lunes, 11 de agosto de 2014

La plaza de mi pueblo



Uniforme y coqueta, centro de reunión por antonomasia, guardiana de secretos inconfesables, celadora de besos juveniles con sabor a tierno. Conciliábulo de maduras criticonas de todo lo que les ocurre a los demás.
Tu iglesia, pequeña, acoge las casas, adosadas de cualquier manera, con tal de tener abrigo unas contra otras.
Por aquí pasamos todos a lo largo de nuestra vida.
Quedarás clavada cual bastión que anuncia con sus campanadas, la llegada o la ida de algún vecino, de algún paisano.
El señor cura atiende, lo que puede, a sus conciudadanos, alimentándolos en cuerpo y alma; al estilo, casi en desuso, del buen samaritano.
Es corriente verle deambular de aquí para allá; zascandileando, en un trajín excesivo para la feligresía que tiene. Pero es así, no para. Hace sólo un alto en su camino, si no hay algún difunto por el medio, después de comer. Café, carajillo y mus. ¡Y, por Dios, que no le falte!.
El alcalde es el de siempre y está en "su" ayuntamiento. Nadie sabe su color político, seguramente ni él mismo. Sea el que fuere, desarrolla su labor como buenamente puede o le dejan en la capital. Le quieren sus vecinos; sigue siendo aquél chaval que salió del pueblo para cumplir el servicio militar y aprovechó más el tiempo, estudiando "números" como solían referirse a lo que el muchacho estaba estudiando: contabilidad.
Y le sirvió para eso; para encadenarse, de por vida, al portal número uno de aquella plaza, mi plaza. Plaza que cada mañana no se cansa de mirar y remirar desde el balconcillo de su pequeño despacho. Es lo primero que hace cuando llega, por la mañana, al ayuntamiento; haga frío o calor; truene o nieve, todos los días del año.
¡Cómo no! mi plaza, la del pueblo, tiene su café; no podría faltar; ni la plaza sería tal si no lo tuviera.
Centro neurálgico de la vida de la villa en temporada fría. Recogedero de aburridos, jubilados, mozos que no han salido del pueblo, mozas en edades casaderas y, en fin, de todo ser que tenga un minuto de descanso, o de holganza, para acercarse y tomar lo que, según marque el reloj de la torre de la iglesia, se tercie.
Pintado de marrón, con chafarrinones en sus paredes, sirve tanto para el baile, más o menos vigilado, dominguero en época de hielos, como para festejar los escasos bautizos y comuniones que se celebran en esa parroquia.
Y el estanco, a la manera antigua, anunciándose con los colores de la bandera nacional; para qué cambiarlo si llevaba así tantos años, dice su anciana propietaria. Se fuma menos y ¡claro! al descender el consumo de tabaco, la octogenaria señora, reconvierte, con vigor inusitado el negocio, en bazar donde poder comprar sus "chuches"  los chavalillos de fin de semana o conseguir tal o cual producto, no corriente, de la ciudad a través de un sobrino suyo, conductor de autobús de línea que pasa por el pueblo; e intermediario de toda transacción, no pecuniaria, de la atareada abuela.
La plaza cuenta, además, con una pequeña fuente en el centro, que mitiga la sed de los que concurren al círculo formado por los bancos de su alrededor,; a los que parecen estar abonados los ancianos del lugar; quienes, casi con un ordenamiento prusiano, se exponen al sol el rato auto asignado y, una vez entrados en calos, como los lagartos, ceden el sitio a la tanda siguiente. No hay problema; hay sitio y tiempo para todos.
Completan el perímetro de la plaza, incluyendo, claro está, los establecimientos antes mencionados, sus casas.se adobe castellano que tanto calor dio a sus habitantes durante siglos; hoy, en desuso, adornan las fachadas con mamposterías de ladrillo; dando bastante heterogeneidad al estilo arquitectónico del sitio.
A los vecinos, les basta con que esté limpia, y para ellos, para mí, para los que ya no están, les sigue pareciendo la plaza más bonita del mundo; porque aunque se intentara ser imparcial, y se pudiera, otra plaza, no aportaría, a nuestros sentimientos, el bagaje juvenil de lo vivido y de lo sentido, durante años, en esta plaza.

Y seguirá el estanco con los colores que sean; y el café será repintado muchas veces y de mil colores, seguramente del que haya sobrado a algún vecino y las partidas de mus después de comer; a las que el señor cura no faltará, si puede; y el alcalde podrá seguir saboreando, desde el balcón consistorial, "su" plaza, nuestra plaza. La plaza de mi pueblo.





Presentado al III Concurso de Relatos Cortos "Plazuela de Los Carros",  2014.Torralbilla (Zaragoza).Editado en la Antología de este Concurso.

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