El
abuelo, pugnaba por subirse la cremallera de su bragueta a medio subir, con el
temblor de los años y del rubor de la situación. Había bajado como pudo hasta
aquél urinario público y era invisible para los pocos usuarios. Me acerqué;
tiré de la cremallera hacia arriba y su mirada expresó con gran emotividad, sin
necesidad de palabras, la más inmensa gratitud.
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