lunes, 8 de agosto de 2016

Una fecha



El descenso de una temprana oscuridad como corresponde a las fechas navideñas, presagiaba, un día más, largas horas de vigilia para el regimiento entero; los organizados y reglamentarios turnos de guardia; aquella noche, como las precedentes, no pasarían de ser un mero formalismo del ordenamiento castrense. La tensión ante lo que parecía avecinarse no permitían relajarse, ni un instante a aquellos hombres.

Unos cientos de metros más adelante de sus posiciones; en otras trincheras con el mismo detalle preparadas, otras columnas, con otros soldados de uniformes azulados, con las mismas ganas de triunfar y los mismos miedos a morir, chupaban hasta casi morderlos los últimos vestigios de lo que unos segundos antes habían sido cigarrillos. Las colillas, sólo de nombre, dibujaban serpentinas coloradas en su trayecto hasta chocar con el suelo cenagoso debido a un constante trasiego de botas claveteadas.

Las órdenes, en ambos parapetos, eran las mismas; sólo cambiaba el tono al darlas, más o menos áspero, según en el idioma en el que se pronunciaban las palabras.

No nevaba, al menos. La cúpula blanca que durante la noche se formaba, hacía de elemento propagador de la luz de las bengalas, rojas también, en busca de objetivos escondidos por la no luz de la noche, por las tinieblas. Nevando, el campo de batalla parecía poseer en su propiedad una luna llena eterna, casi diurna, bajo la cual, nadie estaba a salvo.

Las latas previstas para una cena de navidad, a pesar de su innovación, relativa, alimentaria, caían al suelo a medio uso; arrojadas, sin el más mínimo interés, por unos soldados a los que aquél alimento, no los suponía más allá que el bocado que llevarse a un estómago que, constantemente, rugía de dolor por la falta del mismo; pero que, en aquellas circunstancias de tensión previa a entrar en combate, todo, incluso el propio alimento, les sobraba.

Los nervios estaban a flor de piel y a los propios mandos les resultaba tarea complicada mantener cierta compostura en ambas facciones; cualquier roce, por banal que pareciera fuera de aquellas circunstancias, hacía saltar por los aires la más férrea disciplina a la que eran sometidos ambos ejércitos.

Aquellos hombres se estaban jugando algo más que su vida. Cuando la necedad del género humano termina en un enfrentamiento armado entre naciones o, lo que es aún mucho peor, entre vecinos del mismo lugar, entran en juego otros muchos factores; de tal forma que la propia vida se prolonga en aras de otros objetivos, normalmente nobles, que superan, en mucho, los de uno mismo; se proyectan y se elevan a cotas verdaderamente solemnes; que afectan a todo un pueblo, que normalmente es lo que se defiende, y elevan a un tono de sublimidad total, el acto por el que se está combatiendo.

Dicho así, parece una novela de caballerías. Y es cierto. Si prescindimos de la parafernalia política que, indefectiblemente, va unida a cada conflicto bélico, nos queda el famoso plato de lentejas por el que Caín mató a su hermano Abel ¿Codicia? ¿Envidia?...¿Hambre?

Los dos primeros términos son injustificables. El tercero, también lo es; pero desde el punto de vista más humano, se hace más comprensible; ya que es una acción para seguir viviendo.

Y todo esto estaba cayendo sobre aquellos contendientes en lugar de la fina o espesa capa de nieve que, por las fechas, hubiera dado un toque más bucólico y, desde luego, familiar, a una noche en la que los pensamientos de los soldados estaban  mucho más ocupados de sus familias que  de las guirnaldas rojizas que, en esos momentos, empezaban a iluminar las tinieblas de la noche invernal, alumbrando, mortecinamente, los campamentos de ambas escuadras beligerantes.

Los toques de corneta de cada lado competían en intensidad y, si se me permite, belleza para fustigar con sus arengas melódicas las voluntades de los soldados a los que iban destinados.

Un galimatías melodioso recorría de lado a lado, como si fuera en estéreo, las diferentes órdenes que aquellos instrumentos sabían transmitir, únicamente, para los suyos.

Y cuando las tropas, nerviosas, predispuestas para el combate un día más, una noche más; aquella noche; apuraban sus últimos cigarrillos, echaban al coleto los últimos lengüetazos de no se sabía qué mezcla de licores de sus petacas; cuando alguno que otro se medio santiguaba a escondidas pensando que aquella noche lo hacía, quizás, por última vez, el más potente clarín jamás creado, el del silencio, aulló por encima de las copas de árboles y bengalas llenando, con su espíritu,  todo el espacio bélico.

Unos momentos de incertidumbre se encargaron de ser los protagonistas durante ese tiempo. Nadie acertaba a saber lo que estaba pasando. Nadie se aventuraba a evaluar una situación, por mor de quedar en ridículo; nadie, de los que estaban allí, podían pensar a esas alturas, en nada que no fuera en la inminente refriega que se avecinaba...unos momentos antes, pensaban únicamente en sus familias.

Los mandos intentaban encontrar y contrastar informaciones llegadas desde los diferentes puntos de aquél, "su" frente. Pero por muchas que llegaban ninguna les servía como la información capaz de desvelas lo que allí estaba pasando... o lo que no había pasado...

El silencio reinaba por todas partes; era el dueño y señor de aquél lugar y de los moradores circunstanciales del mismo. Las voces, primero algarabía humana como corresponde a los momentos inmediatos de la entrada en combate, se había tornado a frases entrecortadas y a media voz que pasaban de boca en boca como temerosas de ser ellas las que por elevar el tono dieran el pistoletazo de salida, al ya monótono y regular intercambio de balas de todos los días y momentos.

El ronco trueno del silencio acaparó la atención de los beligerantes. Las órdenes de los comandantes de puesto y de operaciones poco a poco se diluían en frases que perdían su condición autoritaria en pos de oraciones  gramaticales que, poco antes, habían estado revestidas por la sacralidad de quien las expresa como perdón por sus pecados.

El caos se transmutaba en placentero a fuerza de que el tiempo pasaba y, allí, no ocurría nada; es decir; lo acostumbrado; un vocerío, descarga hemostática, para liberar y a la vez huir, de la irrealidad real de lo que supone luchar para vencer o morir.

Y las cabezas del género humano allí concentrado no estaban programadas para algo que no fuera distinto a guerrear aquella noche. Sus chips, marcaban la acción a seguir una noche más... sólo que esa noche, se habían cortocircuitados.

Descendió mansamente, como lo hace quién se siente dominador absoluto del tiempo y penetró sin pudor por los cuerpos predispuestos a la guerra, apaciguándoles; haciéndose con el control de unas voluntades proclives y hartas  de guerrear una noche más.

Un cabo inglés, según una de las mil anécdotas que surgieron sobre el tema, percibió cómo el silencio entonaba, primero como un susurro, una melodía al principio irreconocible. Poco a poco el mudo coro fue "in crescendo" y la melodía descubrió su canto, transformándose en el que quizá haya sido el más conmovedor "Noche de paz" salido de garganta humana.

La existencia de Dios, se justifica, a sí misma, en estos momentos.

Un escolanía de curtidas voces partió de la trinchera del otro lado, que se fue despoblando poco a poco pues sus habitantes saltaron fuera de ella compitiendo, en sana reyerta, con los que simultáneamente trepaban sus parapetos desde el otro lado, cantado al raso otros villancicos.

La extraordinaria coral hizo su debut en una noche de un diciembre de 1914 y en un escenario nada proclive para entonar cantos de paz.

¡Cuántas noches de esas llamadas "de Paz", se han desperdiciado desde entonces!...

Años después, y sobre esto los libros de historia procuran callarlo, quizá porque en el fondo son sólo "pequeñas historias", en una guerra mucho más cercana a nosotros y más cruenta pues aquí fue fratricida, en una preciosa sierra cercana a Madrid, los contendientes de ambos bandos cantaron otro "Noche de Paz"...pero esta vez, en el mismo idioma...Lo vivió mi padre.

Quizás sea el momento propicio, siempre lo debería de ser, para volver a seducir ahora, en estos tiempos que corren para una España que se desangra, con un "Noche de Paz", al que se le una "El Rabadá", mientras afinan, otras gargantas, "Gabonak gabon", "Pola media noite", y mientras, a la vez, los "Peces en el río" peinan a la Virgen con peines de plata que sirvan para socorrer al Niño que está en la puerta tiritando de frio.

¿Seríamos capaces de armonizar nuestras voces y cantar, todos a una, la canción, de trabajo y paz,  que España nos demanda?

La nieve cae suavemente envolviendo los deseos de un trasnochado guionista de la vida.


Para el III Certamen Ángeles Palazón González, Cuentos de Navidad.

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