(Se sube el telón)
Escena: Carromato en el que se aprecia el paso
inexorable del tiempo. Sus dos peldaños de acceso, desgastados, soportan, a
duras penas el peso de aquél, casi viejo y único morador de la estancia.
Camastro a la derecha del cuadro, desvencijado
y manta y colcha con olor a rancio. Una pequeña cocina de gas butano al frente
y en el fondo hacia la izquierda, un amplio y deteriorado espejo, bajo el cual
está colocada una repisa que hace las veces de mesa, donde el morador del
carromato se transforma, tarde tras tarde, en una persona obligada a hacer reír
a su público. Es un payaso.
Aquella tarde, mientras mezclaba los colores
que componían su grotesco maquillaje, no dejaba de compadecerse de sí mismo por
la vida, tan desgraciada que llevaba. Siempre sólo, hijo único, sus padres
habían muerto siendo él aún niño; fue la propia compañía de artistas circenses
quien le dio cobijo y sustentó a cambio de trabajar como saltimbanqui. Durante
años pudo mantener la forma física y logró, dignamente, hacer las delicias del
público que asistía a las representaciones, hasta que una mala caída le obligó
a escoger otro personaje que le permitiera seguir subsistiendo.
En la vida que le había tocado vivir, era
realmente, un hombre triste.
Se encontraba sumergido en medio de esta reflexión
y justo cuando se iba a empolvar las nariz, descubrió, con sobresalto, a otra
persona reflejada en ese mismo espejo y sentada, junto a él, a su derecha. Se
parecía mucho a él...era él...
SER: (Con voz pausada). No te asustes, Picarel,
soy tú mismo. Estoy aquí para ayudarte y, si me dejas, aconsejarte.
PICAREL: (Poniéndose en pie de un salto). ¡Cómo!...
¿Quién?...¡Demonios!...¡Fuera!...
SER: (Con la misma tranquilidad). ¡Cálmate!. Yo
soy tú. Mírate en el espejo, somos idénticos.
PICAREL: (Aún sobresaltado). ¡Dios mío! ¡Es
verdad!... ¿Qué quieres de mí?
SER: Ya te lo he dicho: ayudarte. Sé por lo que
has pasado a lo largo de tu vida, he estado contigo, y quiero animarte , quiero
que comprendas que hay otra forma de vivirla mejor, Picarel.
PICAREL: (Recobrando un poco su estupor). No tengo
consuelo; si, como dices, has estado siempre a mi lado, sabrás que mi vida está
rodeado de soledad y tristeza. No he sido querido más que por aquella
muchachita, siendo aún adolescente y que sus padres poderosos hacendados de
aquella región, la prohibieron que se viera conmigo y la alejaron metiéndola
interna en aquél colegio de Inglaterra. Jamás la volvía a ver. A los pocos años
me enteré que había muerto.
SER: Lo sé, lo sé...te repito que estaba a tu lado...
lo viví junto a ti. Pero por muy duro que te parezca, Picarel, tienes que pasar página, a tus casi setenta
años no puedes revivir,
permanentemente tus desgracias, o refugiarte, como lo haces, en esas copas de
más que te tomas cada noche después de mal cenar.
PICAREL: No me quedan ni energías ni ganas de empezar
una nueva vida, me va mal tal y como la llevo y ¿podría ser peor?, pero ya no
tiene importancia, me da igual. No hay nadie en el mundo a quien le preocupe lo
que le ocurra a este trasnochado payaso. A nadie.
SER: (Con la misma calma de toda la
conversación). Estás en un error, querido y viejo compañero. Me importas a mí.
¿Te has olvidado de que soy tú mismo?
PICAREL: (Un tanto malhumorado). ¡Qué clase de trampa
es ésta! ¿Quién eres realmente? ¿Qué te propones?
SER: (Calmadamente). Te he dicho que ayudarte.
PICAREL: (Aún molesto). ¡Ayudarme! ¿Para qué? ¡No
necesito tu ayuda, ni la de nadie!
SER: Todos
necesitamos ayuda, es consustancial con el género humano.
PICAREL: (Más sereno). Yo ya no necesito ayuda. Si
quieres hacerme un favor, haz tú la función de esta noche. No tengo ninguna
gana de salir a la pista a decir una serie de bufonadas o chistes malos; ya que
los inteligentes, procuran no venir a este mísero espectáculo...
SER: ¿Y
qué te crees que vengo haciendo los últimos veinte años? Día tras día, salimos
juntos a escena; y si no fuera por la alegría que aporto yo con mis saltos y
tortazo que me doy, hace por lo menos la mitad de esos años que nos habrían
echado...
La vida, Picarel, es maravillosa. Hay que
sentirla en cada segundo que pasa; hay que rellenarla de estampas bonitas,
alegres, tiernas... ¡hay que reírse de la vida! Y tú, hubo un momento que lo
sabías hacer. Acaso, ¿te has olvidado?
Cuando eras un mocete, eras la alegría de esta
familia; todos te querían; siempre estabas dispuesto a ayudar con una sonrisa
asomando a tus labios
(El SER se ha ido poniendo tenso; a la vez que
nervioso). ¡Tienes que volver a ser tú! ¿Es necesario! ¿Tienes... tienes que
hacerlo! ¡Es urgente!
PICAREL: (Tranquilamente)
¡Calma... calma! ¿Qué te ocurre?
SER: (Con algo
más de tranquilidad y menos nervioso) Es
que te tengo que dar una noticia... una mala noticia... pésima.
PICAREL: Y bien...¿cuál es esa mala noticia?
SER: Como te has abandonado, como no vas a que te
vean los médicos, me han dicho que te diga que... que... ¡que te está muriendo!
PICAREL: ¡Vaya!... no me lo esperaba. Quizás sea lo
mejor que me pueda pasar para acabar, de una vez para siempre, con mis
dolorosos recuerdos y esta vida asquerosa y putrefacta...
¡Vete! ¿Quiero estar sólo!. Tengo que terminar
de maquillarme y de paso, apurar la media botella de ese malísimo vino que
me queda. Luego nos vemos.
A solas, sin su otro yo sentado a su lado,
Picarel continuó su labor, teniendo que repetir, incesantes veces, el retoque
del ungüento que aplicaba a sus mejillas... lloraba.
Al final, casi al límite del tiempo para su
actuación, había apurado el último vaso que le quedaba de aquél vino y
conseguía, a duras penas, pensar que "su otro yo" tenía razón; más
ahora cuyo tiempo le era precioso.
No tambaleándose, pero sí con cierta sensación
de mareo, salió de su carromato recorriendo el escaso trecho entre él y la
pequeña y raída carpa de su viejo circo.
Desde fuera se escucharon los acostumbrados
pocos aplausos que su aparición en escena lograba arrancar de los espectadores.
Nada anormal. Los artistas que deambulaban por fuera del lugar del éxito o del
fracaso, seguían inmersos en sus quehaceres previos a sus actuaciones o a las
labores posteriores, después de las mismas.
Una gran ovación llega desde el interior. Los
que están fuera, se miran y alguien pregunta: ¿Quién actúa?. ¡Picarel!, le
contestan.
Ahora una gran carcajada generalizada. Se van
arremolinando en torno a la lona que marca la salida después de cada actuación.
Contemplan al público de pie, cerrando con una
larguísima serie de aplausos, lo que zanjaba la actuación de Picarel, el
payaso, esa noche.
Después de varias reverencias correspondiendo
a los vítores y aplausos de ese público, Picarel, pasó entre sus propios
compañeros, quienes, como autómatas, se apartaron dejándole el camino expedito
entre ellos.
Un trecho más adelante y mientras Picarel se
secaba el sudor de la frente con el pañuelo destinado a esa función durante
décadas, se le unió, en el paseo, el SER.
SER: ¿Qué
ha pasado? ¡No he podido verlo!
PICAREL: (Rodeándole con su brazo por el hombro).
¿Hoy?.... Esta noche y a partir de hoy... seré tú.
(TELÓN)
FIN
Presentado para el II Certamen de Textos Breves Teatro Circo Price. Madrid, 2014.
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