miércoles, 1 de octubre de 2014

Espíritu de reinserción



Corrían los años setenta. Estábamos, mi familia y yo, en una ciudad española, cualquiera, ¡qué importa el nombre!.

Mi padre era militar. Piloto. Tenía un suboficial, mecánico de plena confianza. Un gran mecánico. Como decía mi padre, de los de "oído". Por el sonido del motor, sabía de qué pie cojeaba el aeroplano.

Era una persona que unía su buen quehacer, innato, como mecánico, con un claro sentido de profesionalidad en el ejército. A esta rectitud, se le unía, en lo personal, su afabilidad y buena disposición para hacerte siempre un favor.

Un día de noviembre de no sé qué año, este militar salía de guardia. Había estado de suboficial de semana y regresaba a su casa cuando, decidió ir a visitar unas pequeñas tierras que poseía, cerca de del acuartelamiento, heredadas de sus padres.

Arrastraba algunos problemas con este tema con uno de sus hermanos; que si el lindero de la tierra debía de estar marcado allí, o aquí; un metro más hacia allí, o uno más hacia acá; que el mojón más a la derecha o más a la izquierda...problemas que han sido bastante frecuentes en nuestra España rural.

Estaba dando, como digo, una vuelta por su "terruño", cuando un sobrino suyo le empezó a faltar e insultar con el tema de la linde y que si había o no desplazado los citados mojones.

La discusión fue en aumento y, en un instante, se pasó de las palabras al forcejeo y a las manos; el sobrino, armado con un azadón de labranza, intentó agredir a su tío; éste, como ya he mencionado, salía de guardia y llevaba su pistola reglamentaria al cinto. Le pegó un tiro; cayendo, el sobrino, herido al suelo.

El padre de la criatura y hermano del suboficial, presente en el altercado, cuando vio a su hijo herido en la tierra se abalanzó contra su hermano; quién, no dudó, de nuevo, en disparar para protegerse de esta nueva agresión. Otra vez fue un acto reflejo en defensa de su vida.

No lo fue, en cambio, el segundo tiro que recibió el sobrino, ya tumbado sobre la tierra. En unos segundos había quitado la vida a su hermano y a su sobrino.
Desconozco por el trance personal por el que tuvo que pasar durante esos minutos posteriores a los homicidios. Supongo, conociéndole un poco, que serían terribles.

Oímos un timbre en casa y salió la chica. Habló con una persona. A mi madre le dijo que una persona preguntaba por mi padre, quien no estaba en casa. El hombre no quiso esperar.

Al rato sonó, de nuevo, el timbre. Era el vecino de abajo, compañero y amigo de mi padre, quién, comentó a mi madre la necesidad de localizar a mi padre urgentemente, porque, el suboficial, con toda la calma y la firmeza de quien, desde el primer momento, se da cuenta de lo que ha hecho; y siguiendo el estricto canon militar,  se había ido a entregar a sus oficiales, jefes directos. Entregó su pistola y se puso bajo la custodia de la Policía Militar Aérea.

Se nombró Juez Instructor, que recayó sobre mi padre y, como entonces, todo lo relativo a la milicia se resolvía dentro de ella, en este caso, mediante un Consejo de Guerra, tras varias vistas, realizadas en el propio acuartelamiento, creo recordar, porque no soy jurista, que le cayeron treinta años.

Debió de ser, el segundo disparo sobre su sobrino, lo que más pena le acarreó; desconozco la figura jurídica que describe esa acción; no sé si es ensañamiento, premeditación , alevosía o ninguna de ellas. El rumor que nos llegó, a los profanos, fue lo que acabo de describir.

Ingresó en un prisión militar y, posteriormente, supongo que cuando hubiera sentencia firme, no lo sé, fue trasladado a una cárcel "civil".

Mi padre mantuvo, bastantes años, correspondencia con él y con su familia; e, incluso se interesó, a través de las autoridades carcelarias, por su estado de ánimo y comportamiento penitenciario. Siempre recibió los mejores informes de él.

Oí comentar que, debido a su conducta intachable, pasó, relativamente pronto a trabajar en unos módulos que le permitían, tengo entendido, sólo ir a dormir bajo régimen carcelario.

No sé lo que fue de él. Mi padre falleció hace ya unos años y desde varios antes ya no tenía noticias.

Si sé que el espíritu de reinserción estaba dentro de él, desde el mismo instante, inmediatamente posterior, al de haber apretado, por última vez, el gatillo de su arma. El hecho de presentarse, como mandaba el reglamento, a sus superiores, suponía aceptar una nueva situación con todas sus consecuencias.

Era, bajo mi modesto punto de vista,  un reinsertado convencido.


Presentado al V Certamen de Relatos Cortos Carcelarios Conrada Muñoz. Albolote (Granada)

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