Plaza Mayor de Madrid, plaza de los Austrias, de los
Borbones, de España; cuadrilátero rojizo; centro de reuniones, de turismo, de
excursiones, de quedadas, de terrazas, de puestos de Navidad, antiguamente de
sellos, de domingos, de paseos, de serenatas veraniegas en las sombras de la
noche a las que asiste, cual testigo mudo, un Felipe, el segundo, a caballo de
los tiempos, de los suyos de los nuestros.
Herreriana, remozada con tintes castizos, tunos que voltean
sus banderolas incitando a las mozuelas, con requiebros oportunos a sonrojarse
o sentirse la mujer más importante, por las cintas de una capa que, asemejando
a la de Luis Candelas, se ampara, bajo unas velas, para decir a aquél tuno que
sería muy oportuno que pasara algo más tarde, por detrás, por algún que otro
parque donde seguir sus requiebros.
Cuchilleros, ojiva, ciegos de sinsabores, recorren tus mil
rincones, solitarios inconfesos.
Noches de
juerga, de soliloquios, de amor a primera vista y de segunda y tercera, que
allí lo mismito quedan los que van al atún o al duque.
Plaza que
arrastra sabores de buñuelos, de tus porras, de churritos madrileños, de
castañas y de sueños... y de amores.
Familiar por
las mañanas, jaranera por las tardes, lugar para cualquier cita que, junto al
madroño, el oso todo vigila, desde otra plaza cerquita.
Punto de
unión, de reencuentro con amigos, padres e hijos; con otras civilizaciones que
necesitan lecciones de tu hospitalidad castiza.
Volveré,
volveré una vez más, a tu emplazada cita.
Presentado al I Certamen de Microrrelatos
“MADRID, HISTORIAS BREVES”, 2014. Chiado Editorial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario