domingo, 20 de septiembre de 2015

Se me pasó la edad



La frase, bien pudiera ser el título de una canción escrita y cantada por Alberto Cortez, en los años setenta. Ignoro si existe una canción con ese rótulo, pero, no me cabe duda, que bien merecía que existiera.
Es cierto que hay multitud de dichos y refranes en los cuales "no importa la edad" para llegar a poder realizar determinadas actividades; sí es cierto, que, los años cumplidos, pueden resultar un hándicap para una variedad importante de ocupaciones.
Evidentemente las actividades físicas, en este sentido, son las más perjudicadas normalmente.
Resulta de una evidencia científica que la vida se alarga por décadas; lo que hace que tengamos un período post-laboral cada vez mayor y necesitamos mantenernos ocupados con algo más que no sea ejercer de "agentes de bolsa" cuando nos acercamos al supermercado más cercano a por la barra de pan diaria. Los que, a estas alturas de la crisis, se lo puedan permitir.
Y me parece estupendo fomentar cualquier tipo de actividad desde los municipios y entidades estatales dirigidas para esos "viejos jóvenes" que cada vez van a ser más.
Esto nos llevará, indefectiblemente, a otras situaciones nuevas; no vividas hasta ahora por nuestra sociedad.
La primera es económica ¿Podrán los "jóvenes" soportar con su trabajo el "desempleo" de tanto jubilado? ¿Se encarecerá la vida en función de la premisa anterior? ¿Habrá más diferencias sociales por culpa de la cuantía de las pensiones, según el estatus alcanzado?
El Estado, en su función paternalista que en cierta medida ha de tener, debe proteger los intereses de la mayoría de los ciudadanos; parece una verdad de Perogrullo, pero no siempre se cumple y, a veces, se puede cumplir. Cuando el dinero entra en escena, los sueños pasan a un segundo plano, éstos sólo se pueden llevar a cabo contando primero el cash, palabreja muy de moda,  de la bolsa, no el de La Bolsa, que también, sino el que llevamos cosido aún a una histórica faldriquera que muchos, aún llevamos zurcido en nuestras mentes. Uno de los últimos vestigios que aún pululan entre nosotros de nuestras queridas abuelas.
Y es fácil caer en lo utópico. O de trasladar al terreno de la utopía aquello que no se puede hacer por falta de "cuartos".
Y los cuartos hay que gestionarlos bien; primero crearlos, mediante el ahorro colectivo y luego, con cabeza, administrarlos y teniendo siempre en cuenta que los que lo hacen son trabajadores por cuenta ajena; son empresarios cuyo capital no es suyo. Tuve la oportunidad de tratar en mi vida profesional con uno que decía "el dinero en el cajón", refiriéndose a que todo lo que no esté en la buchaca, más vale no contar con ello hasta que lo esté realmente; si se hace, es fácil caer en el famoso cuento de "La Lechera", y así nos ha ido...
Volviendo al tema original de este escrito y dando por sentado que la vida se alarga gracias a nuestros científicos que, de una manera callada, trabajan en los escasos y maltrechos laboratorios de este país antes llamado España, el caso es que no se puede negar que hay determinadas actividades o situaciones que, indefectiblemente, van unidas a la edad.
No me refiero a actividades físicas en sí, que se podrían llegar a acompasar a la edad que vamos cumpliendo incluso en el terreno profesional; sino a que existen profesiones en las que la forma física aporta un gravamen adicional.
Por ejemplo: la carrera militar, en sus diferentes segmentos de estudios. A nadie se nos pasa por la cabeza ver a un "vetusto" sesentón, mandar a una sección de reclutas, y más de los de hoy en día, al grito rítmico del ¡Un! ¡Dos!..¡Firmes! ¡Ar! enseñándolos la instrucción. Son imágenes de un celuloide en blanco y negro, incluso en color también, que ni un servidor, con sus años, llegó a ver con plenitud cuando cumplió su servicio militar como "voluntario" cuando era obligatorio.
Y para esta profesión, con la que he mantenido un amor platónico desde que nací, es para la que se me pasó la edad. Primero porque no estudié lo suficiente; no tengo excusas. Y luego por una ley que, modificada, aún está entre las condiciones de ingreso en las diferentes Academias de nuestro ejército;  las dioptrías. Hoy, en algunas de esas Academias, no son obstáculo si han sido operadas convenientemente; no en todas. Para ser piloto militar, un sueño dorado que, en mi caso, se desvaneció con nueve años en los que mi vista reconoció que no veía tres en un burro, sigue en plena vigencia y es un impedimento para poder ser aviador aún, incluso, habiendo sido operado.
Choca, en plena era informática, que aún sea un impedimento en nuestros días, cuando desde un caza de los actuales, visualmente, se observan pocas cosas, dada la velocidad de esas máquinas...todo es a base de radares y aparataje, repito, informáticos, que, eso sí y de momento, son supervisados por un ser humano al que se le requiere tener unos grandes conocimientos para manejar tales bestias; unos de tipo intelectual, como son los que pertenecen a los aspectos técnico-académicos y otros con los que se nace, aunque se depure el método, y es lo que en el argot se conoce como "manos"; y eso es un don que no todos los pilotos tienen.
Además, me tocó pasar la época en la cual se creyó que se iba a "profesionalizar", vaya palabrita, más el ejército trayendo a sus filas a "cerebritos", tuvieran o no vocación auténtica, de ser militares y esa es una impronta que, como lo que decía en el párrafo anterior, sobre las manos, no se adquiere; se trae de casa ya puesto.
Había una canción de mi juventud, que decía: "No tengo edad"; pues eso es lo que me pasa, hace ya largos años, a mí con el ejército.
Si pudiera dar marcha atrás ¿Qué haría? Con el bagaje acumulado en mi vida, conociendo a día de hoy lo que ha sido mi "futuro profesional", probablemente seguiría con la morriña de no haber podido ser militar. Esa parte profesional ha merecido la pena haberla hecho de "seglar"; he tenido la oportunidad de conocer a grandes compañeros y amigos que , de haber ido mi vida por los derroteros castrenses, me los hubiera perdido. Cierto es que tendría otros, pero para mí son anónimos y a éstos, me los conozco bien. No los cambio.
Como la vida se ha alargado tanto en expectativa, es posible que volvamos a ver a mucho militar entrado en años ejerciendo una vida profesional que se enriquecerá, sin duda, de la sabiduría que emana  de los "viejos"; aunque, eso sí, el ¡Un! ¡Dos! ¡Media vuelta! ¡Ar!, por Dios, que siga estando en manos de los profesionales más jóvenes por el bien de todos.
¿Alguien se imagina la marcialidad, no necesariamente prusiana, que conlleva una formación militar, salpicada de artríticos, dicho con el más profundo cariño, desfilando? Aunque sólo sea por estética y, por qué no, por liberar a los sesentones del desfile, que no llegue a ocurrir tal cosa; a pesar de que nuestros hijos, los hijos de los de mi generación, se empeñen en repetirnos que llegar ahora a los sesenta  es como cuando sus abuelos, nuestros padres, cumplieron cuarenta. Y yo digo: ¡Y un jamón! Aunque puede que sea verdad.

En cualquier caso, se me pasó la edad, o el arroz...de tanto usarla...


Para la I Edición de Narrativa Breve "Cristina Tomi", 2015.

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