Acostumbramos a pasar de puntillas por muchos de los temas
que se dan alrededor de nuestras vidas, en una falta de compromiso decadente
que envuelve seguramente por mera, pero triste, comodidad; muy en boga en unas
generaciones a las que se las ha dotado de todo por mor de una, ahora lo
sabemos, mala praxis de que nuestros hijos, los hijos de esa generación, no
pasaran por las "penurias",
que sus padres tuvieron que pasar.
Ese afán, bueno en principio, ha resultado ser fatal; pues
han criado una generación abúlica, a la que la importa muy poco lo que le pasa
al vecino de al lado. Sólo les importa su ego y la manera de conseguir un
bienestar económico para seguir viviendo, incluso, por encima de sus ingresos.
A la par que ese desaforado espíritu competitivo ha ido mucho más allá de su
fin y no dudan en pasar por encima de su compañero si en ello le va una
posición más ventajosa en su trabajo. Me refiero, por supuesto, fuera de toda
legitimidad por esfuerzo personal.
Choca, con una efervescente apetencia por conservar la
naturaleza en el estado más salvaje posible. Principio, en sí, magnífico que
habla en favor de esa generación; si no fuera porque el algarrobo ciudadano,
sí, de ciudad, se empeña en seguir arrasando su entorno verde cual paso de huno
dominguero, dejando asolado lo que sus asfálticos pies consideran terreno
conquistado.
Esa
mentalización, Dios lo quiera así, terminará por triunfar, más pronto o más
tarde; es cuestión de que los últimos bastiones arrasadores caigan, poco a poco,
por simple caída de las hojas de un calendario sin piedad que termina por
mandarnos, sí o sí, al otro barrio; queramos o no queramos.
Triste
planteamiento, pero aséptico. Lo que la Ciencia y las mentes más preclaras de
la Humanidad no consiguen mediante sus descubrimientos y razonamientos al
respecto, lo hace la propia vida.
La guadaña,
termina por derribar una vida con sus bagaje cultural; con sus cosas buenas y
malas y sirve, cómo no, para dar por concluidas malformaciones de uso y o
abuso, de seres que no han querido comprender lo que se les explicaba y que no
era ninguna fruslería; se les estaba transmitiendo la idea de que conservar el
tópico Planeta Azul, no era más que dejar la mejor herencia posible a las
generaciones venideras; mientras el "pernopizote"
de turno, seguía cada fin de semana rastrillando los pinares en busca de un
hongo de determinada especie y que la mayoría de las veces, ni tan siquiera
sabía distinguir...
Construimos
grandes obras; estamos viviendo el mayor esplendor tecnológico y de una forma
vertiginosa; el tiempo es oro en el sentido literal de la palabra. Te quedas
quieto y ese instante ya no lo vives. Es el momento histórico para aprovechar
todo el saber del género humano e invertirlo en "nuestros" árboles,
ríos, montes, mares... para conseguir que sean de la calidad que nuestra
tecnología les puede suministrar haciéndolos más ricos y saludables; dotándolos
de las condiciones más óptimas para su desarrollo de acuerdo con el arquetipo
biológico en el que han crecido durante milenios.
Es hora de
dar ese salto cualitativo; es hora de donar a esas generaciones que nos
empujan, el testigo que le dé manos libres para poder actuar en ese campo. Sin
ñoñerías, pero sin "alumbramientos espirituales" que les aparten de lo simple, lo lógico... lo
que hay que hacer como espejo de la propia naturaleza.
Abogo por
una "retirada a tiempo", pues veo difícil su conversión, de los
agnósticos sobre este tema; y dejar paso a los que llegan con savia nueva
dispuestos a
mejorar la salud, nunca mejor empleada la palabra, de nuestro enfermo planeta.
Tú niño, que aún lees los héroes anónimos en comics atemporales o juegas en tu
ordenador a ser emperador de grandes reinos, tendrás en tus manos dentro de
unos decenios el poder de ejecutar lo que hoy "vives" en tus
juegos... te pido que, sin dejar de soñar, pues eso te enriquece, salgas al
campo con afán de plantar un arbolito o, simplemente, una pequeña e
insignificante margarita.
Plantéatelo...
Para el Concurso de Cuento
Revista Barco de Papel, 2015. Buenos Aires. (Argentina).
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