Los dos buenos amigos llevaban
planeando aquél "paseo" una larga temporada.
Quedaban, regularmente, para ir
proponiéndose, el uno al otro, las innovaciones que a cada cual se le ocurría,
quitando o poniendo objetivos durante el trayecto y agregando, la mayoría de
las ocasiones, la visita a tal o cual destino amparándose en la socorrida frase
de "ya que estamos allí..."
No era nada anormal; llegados al punto
de planificar una excursión; en todas
siempre surge tal disyuntiva.
Y un amanecer de un día que amenazaba
con comportarse extremadamente caluroso, dieron ese primer "pequeño paso para el
hombre", pero grande para el proyecto que, ambos amigos, se habían
propuesto llevar a cabo: caminar.
Y salieron del casco urbano de su ciudad,
preciosa y aún fresca a esas horas, para
buscar los primeros senderos polvorientos que les permitieran transitar hacia
Navarrete, primer núcleo urbano que,
tras atravesarle, recorrer el sendero matizado a ambos lados de las
particulares tonalidades rojizas de una tierra que mece entre sus brazos el
dulce madurar de la garnacha tinta moradora esencial del territorio de la Rioja
Alta.
De lejos, sobre el altozano, se apiñan
las casas que componen el municipio en torno a la iglesia de La Asunción, en claro
gesto de ampararla ante cualquier eventualidad. Más, casi en un traspiés, la villa de claro vestigio medieval, nos dice
adiós llena de nostalgia.
Los pies, esas extremidades
cómodamente calzadas, no dudan en quejarse ante cualquier atisbo que les procure
descanso o, siendo maliciosos, ante cualquier oportunidad que, transmitida por
el cerebro, sirva de pretexto para saciar los apetitos más lujuriosos de una
mente, la humana, que admite ese adjetivo para justificar cualquier cosa, por
insignificante que sea, que le permita tener un rato de solaz disfrute.
Y entrar en Nájera, cumple las
expectativas más exigentes de nuestro intelecto.
Santa María la Real, monasterio por
excelencia entre sus iguales, recibe al visitante con la majestuosidad de quien
soporta en sus espaldas gran parte de una historia común a todos los pueblos
que componen esta inmensa península.
La Casa Palacio de los Condes de
Rodezno; la de los Cantabrana; la del Duque de Nájera, El Alcázar, vestigios
arquitectónicos que, día a día testimonian un pasado de abolengo de una ciudad
que lucha por conservar.
La iglesia de Santa Elena, o la de la
Madre de Dios...y desde lo alto, El Vigía, con su castillo de La Mota, homónimo
de otro mucho más al sur, desvencijado, prosigue con su labor eterna de
centinela de la plaza.
Los dos amigos se pierden por las
calles de la villa, zalameramente, tomándose su tiempo mientras saborean los
caldos y tapas del lugar. Caldos tintos que acarician las gargantas maridando
con particular simbiosis, con los caracoles del lugar o con un plato de
caparrones verdes, aderezados con unas rodajas de su sabroso chorizo.
Más, los caminantes, prosiguen el
camino. Antes de abandonar el municipio, alegran a sus quejumbrosos pies con
una inmersión en las aún fría aguas del río Najerilla, que, voluntarioso,
requiebra la tierra del lugar, ofreciéndoles el precioso don del agua que
fertiliza su vega.
Con el último mirar atrás, descubren
el flujo de gente que se arremolina en torno de un albergue...
Las mochilas zahieren las espaldas,
poco acostumbradas a ser maltratadas, de aquellos dos hombres; pero no les
corta un ápice para proseguir y sobre todo, enfrentarse, con el siguiente
tramo; veintiún kilómetros que toman el pulso de unas piernas aún poco
predispuestas para el ejercicio que se las va a exigir.
Enseguida está Azofra, con la vega del
rio Tuerto; luego Cirueña, casi de refilón, y entre las sucesivas ondulaciones
del paisaje, termina por dejarse ofrecer a la vista de la pareja de
trotamundos, la ambiciosa torre barroca de su catedral.
Entran en la localidad, con la
borrachera que provoca la continua presencia de monumentos y que sus cabezas,
por muchas veces contemplados, aún son incapaces de secuenciar y traducir a
datos que puedan ser procesados por sus cerebros duros..
Agudizan sus oídos al creer escuchar,
como con sordina, el canto apagado de un
gallo antes de ser condimentado...
Deambulan por sus calles perdiéndose
en los brazos de su tabernas y buscando, desesperadamente, unas sábanas que,
esa noche, troquelen sus pies amorosamente, para que ellos amanezcan con el
ímpetu necesario de empezar otra etapa de un viaje del que todavía, ambos amigos,
no son conscientes...
Pero, de sopetón, ambos atan cabos.
Acaban de pronunciar sin darse cuenta, mientras saboreaban el humeante
café de la madrugada, la palabra que
describe su propósito y su meta...."etapa".
Ahora eran conscientes de que, su
excursión, era mucho más que eso...estaban en el Camino. Alguien, de pasada,
les comentó que se le llamaba el Camino
Francés ¡qué atrevimiento!...llamar francés a una tierra rojiza que formaba
parte desde sus ancestros a otras tierras, con otros vasallos y señores, con
otras enseñas y pendones...
Para el V Concurso de Relatos
Breves, Una Historia en el Camino. Asociación Cultural Padre Serapio. Bercianos
del Real Camino. (León).
No hay comentarios:
Publicar un comentario