En
un rincón en penumbra de un antiquísimo desván, entre una variada gama de
cachivaches de muchas épocas entremezcladas que no conservaban en absoluto su
pasado resplandeciente, asomaba tímidamente su dislocada cabeza de hojalata por
la que salían, de una manera desordenada, muelles y contramuelles en todas las
direcciones imaginables; haciendo difícil ser reconocido por quien, en aquellos
momentos, revolvía ese trastero.
El
propio montón de chatarra hacía lo "humanamente" posible por mantenerse
fuera de la mirada del inoportuno husmeador.
Las
manos de éste terminaron por apartar los últimos trastos dejando al
descubierto, sin amparo posible, al desdichado montón de chapa.
Se
ruborizó, a su manera, al ser descubierto en su estado lamentable. Recordó
cuando, unas décadas atrás, sus servicios eran esenciales para el buen
desarrollo diario de aquella casa; la suya.
Ahora,
arrinconado por otros elementos mucho más evolucionados de su especie, para él,
faltos de su propia naturaleza, languidecía en aquél escondite.
Los
ojos del visitante se detuvieron un instante observando aquel arsenal de
láminas metálicas y tornillos con herrumbre. Sintió un amago de misericordia y
lo tapó con un rebojo de papeles de periódico.
Apartó
rápidamente los papeles para echar un último vistazo al objeto y lo volvió a
tapar, creyendo, por un momento, haber visto algo anómalo. Se fue.
En
la penumbra ¿es posible que una pequeña lágrima se escapara de aquél ser
arrinconado?
Para el I Concurso de Relatos
de Ciencia Ficción Bajo la piel. Carpa de Sueños. Editado en Antología.
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