domingo, 20 de septiembre de 2015

Quehaceres de abuelos, que algunos, llegamos a conocer


Resulta sorprendente, hablar con nuestros hijos y mirar su semblante, cuando les cuentas,  actividades que por oídas e incluso vividas por nosotros mismos nos parecen normales, aunque en desuso, mientras ellos te miran con esa frase tan manida de "como las vacas miran al tren".
Es cuando recapacitas y te das cuenta del camino recorrido por la vida; ésa que está contigo y que ¡traidora! no te ha avisado del paso del tiempo.
Comentaba yo, hace unos día, con unos navarros de "pro", este tipo de reflexiones, cuando a cuenta de los derroteros de la propia conversación, entramos en el terreno de la nostalgia y, cómo no, al rememorar las viejas imágenes de batallitas en blanco y negro, como dicen nuestros ya talludos vástagos, salieron a relucir las profesiones que , por uno u otro motivo, ya no se estilan...como los jazmines en el ojal de la famosa canción interpretada, con tanto gusto,  por María Dolores Pradera...
Y fue uno de los primos, no me acuerdo bien, quién lanzó a la palestra cuando de niño su madre le enviaba en verano a por tres pesetas de hielo, al "hielero", según lo definió él mismo. Las neveras, aunque les cueste trabajo creerlo a nuestros hijos, no fabricaban el hielo; lo conservaban malamente, dejándolo licuar lentamente...pero eran incapaces de mantenerlo durante días. Había que ir a buscarlo, comprarlo día sí, día no.
El afilador lo conocen; es de esas profesiones que, sobre todo en las urbanizaciones, se suelen pasear con cierta asiduidad, pregonando su característico "afiladoooorrr". Lo de menos son los cuchillos; hoy pregonan más, por estas zonas, las herramientas propias de jardinería. No levan sus nostálgicos y, para mi, preciosos artilugios adosados a sus bicicletas, con piedras de afilar, como entonces; los tiempos cambian y aquellos "engendros", hoy de museos, se han visto reemplazados por viejas DKW, o vehículos similares...una pena... pero "los tiempos adelantan que es una barbaridad", puestos a parodiar zarzuelas de aquellas épocas...
Completaban su soniquete, los de entonces, con un segundo estrambote, hoy totalmente en desuso; y era "paragüeeeeroooo!!!!"...era mucho menos oneroso, por aquellos días, remendar un paraguas maltrecho que comprar otro nuevo  como aquellos que no eran "made in Taiwán"; no hay duda.
Y existía otra, de blusón corto, a medio muslo, gris oscuro, que era el uniforme de las personas que se dedicaban, en temporada, a llevar a las casas, puerta por puerta, ese manjar dulzón y exquisito llamado miel; los chavales los llamábamos "mieleros"; desconozco si existe en nuestro diccionario y ni me preocupo en saberlo. Prefiero quedarme con la definición que una generación, puso a un gremio.
No estaría tan refinada como la de ahora; de hecho, recuerdo tener que retirar algún cadáver de alguna infortunada abeja ahogada en su propio Icor  de dioses; pero el sabor, por muchas y extraordinarias variantes que la ciencia, hoy en día, ha puesto a nuestro alcance...no era el mismo.
Recuerdo, unos años después, en una Base Aérea cercana a Navarra, desmantelar unas persianas de un Pabellón de Oficiales, por haberse asentado allí una gran colonia de abejas y resultar ser un festín el acontecimiento, para la pandilla de chavales que, ávidos de golosinas y pringados hasta el tuétano de los huesos, dieron buena cuenta chuperreteando los panales, algunos de los cuales con inquilina adentro, cual más que exquisitas piruletas del puesto de la céntrica plaza, o paseo,  de la ciudad.
Y hoy, ni se afila, como antes, y el hielo, a Dios gracias, se fabrica en nuestros modernos frigoríficos de mil estrellas; y la miel, aquella recubierta de sabores que amplían su abanico, no es aquella, lamigosa, que se escurría entre los dedos de los afortunados que podíamos merendar aquél preciado manjar.
Comentamos, esto ya como una referencia directa contada en su día por nuestros padres, que existió una figura, un oficio, que era el del "sustanciero", al menos llamado así por las tierras de Castilla, a quién mitad por misericordia ciudadana, mitad por ganarse unas perras gordas, oro puro para su familia, se dedicaba a llevar en un pote, de casa en casa, un deslavazado hueso, supuestamente de jamón que,  por un módico precio, dejaba chapuzar unos instantes, en la cazuela de agua caliente y sal, de la casa visitada, para dar así algo de sabor al brebaje que de por sí sólo podía pasar por un buche de agua de mar.
Los ojos de los jóvenes presentes en la conversación, eran totalmente incrédulos...natural...nuestra postguerra les suena a chino...

La vida sigue su curso...y el nuestro... y más el de nuestros hijos, está a años luz de estas historias propias del abuelo Cebolleta...


Para el Concurso de Relato Corto Nuevo Casino de Pamplona. (Navarra).

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