domingo, 7 de agosto de 2016

Noche de estudio


Pilar decidió, a pesar de las altas horas de la madrugada, bajar y acercarse a la estación de ferrocarril; allí, en su renovada cafetería, podría encontrar el remedio a su desazón; una máquina expendedora de cigarrillos que le iba a hacer las veces del sedante necesario para sus descontrolados nervios; aquella oposición, pensaba, acabaría llevándole al huerto.

La noche era una de esas a mitad de camino entre el invierno tardío y una primavera indecisa que quiere demostrar que ha llegado pero su bisoñez le impide, todavía, darle el golpe de gracia al viejo frío invernal. Y su presencia lo iba notando Pilar a medida que bajaba las escaleras y se adentraba por el angosto laberinto de columnas y locales de los bajos de la urbanización. La neblina retaguardia de esos últimos retazos del invierno deambulaba trasnochadora y espectral por entre aquellos bajos.

El aire fresco, abofeteó la cara de la opositora en cuanto pisó la zona de tránsito de su portal; lo que, sin querer, aceleró su pulso y le hizo echar una ojeada, un par de veces seguidas, a las columnas que, perfectamente formadas, parecían permanecer impasibles cual Guardia Pretoriana del Imperio.

Pero parecían moverse. Juraría que, a algunas de ellas, en sus rápidos vistazos las había sorprendido con una ligera oscilación; es como si hubiera pillado justo el último segundo después del toque de ¡firmes!; sorprendiendo a  algún rezagado.

Estimuló, un poco más, sus pasos, intentando acompasarlos con unos latidos ya casi imposibles de seguir. Dobló una de las escasas esquinas que tenía que abordar en su trayecto hasta la calle y una corriente de aire un poco más vigorosa que una simple brisa, acarició y heló, un rostro que notó el contraste de la corriente de aire que rozaba unas mejillas coloreadas por la congoja que, paulatinamente, invadía más y más, aquél cuerpecillo de una examinanda con ansias de calmar unos nervios que estaban dispuestos a ponerse a prueba, un poco más, deambulando por las sombras fantasmagóricas de las columnatas de aquella zona baja aledaña al portal de la urbanización.

Un tenue sonido metálico puso aún más en tensión una mente y un cuerpo en el límite de su resistencia. Se paró en seco y medio protegida por uno de aquellos postes que parecían dispuestos a engullirla,  se atrevió a escrutar bajo el amparo de la pilastra, sus alrededores, con la casi irreal esperanza, de encontrar la figura amiga de algún vecino trasnochador tras una velada de jarana estudiantil. De esas que el nombre les da cierto lustre, pero que, a la postre, no pasan de ser una más de las habituales parrandas juveniles; sin ninguna erudición más añadida.

El sudor se le pegaba en el suéter, ajustado de por sí, que atropelladamente y sin pensar, se había colocado ante la premura de ir a buscar, con codicia, el remedio que le permitiera seguir tres horas más metiendo mano a aquellos textos que cuanto más los estudiaba, más enrevesados le parecían.

Un golpe tenue pero ronco le hizo girar hacia su derecha y dirigir su mirada hacia un largo pasillo hipóstilo que parecía conducir al vacio; pues la negrura de un supuesto final, parecía alargar hasta el infinito su longitud.

¡Había alguien! Aquél sonido sólo podía provenir de una puerta que siempre estaba cerrada; era la del cuadro eléctrico del inmueble. Como una potrilla asustadiza en su primer día de corretear libremente por el pequeño prado junto a su establo, Pilar avivó el paso, dando la suficiente ligereza a sus tensas piernas hasta casi obligarlas a llevar el típico trote vulgarmente llamado cochinero.

A medida que corría hacia su supuesta salvación y en cuya cabeza sólo aparecía la palabra portal, tenía la impresión de una presencia, fuera cual fuera su categoría: divina o humana, terrestre o de esos mundos del universo;  animal o vegetal, que parecía en dura competición correr con ella hacia el mismo objetivo; lo que ocurre es que a Pilar, algo le decía en su interior de una manera machacona que, realmente, lo que quería aquello, lo que fuera, era ella.

Sudaba. Y las fuerzas le empezaban a flaquear mientras sorteaba aquellas infinitas y espectrales pilastras ¡Por qué tendrían que llevar tantos palos como aquellos los locales de los bajos de los edificios!

Cada uno que sobrepasaba, éste parecía hacer un ademán de abrazarla entre sus alargadas extremidades enladrilladas a base de hormigón.

Un ascensor bajaba. Podía ser la pausa necesaria que ayudara a dar sentido a aquella tonta desazón por la que estaba pasando. 3...2...1...bajo...El ascensor se detuvo. Esperó. No se bajó nadie. No había nadie en el rellano aledaño a la caja del elevador. Siguió sudando...un sudor frío que empezaba a mojarle la cinturilla de su atrevido pantalón para aquellas fechas.

Casi de puntillas y sin perder de vista la luz mortecina que emitía y delataba al ascensor, prosiguió en dirección hacia el amplio y enrejado portalón que, a una treintena de pasos, dejaba entrever la luz más humana y acogedora que Pilar recordaría el resto de su vida. Una sutil y perezosa sonrisa quiso aparecer en la comisura de unos labios que parecían haber olvidado la forma de hacerlo; como si llevaran una eternidad sin practicarlo.

Tres pasos, dos, uno... la mano, como una autómata, salió disparada dispuesta a coger el picaporte del portón salvador; su mirada iba fija en el pomo que le llevaría a lugar seguro. Rozaba el tirador cuando éste chocó, antes de tiempo, con cierta violencia, contra su adelanta mano que le hizo pegar un ahogado chillido, no ya sólo por lo no esperada de la situación sino porque el impacto con su puño, totalmente desprevenido, verdaderamente le había hecho daño.

Pegó un salto atrás, de miedo y de dolor. Una sombra deforme surgió del  lado exterior del zaguán. Una figura etérea, sin una silueta muy definida, tambaleante, saltó con el mismo miedo y celeridad hacia un lado, apartándose, en lo posible, de aquella otra aparición.

Pilar se aplastó, cuanto pudo, en la pared opuesta. Mientras lanzaba un segundo gritito, ahogado por el propio susto.

La siniestra forma oscilante dio unos pasos, o lo que pretendían serlo, en dirección a la luz que provenía del ascensor; al tiempo que, en voz alta y lenta, balbució : ¡Buenaass  nochesss vecina!...tarde es para empezar una juerga...yyooo  yyaaa termino... ¡hip!

Y fue engullido por un ascensor que tardaría varias horas en llevar a aquél vecino a su planta...

Pilar salió a la calle llamándose de todo por el miedo pasado ¡Si no había ninguna razón para ello! Total era un vecino que volvía de una juerga estudiantil... más su subconsciente le trajo a la cabeza que cuando había empezado a sentir miedo, su vecino quizá aún estuviera degustando la penúltima en el bar de copas de la esquina de la urbanización. Volvió a sudar... y terminó por decidir de que no se acercaría a la estación a por aquél dichoso paquete de cigarrillos y sí lo haría al perenne "bareto" de categoría del que venía, a buen seguro, sus vecino...la oposición...para otro día.



Para el IV Concurso Internacional de Relato Bruma Negra. Tema: Narrativa Negra, Policíaca y de Intriga. Ayuntamiento de Plentzia en colaboración con la Revista Digital CALIBRE .38. (Vizcaya).

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