martes, 21 de junio de 2016

El nombre de los mil apellidos


Hablar del cáncer es habitual; incorporamos, en su día,  ese término a nuestro vocabulario cotidiano con un claro estigma de  miedo y de compasión; más si hablábamos de algún caso conocido.

Con el transcurso del tiempo, se ha usado esa palabra de una manera más natural; de manera  corriente. Todo el mundo sabe, conoce o padece,  de personas que llevan cosidos a sus cuerpos alguno de los apellidos que usa el cáncer.

Padecerlo es dramático. Todo el mundo quiere estar sano; no queremos tener el más mínimo dolor; estamos en una sociedad que ha aprendido y descubierto, la enfermedad sin dolor.

La medicina, los científicos, emplean muchas horas de su investigación y mucho dinero, público y privado, para dar con la fórmula del fármaco perfecto que, cual chip milagroso, aborte cualquier intención de dolencia en nuestro organismo.

Y es así cómo hemos incorporado una palabra a la cotidianeidad de nuestras vidas; sin duda porque, lamentablemente, el bichito puñetero de mil apelativos, se ha extendido cual chapapote en el océano. Son pocas las familias que no tienen a alguno de los suyos...contaminado.

Pero la Humanidad, a lo largo de la Historia, siempre ha sabido responder a los imprevistos, por muy funestos que sean, y ha aprendido a convivir e incluso a padecer, con cierta ironía, con el consabido especímen.

Y aquí somos muy machitos los que, teniendo dentro al inquilino en plan okupa, vamos baldeándonos, con pastillas, por muy experimentales que sean y por  no pocas secuelas, daños colaterales, que nos produzcan. Otros, por desgracia, o no pueden contarlo o desgranan cada día, con más o menos ánimo, las cuentas de ese rosario doloroso, no tanto en lo físico, como en lo cerebral.

"Hoy los tiempos adelantan qué es una barbaridad", le decía don Sebastián a don Hilarión en la famosa zarzuela La Verbena de la Paloma. Pues eso, que  entrados en la vorágine de "estos tiempos", donde todo lo aceleramos a la velocidad de un ciberespacio que aún soñamos en descubrir, a ese chip misterioso que bulle en algún lugar de nuestro cerebro, hay que activarlo y, convencerle, que más allá del cáncer hay vida y no me refiero a la de la resurrección, que también, sino a que es necesario, incluso para el mejor control de la propia enfermedad, saber vivir con ella; tratarla de tú a tú, entendiéndola y dándola sus momentos, inevitables, y una vez pasados los más duros, volver a resurgir de las cenizas propias y saber llevar, con alegría (qué fácil de decir), el día a día de esa situación.

Cuando te dicen que tienes cáncer, un sudor ambiguo, de chichinabo, recorre tu espalda en una carrera casi de salvación; es como si tu propio agua se quisiera escapar de la quema que se avecina.

Eso hay que digerirlo. A cada cual le lleva su tiempo. No es mejor si se tarda poco o se tarda mucho; lo importante es terminar por aceptar lo que portas e incorporarlo a tu "modo de vida"; al menos lo que buenamente se pueda.

Y te hacen un millón de pruebas en las que, a tenor de cómo vayan detectando tus diferentes estados anímicos a lo largo de ese proceso, te van dando "una de cal y otra de arena", para ayudarte a digerir, como si de encimas gástricas se tratara, el "asunto". Y el asunto es indigesto. Y el que diga que no ... miente. Por mucha "frialdad" que se quiera dar, las entrañas son de uno y duelen, en el sentido literal de la palabra.

Entre pruebas y más pruebas tu cuerpo se rebela ¡vaya si se rebela! contra tanta química que le encasquetan; no sólo ya la propia quimioterapia, aunque sea la mucho más benévola en pastillas, sino que, además, con la ingente de contrariedades que te puede acarrear, los llamados daños colaterales, te tienen que ir dando los preparados adecuados para reparar la vía de agua desencadenada a mayores.

Y, como es natural, uno está expuesto, incluso más, a las típicas enfermedades, estacionarias o no, que pululan por nuestros alrededores y que, casualmente, te acuerdas de que existen cuando tus defensas están un pelín adormiladas ¡Pues qué bien!

Con este panorama embriagador, te echas a la calle cada mañana con la intención de comerte el mundo. Y esa debe de ser la voluntad que hay que tener. El exceso de ímpetu ante las menguadas facultades físicas que se poseen, suele pasarte factura, pero es en ese momento cuando hay que pensar que llegará pronto, casi en lo que se piensa, la oportunidad de sentarnos sosegadamente y descansar lo que se tercie; tampoco en demasía, no vaya a ser que hagamos despertar a nuestra compañera de viaje la pereza y luego no nos la quitemos de encima ni con el viejo asperón.

La feria la cuenta cada uno como le va y la ve; que son dos cosas parecidas. Pero a esa feria se puede ir de "miranda", como un pasmarote o vestido de faralaes y traje campero, según el gusto, dispuestos a cerrar la última caseta de la "madrugá".

Había un viejo dicho en un anuncio publicitario de la televisión, en blanco y negro,  de mi infancia que decía: "ya vendrá el verano"; y para los que andamos averiados, es una frase que nos viene muy bien ante la lucha diaria contra el "animalico". Porque hay que tener fe en esta vida; cada mañana, debemos tener presente que hay que seguir luchando, segundo a segundo, sabiendo que en ello ¡oye! nos va la vida; y creo que por nosotros y por los que nos rodean; esos pacientes sanos a los que la enfermedad tanto les afecta. Si nos ven con el talante adecuado, les ponemos inyecciones de energía y, a la vez, les sirve para poder hinchar un poco más el pecho y que el aire, ese que casi no notan por la congoja, limpie de miasmas los recovecos de sus pulmones y puedan libarse de una cruz que cual Cirineo, nos ayudan a llevar.


Para el Concurso Literario ACLBS.  Asociación Cultural de Les Botigues de Sitges. (Barcelona).

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