jueves, 14 de enero de 2016

Descubrimiento


Resulta extraño, sin duda, la reflexión que hago en este texto; incluso puede parecer de "Perogrullo", pero no es menos cierto que debiera de ser muy frecuente que se dé este caso en la mayoría de  los seres humanos; sean o no conscientes de ello.

Un día gris y frío de los de la cuenca del Duero y de un mes que no por ser el más corto es menos frio que los que le anteceden, me encontraba sentado en la mesa de mi despacho antes, incluso, del propio horario de trabajo, adelantando parte del papeleo con el fin de poder atender a los clientes con más tiempo, sin premuras, cuando comenzaron a llegar algunos de mis compañeros en un devenir desperdigado, con calma, pensando la jornada que tenían aún por delante;  y me sorprendió que uno de ellos cuando ya había sobrepasado las cristaleras de mi despacho, se volvió y metiendo su cabeza por la entreabierta puerta, me espetó: ¡Buenos días y felicidades!

Se lo agradecí con una sonrisa de las que se esbozan cuando quieres quedar bien, correcto y, por otra parte, le estás mandando al cuerno, pues empiezas una década en la que dejas la juventud, alegre y un tanto loca y por el artículo treinta y tres, te metes en esos justos, treinta que te hacen, casi por Real Decreto, "ser mayor".

Es la edad en la que empiezas a perder a los amigos de los veinte que siguen solteros y no te hallas entre los de cuarenta, supuestamente asentados y en otros círculos.

Tuve varias felicitaciones seguidas a medida que iba afluyendo más gente al trabajo.

Tiré el bolígrafo sobre la mesa y mientras aspiraba una hermosa bocanada de humo de mi purito, eran otros tiempos, me di cuenta que realmente ese día era mi aniversario; y, por primera vez, no lo sentía sólo como eso; era mucho más importante de lo que yo jamás había pensado.

Era el notario que, año tras año, daba uno golpecitos en la puerta de mi ser, un toc-toc y entraba de puntillas a formar parte de mí; y hasta ese momento, no había sido consciente de lo que él  me proponía cada año: un momento de reflexión, de memoria "histórica" conmigo mismo. Un acto de fe y de contrición para ser capaz de sentirme bien con algunos de los episodios de ese intervalo y, a la vez, revisar aquellas acciones de las que mi subconsciente era totalmente consciente de que no habían estado a la altura de lo que se  esperaba.

Por eso digo que descubrí el aniversario más importante de mi vida; ese día que marcaba a golpe de mazo pilón un año más en mi vida; y que sin haberme parado a pensarlo, él había estado junto a mí, año tras año, silenciosamente; como el perro de compañía que se extiende todo lo grande que es, durante horas, al lado del sillón, sin más agradecimiento que una mirada, de vez en cuando, de su amo.

Me había cuidado. Había logrado, año tras año, darme uno más, como lo demostraba su toc-toc anual. Y qué poco caso lo había hecho hasta entonces. Siempre creí que cumplir años era simplemente una sucesión de días y que tras el trescientos sesenta y cinco acumulabas una muesca más en la cacha del revólver interno. Y en el externo, naturalmente, pero de eso me he ido dando cuenta con más años; cada mañana al afeitarme frente al espejo...

Entonces decidí que a partir de ese mismo instante, celebraría con más sentimiento cada cumpleaños.

Terminé rápidamente los papeles que tenía sobre la mesa; revisé mi agenda y comprobé que tan sólo tenía que entrevistarme con un par de clientes. Hablé con un compañero y me encaminé hacia el despacho del director que, puntual, estaba ya hacía rato también trabajando.


Hice una seña a su secretaria y ésta asintió, confirmándome que estaba sólo.  Entré y simple y llanamente, le dije que me tomaba el día libre. Me miró a los ojos un rato sin responder; fue esbozando una sonrisa cada vez más intensa y me dijo: ¡Al fin te has dado cuenta!¡Más vale tarde que nunca! ¡Anda, lárgate y que lo disfrutes!... Por cierto, feliz cumpleaños ...mayor...


Para el Certamen Literario, La Reina de los Mares. Biblioteca de la AECID. Madrid

No hay comentarios:

Publicar un comentario