Me habían hablado
bien de aquél paraje. Tenía fama de ser uno de los más bellos de La Montaña. A
través del valle que horada en la
escarpada sierra el río Nansa, ascendí, emulando a los salmones, buscando ese
rincón, en la falda de una gran loma y rodeado de los pastos más verdes que
jamás hayan visto mis ojos.
Anduve recreando mis
sentidos con sus casas solariegas desperdigadas aquí y allá y por otras,
posteriores, de las llamadas de "indianos"; aquellos emigrantes en
busca de fortuna a tierras de "las Américas".
Subí y bajé por su
callejuelas empedradas grabando en la retina sus variopintos rincones de
piedra, hiedra, musgo, helechos y geranios con los colores más inimaginables.
En un bar, sin más
pretensión que la del aseo, decidí regar mi garganta. Pedí un brandy de Jerez
¡Sorpresa! La campiña, con un guiño y sonriendo, me dio las gracias.
Para el IV Certamen de
Micro-relatos, Cardenal Mendoza. Bodegas
Sánchez Romate Hnos. Jerez. (Cádiz)
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