Hoy te espero.
Me ha dicho, una de bata blanca, que hoy venías. Estoy deseando de que llegue
ese momento en el que pueda coger tus manos entre las mías y sentir tu
tacto...¿cómo era? ... se me olvida... a veces, me pasa. ¡Qué tontería! A estas
alturas de la vida no voy a saber cómo es tu tacto...
¿Por qué me
pongo nervioso? ¡Si hoy te veo! Eres...¿Quién? ¿Quién eres? Pues quién va a
ser... la de siempre ¡claro! esto... ¡ya me acordaré! ¿Qué cabeza la mía!
Me han puesto
una bata limpia, de estreno; tiene unas diminutas grecas en tonos Burdeos y
azul marino; como a tí te gusta; siempre me lo repetías una y otra vez que tus
colores favoritos eran el verde y el amarillo. Por eso la bata nueva...
Desde que eras
pequeña, las diademas y lazos de tu pelo eran de esos colores; me recordaban a
las escarapelas de las cuadras de caballos de carreras...¡Qué curioso...me
estoy imaginando la carrera!
¡Qué
tontería,! ¿Pues no te estoy equivocando con mi hija?
El médico, o
ese señor que a veces se pasa y me dice que lo es, ha estado un buen rato
hablando conmigo y me ha suministrado una pequeña pastilla para relajarme. Casi
se me olvida; una compañera, en la comida, me lo ha recordado; estaba pendiente
de mí; tanto, que a ella se la ha olvidado tomarse la suya. ¡Qué cabeza, madre!
Me han
obligado a echarme la siesta. Ya sabes que la odio; pero me han convencido
diciéndome que acortaría el tiempo hasta la hora de la visita. Me he dormido profundamente. Han tenido que
venir a despertarme para ayudar a asearme un poco y estar presentable cuando
llegues.
Yo estaba a
gusto contigo, hace un momento, antes de que nos importunaran; te cantaba la
"Nana de la cebolla"; la que te canto todas las noches para que te
duermas... mientras cojo tu regordeta mano entre las mías...¡Cómo no voy a
recordar tu tacto!...
"¡Francisco,
tienes visita!". "Abajo, en la salita de las azucenas
blancas"... Me ayudaron a llegar hasta ella. Abrí la puerta y me encontré,
cara a cara, con una mujer adulta, rubia, de ojos verdes, pelo ensortijado, que
me miraba dulcemente.
¡Qué señora
más simpática! ¡Si no me conoce!¡Debe de ser muy agradable, si me recibe así!
Se inclinó
hacia mí y depositó un suave beso en mi mejilla. Era una extraña, no cabía
duda, pero aquél beso sonaba en mi cerebro a antiguo y a cotidiano; como de
andar por casa... como algo cercano y natural... ¡Qué tontería! ¡Me pasa cada
cosa! 'Si no la conozco de nada!
"¿Papá,
qué tal estás pasando el día?" "¿Has comido todo lo que te han puesto
en el plato?" "¿O lo has vuelto a intentar cambiar por medio paquete
de cigarrillos?".
La
conversación no me gustaba. Me había llamado papá y era, claramente un error,
pues aunque se daba cierto aire a mi niña, pero en mayor, mi hijita no tenía
más allá de cinco años. Y luego, me jorobaba, tremendamente, que supiera tanto
de mis trapicheos en aquella casa. Yo intentaba fumar, pero siempre me pillaban
¿Quién sería el chivato? Se me pasaban las ganas en seguida; ni tan siquiera
sentía la necesidad de fumar. De hecho, no he logrado fumar ni un solo pitillo
desde que me trasladaron a esta nueva casa.
Presentado al Concurso
Relato Corto sobre Alzheimer. AFAGA.
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