miércoles, 28 de septiembre de 2016

Salieron a pasear


Los dos buenos amigos llevaban planeando aquél "paseo" una larga temporada.

Quedaban, regularmente, para ir proponiéndose, el uno al otro, las innovaciones que a cada cual se le ocurría, quitando o poniendo objetivos durante el trayecto y agregando, la mayoría de las ocasiones, la visita a tal o cual destino amparándose en la socorrida frase de "ya que estamos allí..."

No era nada anormal; llegados al punto de planificar una excursión; en todas  siempre surge tal disyuntiva.

Y un amanecer de un día que amenazaba con comportarse extremadamente caluroso, dieron ese  primer "pequeño paso para el hombre", pero grande para el proyecto que, ambos amigos, se habían propuesto llevar a cabo: caminar.

Y salieron del casco urbano de su ciudad, preciosa y  aún fresca a esas horas, para buscar los primeros senderos polvorientos que les permitieran transitar hacia Navarrete, primer núcleo urbano  que, tras atravesarle, recorrer el sendero matizado a ambos lados de las particulares tonalidades rojizas de una tierra que mece entre sus brazos el dulce madurar de la garnacha tinta moradora esencial del territorio de la Rioja Alta.

De lejos, sobre el altozano, se apiñan las casas que componen el municipio en torno a la iglesia de La Asunción, en claro gesto de ampararla ante cualquier eventualidad. Más, casi en un traspiés,  la villa de claro vestigio medieval, nos dice adiós llena de nostalgia.

Los pies, esas extremidades cómodamente calzadas, no dudan en quejarse ante cualquier atisbo que les procure descanso o, siendo maliciosos, ante cualquier oportunidad que, transmitida por el cerebro, sirva de pretexto para saciar los apetitos más lujuriosos de una mente, la humana, que admite ese adjetivo para justificar cualquier cosa, por insignificante que sea, que le permita tener un rato de solaz disfrute.

Y entrar en Nájera, cumple las expectativas más exigentes de nuestro intelecto.

Santa María la Real, monasterio por excelencia entre sus iguales, recibe al visitante con la majestuosidad de quien soporta en sus espaldas gran parte de una historia común a todos los pueblos que componen esta inmensa península.

La Casa Palacio de los Condes de Rodezno; la de los Cantabrana; la del Duque de Nájera, El Alcázar, vestigios arquitectónicos que, día a día testimonian un pasado de abolengo de una ciudad que lucha por conservar.

La iglesia de Santa Elena, o la de la Madre de Dios...y desde lo alto, El Vigía, con su castillo de La Mota, homónimo de otro mucho más al sur, desvencijado, prosigue con su labor eterna de centinela de la plaza.

Los dos amigos se pierden por las calles de la villa, zalameramente, tomándose su tiempo mientras saborean los caldos y tapas del lugar. Caldos tintos que acarician las gargantas maridando con particular simbiosis, con los caracoles del lugar o con un plato de caparrones verdes, aderezados con unas rodajas de su sabroso chorizo.

Más, los caminantes, prosiguen el camino. Antes de abandonar el municipio, alegran a sus quejumbrosos pies con una inmersión en las aún fría aguas del río Najerilla, que, voluntarioso, requiebra la tierra del lugar, ofreciéndoles el precioso don del agua que fertiliza su vega.

Con el último mirar atrás, descubren el flujo de gente que se arremolina en torno de un albergue...

Las mochilas zahieren las espaldas, poco acostumbradas a ser maltratadas, de aquellos dos hombres; pero no les corta un ápice para proseguir y sobre todo, enfrentarse, con el siguiente tramo; veintiún kilómetros que toman el pulso de unas piernas aún poco predispuestas para el ejercicio que se las va a exigir.

Enseguida está Azofra, con la vega del rio Tuerto; luego Cirueña, casi de refilón, y entre las sucesivas ondulaciones del paisaje, termina por dejarse ofrecer a la vista de la pareja de trotamundos, la ambiciosa torre barroca de su catedral.

Entran en la localidad, con la borrachera que provoca la continua presencia de monumentos y que sus cabezas, por muchas veces contemplados, aún son incapaces de secuenciar y traducir a datos que puedan ser procesados por sus cerebros duros..

Agudizan sus oídos al creer escuchar, como con sordina,  el canto apagado de un gallo antes de ser condimentado...

Deambulan por sus calles perdiéndose en los brazos de su tabernas y buscando, desesperadamente, unas sábanas que, esa noche, troquelen sus pies amorosamente, para que ellos amanezcan con el ímpetu necesario de empezar otra etapa de un viaje del que todavía, ambos amigos, no son conscientes...

Pero, de sopetón, ambos atan cabos. Acaban de pronunciar sin darse cuenta, mientras saboreaban el humeante café  de la madrugada, la palabra que describe su propósito y su meta...."etapa".

Ahora eran conscientes de que, su excursión, era mucho más que eso...estaban en el Camino. Alguien, de pasada, les comentó que se le llamaba el  Camino Francés ¡qué atrevimiento!...llamar francés a una tierra rojiza que formaba parte desde sus ancestros a otras tierras, con otros vasallos y señores, con otras enseñas y pendones...

¡Hacia Santiago, compañero!


Para el V Concurso de Relatos Breves, Una Historia en el Camino. Asociación Cultural Padre Serapio. Bercianos del Real Camino. (León).

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