Miraba
al cielo; hacia arriba. A un cielo azul intenso; fondo azur, cubre cuarteles,
dibujado en el escudo heráldico de la bóveda celeste inmensa, descomunal,
incalculable, de un día de una ya tardía primavera airosa; lo que conseguía
mantener el tono limpio de ese océano aéreo.
Atardecía
y contemplaba los raíles algodonosos, como los de los puestos Feria, cual hilos
de lana que unos aparatos voladores se atrevían a manchar sobre aquél lienzo
gigantesco. Y lo hacían sin pudor; son ellos los reyes, al menos materiales,
dueños de ese espacio; son los pinceles que dibujan con sus estelas, las formas
abstractas rectilíneas, casi arquitectónicas que se entrecruzan, rozándose, a
los ojos de un espectador a miles de kilómetros de distancia de ellas; aunque
entre sí, a penas lleguen a vislumbrarse.
Pero
para el testigo, casi embobado, de tierra adentro; del que contempla esa
pinacoteca que es el firmamento, tal o cual trazo le trae a la memoria aquél
otro realizado por unas manos de carne y hueso; no de acero y fibra de carbono.
Y,
absorto, seguía contemplando el matiz rosáceo, casi rojizo que, paulatinamente,
iban adquiriendo aquellas rectas geométricas de tiralíneas en un trasiego,
inconsciente para el mundo estético, de aparatos voladores con una misión muy
distinta a la del arte.
El
sol jugaba su papel administrando caprichosas tonalidades a medida que se
retiraba a descansar una noche más, hacia su ocaso; canjeando los rojizos por dorados que, poco a
poco, desaparecían ante mis ojos como si hubieran sido tatuados con tinta
invisible.
Cayó
la noche. Las estrellas relevaron a la luz del astro sol, reflejando, eso sí
tímidamente, el haz que las llega desde la eternidad; y salpican un cielo que
crea otro lienzo muy distinto: de hora bruja, irreverente, particular, mucho
más íntimo; pero apacible y de descanso a una vista ya cascada por el tiempo.
Tras
el descanso, la aurora, con suerte, volverá a regalarnos los dibujos
rectilíneos de los metálicos pinceles que, si se alían con el viento, puede que
jueguen a entremezclarse con vedejas
vellosas agrisadas en un juego de aquelarre con grotescas figuras
propias del mismísimo Goya.
Para la Segunda Edición del
Concurso de Relato Corto Villa de Lerma. Departamento
de Cultura del Ayuntamiento de Lerma. (Burgos).
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