Sudaba.
Pero era feliz. El compás de la bulería acrecentaba por momentos mi agitación,
ensimismado por el ritmo, las palmas, los ¡oles! en el momento justo y unas palabras deshilachadas, cortadas a medio
camino de su vida y, sin embargo, expresando el más íntimo ánimo de sentimiento
hacia lo que ya hacía: taconear hechizado sobre aquél fino tablado al que
arrancaba con cada golpe de mis pies años de polvo acomodado entre sus juntas y
hendiduras.
Y
sudaba ¡ya lo creo que sudaba! El arrebato en el que me encontraba superaba
cualquier atisbo de cansancio que pudiera aparecer con aquella pasional danza.
No
sé cuánto tiempo llevaba agitando los brazos en alto, a los lados, media
vuelta, taconeo, más vueltas, más taconeo...en un diabólico baile conmigo
mismo, surgido desde el interior de mis entrañas y gozando del encanto
espiritual que me embargaba...
Me
cogieron de un brazo con delicadeza en lo que aparentaba ser la entrada de una
mujer a bailar y compartir conmigo ese momento... se acercó hasta casi rozar mi
oreja y con la más dulce de las voces, me susurró:
tranquilo...Pepe...tranquilo. Y su mano rozó tiernamente mi frente y consiguió
que mis piernas dejaran de bailar por esa noche...
Para el Tercer Concurso de
Relatos Cortos AESPI.
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