Un
pretendiente a ser bardo
escudriñaba
el paisaje
con la
avidez en sus ojos
de
evitarse los sonrojos
si su rima
no es bagaje
de buen
gusto, y es un cardo.
Y así
viajaba, el mortal,
de rincón
a vericueto,
absorbiendo
la belleza
que
cupiera en la cabeza
de un
intelecto incompleto
rayando
con el berzal.
Contemplaba
la campiña
atiborrada
de flores
con
diferentes matices,
sabiendo
que las perdices,
en el
cuento son tenores
además de
ser actrices.
Más no
bajaba el control
en su
constante interés
por
encontrar el grafema
que puro,
como una gema,
defina al
alto ciprés
en clave
de si bemol.
Y una y
otra vez miraba
la estampa
distante
o contigua,
fuera
precisa o ambigua;
quería
pillar flagrante
la esencia
que allí estaba.
Y el
juglar, exasperado,
tachaba
otra vez el ripio
con
desolación completa
ya que a
aquella, su dieta,
se le veía
el principio
de no
haber catado bocado.
Las musas,
antojadizas
vacacionan
a menudo
por el
Olimpo perdido,
sin mirar
al aturdido
trovador y
a ese nudo
que al
estómago le hace trizas.
Para el XXXV Certamen de Poesía Federico García Lorca.
Centro Cultural García
Lorca Asociación Andaluza. Barcelona.
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