Nieva. No tendría
más importancia si no fuera porque el subconsciente le dice que aquello es
África; y los estereotipos proyectan en su memoria las imágenes tórridas de un
árido desierto o de una sabana exuberante.
Pero en ésta África
hace frío. Hiela. El raído abrigo, someramente sirve para guarecer un cuerpo
macerado por las penurias del frío reinante.
Unas notas le
conmueven; lo justo. Juan no es de lágrima fácil; mucho menos de cara a un
público que, aunque él sabe de sobra que su figura es invisible para ellos; su
propio Yo, le obliga a comportarse como a toda una generación se les ha inculcado: ..."llorar no es cosa de
hombres..."y Juan lo lleva tatuado, como un morlaco en sus carnes, desde
su niñez. Las notas, mal canturreadas anuncian: ..."Noche de Paz..."
Desde el rincón de
aquél pasaje sin la menor intención de optar a ser calle ni siquiera de poca
monta, Juan contempla el panorama típico de esas fechas. Todo pasa deprisa.
Nadie se para con nadie. Los saludos entre conocidos o los marcados por las
propia etiqueta, son rápidos; cortantes; con ganas de pasar página rápidamente.
Todo el mundo tiene impaciencia. Premura por llegar a sus hogares y estar
protegidos, entre sus cuatro paredes, de la miseria, del hambre... del mendigo
que, en su esquina, apura con gula adictiva los últimos tragos de un vino
peleón adulterado por el tiempo que lleva abierto.
Desde el otro
extremo del callejón, una mano negra y no sólo sombreada por la noche, se
alarga hacia él, pidiendo un sorbo de aquél líquido que pueda regalarle , al
menos, unos minutos de calor.
Juan es consciente
de que hay otros muchos que necesitan lo qué él ya está a punto de tirar. De
fondo, se sigue oyendo un..."noche de amor..."
Para los Certámenes
Internacionales Ciudad de Melilla, 2015. Ciudad
Autónoma de Melilla, a través de la Viceconsejería de Festejos, y con la
colaboración de la Unión de Escritores de España.
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