Corrían
los años setenta. Estábamos, mi familia y yo, en una ciudad española,
cualquiera, ¡qué importa el nombre!.
Mi padre era militar. Piloto. Tenía un suboficial, mecánico de plena confianza. Un gran mecánico. Como decía mi padre, de los de "oído". Por el sonido del motor, sabía de qué pie cojeaba el aeroplano.
Mi padre era militar. Piloto. Tenía un suboficial, mecánico de plena confianza. Un gran mecánico. Como decía mi padre, de los de "oído". Por el sonido del motor, sabía de qué pie cojeaba el aeroplano.
Era
una persona que unía su buen quehacer, innato, como mecánico, con un claro
sentido de profesionalidad en el ejército. A esta rectitud, se le unía, en lo
personal, su afabilidad y buena disposición para hacerte siempre un favor.
Un
día de noviembre de no sé qué año, este militar salía de guardia. Había estado
de suboficial de semana y regresaba a su casa cuando, decidió ir a visitar unas
pequeñas tierras que poseía, cerca de del acuartelamiento, heredadas de sus
padres.
Arrastraba
algunos problemas con este tema con uno de sus hermanos; que si el lindero de
la tierra debía de estar marcado allí, o aquí; un metro más hacia allí, o uno
más hacia acá; que el mojón más a la derecha o más a la izquierda...problemas
que han sido bastante frecuentes en nuestra España rural.
Estaba
dando, como digo, una vuelta por su "terruño", cuando un sobrino suyo
le empezó a faltar e insultar con el tema de la linde y que si había o no desplazado
los citados mojones.
La
discusión fue en aumento y, en un instante, se pasó de las palabras al forcejeo
y a las manos; el sobrino, armado con un azadón de labranza, intentó agredir a
su tío; éste, como ya he mencionado, salía de guardia y llevaba su pistola
reglamentaria al cinto. Le pegó un tiro; cayendo, el sobrino, herido al suelo.
El
padre de la criatura y hermano del suboficial, presente en el altercado, cuando
vio a su hijo herido en la tierra se abalanzó contra su hermano; quién, no
dudó, de nuevo, en disparar para protegerse de esta nueva agresión. Otra vez
fue un acto reflejo en defensa de su vida.
No
lo fue, en cambio, el segundo tiro que recibió el sobrino, ya tumbado sobre la
tierra. En unos segundos había quitado la vida a su hermano y a su sobrino.
Desconozco
por el trance personal por el que tuvo que pasar durante esos minutos
posteriores a los homicidios. Supongo, conociéndole un poco, que serían
terribles.
Oímos
un timbre en casa y salió la chica. Habló con una persona. A mi madre le dijo
que una persona preguntaba por mi padre, quien no estaba en casa. El hombre no
quiso esperar.
Al
rato sonó, de nuevo, el timbre. Era el vecino de abajo, compañero y amigo de mi
padre, quién, comentó a mi madre la necesidad de localizar a mi padre urgentemente,
porque, el suboficial, con toda la calma y la firmeza de quien, desde el primer
momento, se da cuenta de lo que ha hecho; y siguiendo el estricto canon
militar, se había ido a entregar a sus
oficiales, jefes directos. Entregó su pistola y se puso bajo la custodia de la
Policía Militar Aérea.
Se
nombró Juez Instructor, que recayó sobre mi padre y, como entonces, todo lo
relativo a la milicia se resolvía dentro de ella, en este caso, mediante un
Consejo de Guerra, tras varias vistas, realizadas en el propio acuartelamiento,
creo recordar, porque no soy jurista, que le cayeron treinta años.
Debió
de ser, el segundo disparo sobre su sobrino, lo que más pena le acarreó;
desconozco la figura jurídica que describe esa acción; no sé si es
ensañamiento, premeditación , alevosía o ninguna de ellas. El rumor que nos
llegó, a los profanos, fue lo que acabo de describir.
Ingresó
en un prisión militar y, posteriormente, supongo que cuando hubiera sentencia
firme, no lo sé, fue trasladado a una cárcel "civil".
Mi
padre mantuvo, bastantes años, correspondencia con él y con su familia; e,
incluso se interesó, a través de las autoridades carcelarias, por su estado de
ánimo y comportamiento penitenciario. Siempre recibió los mejores informes de
él.
Oí
comentar que, debido a su conducta intachable, pasó, relativamente pronto a
trabajar en unos módulos que le permitían, tengo entendido, sólo ir a dormir
bajo régimen carcelario.
No
sé lo que fue de él. Mi padre falleció hace ya unos años y desde varios antes
ya no tenía noticias.
Si
sé que el espíritu de reinserción estaba dentro de él, desde el mismo instante,
inmediatamente posterior, al de haber apretado, por última vez, el gatillo de
su arma. El hecho de presentarse, como mandaba el reglamento, a sus superiores,
suponía aceptar una nueva situación con todas sus consecuencias.
Era,
bajo mi modesto punto de vista, un
reinsertado convencido.
Presentado al V Certamen de Relatos
Cortos Carcelarios Conrada Muñoz. Albolote (Granada)
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