Y cuando el sol empezaba a deslizarse sobre su
órbita queriéndose esconder tras el horizonte, Marcelo, con paciencia y, sobre
todo, fatiga de todo un día de faena en "la mar", comenzó a subir,
lentamente, la red que colgaba por estribor, es decir, por el costado derecho
de su mediana embarcación, de su "Sirena".
Algo le hacía presagiar, quizá su propia
experiencia, que aquella red no pesaba lo que "debía". Había algo
que, bajo la superficie de aquel agua, en calma, aliviaba, ostensiblemente, el
peso de la red: poca pesca.
Sudando y con media colilla apagada entre la
comisura de sus labios, siguió subiendo la red. Aparecieron un par de sargos
juntos, como amantes que aceptan con resignación su destino, sea el que sea;
poca cosa si eran las únicas piezas cobradas aquél día.
¡Un tirón! ¡Sí! Un "bicho" se
debatía en la red para poder soltarse de ella ¡Y parecía grande! Aplicando un
poco más de fuerza, consiguió subir más rápidamente la red; un último esfuerzo
y una espléndida merluza intentaba, con sus últimos coletazos, desasirse del
nylon que le aprisionaba sus agallas. Todo en vano. Marcelo esbozó una amplia
sonrisa de satisfacción.
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