Mi suegro venía de
haber estado veinte días ingresado en un hospital y, en coma, muchos de ellos;
con un ansia interior que le reclamaba, a gritos, la necesidad escandalosa de
ver espacios abiertos.
Ignoro si era fruto
de su "enclaustramiento" interior; del estado comatoso que había padecido en su
encierro hospitalario o de las ganas de pasar unos días de asueto vacacional
con lo que él denominaba "los suyos". Tengo la completa seguridad que
aquél dicho de "a por atún y a ver al duque..." se ciñe,
perfectamente bien, a las aspiraciones que él perseguía.
No pongo en duda
que, médicamente hablando, fuera importante aquél retiro que nos demandaba; los
personajillos de batas verdes moradores de un sub sótano, de aquél mismo centro
sanitario, y que según él vendían "papelinas" a troche y moche,
rodeados de un enjambre de caracoles, es algo que dejo a la ciencia para que lo
explique si se encuentra con ánimos y capacidad para hacerlo.
Pero tengo claro que
una cabeza capaz de haber "visto" y creado esa trama de película de
muchos "Óscar", cuando menos necesitaba un retiro, mental y corporal
a un mundo alejado, aunque sólo fuera por unos pocos días, de su otro
"yo", como era la informática.
Seguramente, las
drogas que le había puesto en sus días de viaje estelar por los mundos de la
inconsciencia, junto a la imaginación extra desarrollada por su mundo
conscientemente virtual de los ordenadores, fueron un buen caldo de cultivo que
sirvió para que su centrada cabeza de economista, dijera un singular ¡basta
ya!.
Y alquilamos una
casa una semana en Villapún. El nombre, si se me permite, suena a descorche de
botella de champán, perdón cava, o a cohete de feria, dicho sin la más mínima
intención de herir sentimientos de nadie.
Era una casita rural
con un amplio jardín al que se le había prestado la atención escueta que se
presta a los parterres en el que las flores son decorativas, para romper el
monótono color verde imperante en la naturaleza rural, devenido a pertinaz
amarillo en los meses del estío.
Mi afición a la
jardinería sirvió, al menos durante esos días, para quitar las malas hierbas
que campaban a su respeto entre los rosales trepadores que, mayoritariamente,
formaban aquél coqueto patio reconvertido en jardín.
Mi suegro, campechano
por naturaleza, pronto hizo de avanzadilla entre la comunidad vecinal y nuestra
familia. Él se encargó, en dos días, de situar a los escasos habitantes del
pueblecito, repartiendo cargos y empleos según lo escuchado, durante sus cortos
paseos, o, simplemente, estudiando las maneras de cada individuo; según mi
suegro, ése era panadero, aquél parecía ser el alguacil, otro un poco más
estirado, el alcalde o un concejal de algún área importante del ayuntamiento.
Una señora, la sacristana, sin duda; y un par de viejos, como él, aseguraba que
habían sido labradores.
Fue en los únicos
que acertó. No era difícil; las arrugas de sus longevas caras y unas manos
agrietadas por los muchos años expuestas a los rigores extremos de fríos y
calores, voceaban a los cuatro vientos a qué se habían dedicado desde casi la
niñez.
¡Qué ricas estaban
las truchas que "pescamos" en un molino y restaurante que había a
unos kilómetros de Villapún. Los cebados y atontados peces, como tiburones de
grandes, picaban con el insulso pastel
de una miga de pan. Daba la sensación de que entre ellas competían por ser la
primera en ser sacadas de aquél lago artificial. Pero al horno, resultaron ser
una delicia.
Una bocina de un
claxon de camioneta amuermada por tener que hacer siempre los mismos
itinerarios, sonó a la vuelta de la casa.
Era el
aprovisionamiento de frutas y verduras para toda la semana. El conductor del
vehículo, ocasional tendero, anunciaba, cual heraldo de otros tiempos, las
viandas que en su carromato moderno, portaba.
Recuerdo que una
buena parte de aquellas mercancías pasaron, previo pago con los maravedíes al
uso, a nuestra despensa disfrazada de blanco y helado su interior.
Y recuerdo,
vagamente, una silueta de una iglesia que no logro ubicar pese a que me ronda
constantemente. Me resulta, mucho más fácil, recordar el camino que a diario, a
modo de paseo, recorría solitariamente hasta llegar y sobrepasar una pequeña
estación contra incendios; y, por unos
instantes, contemplar el solitario helicóptero que allí estaba impertérritamente,
posado.
Para el V Certamen
Internacional de Relatos Cortos, Entorno a San Isidro, 2016. Grupo de Pastoral Rural de Palencia y el Excmo.
Ayuntamiento de Saldaña. (Palencia).
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