Resulta
sorprendente, hablar con nuestros hijos y mirar su semblante, cuando les
cuentas, actividades que por oídas e
incluso vividas por nosotros mismos nos parecen normales, aunque en desuso, mientras
ellos te miran con esa frase tan manida de "como las vacas miran al
tren".
Es
cuando recapacitas y te das cuenta del camino recorrido por la vida; ésa que
está contigo y que ¡traidora! no te ha avisado del paso del tiempo.
Comentaba
yo, hace unos día, con unos navarros de "pro", este tipo de
reflexiones, cuando a cuenta de los derroteros de la propia conversación,
entramos en el terreno de la nostalgia y, cómo no, al rememorar las viejas
imágenes de batallitas en blanco y negro, como dicen nuestros ya talludos
vástagos, salieron a relucir las profesiones que , por uno u otro motivo, ya no
se estilan...como los jazmines en el ojal de la famosa canción interpretada,
con tanto gusto, por María Dolores
Pradera...
Y
fue uno de los primos, no me acuerdo bien, quién lanzó a la palestra cuando de
niño su madre le enviaba en verano a por tres pesetas de hielo, al "hielero", según lo definió él
mismo. Las neveras, aunque les cueste trabajo creerlo a nuestros hijos, no
fabricaban el hielo; lo conservaban malamente, dejándolo licuar
lentamente...pero eran incapaces de mantenerlo durante días. Había que ir a
buscarlo, comprarlo día sí, día no.
El
afilador lo conocen; es de esas profesiones que, sobre todo en las
urbanizaciones, se suelen pasear con cierta asiduidad, pregonando su
característico "afiladoooorrr". Lo de menos son los cuchillos; hoy
pregonan más, por estas zonas, las herramientas propias de jardinería. No levan
sus nostálgicos y, para mi, preciosos artilugios adosados a sus bicicletas, con
piedras de afilar, como entonces; los tiempos cambian y aquellos
"engendros", hoy de museos, se han visto reemplazados por viejas DKW,
o vehículos similares...una pena... pero "los tiempos adelantan que es una
barbaridad", puestos a parodiar zarzuelas de aquellas épocas...
Completaban
su soniquete, los de entonces, con un segundo estrambote, hoy totalmente en
desuso; y era "paragüeeeeroooo!!!!"...era mucho menos oneroso, por
aquellos días, remendar un paraguas maltrecho que comprar otro nuevo como aquellos que no eran "made in
Taiwán"; no hay duda.
Y
existía otra, de blusón corto, a medio muslo, gris oscuro, que era el uniforme
de las personas que se dedicaban, en temporada, a llevar a las casas, puerta
por puerta, ese manjar dulzón y exquisito llamado miel; los chavales los
llamábamos "mieleros";
desconozco si existe en nuestro diccionario y ni me preocupo en saberlo.
Prefiero quedarme con la definición que una generación, puso a un gremio.
No
estaría tan refinada como la de ahora; de hecho, recuerdo tener que retirar
algún cadáver de alguna infortunada abeja ahogada en su propio Icor de dioses; pero el sabor, por muchas y
extraordinarias variantes que la ciencia, hoy en día, ha puesto a nuestro
alcance...no era el mismo.
Recuerdo,
unos años después, en una Base Aérea cercana a Navarra, desmantelar unas
persianas de un Pabellón de Oficiales, por haberse asentado allí una gran
colonia de abejas y resultar ser un festín el acontecimiento, para la pandilla
de chavales que, ávidos de golosinas y pringados hasta el tuétano de los
huesos, dieron buena cuenta chuperreteando los panales, algunos de los cuales
con inquilina adentro, cual más que exquisitas piruletas del puesto de la
céntrica plaza, o paseo, de la ciudad.
Y
hoy, ni se afila, como antes, y el hielo, a Dios gracias, se fabrica en
nuestros modernos frigoríficos de mil estrellas; y la miel, aquella recubierta
de sabores que amplían su abanico, no es aquella, lamigosa, que se escurría
entre los dedos de los afortunados que podíamos merendar aquél preciado manjar.
Comentamos,
esto ya como una referencia directa contada en su día por nuestros padres, que
existió una figura, un oficio, que era el del "sustanciero", al menos llamado así por las tierras de
Castilla, a quién mitad por misericordia ciudadana, mitad por ganarse unas
perras gordas, oro puro para su familia, se dedicaba a llevar en un pote, de
casa en casa, un deslavazado hueso, supuestamente de jamón que, por un módico precio, dejaba chapuzar unos
instantes, en la cazuela de agua caliente y sal, de la casa visitada, para dar
así algo de sabor al brebaje que de por sí sólo podía pasar por un buche de
agua de mar.
Los
ojos de los jóvenes presentes en la conversación, eran totalmente
incrédulos...natural...nuestra postguerra les suena a chino...
La
vida sigue su curso...y el nuestro... y más el de nuestros hijos, está a años
luz de estas historias propias del abuelo Cebolleta...
Para el Concurso de Relato
Corto Nuevo Casino de Pamplona. (Navarra).
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