miércoles, 28 de septiembre de 2016

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Una mano temblorosa
acercaba hacia la taza,
como de papel estraza,
una golosina sosa.

No era situación jocosa,
fuera sal o sea melaza
ninguno, de ambos, desplaza
al aroma de la prosa.

El escritor ve a la diosa
según pasa y la atenaza
a veces, incluso, abraza
con fuerza pecaminosa.

La idea, niña viciosa,
azucara bien la baza
y da vueltas cual rapaza
juvenil y caprichosa.

Y la boca, temerosa,
a la vasija amordaza
y, lentamente, la emplaza
a ser bebida gustosa.

Coyuntura que desglosa
a la flor que, se entrelaza,
ceñida de una coraza
que entumece a la glosa.

Pero el narrador desposa
al ingenio y la mostaza
en ese bar, esa plaza
de modo y manera airosa.

Y cuando la infusión briosa
llega a su última terraza
se desploma su mordaza:
su redacción es airosa.

Pero el contador no osa
usar ninguna añagaza;
el lector desembaraza
la explicación más lustrosa.

Y la mano temblorosa,
deja la taza, cual maza
que, por su peso, amenaza
al terrón, cambiado en rosa.

Eso es magia, es una cosa
que la pluma, sola, traza;
un elfo que se disfraza
de una musa asaz celosa.

Es la romanza melosa
de una sirena a la caza
de un grumete; calabaza
de una carroza hermosa.



Para la V Edición del Premio Internacional Anual de Poesía, Un café con literatos.

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