Sube la adrenalina. Las piernas no hay
maneras de que se estén quietas. Lo intentas. Te auto convences de que estar
tranquilo es el mejor estado para lo que se avecina. Pero saltas. Con ganas. Y lo
haces en un movimiento mecánico que sirve más para arrojar de ti los nervios que para relajar y soltar
músculos; lo que, a pesar de haber estado haciendo durante un buen rato, te parece
llevar bordado un cinturón de plomo en tus gemelos.
Y jaleas al mozo de al lado que no
conoces; pero es un acto reflejo de protección; de "quedada";
un..."luego nos tomamos unas birras..."
Periódico enrollado, que quedará
convertido en un guiñapo deshilachado de letras grises antes de que suene el
timbal de pólvora, de tanto repartir, a diestro y siniestro, varapalos alentadores a los mozos que te rodean.
Y te saludan. Los de siempre, los
incondicionales; aquellos que conociste en los albores de tus encierros y hoy,
treinta años después, acudes a sus casas repartidas por toda la geografía de
esta nunca mejor llamada "piel de toro".
Y saltas. Y rezas. Aunque no creas.
Hecho insólito que sólo ocurre en estos trances ¿Tendrá algún paralelismo con
ese instante anterior a la propia muerte? Y elevas al cielo tus ojos con un
guiño de complicidad hacia el Altísimo, rogándole suerte en la carrera.
Suena el petardo; el clamor rebaja la
dignidad del cohete. Indecisiones, dudas. Hay quien no se ha enterado aún que
el encierro ha comenzado..
Y corres, sin aire; los ojos al
infinito; resoplas; no te queda aire en los pulmones; vas a claudicar cuando un
tropel de hombres y de morlacos te sobrepasan, rozando, a gran velocidad, sin
prestarte ni la menor atención.
Te paras. Intentas que el aire
reencuentre de nuevo el camino hacia tus pulmones. Miras al frente. Sudas. El
encierro ya ha pasado. Mañana, más.
Para la XXII Edición del Concurso de Micro-relatos del
Encierro de Sanse, 2015. San Sebastián de los Reyes. (Madrid)
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