Llevo años
recorriéndote, en el deambular de mi vida cotidiana. Estás ahí imagen, puesta por manos que formaron tu estructura
año a año.
No te mueves,
instantánea en blanco y negro. Perpetua hasta que el hombre o el tiempo,
decidan cambiar tu trayectoria.
Paso por ti hacia el
Mercado. Mañanas de bochorno o frío extremo. Bajar es siempre fácil, si no hay
hielo. La edad, acomoda el gusto a lo más cómodo.
Bajar es más
sencillo, más placentero.
Recojo las viandas
del día y cargado retorno mi camino; desando lo andado y te veo.
Allí sigues. Una
docena de peldaños dañan mi vista y mi cuerpo; hay que subir. No queda más
remedio.
Te estrechas
intentando desanimar a mi cuerpo y más a mi voluntad. Venzo al deseo que me
empuja a no hacerlo. Obstinada, me provocas con una sonrisa burlona que siento
en mi interior. Me llamas procurando provocarme. Pico. Media sonrisa aparece en
mi cara fatigada, llevo un rato ascendiendo ante ti.
Me enseñas tu farol
forjado en hierro. Señuelo de una pesca mañanera. Y pico. Comienzo a ascender
las escaleras comprimidas entre muros que conforman tu silueta.
Descanso a la mitad.
Un par de toses delatan a unos bronquios que se revelan ante el esfuerzo;
mientras un ronquido al ralentí, denuncia a un motor fuera de punto. Es el mío.
Jadeo. La cuesta,
pícara, me ha vuelto a poner la zancadilla; cariñosa, tunanta; granujilla que,
melosamente, me guiña el ojo. Me provoca para que no deje de pasar ni una
mañana por su itinerario. Es una bruja. Me tiene hechizado y ella lo sabe.
¿Y el cielo? ¿Cómo
está? En la monocromía de mi vista, en blanco y negro, no atisbo a ver su
color.
Podría ser un
blanco-gris, casi plomizo, anunciador de nieves, portador de fríos invernales
que intentaran detenerme, por medio de un
manto níveo y puro para dejar de ver, por unos días, tu silueta.
Cabe la posibilidad
que ese tono blanco que plasma la imagen en mi retina, sea la luz cegadora del
astro sol; también con aviesas intenciones de debilitar mi ánimo ante el
tórrido calor si voy a verte.
Frío y calor al
chocar con la pared de tu vera enyesada, se reverberan y proyectan al muro de
enfrente; fornido, de piedra, que los absorbe y mitiga para que el andariego
que, cada día, trasiega por tu circuito padezca, en menor medida, los rigores
del clima del lugar.
No hay por qué jugar
a este juego, si no es por el simple placer de divertirnos en un mar de guiños,
arrumacos, carantoñas y mimos que cada mañana me dedicas; y que yo, enamorado
confeso de esa escalera, de tu farolito alumbrador de noches de juega o de
luto, de besos u odios; de la ventana enrejada a lo pobre, sin una mala flor
que te embellezca; o de las piedras graníticas y grisáceas que ennoblecen, un
tanto, tu porte. Yo, ese transeúnte anónimo, garantiza ante tu figura que
volveré a pasar cada mañana, camino del Mercado, por tu vereda; bajaré con
ánimo, subiré sin resuello los escalones que me brindas y , al abrigo de los
muros que estilizan tu silueta, me
abrigaré de fríos o aliviaré de los calores que, según la estación del año, me
envíen los cielos; esos cielos que en mi retina, no adivinan a desvelar de qué
color son.
Calle de pueblo;
callejuela de recuerdos adosados como rémoras a una memoria baqueteada ya por
los años. Farol imaginario, no de forja, que marca el camino a las incipientes
divagaciones de los recuerdos.
Ronda aldeana, te
pavimentarán con una lechada de cemento si el presupuesto es corto; te
embaldosarán o, con suerte, enlosarán tu camino con piedras de la misma
hidalguía de las de tus casas. Sea como sea, no pierdas tu sello. Sigue ahí, en
mi camino al Mercado, obligándome, día tras día, a subir y a bajar por tu
regazo estrecho, por tus peldaños pétreos, rectilíneos, a extraer una sonrisa
golfa de mis labios mientras te recorro; notando en mi nuca, tus ojos clavados
en mí; y en tu cara, maquillada cada cuatro años en tiempo electoral, dibujado
el gesto complaciente al ver que, una vez más, paseo por tu trazado...
Baluarte del lugar,
silencioso y tímido. No pregonas al viento tu presencia. No lo necesitas.
Callejón real, sin pretensiones. Bajada hacia el Mercado transitada por vecinos
que encelan mi corazón por compartirte. Rúa a fin de cuentas perdida en un
pueblo que es el mío. El que me vio nacer. El que, algún día, sabrá que me he
ido.
Tú seguirás allí. A
la intemperie, centinela de idas y venidas, algunas al Mercado. Volverás a
guiñar el ojo a quien te inspire cariño, ternura o simplemente el azar que
escoja a otro caminante, sin sexo, a quien invitar zalameramente, a transitar
cada día por tu calle, que seguirá teniendo una docena de escalones, quizá
remozados, quizá no sean de piedra; quizá la casa enfoscada de yeso dé paso a
una, más moderna, de ladrillo caravista. Quizá algún edil, sin muchas luces,
apague definitivamente tu farol. Quizá le sustituyan por un esperpéntico haz de
luz fuera de lugar en ese rincón.
Sea como fuere,
seguirás ahí, dando el paso a unos vecinos errantes que te atraviesan camino de
más allá...
Hacia el café, hacia
la plaza, hacia el bulevar; hacia el otro lado con afán conciliador de aunar la
parte de arriba con la de abajo; de sumar, nunca restar. De mañanas domingueras
de arrumacos juveniles rápidos en tus peldaños al resguardo de miradas curiosas
de progenitores.
Estarás ahí, dando
el relevo a nuevos pasos que recorran, titubeantes, tu estera pavimentada...
Volverán aquellos
pasos de niño hechos adulto. Volverá a haber un elegido al que, tras un guiño
tuyo oportuno, seduzcas y le hagas un incondicional de tu trayecto, de tu
camino.
Volverá a pasar un
simple vecino, como yo, por tu vereda ¿Quién sabe? quizá buscando un paso y un
requiebro, hacia el Mercado.
Para el X Concurso Ars Creatio
Una Imagen en Mil Palabras. Sobre
Foto. Torrevieja. (Alicante)
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