Aquella sombra deforme, de un sin fin
de patas, avanzaba despacio, saboreando su apetitosa pieza, recreándose en la
suerte, hacía nuestro infortunado
Adrián, quien, despavorido, era incapaz de moverse hacia un lado u otro en
busca de lo que, sin duda, podía ser su salvación.
El pánico le atenazaba por completo su
diminuto cuerpecito. La masa deforme y negra avanzaba parsimoniosamente hacia
lo que iba a ser su cena, relamiéndose de gusto ante tal perspectiva.
Adrián pestañeaba, repetidamente y se
restregaba los ojos para ver si
conseguía, de aquella manera, lograrse quitar de su retina la visión siniestra
que tenía frente a él; pero por más veces que lo hacía, al abrirlos, volvía a
estar la fantasmagórica figura. Todo era en vano.
El tiempo pasaba e iba contra Adrián.
La gran mole sombría, avanzaba cruel hacia él. No había duda de que era su
final. Sería pasto de aquellas mandíbulas exploradoras de carne fresca.
Sudaba; con ese sudor frío que se
produce ante situaciones límite. Ese sudor que baña un cuerpo, cual condimento
sazonador de un bocado aristocrático.
Un atisbo de luz encendió la escena y
su vida. ¡Hijo, tranquilo, soy mamá!. Es sólo un sueño.
Para el III Certamen de
Micro-relatos Fantásticos y de Terror. Cotxeres
de Sants. Barcelona.
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