Habían esperado
seis largos años, con dos abortos por el camino y ahora se encontraba a varios
días vista de ser padre por primera vez...
Iba pensando en
estas cosas tras haber hecho la visita diaria a su Patrona en la iglesia de
Santiago y haberse tomado su "cafetín", bien cargado, en su sitio
habitual, cuando sus pasos le llevaron ante aquél escaparate, repintado varias
veces su marco de color verde en una tienda con sabor pulcro y antiguo. Allí,
en una pequeña estantería, a la izquierda, estaban dispuestas las figuritas que
él iba a contemplar...
Pertenecían a un
regimiento de artillería, compuesto por cañón de madera y cuatro servidores,
incluido el oficial, que formaban un conjunto cautivador. Pero eran caros...
Entre la ansiedad
propia de los últimos días para ser padre y las ganas de tener aquella cajita
de soldados, llegó a casa.
Después de una
noche dándole vueltas al asunto, decidió que aquella mañana de sábado, saldría,
definitivamente, a por aquellos soldados. Había echado cuentas de la cantidad de "cafés" que
tendría que dejar de tomar para paliar el gasto.
El caso es que,
para él, su hijo lo merecía....
Es así como aquél
niño tuvo su primera caja de soldados de plomo, antes de haber venido al mundo.
Nacido ya y con
un mes de vida, recibió una segunda caja. Esta vez correspondía a un formidable
grupo de ametralladora de montaña a lomos de mulos: seis soldados con sus
acémilas y en cada una de ellas una pieza de la ametralladora desmontada, más
el oficial, primorosamente montado sobre su caballo.
Tiempo después, y
como tercera caja de figuritas de plomo que el niño recibió como regalo fue una
estupenda formación de infantería colonial, a la cual, con el paso de los años,
las piezas que portaban el fusil en posición de disparo fueron reconvertidas,
por expertos maestros torneros, en soldados con el fusil al hombro, desfilando;
verdadera obra de artesanía la realizada.
Años más tarde
vinieron dos maravillosos armones de
artillería, idénticos, que, por desgracia, aquél niño se empeñó en
"disfrutar" de ellos, teniendo como resultado un sin fin de bajas,
entre otras cosas, auspiciadas por algún amiguete que se las llevaba en los
bolsillos....
Sesenta años
después, esas tres primeras cajas de soldaditos de plomo que, aquél padre con
esfuerzo compró a su hijo, permanecen estáticos en posición de revista en la
vitrina en la que, ese niño, les formó para deleitarse con ellos....y recordar,
para siempre, a su padre.
Presentado al V Concurso Literario de Relato Corto Histórico Museo L'Iber. Valencia, 2014.
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