sábado, 21 de mayo de 2016

Cáncer


¡Ahí le duele! Nunca mejor empleado el término; aunque no siempre es exacto; la coña, cual estrambote satírico, es que normalmente te enteras porque el enemigo no ha tocado los clarines poniendo sobre el tapete del campo de batalla su táctica de combate. No ha avisado, el muy simpático.

Superado el bofetón; es decir; aferrándonos al dicho: "virgencita que me quede como estaba"...hay que tomárselo con humor; siempre y cuando te den las mínimas esperanzas para ello. Cada cual es cada cual y sus circunstancias...distintas.

Pero en esta vida, perra por naturaleza; mejor dicho, porque la naturaleza humana se empeña en hacerla perra, un cierto sentido conformista es adecuadamente bueno. Me refiero al conformismo de que el "bicho" te ha picado; otra cosa es que una vez sentida la picazón del "insecto", no te rasques. Eso es otra cosa.

La fe, dicen que mueve montañas. Mi "Picu", particular, lo mueve cual semáforo loco de la M-30; aparecen y desaparecen los abalorios diseminados por mi organismo con la facilidad y el misterio, de ese mismo, el cuarto o quinto del rosario y de los llamados Dolorosos; de Gozosos...más bien poco. Pero es Fe y me la creo; y ayuda ¡Vaya que sí ayuda!

La coña marinera entronca mucho con el saber del pueblo patrio que queda expresada en sus tesis doctorales llamadas refranes. Y uno se agarra al que mejor le conviene para resolver o justificar sus diferentes situaciones a lo largo de su, siempre, corta existencia.

Aunque también hay "peros".  Juvenal sentó una máxima que se ha extendido como la pólvora. Y es su famosa frase: "Mens sana in corpore sano". Pues bien; yo aseguro que mi "Mens" estaba sanísima; casi, casi hiperventilaba de lo sana que se encontraba y, en cambio, a mi cuerpo le dio por ponerse altamente pachucho. ¡Ay, Juvenal, qué ojo tuviste! Que no era nada lo del ojo...y lo llevaba en la mano.

Y si tienes suerte, que para todo en la vida hay que tenerla, te medio curas. Y ese medio, es fantástico. En un caso que conozco el médico le dijo, al nunca mejor llamado paciente, que no había remedio. Y se quedó tan ancho. No pongo en duda su profesionalidad, Dios me libre, pero sí su "ojo clínico"; lo cual le agradecerá de por vida el susodicho. Tan tajante fue como fácil, afortunadamente, la solución. En cuarenta y ocho horas estaba operado y...con un cierto atisbo, tras siete horas de intervención, de seguir contándolo.

Hay que decir que el interfecto, de las siete horas...¡ni pun!

Y más tarde, muchos meses más tarde y tras varias visitas a un apartamento, sin vistas al mar, en el sótano de un hospital y que con cierta guasa y mejor talante, el "Divino impaciente", asemejaba aquellas citas con los ejercicios espirituales de su adolescencia. Eso sí; con la más alta tecnología del momento en una mano, llamado móvil, y el correspondiente portátil conectado a internet que hacía de aquellas jornadas de recogimiento momentos mucho más de pitanzas de aquellos otros, un tanto oscurantistas, del pasado.

Más la "dicha dura poco en casa del pobre"...y cuando todo el mundo estaba contento con esos encuentros anuales, un aparatito descubrió que no habían servido de nada desde el principio, ¡cachis! Y, una vez más, la medicina tuvo que redescubrirse a sí misma, indagando qué tipo de "remedio" sería el menos malo para curar, es un decir, a aquél pobre hombre.

Y la grandeza de la vida, disfrazada de batas blancas, hace que siempre haya ganas de luchar por ti; incluso cuando tú te encuentras, tras los fracasos, en la luna de Valencia. Y te proponen experimentar. Y tú lo aceptas cual clavo ardiendo.

En un primer momento de la enfermedad te dicen que del tipo de cáncer que padeces "no se muere nadie"¡Bien! Eso está bien porque para el primer shock.

Pero eso fue al principio. En el momento de la narración, al individuo, que después de unos meses de experimentación, llega a la consulta hecho unos zorros, le comentan que "a veces es peor el remedio que la enfermedad"; expresión que no hacía falta que se la dijeran pues él ya llevaba varias semanas convencido de lo mismo.

Y deciden bajarle la dosis al entresuelo; quiero decir a la mitad, anunciando que los pocos datos que hay registrados dan pocas posibilidades a la eficacia del fármaco. Y tiras para adelante sin solución; no científica, sino porque no queda más remedio.

Tras unos meses, te llega la noticia, vía chivatazo, de que has estado a punto de "palmarla". ¡Vamos que los más optimistas te daban tres mesecitos!

"Hace más de un año ya...", cantaba Serrat en mi juventud....y ya van para los ocho años de aquél pronóstico que nunca llegó, de una manera directa, a mis oídos.

Me levanto todas las mañanas riéndome de mí mismo; sin duda la mejor terapia para la vida y, por ende, la mejor táctica contra la enfermedad. Recomiendo, encarecidamente, cierta dosis de fe; con altibajos, como Dios manda, sino seríamos perfectos. Y humor. Mucho humor. A la muerte, que vendrá como a cualquier mortal sano, hay que mirarla de frente, sin temor pues es una amiga que sabes que terminará por venirte a visitar desde el mismo momento que naces; y hay que recibirla sonriendo y mirándola fijamente a los ojos con una expresión que la diga que sabes que ha llegado tu hora y que, como la ordenanza militar manda, la esperas en "el primer tiempo del saludo"...

Y  todo lo anteriormente dicho, no quiere decir que uno no tenga muchas ganas de vivir. "A mal tiempo buena cara" ¡Faltaría más!


Para el 2° Concurso Internacional de Relatos Humorísticos, Alberto Cognigni. Festival Pensar con Humor - Agencia Córdoba Cultura. (Argentina).

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