domingo, 7 de agosto de 2016

Manzana


Me crié en un barrio que él mismo desconocía que lo era. Mi calle y sus alrededores eran sólo eso, "la calle", donde se podía jugar a la pelota, los chicos y a la tanga, las niñas del lugar, dibujando en el suelo cuadriculado de su calzada con un trozo de escayola de cualquiera de las casas viejas que, junto al río, se suicidaban en un acto de solidaridad hacia el mundo para que no se perdiera tiempo en ellas.

Los  escasos vehículos anunciaban su llegada, dando tiempos a los usuarios de aquél espacio, prolongación de la casa familiar, de "cuarto de juegos del verano", a echarnos a un lado y dejar pasar al viajero; que, a su vez, era un motivo más de entretenimiento para los alucinados chavales a los que ver un automóvil de cerca, aún les resultaba extraño.


No era un barrio en sí porque, sus moradores, aquellas angelicales criaturas que hemos sido todos en nuestra niñez, no sabíamos ni lo que aquella palabra significaba. Era "la calle".  Ese sitio en el que una pelota de goma rebotaba alegremente sobre un juego de tanga dibujado y, chicos y chicas, disfrutaban del mismo metro cuadrado sin más.


Para el III Certamen de Microcuentos, Vallecas Calle del Libro, 2016. Comunidad de Madrid.

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