Pilar decidió, a
pesar de las altas horas de la madrugada, bajar y acercarse a la estación de
ferrocarril; allí, en su renovada cafetería, podría encontrar el remedio a su
desazón; una máquina expendedora de cigarrillos que le iba a hacer las veces
del sedante necesario para sus descontrolados nervios; aquella oposición,
pensaba, acabaría llevándole al huerto.
La noche era una de
esas a mitad de camino entre el invierno tardío y una primavera indecisa que
quiere demostrar que ha llegado pero su bisoñez le impide, todavía, darle el
golpe de gracia al viejo frío invernal. Y su presencia lo iba notando Pilar a
medida que bajaba las escaleras y se adentraba por el angosto laberinto de
columnas y locales de los bajos de la urbanización. La neblina retaguardia de
esos últimos retazos del invierno deambulaba trasnochadora y espectral por
entre aquellos bajos.
El aire fresco,
abofeteó la cara de la opositora en cuanto pisó la zona de tránsito de su
portal; lo que, sin querer, aceleró su pulso y le hizo echar una ojeada, un par
de veces seguidas, a las columnas que, perfectamente formadas, parecían
permanecer impasibles cual Guardia Pretoriana del Imperio.
Pero parecían
moverse. Juraría que, a algunas de ellas, en sus rápidos vistazos las había
sorprendido con una ligera oscilación; es como si hubiera pillado justo el
último segundo después del toque de ¡firmes!; sorprendiendo a algún rezagado.
Estimuló, un poco
más, sus pasos, intentando acompasarlos con unos latidos ya casi imposibles de
seguir. Dobló una de las escasas esquinas que tenía que abordar en su trayecto
hasta la calle y una corriente de aire un poco más vigorosa que una simple
brisa, acarició y heló, un rostro que notó el contraste de la corriente de aire
que rozaba unas mejillas coloreadas por la congoja que, paulatinamente, invadía
más y más, aquél cuerpecillo de una examinanda con ansias de calmar unos
nervios que estaban dispuestos a ponerse a prueba, un poco más, deambulando por
las sombras fantasmagóricas de las columnatas de aquella zona baja aledaña al
portal de la urbanización.
Un tenue sonido
metálico puso aún más en tensión una mente y un cuerpo en el límite de su
resistencia. Se paró en seco y medio protegida por uno de aquellos postes que
parecían dispuestos a engullirla, se
atrevió a escrutar bajo el amparo de la pilastra, sus alrededores, con la casi
irreal esperanza, de encontrar la figura amiga de algún vecino trasnochador
tras una velada de jarana estudiantil. De esas que el nombre les da cierto
lustre, pero que, a la postre, no pasan de ser una más de las habituales
parrandas juveniles; sin ninguna erudición más añadida.
El sudor se le
pegaba en el suéter, ajustado de por sí, que atropelladamente y sin pensar, se
había colocado ante la premura de ir a buscar, con codicia, el remedio que le
permitiera seguir tres horas más metiendo mano a aquellos textos que cuanto más
los estudiaba, más enrevesados le parecían.
Un golpe tenue pero
ronco le hizo girar hacia su derecha y dirigir su mirada hacia un largo pasillo
hipóstilo que parecía conducir al vacio; pues la negrura de un supuesto final,
parecía alargar hasta el infinito su longitud.
¡Había alguien!
Aquél sonido sólo podía provenir de una puerta que siempre estaba cerrada; era
la del cuadro eléctrico del inmueble. Como una potrilla asustadiza en su primer
día de corretear libremente por el pequeño prado junto a su establo, Pilar
avivó el paso, dando la suficiente ligereza a sus tensas piernas hasta casi
obligarlas a llevar el típico trote vulgarmente llamado cochinero.
A medida que corría
hacia su supuesta salvación y en cuya cabeza sólo aparecía la palabra portal,
tenía la impresión de una presencia, fuera cual fuera su categoría: divina o
humana, terrestre o de esos mundos del universo; animal o vegetal, que parecía en dura
competición correr con ella hacia el mismo objetivo; lo que ocurre es que a
Pilar, algo le decía en su interior de una manera machacona que, realmente, lo
que quería aquello, lo que fuera, era ella.
Sudaba. Y las
fuerzas le empezaban a flaquear mientras sorteaba aquellas infinitas y
espectrales pilastras ¡Por qué tendrían que llevar tantos palos como aquellos
los locales de los bajos de los edificios!
Cada uno que
sobrepasaba, éste parecía hacer un ademán de abrazarla entre sus alargadas extremidades
enladrilladas a base de hormigón.
Un ascensor bajaba.
Podía ser la pausa necesaria que ayudara a dar sentido a aquella tonta desazón
por la que estaba pasando. 3...2...1...bajo...El ascensor se detuvo. Esperó. No
se bajó nadie. No había nadie en el rellano aledaño a la caja del elevador.
Siguió sudando...un sudor frío que empezaba a mojarle la cinturilla de su
atrevido pantalón para aquellas fechas.
Casi de puntillas y
sin perder de vista la luz mortecina que emitía y delataba al ascensor, prosiguió
en dirección hacia el amplio y enrejado portalón que, a una treintena de pasos,
dejaba entrever la luz más humana y acogedora que Pilar recordaría el resto de
su vida. Una sutil y perezosa sonrisa quiso aparecer en la comisura de unos
labios que parecían haber olvidado la forma de hacerlo; como si llevaran una
eternidad sin practicarlo.
Tres pasos, dos,
uno... la mano, como una autómata, salió disparada dispuesta a coger el
picaporte del portón salvador; su mirada iba fija en el pomo que le llevaría a
lugar seguro. Rozaba el tirador cuando éste chocó, antes de tiempo, con cierta
violencia, contra su adelanta mano que le hizo pegar un ahogado chillido, no ya
sólo por lo no esperada de la situación sino porque el impacto con su puño,
totalmente desprevenido, verdaderamente le había hecho daño.
Pegó un salto atrás,
de miedo y de dolor. Una sombra deforme surgió del lado exterior del zaguán. Una figura etérea,
sin una silueta muy definida, tambaleante, saltó con el mismo miedo y celeridad
hacia un lado, apartándose, en lo posible, de aquella otra aparición.
Pilar se aplastó,
cuanto pudo, en la pared opuesta. Mientras lanzaba un segundo gritito, ahogado
por el propio susto.
La siniestra forma
oscilante dio unos pasos, o lo que pretendían serlo, en dirección a la luz que
provenía del ascensor; al tiempo que, en voz alta y lenta, balbució :
¡Buenaass nochesss vecina!...tarde es
para empezar una juerga...yyooo yyaaa
termino... ¡hip!
Y fue engullido por
un ascensor que tardaría varias horas en llevar a aquél vecino a su planta...
Para el IV Concurso
Internacional de Relato Bruma Negra. Tema: Narrativa Negra, Policíaca y de
Intriga. Ayuntamiento
de Plentzia en colaboración con la Revista Digital CALIBRE .38. (Vizcaya).
No hay comentarios:
Publicar un comentario