El Mediterráneo mostraba su cara más
hermosa y apacible en una noche de estrellas, y, misericordioso, enviaba una
ligera brisa que mitigaba el tórrido calor que el sol de agosto había
precipitado, durante todo el día, sobre la acogedora playa del hotel.
En mi mano, una copa larga, eterna y
cristalina, contenía un vino espumoso, casi al punto de la congelación, que
ayudaba a refrescar lo que la brisa no podía; mis entrañas; convenientemente
exigidas durante la cena, en familia, con la gastronomía del lugar. Por otra
parte, deliciosa.
Los estragos del cálido verano y,
sobre todo, los años, comenzaban a hacer mella en un cuerpo más preparado para
la rutina sedentaria de oficina y casa que al ejercicio inherente que conlleva
el viajar a un lugar por primera vez... Quizá, también, el licor que,
regularmente, bajaba por mi garganta, arrimara el hombro al punto de notar que,
los párpados, me parecían losas de
acero.
No sé cuando perdí la noción del
tiempo; no sé si, tan siquiera, la llegué a perder; sólo puedo decir que en
algún instante algo interno creyó lo que mis ojos querían creer; lo que veían.
Definitivamente, me dormía...unas
palabras, cada vez más y más lejanas que contaban números se entremezclaban con
conversaciones que mi raciocinio no podía seguir; era como retazos, restos de
relates que, a toda costa, mi cabeza quería coser como fuera para lograr
componer algo con sentido. Tres, dos, uno...
¡Qué sopor! Abrí, tímidamente un ojo,
inmediatamente cegado por un foco que, a pesar del fresco que mi cuerpo notaba,
la lámpara sobre mi cabeza, a modo de sol de luz fría, además de cegarme me
enviaba potentes rayos de calor. Intenté moverme. Algo me dolía.
Una cabeza enmascarada apareció sobre
el único ojo que conseguía, a duras penas, mantener abierto y me dijo que qué
tal estaba. Que todo había ido bien y que enseguida me sacarían del quirófano.
¿Quirófano? ¡Quirófano! Pegué un
descomunal respingo y rompí a sudar profusamente ¡Me habían operado! ¡A mí!
¿Por qué?¿Pero, de qué?
Poco a poco la humedad del sudor me
fue despertado. Comprobé que estaba mojado casi de arriba a abajo. Palpé, sin
atreverme a abrir los ojos, cada parte de mi cuerpo con cuidado, para ver si
éste me delataba al palpar mediante algún quejido, dónde me habían abierto. No
encontré respuesta. Me atreví y abrí los dos ojos.
Seguía en aquél cenador, bajo las
mismas estrellas al borde del Mediterráneo...la fina copa, hecha trizas en el
suelo finamente decorado; el delicioso licor coloreaba indecorosamente mis
pantalones...
Para el II Concurso de
Micro-relatos Hotel Meridional. Hotel
Meridional de Guardamar del Segura (Alicante).
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