turno, dicho sin ningún ánimo de rencor al referirme al
hospital, a meterme agujitas "del quince" para quemarme tal o cual
ganglio que, por mor de su vida propia, ha decidido crecer más de la cuenta y,
por tanto, hay que castigarlo. Y, de paso, a mí, a quien, por cierto, ningún
bicho me ha pedido permiso para instalarse dentro de mí y mucho menos, yo se lo
haya concedido. Pero la vida es así de caprichosa.
Existe, además, ese otro refrán popular que
dice "Virgencita, que me quede como estaba", que sirve de bálsamo
cuando se avecinan nuevas "fechorías terapéuticas".
Y sin fumar. Toda esta espera, sin fumar. Que
no lo echo de menos, pero que agrega cierta construcción lingüística más
novelesca a la situación. ¡Claro! que, a estas alturas ya habría dejado en
ridículo al típico novio de las viñetas de nuestros "tebeos"
infantiles esperando a su chica y rodeado por un mar de colillas. Creo que, esa
situación, además la he llegado a vivir...
Esperar es bueno según para qué. En mi caso,
el mero hecho de esperar, es vivir; con lo que ya se da por buena la espera;
pero sin "malos rollos"; escribiendo cuando apetece y aburriéndome
cuando toca; es decir, como cualquier ser humano corriente y moliente que es lo
que es uno. Sin más.
¡Todo sea por la Ciencia! si esa
"pinchadita", un tanto molesta, sirve para que el que viene detrás de
mí, se la pueda ahorrar por lo aprendido con ella los doctores al uso. Bien es
verdad que, cuando me proponen este tipo de pruebas, , me cuesta imaginarme la
cara de estos doctores sin que les sobresalgan de sus dentaduras, sendos
colmillos manchados ligeramente de sangre...
¡Qué lo vamos a hacer!
Presentado al XII Concurso de Relatos “Víctor
Chamorro” 2014. Hervás (Cáceres).
No hay comentarios:
Publicar un comentario