jueves, 11 de diciembre de 2014

Castiza



Plaza Mayor de Madrid, plaza de los Austrias, de los Borbones, de España; cuadrilátero rojizo; centro de reuniones, de turismo, de excursiones, de quedadas, de terrazas, de puestos de Navidad, antiguamente de sellos, de domingos, de paseos, de serenatas veraniegas en las sombras de la noche a las que asiste, cual testigo mudo, un Felipe, el segundo, a caballo de los tiempos, de los suyos de los nuestros.
Herreriana, remozada con tintes castizos, tunos que voltean sus banderolas incitando a las mozuelas, con requiebros oportunos a sonrojarse o sentirse la mujer más importante, por las cintas de una capa que, asemejando a la de Luis Candelas, se ampara, bajo unas velas, para decir a aquél tuno que sería muy oportuno que pasara algo más tarde, por detrás, por algún que otro parque donde seguir sus requiebros.
Cuchilleros, ojiva, ciegos de sinsabores, recorren tus mil rincones, solitarios inconfesos.
Noches de juerga, de soliloquios, de amor a primera vista y de segunda y tercera, que allí lo mismito quedan los que van al atún o al duque.
Plaza que arrastra sabores de buñuelos, de tus porras, de churritos madrileños, de castañas y de sueños... y de amores.
Familiar por las mañanas, jaranera por las tardes, lugar para cualquier cita que, junto al madroño, el oso todo vigila, desde otra plaza cerquita.
Punto de unión, de reencuentro con amigos, padres e hijos; con otras civilizaciones que necesitan lecciones de tu hospitalidad castiza.
Volveré, volveré una vez más, a tu emplazada cita.


Presentado al I Certamen de Microrrelatos “MADRID, HISTORIAS BREVES”, 2014.  Chiado Editorial.

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