Uniforme y coqueta, centro de reunión por
antonomasia, guardiana de secretos inconfesables, celadora de besos juveniles
con sabor a tierno. Conciliábulo de maduras criticonas de todo lo que les
ocurre a los demás.
Tu iglesia, pequeña, acoge las casas, adosadas
de cualquier manera, con tal de tener abrigo unas contra otras.
Por aquí pasamos todos a lo largo de nuestra
vida.
Quedarás clavada cual bastión que anuncia con
sus campanadas, la llegada o la ida de algún vecino, de algún paisano.
El señor cura atiende, lo que puede, a sus
conciudadanos, alimentándolos en cuerpo y alma; al estilo, casi en desuso, del
buen samaritano.
Es corriente verle deambular de aquí para
allá; zascandileando, en un trajín excesivo para la feligresía que tiene. Pero
es así, no para. Hace sólo un alto en su camino, si no hay algún difunto por el
medio, después de comer. Café, carajillo y mus. ¡Y, por Dios, que no le falte!.
El alcalde es el de siempre y está en
"su" ayuntamiento. Nadie sabe su color político, seguramente ni él
mismo. Sea el que fuere, desarrolla su labor como buenamente puede o le dejan
en la capital. Le quieren sus vecinos; sigue siendo aquél chaval que salió del
pueblo para cumplir el servicio militar y aprovechó más el tiempo, estudiando
"números" como solían referirse a lo que el muchacho estaba
estudiando: contabilidad.
Y le sirvió para eso; para encadenarse, de por
vida, al portal número uno de aquella plaza, mi plaza. Plaza que cada mañana no
se cansa de mirar y remirar desde el balconcillo de su pequeño despacho. Es lo
primero que hace cuando llega, por la mañana, al ayuntamiento; haga frío o
calor; truene o nieve, todos los días del año.
¡Cómo no! mi plaza, la del pueblo, tiene su
café; no podría faltar; ni la plaza sería tal si no lo tuviera.
Centro neurálgico de la vida de la villa en
temporada fría. Recogedero de aburridos, jubilados, mozos que no han salido del
pueblo, mozas en edades casaderas y, en fin, de todo ser que tenga un minuto de
descanso, o de holganza, para acercarse y tomar lo que, según marque el reloj
de la torre de la iglesia, se tercie.
Pintado de marrón, con chafarrinones en sus
paredes, sirve tanto para el baile, más o menos vigilado, dominguero en época
de hielos, como para festejar los escasos bautizos y comuniones que se celebran
en esa parroquia.
Y el estanco, a la manera antigua,
anunciándose con los colores de la bandera nacional; para qué cambiarlo si
llevaba así tantos años, dice su anciana propietaria. Se fuma menos y ¡claro!
al descender el consumo de tabaco, la octogenaria señora, reconvierte, con
vigor inusitado el negocio, en bazar donde poder comprar sus
"chuches" los chavalillos de
fin de semana o conseguir tal o cual producto, no corriente, de la ciudad a
través de un sobrino suyo, conductor de autobús de línea que pasa por el
pueblo; e intermediario de toda transacción, no pecuniaria, de la atareada
abuela.
La plaza cuenta, además, con una pequeña
fuente en el centro, que mitiga la sed de los que concurren al círculo formado
por los bancos de su alrededor,; a los que parecen estar abonados los ancianos
del lugar; quienes, casi con un ordenamiento prusiano, se exponen al sol el
rato auto asignado y, una vez entrados en calos, como los lagartos, ceden el
sitio a la tanda siguiente. No hay problema; hay sitio y tiempo para todos.
Completan el perímetro de la plaza,
incluyendo, claro está, los establecimientos antes mencionados, sus casas.se
adobe castellano que tanto calor dio a sus habitantes durante siglos; hoy, en
desuso, adornan las fachadas con mamposterías de ladrillo; dando bastante
heterogeneidad al estilo arquitectónico del sitio.
A los vecinos, les basta con que esté limpia,
y para ellos, para mí, para los que ya no están, les sigue pareciendo la plaza
más bonita del mundo; porque aunque se intentara ser imparcial, y se pudiera,
otra plaza, no aportaría, a nuestros sentimientos, el bagaje juvenil de lo
vivido y de lo sentido, durante años, en esta plaza.
Y seguirá el estanco con los colores que sean;
y el café será repintado muchas veces y de mil colores, seguramente del que
haya sobrado a algún vecino y las partidas de mus después de comer; a las que
el señor cura no faltará, si puede; y el alcalde podrá seguir saboreando, desde
el balcón consistorial, "su" plaza, nuestra plaza. La plaza de mi
pueblo.
Presentado al III Concurso de Relatos Cortos "Plazuela de Los Carros", 2014.Torralbilla (Zaragoza).Editado en la Antología de este Concurso.
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