El niño, entre sus
padres, caminaba cabizbajo hacia un lugar en el que, se lo habían prometido, se
iba a divertir.
Una pequeña carpa
circular con dibujos que a él le parecieron infantiles, decoraba su perímetro
totalmente. Sus pinturas consiguieron, por primera vez, entreabrir los
deliciosos labios de la criatura. Sus propios ojos pugnaban por abandonar sus
órbitas en pos del misterio que desprendían aquellas imágenes.
En la parte más alta
de la lona, arriba, a la derecha, unas enguantadas manos, intentaban explicar
lo que dentro de aquella, para el nene, "tienda para esconderse y
jugar", se podía contemplar. Y lo decía con la mejor escenificación
posible: con imágenes.
Una coloreada caja
de colores chillones, parecía estallar dejando escapar, atrapada por un muelle,
la cabeza cortada de un payaso que sonreía mientras se balanceaba a
carcajadas...
A continuación se
representaba el dibujo de una descomunal chistera y un palito negro de punta
blanca que formaba una gran estrella de la que parecía salir Cleto. Pero a Cleto le había dejado en su
jaulita al salir de casa ¡Cómo era posible eso!
Sintió un ligero
temblor al pensar la posibilidad de que su mascota se hubiera escapado.
Pasó pronto. El
instante justo en el que sus ojos tardaron en fijarse en la siguiente
ilustración.
Un hombre de unos
grandes bigotes con una toalla enrollada en su cabeza y unos aros colgando de
sus orejas, parecidos a los que su mamá se ponía en algunas ocasiones, encerraba a una chica en un pequeño armario.
Ella sonreía.
A continuación, el
hombre tan estrafalariamente disfrazado y que al niño le parecía sacado de unos
dibujos que acababa de estar viendo en la tele, contaba, pues así estaba
escrito en aquella pared parecida a una vela de un barco, ya que se movía ligeramente,
un...dos...y ¡tres! Abría el armarito y aquella mujer era ahora un horrendo
tigre de mirada ladina, relamiéndose al descubrir la tierna cara del chaval, al
que miraba fijamente. O esa impresión debió de darle al niño por el ostensible
temblor que le recorrió, vertiginosamente, todo su cuerpecito.
Un algodón de azúcar
coloreado de color fresa que en ese instante le pasaba la mano de su mamá, le
hizo olvidarse de inmediato del pánico y contemplar, de nuevo, la escena; con
la serenidad del placer que aquél manjar que se deshacía en su boca, le
proporcionaba. El inmenso gato de rayas parecía ahora que su descomunal lengua
perseguía más la golosina que las tiernas carnes suyas.
La regordeta mano
pegajosa del chiquillo volvió a buscar el resguardo de la mano de su madre; y,
entre ambos, se intercaló en la generosa fila que llegaba a perderse por la
abertura que se divisaba al fondo; en cuyos lados otras dos grandes manos,
siempre embutidas en guantes inmaculadamente blancos, animaban a la gente a
entrar por aquella misteriosa entrada...
¿Realmente estaría
Cleto en aquél sombrero?
Para el Concurso de Relatos
Mágicos. Esdrújula
Ediciones y Hocus Pocus Group
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