lunes, 21 de septiembre de 2015

¿En paz el caballero?


Estaba cumplida la misión que se había jurado a sí mismo llevar a cabo. El sello nobiliario de su familia reposaba con los restos de su padre en la iglesia de Santa María de La Antigua.
Salió, tras un encuentro en la penumbra de la coqueta parroquia castellana consigo mismo; con su interior, como hacía años que no lo había hecho.
Con su mano temblorosa acarició la piedra blanquecina y fría del mausoleo de su progenitor y, sin mirar atrás, se asomó al exterior cegado por el contraste entre las tinieblas interiores de la iglesia con la atenuada luz de un día cubierto por densos nubarrones grisáceos que no paraban de despilfarrar agua a "esgalla", como se acostumbraba a denominar por ciertas zonas de la meseta al hecho de llover intensamente.
Montó sobre su caballo, calado el animal hasta los huesos y, al paso, subió por una calle empinada que le llevaba  hacia la parte más céntrica de la villa y en la que se apretujaban en unas cuantas callejas, un buen número de posadas y mesones donde poder echar un trago del vino de la tierra, bueno o malo, según la conciencia y honestidad del posadero.
Le apetecía beber. Necesitaba quitarse de su garganta el sabor acre que le acompañaba desde que había traspasado el portalón del templo. Necesitaba, con urgencia, beber lo suficiente para dormir dos o tres días y poder reemprender su camino. Un camino, esta vez, sin rumbo ni meta fijos.
Entró en una hostería de nombre igual a la estrecha callejuela en la que se asentaba: "El Laurel". Aparentaba ser la más fiable de las que había visto.
Pidió habitación para tres días que abonó por adelantado y bajó a ocuparse de su viejo amigo cuadrúpedo; luego se sentó en un taburete de una mesa del último rincón de la estancia.
En la mitad del primer jarro de un vino que saboreaba con una placidez que casi ya ni recordaba, reparó en una sombra, más que individuo, tapado con un sayo tipo Hermano Mendicante o parecido que, aunque pretendía pasar con una actitud distraída, inadvertido, de vez en cuando, le miraba unos instantes con la expresión de quien pretende extraer la mayor información posible de lo  que observa.
No lo dio mucha importancia al principio ya que de ninguna manera alguien podría estar interesado en él y, por otra parte,  aquél individuo no tenía trazas de ladrón o algo por el estilo. Sus ademanes más bien le conferían cierta compostura de persona educada y de posición más o menos, señorial. Le intranquilizaba, el porqué de aquél disfraz.
Pero había algo que le resultaba familiar en aquella figura. Su fisonomía no lograba llegar a atisbarla totalmente; pero en los gestos y maneras de comportarse llevaban el aire de algo ya conocido.
Apuró la primera jarra en estas disquisiciones y, de alguna manera, jugando al ratón y al gato con aquél extraño personaje. Que cada vez  era más indiscreto a la hora de mirarle; aunque en honor a la verdad y casi seguro ayudado por los efluvios etílicos él tampoco disimulaba sus miradas hacia el misterioso "fraile", como a esas alturas de sus pesquisas, le catalogaba.
Hasta ese momento, en el cual, un ligero movimiento del personaje hizo que su especie de hábito dejara al descubierto una labrada espuela jalonando su talón derecho; lo que le produjo un respingo al darse cuenta de que lo que tenía allí frente a él, por mucho que lo quisiese disimular, era un caballero como él.
Cuando volvió a mirarle, éste había desaparecido. Quiso salir a buscarlo, pero desistió. Bebió. Mañana...


Para el II Concurso de Relato Románico Digital. Fundación Santa María la Real.  Y www.romanicodigital.com. Aguilar de Campoo. (Palencia).



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