Me habían hablado bien de aquél sitio.
No de grandes lujos, pero muy digno y tranquilo. Lo que yo buscaba tras un año
de vorágine constante debido al éxito de mi último libro.
La ciudad, turística por naturaleza,
no era precisamente lo más apropiado para un descanso; pero como me lo
recomendaron muy vehementemente personas de mi total confianza; preferí perder
un poco de libertad al deambular por las transitadas avenidas del lugar a
cambio de una vida tranquila dentro de las bien nutridas instalaciones del
albergue.
Una copa con "misterio" a
última hora de aquella noche veraniega no exenta de calor como mandan los
cánones, me relajaba en la provocadora paz de un cenador en el extremo opuesto
del jardín lindante con la playa. Oía derrumbarse las olas, extenuadas, en las
finas arenas de la playa, a las que llegaban en calma por la marea baja
reinante.
Una conversación en voz baja, sacada
del pozo del silencio, ininteligible al principio, me fue trayendo de ese otro
mundo en el que mi ser había empezado a instalarse; el del sueño.
Las voces, se acercaban susurrando; en
solidaridad con el silencio reinante.
Una carraspeó; y cuando mi ojo
derecho, en un guiño, se abrió para comprobar lo que sucedía, la voz que me
pareció no ser, absolutamente, nada angelical, me espetó:¡Señor Gutiérrez! ¿Al
bacalao le pone usted dos días a remojo, o menos tiempo?. Mi paz se había ido
por el mismo camino que aquellas dos personas habían llegado hasta mi...
Para el I Concurso de
Micro-relatos Hotel Montreal. Hotel Montreal de Benicasim. (Castellón).
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