jueves, 29 de mayo de 2014

Aquellos soldados


Habían esperado seis largos años, con dos abortos por el camino y ahora se encontraba a varios días vista de ser padre por primera vez...

Iba pensando en estas cosas tras haber hecho la visita diaria a su Patrona en la iglesia de Santiago y haberse tomado su "cafetín", bien cargado, en su sitio habitual, cuando sus pasos le llevaron ante aquél escaparate, repintado varias veces su marco de color verde en una tienda con sabor pulcro y antiguo. Allí, en una pequeña estantería, a la izquierda, estaban dispuestas las figuritas que él iba a contemplar...

Pertenecían a un regimiento de artillería, compuesto por cañón de madera y cuatro servidores, incluido el oficial, que formaban un conjunto cautivador. Pero eran caros...

Entre la ansiedad propia de los últimos días para ser padre y las ganas de tener aquella cajita de soldados, llegó a casa.

Después de una noche dándole vueltas al asunto, decidió que aquella mañana de sábado, saldría, definitivamente, a por aquellos soldados. Había echado cuentas  de la cantidad de "cafés" que tendría que dejar de tomar para paliar el gasto.

El caso es que, para él, su hijo lo merecía....

Es así como aquél niño tuvo su primera caja de soldados de plomo, antes de haber venido al mundo.

Nacido ya y con un mes de vida, recibió una segunda caja. Esta vez correspondía a un formidable grupo de ametralladora de montaña a lomos de mulos: seis soldados con sus acémilas y en cada una de ellas una pieza de la ametralladora desmontada, más el oficial, primorosamente montado sobre su caballo.

Tiempo después, y como tercera caja de figuritas de plomo que el niño recibió como regalo fue una estupenda formación de infantería colonial, a la cual, con el paso de los años, las piezas que portaban el fusil en posición de disparo fueron reconvertidas, por expertos maestros torneros, en soldados con el fusil al hombro, desfilando; verdadera obra de artesanía la realizada.

Años más tarde vinieron dos  maravillosos armones de artillería, idénticos, que, por desgracia, aquél niño se empeñó en "disfrutar" de ellos, teniendo como resultado un sin fin de bajas, entre otras cosas, auspiciadas por algún amiguete que se las llevaba en los bolsillos....


Sesenta años después, esas tres primeras cajas de soldaditos de plomo que, aquél padre con esfuerzo compró a su hijo, permanecen estáticos en posición de revista en la vitrina en la que, ese niño, les formó para deleitarse con ellos....y recordar, para siempre, a su padre.




Presentado al  V Concurso Literario de Relato Corto Histórico Museo L'Iber. Valencia, 2014.


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