viernes, 11 de marzo de 2016

Un domingo


Aquella tarde de domingo bajaba a misa, bien pertrechado en mi forrado abrigo, combatiendo, en lo posible, el frío intenso que taladraba ropa y carnes como una afilada guadaña.

Un viento pavorosamente gélido se levantó, como si de galerna cantábrica se tratara. Mantener el equilibrio era un principio irreal. Misteriosamente, una esotérica bruma se deslizaba a mi alrededor enfundándome en una sensación espacial desagradable por la desorientación que me producía.

El tiempo, subjetivo, pareció pasar holgazanamente y  un denso taponamiento de oídos me sumió en un estado como anestesiado, aunque consciente de cierta realidad.

Poco a poco la avenida por la que yo transitaba y que lindaba a mi derecha con un amplio y hermoso jardín, fue redibujándose de nuevo y los contornos aparecieron con la cautela que les permitía la neblina en retirada.

Las siluetas dejaban de ser espectros y se transfiguraban en otras sobradamente reconocidas por mi cerebro; eran las de siempre; las que desde mi infancia había visto a diario durante todos los días de mi vida...

Reconocí, la amplia avenida primorosamente trazada; sus edificios, el deambular de los entonces aún  limitados vehículos; calles con el sabor de... ¡No! ¡De infancia, no!

¿Dónde había ido a parar aquél majestuoso parque? ¿Por qué lucía el sol con su más radiante resplandor? ¿Qué hacía allí la Estatua del Labrador?

¡Dios mío! Aquella ciudad ¡desde luego que la conocía! ¡Sin duda! Siete caras, las de mis amigos, me miraban atónitas.

Pero había salido de allí tres años antes...


Para el III Concurso de Micro-relatos. Ciencia Ficción. Novum. Ojos Verdes Ediciones.

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