miércoles, 28 de septiembre de 2016

Villapún


Mi suegro venía de haber estado veinte días ingresado en un hospital y, en coma, muchos de ellos; con un ansia interior que le reclamaba, a gritos, la necesidad escandalosa de ver espacios abiertos.

Ignoro si era fruto de su "enclaustramiento" interior; del  estado comatoso que había padecido en su encierro hospitalario o de las ganas de pasar unos días de asueto vacacional con lo que él denominaba "los suyos". Tengo la completa seguridad que aquél dicho de "a por atún y a ver al duque..." se ciñe, perfectamente bien, a las aspiraciones que él perseguía.
No pongo en duda que, médicamente hablando, fuera importante aquél retiro que nos demandaba; los personajillos de batas verdes moradores de un sub sótano, de aquél mismo centro sanitario, y que según él vendían "papelinas" a troche y moche, rodeados de un enjambre de caracoles, es algo que dejo a la ciencia para que lo explique si se encuentra con ánimos y capacidad para hacerlo.

Pero tengo claro que una cabeza capaz de haber "visto" y creado esa trama de película de muchos "Óscar", cuando menos necesitaba un retiro, mental y corporal a un mundo alejado, aunque sólo fuera por unos pocos días, de su otro "yo", como era la informática.

Seguramente, las drogas que le había puesto en sus días de viaje estelar por los mundos de la inconsciencia, junto a la imaginación extra desarrollada por su mundo conscientemente virtual de los ordenadores, fueron un buen caldo de cultivo que sirvió para que su centrada cabeza de economista, dijera un singular ¡basta ya!.

Y alquilamos una casa una semana en Villapún. El nombre, si se me permite, suena a descorche de botella de champán, perdón cava, o a cohete de feria, dicho sin la más mínima intención de herir sentimientos de nadie.

Era una casita rural con un amplio jardín al que se le había prestado la atención escueta que se presta a los parterres en el que las flores son decorativas, para romper el monótono color verde imperante en la naturaleza rural, devenido a pertinaz amarillo en los meses del estío.

Mi afición a la jardinería sirvió, al menos durante esos días, para quitar las malas hierbas que campaban a su respeto entre los rosales trepadores que, mayoritariamente, formaban aquél coqueto patio reconvertido en jardín.

Mi suegro, campechano por naturaleza, pronto hizo de avanzadilla entre la comunidad vecinal y nuestra familia. Él se encargó, en dos días, de situar a los escasos habitantes del pueblecito, repartiendo cargos y empleos según lo escuchado, durante sus cortos paseos, o, simplemente, estudiando las maneras de cada individuo; según mi suegro, ése era panadero, aquél parecía ser el alguacil, otro un poco más estirado, el alcalde o un concejal de algún área importante del ayuntamiento. Una señora, la sacristana, sin duda; y un par de viejos, como él, aseguraba que habían sido labradores.

Fue en los únicos que acertó. No era difícil; las arrugas de sus longevas caras y unas manos agrietadas por los muchos años expuestas a los rigores extremos de fríos y calores, voceaban a los cuatro vientos a qué se habían dedicado desde casi la niñez.

¡Qué ricas estaban las truchas que "pescamos" en un molino y restaurante que había a unos kilómetros de Villapún. Los cebados y atontados peces, como tiburones de grandes, picaban con el  insulso pastel de una miga de pan. Daba la sensación de que entre ellas competían por ser la primera en ser sacadas de aquél lago artificial. Pero al horno, resultaron ser una delicia.

Una bocina de un claxon de camioneta amuermada por tener que hacer siempre los mismos itinerarios, sonó a la vuelta de la casa.

Era el aprovisionamiento de frutas y verduras para toda la semana. El conductor del vehículo, ocasional tendero, anunciaba, cual heraldo de otros tiempos, las viandas que en su carromato moderno, portaba.

Recuerdo que una buena parte de aquellas mercancías pasaron, previo pago con los maravedíes al uso, a nuestra despensa disfrazada de blanco y helado su interior.

Y recuerdo, vagamente, una silueta de una iglesia que no logro ubicar pese a que me ronda constantemente. Me resulta, mucho más fácil, recordar el camino que a diario, a modo de paseo, recorría solitariamente hasta llegar y sobrepasar una pequeña estación contra incendios;  y, por unos instantes, contemplar el solitario helicóptero que allí estaba impertérritamente, posado.

Son recuerdos de una estampa rural; de hace ya más de una década generosa, en la que, seguro, ya no están aquella pareja de labradores pues, de fijo, estarán discutiendo con mi suegro, sentados alrededor de una de aquellas mesas de formica, de si la cebada viene o no viene bien este año o si con dos pitos de mano se debe o no cortar el mus...


Para el V Certamen Internacional de Relatos Cortos, Entorno a San Isidro, 2016. Grupo de Pastoral Rural de Palencia y el Excmo. Ayuntamiento de Saldaña. (Palencia).

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