jueves, 29 de mayo de 2014

El 6º Larán, lará...



-"¡Niño! ¿Qué vas a ser cuando seas mayor?"

- "¡Quipitán de Aviación!"

Debía de correr el año 1925, más o menos, cuando aquél chiquillo contestaba con esa celeridad y desparpajo a la vez que con una rotundidad absoluta a la pregunta que le hacía un tío suyo.

Y aquél niño creció jugando con soldaditos de papel que era para lo que daba la economía familiar y muy de tarde en tarde alguno que otro de plomo, lo que sí resultaba ya un lujo.

No se le daban mal los estudios y acabado el bachillerato y en lo que llegaba el momento obligatorio de incorporarse a filas, empezó la carrera de Magisterio. En esas estaba cuando se incorporó al ejército, buscando un resquicio por el que poder meter la cabeza en su ansiada Aviación.

Marchó a Getafe y estando precisamente de vacaciones, estalló la guerra.

El niño, hombrecito ya pues tenía diecisiete otoños,  se incorporó a filas, como voluntario en el bando que por sus ideales creyó que era en el que debía de estar. Y marchó al frente. Al Alto de los Leones de Castilla, como se le conoció durante muchos años.

San Rafael, El Espinar, Cueva Valiente, Peguerinos... allí luchó media campaña, al mando de una centuria  más una sección de ametralladoras. Y fue herido; no de una importancia extrema, pero una bala se llevó un trocito de fémur como recuerdo. Poco después, estalló una granada de mano relativamente cerca de él y una esquirla le rompió el tabique nasal. Tuvo suerte. El hombre dejaba atrás al niño a regañadientes, prueba de ello que en una de las retiradas de posiciones, pues en aquellas fechas el frente oscilaba constantemente, en su huída para ponerse a salvo del fuego enemigo, se topó con dos "regalos" que servían  para definir si todavía quedaba en él rastros de la infancia o si empezaba a sentir síntomas de la madurez. No lo dudó. Cogió el balón de fútbol y los puros.

Entrado  el año 1937 decidió empezar a cumplir su sueño: ser piloto. Digo empezar porque, en esa profesión y más en aquellas circunstancias, se hacían pilotos al son de la metralla que oían alrededor; siguiendo, probablemente, el dicho popular de "o te aclimatas o te aclimueres".

Y se marchó , creo recordar haberle oído decir que a Badajoz, aunque sé que la Escuela de pilotos estuvo en Cáceres.  En esas tierras se hizo y le hicieron piloto; pertenecía a la primera promoción de pilotos de la guerra, al menos de uno de los dos bandos.

Entonces, se "soltaban", palabra muy aeronáutica, en "La Bücker", que era éste un biplano cuya carlinga iba al descubierto y, por lo tanto, el piloto estaba obligado a llevar gorro de cuero, aunque en el caso del protagonista de esta historia, era de punto de lana y blanco, además de las consabidas "gafas de vuelo".

Siempre le oí hablar bien de la famosa Bücker.

No he sabido nunca, al menos hoy ya soy incapaz de recordarlo, donde actuó una vez haberse hecho piloto; ni tan siquiera en las unidades en las que estuvo destinado durante el resto del conflicto armado.

Sé que, nada más entrar las tropas en Madrid, mi padre se apresuró a ir a buscar a un gran amigo, pensando incluso, que habría muerto dada su ideología profunda y abiertamente monárquica y se le encontró de capitán del Ejército de la República. Llegó a ser un extraordinario poeta. Nunca dejaron de ser amigos. Mientras, el tercer miembro de esa hermandad desde niños, se debatía en Valladolid con medio estómago destrozado por la metralla. Salió adelante.

Cuando llegó la paz, tan ansiada por todos y una vez asentado, de nuevo, en su patria chica, mientras se planteaba reiniciar sus estudios de magisterio, se convocaron plazas para pilotos para el recién creado Ejército del Aire y  no lo dudó ni un instante. Se apuntó.

Era alférez de complemento e ingresó en la Academia de Aviación que estaba en León.

Creo haberle oído comentar que el curso, pues era uno, duraba ocho meses, ya que la escasez de pilotos obligaba a cubrir las vacantes necesarias en plazos cortos de tiempo.

Sus conocimientos, adquiridos en su formación académica, le supusieron cierto desahogo a la hora de estudiar las asignaturas  de aquél curso. Se le daban bien las matemáticas. Pero tuvo una desavenencia  con uno de los profesores, precisamente de matemáticas y le costó la academia.

Roto, volvió a Valladolid. No se quebró, sin embargo, ni un ápice su férrea voluntad de conseguir ser aviador. En la siguiente convocatoria estaba, de nuevo, en su Academia; con el "hándicap" de que la normativa había cambiado y ahora eran tres años de estudios.

Siguió, no sin esfuerzo, sus estudios y, aunque algunas materias  o actividades se le daban mejor unas que otras, como suele ser lo habitual, me contaba que destacaba en la esgrima, entre otras cosas por su condición de zurdo, lo que ponía muy difícil la defensa al contrincante; pero también destacaba, por lo malo, en equitación; hasta tal punto que un profesor le gritó a lomos de su caballo: "¡Alférez, y le llamó con nombre y apellidos, parece usted un lechero montado  a caballo"!. Ciertamente y con todo el respeto por los lecheros de la época, debía de tener una figura grotesca.

El profundo sentido del humor que le acompañó toda su vida, le permitía recordar estas anécdotas con una amplia sonrisa en sus labios. Como también los treinta y tres arrestos, treinta y tres, que tuvo en esta etapa académica y que casi siempre eran por la misma causa. Contaba que llegando tarde a formación, fue tardón por naturaleza, había una maldita esquina por la que circulaba un chorro de aire casi continuo y siempre llegaba tarde para cazar el gorro antes de que este volara por los aires; motivo por el que con treinta y tres veces de frecuencia, al menos, le llevó a formar tarde, con el consiguiente arresto. "Menos mal que no constaban en la hoja de servicios"... decía sonriendo.

Acabó la Academia. No sé si su primer destino como teniente sería Palma de Mallorca; pero el caso es que el Grupo de Savoia 79 (Savoia-Marchetti 79) fue destinado, creo que temporalmente, a esa isla, como medida preventiva y de vigilancia del Mediterráneo, pues en Europa se estaba librando la Segunda Guerra Mundial.

Le gustaban "los Savoias", comentaba que eran muy rápidos y que, al menos en aquellas fechas, se utilizaban en unidades de "caza", que a la postre, era lo que a él le entusiasmaba.
Debieron de ser días agridulces, pues a la alegría natural de ser jóvenes se les unía la tristeza por la pérdida de compañeros caídos en sus "raids" aéreos sobre el mar. Unos cuantos quedaron para siempre en las aguas del Mediterráneo.

Contaba que las guerras curten, mucho más una como la que le había tocado vivir fratricida; como curte también ver caer a tantos y tantos compañeros en combate o "simplemente" por volar, por cumplir un sueño, una ilusión...

Jamás dejó entrever, en sus conversaciones, el menor atisbo de rencor; sí de prudencia ante determinadas posturas ideológicas. Solía decir que:  "...al enemigo primero se le derrota en el campo de batalla y después se le tiende la mano y se le ayuda..."

Sólo se mantuvo tajante, sin resquebrajarse, ante el terrorismo.

Aunque ya hace años que relató todas estas historias, creo recordar que peregrinó por varios aeródromos dentro del territorio nacional, como  Morón de la Frontera y Granada.

Luego estuvo destinado en Valladolid, su ciudad natal en la base de Villanubla donde su afán por volar costó más de un sofoco al entonces coronel de la base que le quería mucho al margen de que, en cierta ocasión, el Curtiss que pilotaba, decidió pararse en pleno vuelo; la pericia del piloto hizo que un avión que no era de chapa, biplano y con un motor de 700cv de potencia, planeara lo justo para aterrizar en un campo de patatas colindante al aeródromo y sólo en el último momento, una de las ruedas se incrustó contra un pequeño montículo de tierra lo que motivó que el avión capotara. El sistema de seguridad de ese modelo de aeronave permitía apretar un botón, que bajaba por debajo del nivel de visión de la carlinga, al piloto, con lo que por lo menos , a veces, lograba mantener la cabeza en su sitio. Volvía a estar la suerte de su parte. Más cuando, después de escarbar para salir de debajo de los restos del avión, éstos volaron por los aires. Estalló.

Fue destinado a Zaragoza, donde quedó prendado de esa ciudad para siempre. Hombre con profunda formación religiosa, aunque no beato, de los cuales huía, su visita a "El Pilar" se convirtió casi diaria.

Estuvieron alojados, pues fue con él su mujer, en una pensión cuya dueña era madre de un compañero de armas y a la cual acabaron llamándola "mamá Carmen", pues realmente se comportó con ellos como si fuera efectivamente su madre.

Después de un tiempo, no recuerdo cuanto, volvió destinado a Villanubla y posteriormente marchó a Málaga para hacer el curso de comandante.

Terminado el curso y ya de comandante, su destino fue en la entonces Región Aérea Atlántica que era una de las divisiones aeronáuticas en las que estaba dividida España y cuyo "Centro de Mando", se encontraba en la ciudad del Pisuerga. Estuvo de ayudante del General Jefe de Estado Mayor. De varios generales, pues los que iban viniendo destinados le elegían a él como ayudante.

Los grandes beneficiados fueron sus hijos....¡qué impresionantes regalos de Reyes les "ponían" en sus casas!. Todos, sin excepción.

Estuvo bastantes años en ese destino. Concretamente hasta que un nuevo ascenso conllevaba dejar de ser ayudante del general por cuestión de empleo militar.

Fue, creo recordar que en destino provisional, a León. A La Virgen del Camino. Prácticamente, estaba en casa. Su familia no se movió y  la distancia, para un avión, era lo suficientemente corta como para poder estar todos los fines de semana en su casa; los lunes, a primera hora, venían a recogerle. Estuvo más o menos un año en "expectativa  de destino"; hasta que salió la vacante definitiva que le llevó a Logroño.

Como la previsión era de un destino largo en el tiempo, se desplazó a la ciudad del Ebro, toda la familia.

En el aeródromo de Recajo, además se encontraba la Escuela de Aprendices del Ejército del Aire, en su rama de Tornero Ajustador.

Disfrutó en ese destino. Le gustaba el ambiente que se respiraba. era muy reducido el grupo de pilotos, cinco o seis; pero el título de Jefe de Estudios de la Escuela que implicaba el destino, le encantó.

Disfrutaba viendo crecer a aquellos niños, de trece y catorce años, que aprendían un empleo con gran esfuerzo, en la mayoría de los casos, de sus familias.

Era célebre el comentario que se hacía de que luchaba en las sesiones de evaluación con los profesores de los alumnos, para que subieran la nota a tal o cual chaval y  que no fuera más costoso a la familia el mantenerlo un curso más allí. En casa exigía, en cambio, como padre, buenas calificaciones.

Hizo  verdaderos amigos. Amigos con mayúscula de los que tienes ahí para siempre, para los restos. Y no sólo en el ámbito castrense.

Tuvo un pequeño lunar en esa etapa; unas molestias en los senos nasales, que le propiciaban mareos, con lo que tuvo que dejar "sus vuelos" y el hecho le traía a mal traer; aunque eso sí, no perdió el buen humor del que hizo gala toda su vida. Estaba tan orgulloso de la "gente" que se encontró en Logroño...

Fue recíproco; pues , sin excepción, ante algún momento duro  personal que le tocó vivir en esa etapa, la respuesta de la familia aeronáutica resultó ser como en Fuenteovejuna...
Excelentes mecánicos, pilotos, meteorólogos, personal sanitario, ayudantes de Ingenieros Aeronáuticos, que conformaban, lógicamente, el grueso del profesorado de la escuela, interventor,  capellanes, suboficiales y oficiales en general. A todos siempre estuvo agradecido.

Pero todo llega a su fin y retornó en su ya dilatada carrera profesional al Sector Aéreo de Valladolid. Es en esta última etapa, cuando uno de sus hijos entró a hacer su servicio militar en el mismo Arma; lo que le permitió corroborar la "fama" que precedía a su padre de "buen militar" y de persona justa  con todo el mundo. Contaba una anécdota de que un capitán, en cierta ocasión le fue a pedir un día de "asuntos propios" e intentó justificar por qué le pedía el día; él se le quedo mirando, sonriendo y le dijo: ¿Qué lleva usted en el brazo, sobre la bocamanga? ¿Tres estrellas de seis puntas?. Pues usted sabrá, para mí ya es suficiente justificante.

Y un día de noviembre, se retiró, o le retiraron, como solía decir él, los años.

Nunca dejó de ser piloto. Nunca dejó de ser "Quipitán de Aviación". Nunca dejó de amar a su Ejército del Aire.

Vivió muchos años, nunca los suficientes para los que le conocimos y quisimos. Al final, le faltaron siete para llegar a este setenta y cinco aniversario de "su" aviación. Precisamente hoy, en el que termino este pequeño relato hacen los años que falleció.


Este narrador, está convencido de que, aquél chiquillo que soñaba con ser piloto, hoy donde está, sigue volando por los cielos de "su" España. ¡Buen vuelo, papá!.



Presentado a los Premios Ejército del Aire 2014 modalidad Narrativa literaria.

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