Salí del angosto
portalón de mi vivienda con un crujido de
la vieja madera no sé si como saludo al verme por primera vez esa
mañana, o de esperanzadora despedida de quien está molesto con el único
inquilino que inoportuna, con sus salidas y entradas, a los ya resecados
tablones de su esqueleto.
Como si estuviera
confabulada con el exterior, recibí de sopetón un guantazo directo no a mi
mentón; sino a la mismísima boca del estómago que intentaba, desesperado,
introducir la más mínima cantidad vital de aire en mis pulmones.
La dureza del
espacio que me rodeaba era tal que se negaba a penetrar en mis vías
respiratorias. Descubrí, por todas partes, ingentes fumarolas de las más
heterogéneas procedencias, en un intento vano de ascender al espacio;
derrumbándose sobre los edificios que, como sombras dantescas, se vislumbraban
entre la falsa neblina.
Mi organismo se
adecuó, con reticencia, a su nuevo
hábitat. Los pulmones, con recelo, se acostumbraron a ingerir menor cantidad de
aire de la que requerían.
Para el Concurso de
Micro-relatos, Feliz Aire Nuevo. Empresa
Municipal de Transportes de Madrid.
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