jueves, 10 de marzo de 2016

Simplemente abuelos



Su tiempo, octogenario, había sido condescendiente con ellos, lo que les permitía gozar de un saludable paseíto matinal aquella mañana de un otoño cálido que el sol se encargaba de caldear al atravesar sus rayos el escaso bagaje de hojas que, aún, se mantenían en las ramas de la arboleda del bulevar.

Agarrados de la mano, como siempre lo había hecho, caminaban despacio, saboreando cada segundo de una vida que, por puro sentido común, iba en declive.

Acababan de tomarse el piscolabis diario en su café habitual desde hacía cincuenta años y recorrían el camino con la esperanza y una sana pugna de saber quién vería antes a quien buscaban...

La vista, buena para la edad, con todo ya les jugaba a ambos malas pasadas. Y esa mañana se las jugó, una vez más.

No se dieron cuenta; en su abstracción por  descubrir, cuanto antes, el objeto fundamental de su paseo,  sintieron una gran opresión en sus piernas al unísono, que les impedía dar un paso más. Preocupante si, ambos, no se hubieran dado cuenta a la vez, de que eran dos hermosas tenacitas quienes se encargaban del asunto.

Las tenacitas llevaban como remate una hermosa cabecita rubia de ojos verdes que les miraba riéndose por haber podido asustar a sus abuelos. Y la niña parecía no poder poner fin a sus risotadas.

El abuelo, corto de remos y más oxidado, a duras penas pudo intentar una genuflexión que, con más participación de la niña, permitió que ésta le estampara un par de besos fríos y un tanto mocosos en ambos carrillos.

Enseguida vino la madre de la criatura para llevarla a casa a comer, pues había que volver, por la tarde, al cole.

Los ancianos volvieron grupas hacia su casa, en silencio. Al cabo de unos instantes ambos se miraron y cada uno descubrió en la mirada del otro el vestigio de cierta humedad...

Siguieron adelante...se apretaron mucho más la mano...


Para el Primer Certamen Literario Fundación Somos. Fundación Somos Inc. (EE.UU.)

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