Estaba cumplida la misión que se había jurado a sí mismo
llevar a cabo. El sello nobiliario de su familia reposaba con los restos de su
padre en la iglesia de Santa María de La Antigua.
Salió, tras un encuentro en la penumbra de la coqueta
parroquia castellana consigo mismo; con su interior, como hacía años que no lo
había hecho.
Con su mano temblorosa acarició la piedra blanquecina y fría
del mausoleo de su progenitor y, sin mirar atrás, se asomó al exterior cegado
por el contraste entre las tinieblas interiores de la iglesia con la atenuada
luz de un día cubierto por densos nubarrones grisáceos que no paraban de
despilfarrar agua a "esgalla",
como se acostumbraba a denominar por ciertas zonas de la meseta al hecho de
llover intensamente.
Montó sobre su caballo, calado el animal hasta los huesos y,
al paso, subió por una calle empinada que le llevaba hacia la parte más céntrica de la villa y en
la que se apretujaban en unas cuantas callejas, un buen número de posadas y
mesones donde poder echar un trago del vino de la tierra, bueno o malo, según la
conciencia y honestidad del posadero.
Le apetecía beber. Necesitaba quitarse de su garganta el
sabor acre que le acompañaba desde que había traspasado el portalón del templo.
Necesitaba, con urgencia, beber lo suficiente para dormir dos o tres días y
poder reemprender su camino. Un camino, esta vez, sin rumbo ni meta fijos.
Entró en una hostería de nombre igual a la estrecha
callejuela en la que se asentaba: "El Laurel". Aparentaba ser la más
fiable de las que había visto.
Pidió habitación para tres días que abonó por adelantado y
bajó a ocuparse de su viejo amigo cuadrúpedo; luego se sentó en un taburete de
una mesa del último rincón de la estancia.
En la mitad del primer jarro de un vino que saboreaba con una
placidez que casi ya ni recordaba, reparó en una sombra, más que individuo,
tapado con un sayo tipo Hermano Mendicante o parecido que, aunque pretendía
pasar con una actitud distraída, inadvertido, de vez en cuando, le miraba unos
instantes con la expresión de quien pretende extraer la mayor información
posible de lo que observa.
No lo dio mucha importancia al principio ya que de ninguna
manera alguien podría estar interesado en él y, por otra parte, aquél individuo no tenía trazas de ladrón o
algo por el estilo. Sus ademanes más bien le conferían cierta compostura de
persona educada y de posición más o menos, señorial. Le intranquilizaba, el
porqué de aquél disfraz.
Pero había algo que le resultaba familiar en aquella figura.
Su fisonomía no lograba llegar a atisbarla totalmente; pero en los gestos y maneras
de comportarse llevaban el aire de algo ya conocido.
Apuró la primera jarra en estas disquisiciones y, de alguna
manera, jugando al ratón y al gato con aquél extraño personaje. Que cada
vez era más indiscreto a la hora de
mirarle; aunque en honor a la verdad y casi seguro ayudado por los efluvios
etílicos él tampoco disimulaba sus miradas hacia el misterioso
"fraile", como a esas alturas de sus pesquisas, le catalogaba.
Hasta ese momento, en el cual, un ligero movimiento del
personaje hizo que su especie de hábito dejara al descubierto una labrada
espuela jalonando su talón derecho; lo que le produjo un respingo al darse
cuenta de que lo que tenía allí frente a él, por mucho que lo quisiese
disimular, era un caballero como él.
Cuando volvió a mirarle, éste había desaparecido. Quiso salir
a buscarlo, pero desistió. Bebió. Mañana...
Para el II Concurso de Relato
Románico Digital. Fundación
Santa María la Real. Y www.romanicodigital.com.
Aguilar de Campoo. (Palencia).
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